29 agosto, 2023
Con la exposición Arte Maíz, seis cooperativas de arte indígena contemporáneo se unen para frenar la discriminación en precios y técnicas propias de los pueblos de Xochistlahuaca, Tlanixco, Juchitán, Xalitla, Huitzizilapan y Lachivito
Texto y fotos: Daliri Oropeza Alvarez
XALITLA, GUERRERO.- Una hilera de cráneos y máscaras cuelga de una cuerda tendida a lo largo del taller de la cooperativa Kantemachtlakuillocan (lugar donde se aprende a pintar). Son piezas que flotan mientras se secan y dejan entrever un paisaje verde boscoso, a la vez, los presentes dan delicadas pinceladas negras sobre blanco.
Estos cráneos de barro cuentan la historia de su pueblo nahua, heredero de los tlacuilos, narran el día de muertos, la siembra, cómo son las bodas o los juegos tradicionales de las infancias. Con trazos magistrales, las pinceladas delimitan aves que sobrevuelan el cielo de este territorio, también las flores, árboles o serpientes que aquí habitan.
Kantemachtlakuillocan nació gracias al proyecto Arte Maíz: hospeda sabiduría, el cual busca fortalecer a los pueblos indígenas a través de la creación de opciones económicas en sus comunidades. Así como está cooperativa, nacieron 5 más, en total 6 que se unen para hacer una exposición de sus creaciones en la Ciudad de México.
En Xalitla, todas las casas tienen por lo menos una persona que pinta, a veces toda la familia. Desde que llegas, las personas hablan de los ancestros tlacuilos, personas que antes de la invasión española se dedicaban a la pintura y la historia. Fundamentales para la gobernanza mexica, realizaron lo que hoy conocemos como códices.
Sin embargo, las y los pintores se han enfrentado al regateo y desprecio de sus creaciones, etiquetadas como artesanías, además del coyotaje por parte de personas que les compran barato y venden caro.
“La finalidad de la cooperativa, primeramente, es unir. La unión entre nosotros, ser solidarios, para poder sacar nuestros trabajos. Y de nuestra cooperativa es hacer conciencia de que si nos unimos entre maestros pintores, podemos llegar más lejos y darle el verdadero valor a nuestra obra”, asegura Jesús Lozano, habitante nahua de Xalitla e integrante de la cooperativa Kan Temachtlakuillocan.
Este pueblo enclavado en los montes bajos del centro de Guerrero, ha sido dividido por líderes sociales y partidos políticos que entraron a hacer promesas, pero sigue la inseguridad del crimen organizado que mermó las ventas. Además de la desunión, los artistas se enfrentan a la falta de espacios para exponer y vender su obra. Solo cuentan con un parador turístico en la carretera federal.
“Hacer la cooperativa me ha servido de mucho, porque tiene mucho valor lo que pinto, y no lo sabía, es algo que tiene mucho valor para mí y para nuestro pueblo. Yo empecé a pintar a los 7 años, a colorear primero. Nos enseñaron a pintar la historia, se hacen primero florecitas, hojitas, cosas de la naturaleza. ”, describe Lucía Ascencio, habitante de Xalitla e integrante de la cooperativa.
Lucía fue migrante y, en esa experiencia, se topó con la minusvaloración de sus pinturas, realizadas en diversos tipos de soportes. No solo el abuso de los coyotes. También la discriminación ante el regateo, algo que le ha pasado a todos los integrantes de la cooperativa. Así fue como más de seis maestros y maestras pintoras se organizaron para crearla, vender a precio justo y buscar espacios de exposición.
“Cuando lo adquieren (las obras de arte), es como hospedar algo vivo, pues en nuestras piezas van nuestras energías, nuestros ánimos, nuestra historia. Todo esto va. Nosotros los seres humanos nos hemos olvidado de conectar con nuestra energía, con la naturaleza. Porque esto representa para mí algo muy sagrado, que es la vida. Representa para mí algo del ecosistema. Todo se siente en el ecosistema. Estamos invitando a la conservación de la vida silvestre”, cuenta Jesús Lozano, que habla del valor de sus piezas.
Lo cuenta mientras toma la palabra de manera apasionada durante el taller de “Creación de cooperativas y cómo cobrar por el trabajo”, que imparten integrantes del Centro de Investigación en Comunicación Comunitaria (CICC) en la comunidad.
Los talleres para la creación de cooperativas de arte indígena contemporáneo son parte del área de Nidos Culturales del CICC . El esfuerzo culmina en la exposición Arte Maíz: hospeda sabiduría, que es también una puerta para el comercio justo y un escaparate para las creaciones de los artistas de seis pueblos indígenas que participaron en la incubadora de nidos culturales.
“En el diagnóstico fue evidenciándose cada vez más la necesidad de generar fuentes de empleo digno en las comunidades, que favoreciera la permanencia de jóvenes en las comunidades ante el contexto de crimen organizado incrementando en todos los territorios de México. Con ello, la consecuente migración y desplazamiento forzado que eso genera. Los nidos culturales nacen justamente como una alternativa, para generar fuentes de empleo digno”, asegura en entrevista Nadia Jiménez, directora del Centro de Investigación.
El CICC tiene seis años realizando diagnósticos con pueblos, comunidades y organizaciones de base. Nadia asegura que desde la investigación han buscado fortalecer los procesos de autonomía de los pueblos indígenas. “El proyecto de nidos termina perfilándose como todo un programa que busca construir un proceso de acompañamiento para el fortalecimiento de capacidades a grupos y colectivos de artistas indígenas”, asegura.
Xalitla es reconocido por haber frenado una presa hidroeléctrica en su río en los años 90. Iban a inundar el pueblo de pintores, heredero de los tlacuilos. Un megaproyecto que después se fue más abajo, a La Parota. Era una etapa de unión en el pueblo, que recuerdan en las charlas entre integrantes de Kantemachtlakuillocan.
Al entrar a este bosque, nublado y lluvioso, baja la espesa niebla que impide ver más allá de la redila. Lachivito es un pueblo didtzàa o zapoteco ubicado en las montañas de la sierra sur de Oaxaca. El pueblo habita en lo alto de la montaña y a simple vista se ve la conservación comunitaria del bosque preservado, ante la devastación que hay a sus faldas del monocultivo de agave para producir mezcal.
Los jóvenes de la comunidad han buscado oportunidades para habitar en su pueblo, lograron la instalación de una universidad de la mano del Cesder, llamada Centro de Estudios Comunitarios Autonomos (CECA). Luego obtuvieron el permiso del Comisariado y autoridades comunitarias para establecer un taller de artes visuales.
Ahora, con el proyecto de nidos culturales del CICC, realizaron un diálogo de saberes con las personas mayores de la comunidad. A partir de este diálogo tomaron las ideas para realizar las obras con la técnica de serigrafía que impartieron con talleres. Y ahora, plasman sus ideas, recrean su historia, a través del arte visual.
En un papel de algodón resaltan las raíces de un árbol que sale de la boca de una silueta humana pintada en café oscuro. La reflexión es sobre el desplazamiento y desuso de la lengua didtzàa o zapoteca, llevada a la pintura por Lucio Leyva, un joven que estudia en la primera generación del CECA y forma parte de la cooperativa Shkielmban ditzàa (Corazón zapoteco).
“La obra que yo hice es sobre la lengua que nosotros hablamos acá esa lengua zapoteca, pues muy antes, nuestros abuelitos hablaban zapoteco y no había lo que es el español, puro zapoteco. Con el tiempo y que empezaron a existir las escuelas, los niños fueron aprendiendo el español, porque los maestros que llegaban pues hablaban en español
y los obligaban”, describe Lucio, quien busca que su obra sea un mensaje para su pueblo que incentive el habla propia.
Las serigrafías realizadas en este taller, donde se trabaja en compañía de la niebla, los árboles y la tierra húmeda, son de un gran colorido. Destaca el uso del color llamativo y la luminosidad con la que reflejan lo que viven día a día los jóvenes en Lachivito. La hermana de Lucio, Josefa Leyva, reflexiona también sobre la lengua ditzàa.
“Mi obra es sobre de una lengua, porque acá hablamos zapoteco. Esa lengua contiene árboles, representa un bosque y lo que existe en un bosque, ríos, animales todo. También en ese bosque representa a las personas que vivimos acá y las personas que luchamos por nuestra tierra y por conservar la lengua materna. Que no se pierda. Represento el cielo y todo el paisaje que se ve acá y cómo lo cuidamos”, describe Josefa, que porta una blusa fluorescente, color que también usa en su obra de serigrafía a seis tintas.
Los jóvenes son conscientes que su pueblo ha cambiado, y que sus abuelos veían y hacían cosas que ellos ahora no. Sin embargo, también se dedican a la siembra además de estudiar y pintar en el taller de serigrafía. Para ellos, los talleres y la cooperativa Shkielmban ditzàa es una semilla no solo para ellos, sino para que los frutos alcancen a las próximas generaciones de jóvenes y vean oportunidades en su pueblo.
Víctor Díaz describe esa pérdida en su obra, donde representa a una mujer partida en dos: de un lado la tradición, la ropa tradicional, la naturaleza llena de vida de color verde y del otro lado, la minifalda, el bosque talado y los ríos cortados de color rojo.
“La serigrafía es una buena manera de expresarse, de decir lo que sentimos. Sin hablar para las personas que a veces nos cuesta sacar las palabras, es una excelente manera de expresarnos. Estamos plasmando cosas de nuestra cultura. Estamos plasmando, palabras colores, símbolos, vestimenta, tradiciones. Plasmamos parte de nosotros”, reflexiona Víctor, quien también es integrante de la cooperativa.
Los jóvenes coinciden que el arte que realizan es también resguardo de toda la sabiduría que los abuelos y las abuelas les transmiten. Tienen consciencia de que se pierde, pero que hay modos de mantenerla viva. Y quién decide adquirir las obras, también decide cuidar esa sabiduría. Por eso el planteamiento de establecer un precio justo en los talleres de creación de cooperativas.
“Vemos la necesidad del pago digno a las producciones culturales de los pueblos. Ha sido también una demanda presente y continua por parte de las compañeras y los compañeros de las comunidades. No podíamos imaginar una propuesta de fortalecimiento de capacidades y de comercialización que no suscribiera los principios del comercio justo”, cuenta Nadia del CICC.
Es temporada de hongos pero aún no salen. Las mujeres que van al bosque, a las labores de reforestación, aprovechan la visita para realizar búsquedas de los deliciosos ingredientes que usan para sus platillos tradicionales. Conocen más de 70 tipos de hongos comestibles.
Piensan que podrían hacer un guisado especial para quienes trabajan en los talleres para la cooperativa que nace en su pueblo nahua, Tlanixco. Pero no ha llovido y tendrán que cocinar otro plato, con quelites y chilacayote.
«Es muy triste que llueva, porque sí tiene que ver con el cambio climático», asegura doña Teresa al bajar de la montaña, a la Radio Tlanixco.
La cooperativa de serigrafía que conforman los jóvenes de esta comunidad se llama Tecolotes. Entre ellos dialogan sobre la migración a Estados Unidos, sus hermanas y otros parientes se encuentran allá. Pero ellos no quieren irse de su pueblo.
Tlanixco es reconocido por la defensa del territorio y por la lucha con la que liberaron a seis presos políticos que defendían el río, para evitar el robo de agua para la siembra masiva de rosas. Esto es parte ya de la memoria del pueblo, y Radio Tlanixco: manantial de libertad, que surgió de esta lucha, ahora comparte sus instalaciones con la cooperativa Tecolotes.
Ahí sostuvieron un diálogo extenso los y las jóvenes de la comunidad con los papás que contaron cómo la división territorial que generaron megaproyectos como la autopista a Ixtapan, también provocaron cambios sociales en los modos de hacer los rituales para sus difuntos en el panteón y las procesiones que se hacían. Cambios sociales que también se han expresado en la división social del pueblo.
“La autopista hizo que se despertara el interés del pueblo por los negocios, por el dinero, empezaron a vender ahí el paradero, a poner tiendas, urbanizar más. Ahora ya le hicieron de doble sentido, muchísimos carros ahí se paran cuando vienen de Ixtapan o de Toluca”, cuenta Rosario Peralta, habitante de Tlanixco, quien realizó el diálogo de saberes con las jóvenes de la cooperativa Tecolotes.
Las modificaciones impuestas en las geografías de su pueblo modificaron hasta el modo en que los ninos y niñas juegan.
La más reciente lucha ganada fue contra un padre de la iglesia católica que estaba prohibiendo y modificando por lo menos seis mayordomías tradicionales de la comunidad. Este conflicto ya estaba dividiendo a los creyentes nahuas, entre las familias más cercanas a la iglesia y quienes luchan por resguardar el modo de ser originario de este pueblo nahua, donde se ha perdido la lengua.
Los talleres del CICC llegaron en un momento en el que los jóvenes de Tlanixco están en búsqueda de oportunidades dentro de su pueblo. Algunos ya tienen hijos y otras ya terminaron la universidad. Como Frida, quien se dedica a la siembra y ve en la serigrafía una posibilidad para cuidar del territorio también.
“Los jóvenes de los pueblos indígenas compartimos nuestro arte para reforzar el conocimiento de nuestra propia cultura y territorios”, describe Frida durante uno de los talleres del CICC. Ve el arte como frutos del esfuerzo de muchos años de cuidar la tierra, desde sus abuelas y antes. Es cuidar también de la memoria de sus abuelas.
El proyecto de crear las seis cooperativas de arte contemporáneo tiene su punto culmen con la exposición ArteMaíz: hospeda sabiduría. Que además es una página web de comercio justo directo con las seis cooperativas que integran el proyecto del CICC.
“Lo que estamos buscando, lo que estamos imaginando con estas cooperativas es hacernos todas y todos, la sociedad mexicana y la sociedad internacional, partícipes del proceso de resguardo y respeto de las culturas y las diversidades que existen en este mundo. Distanciarse de esta idea de que las culturas van a los museos, que los pueblos indígenas venden artesanías oson de museos. Es para hacernos conscientes de que son culturas vivas”, cuenta Nadia Jiménez del CICC.
Las seis cooperativas que nacen de este proyecto son: editorial R’ayo Tsibi (Fuego nuevo) pueblo otomí de San Lorenzo Huitzizilapan. Tecolotes de San Pedro Tlanixco; ambas en Estado de México.
La cooperativa de artistas plásticos Kantemachtlakuillokan (Lugar donde se aprende a pintar) nahua de Xalitla y cooperativa de tejedoras Ñ’omtiuu’ ‘naa welaaya (Memoria de las abuelas), Nnánncue Ñomndaa de Xochistlahuaca; ambas en Guerrero.
Shkielbamban Ditzáa, (Corazón zapoteco), cooperativa de diseño y serigrafía en Santo Domingo Lachivitó. y la cooperativa audiovisual Zanate, binnizá de Juchitán; ambas en Oaxaca.
La exposición se inaugura este viernes 1 de septiembre en la Casa Refugio Citlaltepetl, Ciudad de México.
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