Cuando evaluamos las declaraciones de testigos e indiciados, ¿será nuestro interés en culpar a un actor el que permitirá desarticular la cadena de testimonios y quitar peso a otros actores que también tuvieron responsabilidad?
Por Lydiette Carrión / @lydicar
El próximo mes se cumplirán 10 años de que grupos delincuenciales y autoridades de todos los niveles ejecutaron la desaparición forzada y probable ejecución extrajudicial de 43 normalistas de Ayotzinapa. La enorme mayoría, estudiantes de primer año, jovencísimos, de familias pobres, que buscaban en el magisterio una forma de salir adelante.
Casi desde el inicio de las investigaciones en el caso Ayotzinapa, se dio un punto en el que hubo discordia. Algunos testigos aseguraron que la policía municipal “presentó” a al menos 17 estudiantes en barandillas. Pero una vez ahí, alguien hizo una llamada y entonces fueron entregados por agentes a diversos grupos criminales.
De acuerdo con la versión “histórica” acuñada durante el gobierno de Enrique Peña Nieto fue así.
Por ejemplo, algunos de los municipales (al menos tres) advierten:
“y como no se detuvieron los policías hicieron disparos al aire, logrando detenerlos y a unos los bajaron de los vehículos y otros ya estaban abajo y los detuvieron a todos siendo aproximadamente como veinte ayotzinapos, y los subieron a todas las camionetas patrullas, y se los llevaron a la comandancia y supe esto porque CHINO nos mandó un mensaje que los ayotzinapos estaban encerrados en la comandancia, y cuando los detuvieron los policías yo me trasladé para periférico a la colonia veinticuatro de febrero, para ver si por ahí andaban los ayotzinapos ya que los otros halcones avisaron que andaban por ese rumbo”
Pero el oficial de barandillas, Ulises, que aquella noche se encontraba en la comandancia de Iguala, aseguró que ningún estudiante fue trasladado ahí.
Por su parte Ulises declaró que los únicos detenidos esa noche eran un grupo de borrachos, que nunca hubo normalistas detenidos esa noche, y que a las 23:30 horas llegó personal del Batallón 27 de infantería, al mando del capitán Crespo, preguntando por “una moto blanca” y bajo ese pretexto revisó la comandancia.
A los pocos meses del caso, Ulises huyó a Estados Unidos y solicitó asilo. Desde entonces ha sido testigo protegido en aquel país. Su versión, al acusar al capitán Crespo de buscar a estudiantes durante su turno, robustece la línea de involucramiento del Ejército, pero a la vez debilita la narrativa de colusión entre municipales y el crimen organizado.
Por ejemplo, según la declaración del 3 de marzo de 2015 de Oscar Rodríguez Salgado,
ante la PGR, varias patrullas de la policía de Cocula habrían llegado a la comandancia
de policía de Iguala, donde se encontraría un grupo de normalistas que fue sacado de ese
lugar en al menos dos o tres patrullas. Esto formaría parte de un continuum de testimonios, y permite entender una serie de flujos de información que ocurrieron aquella noche.
También es parte de la narrativa que señala a César Nava González, exsubdirector de la policía municipal de Cocula, Guerrero. Este último, por cierto, ha quedado libre.
Por el otro lado, sin embargo, si damos por buena la versión de Ulises, entonces tendríamos más elementos para responsabilizar al capitán José Martínez Crespo. Aunque en realidad no es necesaria, la presencia de Martínez Crespo aquella noche, indagando y buscando información está plenamente probada. Se le ha identificado al menos en el hospital Cristina, donde fueron trasladados varios normalistas aquella noche. Si bien la declaración de Ulises le daría un papel más “activo”, más coludido con los hechos.
Sin embargo, ¿será nuestro interés en culpar a un actor el que permitirá desarticular la cadena de testimonios y quitar peso a otros actores que también tuvieron responsabilidad?
Quise recordar este ejemplo de una versión en un caso tan complejo y lleno de actores, de intereses, para tratar de ejemplificar la dificultad de, primero, sostener un caso sólo con declaraciones de personajes que además tienen un interés. En el caso de Ulises, por ejemplo, su principal interés en un principio fue salvar la vida, y luego salvar la libertad y la seguridad.
Sumado al interés de Ulises están nuestros intereses como parte de la opinión pública. Si por ejemplo, nuestro interés como seres pensantes que buscan dar un sentido a todo lo que leemos es responsabilizar específicamente al Ejército. ¿Una declaración que fortalece nuestra tesis previa, o nuestro supuesto, es necesariamente correcta? ¿Cómo tomamos las declaraciones de los involucrados cuando queremos, en nuestro fuero interno, comprobar lo que creemos?
Me arriesgo a decidirme por una versión, basada en la información de la que dispongo y de algunas ideas. Yo considero que sí hubo normalistas presentados en barandillas, y ahora explico por qué. Pero primero debemos comprender por qué este detalle –que aporta aspectos importantes y otros no tanto– está envuelto en una batalla entre intereses y narrativas de la que es difícil salir, porque aunque el detalle podría ser en realidad menor en todo el entramado de la reconstrucción de hechos, no es nada menor en cuanto a quién sostiene u ostenta la verdad en la opinión pública.
Considero que sí hubo normalistas porque es justo este dato el que da coherencia a la presencia de policías municipales de al menos dos municipios más: Cocula y Huitzuco.
Hasta la fecha yo creo que la consigna: “Fue el ejército” se sostiene. Lo vemos al encontrar a comandantes y generales mencionados y vistos en cada punto de aquella larga noche. Lo vemos al ver que se sigue negando parte del expediente, al ver muchas otras declaraciones concatenadas.
Pero hasta qué punto mi deseo de una narrativa me genera otros puntos ciegos, puede permitir al final liberar a otras personas que fueron responsables? Porque el caso de Ayotzinapa, en el fondo, lo que prueba es que no se trató de un “cerebro” en lo alto del Estado. Sino que el Estado es un sistema muy complejo, muy corrupto, muy acostumbrado a dar un valor ínfimo a la vida, que se ha acostumbrado a matar y a genera enorme sufrimiento. Una noche como la de Iguala no es obra de un sólo capitán o comandante, o de un sólo policía municipal o de un solo político poderoso detrás. Es un sistema. Creo, en el fondo, que es para nosotros, las, los, les ciudadanos de a pie más tranquilizador pensar que fue una persona, porque entonces pensamos que si damos con ella se acaba el problema. Es más duro asumir que es un sistema, un Estado, un andamiaje, que permitía que en aquella carretera Iguala–Chilpancingo, desaparecieran personas todas las semanas, que permitió que a un matón se le hiciera fácil desaparecer a 43 personas, que a un Batallón entero le diera lo mismo, que a veces participara o a veces dejara “hacer”, porque hay una serie de negocios y de intereses y fuerzas de las que ni siquiera somos conscientes.
Aún así, yo prefiero deshilvanar y tartar de buscar los hechos lo más sólidos posibles. Ese es el verdadero acceso a la verdad y que nos permitirá una base mínima para transformar este sistema. Este Estado.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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