Atentado contra Cristina Fernández: el ataque a la democracia que provocó una conmoción en Argentina

2 septiembre, 2022

«¿Y si la hubieran matado?». La pregunta resume el azoro de la multitud que se reúne en la Plaza de Mayo y que todavía no termina de procesar el intento de asesinato que ha sufrido la vicepresidenta, Cristina Fernández

Texto y fotos: Cecilia González

ARGENTINA.- Estupor. Incredulidad. Indignación. Tristeza. Desazón. Miedo.

Una vorágine de sentimientos invade a la sociedad argentina la noche del jueves, al confirmarse la noticia de que un hombre acaba de atentar contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. La abogada de 69 años que ha sido dos veces presidenta. La líder política más importante de este país en las últimas dos décadas. La que despierta amores y odios extremos

Las imágenes fueron transmitidas en vivo y en directo. Y estremecen. Muestran a la expresidenta mientras saluda a los simpatizantes que desde hace 11 días hacen vigilia en la puerta de su casa de Buenos Aires para apoyarla en medio del juicio que avanza en su contra por presunta corrupción y que ella, el Gobierno y el peronismo en pleno consideran, en realidad, una persecución judicial para proscribirla.

Entre la multitud, frente a cámara, se extiende una mano con una pistola que apunta directo a la cabeza de la vice. Un hombre gatilla dos veces pero las balas no salen. La pistola cae. Los militantes lo rodean. Lo someten.

Más tarde, las autoridades confirman que el hombre que quiso cometer un magnicidio se llama Fernando Andres Sabag Montiel, que tiene 35 años, es de nacionalidad brasileña, vive en Buenos Aires, tiene antecedentes penales por portación ilegal de arma y ya está detenido.

Apenas pasan de las nueve de la noche, pero el país se prepara para el desvelo. El shock es generalizado. Acaba de ocurrir uno de los hechos políticos más graves desde que Argentina recuperó la democracia en 1983.

Durante casi cuatro décadas, el lema «Nunca Más», pronunciado en el primer juicio a los represores de la última dictadura, se ha instalado como un mantra para impedir el regreso de la violencia política, de las violaciones masivas de derechos humanos.

Hoy, un sector de la ciudadanía siente que tiene que defender de nuevo la democracia. Que la han vuelto a poner en peligro los discursos de odio a Fernández de Kirchner y al peronismo, tan naturalizados y difundidos por los medios y los políticos opositores.

Abismos

Por un rato, parece que se borran las divisiones políticas que en las últimas semanas habían acentuado un clima de extrema polarización. El expresidente Mauricio Macri y el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, encabezan los repudios al atentado por parte de la oposición. En el Congreso, diputados y senadores de todos los partidos ofrecen una inédita declaración conjunta y urgente.  

La ilusión de consenso dura solo un rato.

Ya en la madrugada, Patricia Bullrich, la líder del PRO, el principal partido de oposición, es la última dirigente política en posicionarse. En lugar de condenar el intento de asesinato de la vicepresidenta, elige criticar al presidente Alberto Fernández. Su decisión, aunque no sorprende, genera una ola de rechazos.

La dirigente, que quiere ser la candidata presidencial de la derecha en las elecciones del próximo año, es una de las principales promotoras de los discursos violentos. Defiende incluso que los policías disparen a la espalda de presuntos delincuentes. Esta noche, no le falla a su electorado. Su caso demuestra que las convocatorias a la responsabilidad e institucionalidad de toda la clase política no van a tener éxito.

Políticos de menor escala y parte de la oposición mediática hacen su propio juego y priorizan sus antipatías hacia Fernández de Kirchner para desdeñar la gravedad institucional de lo ocurrido. Dudan del atentado. Acusan al Gobierno por no garantizar la protección de la vicepresidenta. Especulan con el uso político-electoral de lo que pudo haber sido una tragedia. Replican noticias falsas.

En los alrededores de la casa de la vicepresidenta, mientras tanto, siguen llegando simpatizantes. Se quieren solidarizar. De algunos rostros caen lágrimas. Otros tienen la mirada confusa. Saben que, a partir de ahora, Fernández de Kirchner ya no se acercará a las multitudes. No pueden creer lo que acaba de pasar.

Mucho menos quieren imaginar lo que pudo haber pasado si las balas no quedaban atoradas en la pistola. 

A movilizarse

El intento de magnicidio se convierte de inmediato en noticia internacional.

Se solidarizan los presidentes Luis Arce (Bolivia), Miguel Díaz-Canel (Cuba), Gabriel Boric (Chile), Guillermo Lasso (Ecuador), Pedro Sánchez (España), Pedro Castillo (Perú), Nicolás Maduro (Venezuela); los expresidentes Evo Morales, Rafael Correa y Luiz Inácio Lula da Silva. También el embajador de Estados Unidos en Argentina, Marc Stanley; y el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro; Naciones Unidas y Amnistía Internacional.

En el país, la conmoción es total. En medio del desconcierto, el peronismo confirma la cancelación del congreso partidario que Fernández de Kirchner iba a encabezar el próximo sábado en la provincia de Buenos Aires. La madrugada avanza y ella sigue despierta, en su casa, recibiendo a dirigentes.

A medianoche, el presidente Alberto Fernández lee un mensaje en cadena nacional en el que pide desterrar la violencia y el odio. Anuncia, además, que el viernes será feriado para que la ciudadanía pueda salir a expresarse en defensa de la vida, la paz, la democracia y la solidaridad.

Y así lo hacen.

* * *

«¿Y si la hubieran matado?». La pregunta resume el azoro de la multitud que se reúne en la Plaza de Mayo y que todavía no termina de procesar el intento de asesinato que ha sufrido la vicepresidenta.

El desconcierto es evidente. En escasas horas, la agenda y el debate público han cambiado por completo.

«El país se hubiera incendiado», «rompíamos todo», «si la bala salía, ya no quedaba país», «la democracia hubiera sido herida de muerte». Solo algunos de los manifestantes se atreven a especular escenarios cargados de dramatismo. Otros prefieren ni siquiera imaginarlos. No tienen una respuesta. Ni quieren tenerla.

Un sentimiento de incredulidad recorre la Plaza. Se traduce en la búsqueda de ese tipo de anécdotas que marcan para siempre las historias personales. «¿Qué estabas haciendo?», se escucha a cada rato entre quienes indagan cómo fue el momento en el que los demás se enteraron de que habían querido matar a la expresidenta.

Hay militantes peronistas, kirchneristas. Otros se definen como «cristinistas». También llegan colectivos sociales, de derechos humanos, estudiantiles, feministas, de la diversidad sexual, sindicatos. Familias, parejas, solitarios. Conocidos y desconocidos que se saludan, se abrazan, se sonríen, cantan sus himnos, bailan. Se dan fuerza.

Vienen a defender la democracia. A condenar la violencia política que tanto daño le hizo, durante tantas décadas, a este país y que en los 70 culminó con su peor dictadura.

Desprecio

«Esto es culpa de los medios y del macrismo, llevan años repitiendo discursos de odio contra Cristina», acusa un señor sesentón que, al centro de la Plaza, enarbola una bandera que lleva plasmado el rostro de Fernández de Kirchner.

La denuncia se repite en carteles que exigen: «basta de violencia desde los medios de desinformación». En testimonios que recuerdan las manifestaciones antiperonistas que han mostrado deseos y amenazas de muerte para la vicepresidenta, ya sea con horcas, guillotinas, bolsas mortuorias, fusiles o bombas, y que han sido replicados de manera permanente en las redes sociales sin condena alguna por parte de la oposición.

También citan los insultos irreproducibles, las declaraciones de periodistas y políticos que a diario desean la desaparición del peronismo y añoran los golpes de Estado, que imponen ofensivos apodos a Fernández de Kirchner –incluso en columnas de medios que todavía se autoperciben «serios»– y que reproducen y dan fama a todo aquel personaje que agreda al peronismo.

Puede ser un político, una monja, un actor o un «influencer». Da lo mismo. Lo importante es que critique (agreda) a la expresidenta. Que propale discursos de odio.

La lista de violencias es larga y añeja. De «la gente dice: los quiero matar», «merecen la pena de muerte» y «son ellos o nosotros», a los hostigamientos («escraches») en lugares públicos contra dirigentes peronistas que la prensa opositora presenta como legítimas indignaciones ciudadanas.

El desprecio al peronismo, que es histórico y tiene un arraigo clasista, contrasta con la devoción de la militancia hacia la vicepresidenta. Y que aquí, en la Plaza de Mayo, en la tarde soleada de un viernes aciago, se vuelve a hacer patente.

Fervor

«Todos con Cristina», es el lema impuesto a una marcha que la expresidenta protagoniza por completo, aun sin estar presente, y en el que sus seguidores advierten una y otra vez: «Cristina no se toca».

Su nombre y su rostro se ven plasmados en camisetas, gorros, pañoletas, botones. «La Pampa te ama, Cristina», «Gracias, Cristina, por darme dignidad», consignan un par cartulinas escritas a mano. «Bancamos a Cristina por los mejores 12 años», afirman pósters pegados a lo largo de la Avenida de Mayo, que remiten al periodo 2003-2015, o sea, los dos gobiernos de la vice y al de su fallecido esposo y antecesor, Néstor Kirchner.

Otros rescatan lemas que ya forman parte de la liturgia kirchnerista: «No fue magia», «el amor vence al odio», «si naciera 20 veces, te volvería a elegir». La definen: «Cristina es amor y pueblo». Le confiesan: «Cristina: te amo». Le agradecen: «Porque nos dio la posibilidad de soñar». Y le desean: «Para Cristina, ni indulto ni amnistía: justicia».

Abundan, también, los mensajes de rescate, de cuidado, de valoración de una preciada democracia que el atentado puso en riesgo. Casi cuatro décadas después de los primeros juicios contra los últimos dictadores, la multitud que atesta Plaza de Mayo advierte: Nunca más es nunca más.

Crispación

El arraigado clima de tensión política que padece Argentina se profundizó el 22 de agosto, cuando los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola pidieron una pena de 12 años de prisión para Fernández de Kirchner, además de su inhabilitación de por vida para postularse a cargos públicos y el embargo de sus bienes. Los alegatos marcaron la recta final de un juicio que ha estado plagado de irregularidades.

Las posturas, otra vez, fueron irreconciliables.

Desde la oposición mediática y partidaria se abroquelaron para afirmar que la vicepresidenta era culpable de corrupción, que había “tres toneladas de pruebas” en su contra. Que condenarla era un acto de “justicia”.

Fernández de Kirchner y el oficialismo replicaron que no había prueba alguna, que era víctima de una persecución judicial. De una “venganza” del Poder Judicial aliado del macrismo. Que la condena ya está escrita de antemano.

La pelea subió de tono conforme pasaron los días. Y fue aderezada por las vigilias nocturnas que los simpatizantes de la vicepresidenta realizaron afuera de su casa, ubicada en Recoleta, un barrio rico de Buenos Aires y, por lo tanto, mayoritariamente antiperonista.

Fieles y fervorosos, “Los soldados de Cristina” acudieron a protegerla y a protegerse, convencidos de que la persecución es contra todo el peronismo. Hicieron sonar sus bombos y cantaron sus himnos: «Perón, Perón, qué grande sos». «Peroncho siempre, nunca me voy a olvidar, cuando bajaste los cuadros, todo empezó a cambiar». «Acá tenés los pibes para la liberación».

Demostraron, de nuevo, la mística que rodea a un partido que representa el movimiento popular más antiguo de América Latina, el mismo que ha logrado sobrevivir y sostener su protagonismo en la vida política argentina durante más de siete décadas. Y probaron, sobre todo, que aman incondicionalmente a Fernández de Kirchner. No en balde hace años que cuenta con una base firme del 30 % del electorado.

El sábado, los peronistas amanecieron con un sorpresivo operativo ordenado por el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los principales aspirantes presidenciales de la derecha, quien decidió instalar vallas y apostar a centenares de policías para evitar la aglomeración de militantes.

Dijo que quería “cuidar a los vecinos”. Parecía que no conocía al peronismo, que de inmediato se organizó para protestar en masa. La respuesta fue una represión. Hubo corridas, gases lacrimógenos, chorros de agua. Al anochecer, la prudencia se impuso. Pero era claro que la pelea estaba subiendo de tono.

Varios sectores advirtieron que la situación podía salirse de control. Y así fue. Tanto, que cinco días después la vicepresidenta sufrió un atentado que acentuó una grave crisis política cuyo desenlace todavía es impredecible.

*Este texto se publicó originalmente en RT

Periodista mexicana que desde hace 15 años cubre el cono sur. Autora de los libros Narco Sur y Narco Fugas.