La peor pandemia en un siglo no detiene las celebraciones populares. Disfrazados o motivados por el espectáculo de luces, cientos de capitalinos aprovechan las últimas horas en un Centro Histórico abierto, previo a una inédita fiesta nacional
Texto: José Ignacio De Alba
Fotos: Arturo Contreras
CIUDAD DE MÉXICO.- En el 210 aniversario de la Independencia de México la celebración se llevará a cabo sin espectadores, según el itinerario oficial. La idea es que el 15 de septiembre, el Centro Histórico de la capital esté cerrado para el público y evitar las concentraciones que provoquen nuevos contagios del virus que este 2020 ha provocado la muerte de más de 10 mil personas en esta ciudad. Se prevé que el presidente dé El Grito -que emula el que dio el cura Hidalgo en Dolores- en una inédita transmisión televisiva.
Pero los días previos al grito oficial el centro de la capital (y de la vida pública) del país llena de paseantes y de patriotas para una anticipada celebración. Desde el 1 de septiembre, cuando se encendieron por primera vez las luces decorativas en los edificios coloniales, familias enteras caminan hasta la plancha del Zócalo para admirar la colorida decoración nocturna. Los niños juegan, y se aburren mientras sus papás les toman fotos. Los adultos beben atoles o refrescos mientras adivinan quiénes son los personajes aludidos en las siluetas de focos.
«¿Es Benito? ¿Es la Corregidora? ¿Es Hidalgo? ¿Zapata? ¿Aldama? ¿Morelos? ¿Allende? ¿Es hombre o mujer?» Ya de plano se le pregunta a los niños: “¿Quiénes son los héroes?”. El retoño, futuro de todos, responde: “mi agüelito”. Hoy no importa quiénes son, se ven bonito y es de noche.
El patriotismo no es cuestión de memoria, es cuestión de sentimiento. La patria está en el gentío que se ríe, que grita, que convive en familia. La patria se siente como estornudo en estos días. La gente usa cubrebocas, pero haría enfadar a la ortodoxia de la mascarilla: narices afuera, cubrebarbillas, arete, collar, pulsera, en la bolsa, en la mano, en el dedo, de resortera, a veces de tapete.
“No nos pasa nada, porque casi no convivimos”, comenta Carmen Santiago, quien trajo a su niño de 6 años a que viera las luces. Madre e hijo tomaron un camión y luego el Metro para la tarde de paseo. Comieron en una banca en la Alameda. El niño, que se portó bien, recibió de premio una trompetita colorada, adquirida en los puestos que venden banderas y cubrebocas patrios.
Apenas cayó la noche, se encaminaron al Zócalo. Ahí se sentaron junto a Catedral a mirar las luces colocadas en los edificios aledaños a la explanada y los adornos monumentales. El niño y la madre pasaron el rato, disfrutaron las luces a pesar del frío, vieron a otros paseantes y se comieron un elote entre los dos. Le pregunto por qué viene al centro y responde: “aquí venimos siempre a celebrar los días festivos. Los días que descanso nos venimos para no aburrirnos en casa de la patrona”.
Carmen Santiago tiene 27 años y es empleada domestica. Dice que prefiere los paseos baratos y entretenidos. De una forma u otra siempre acaba en el Centro Histórico. Después de mirar las luces, la joven y su hijo regresan a casa de» la patrona» en Metro; esa no es su casa, me reitera. Su casa está en Oaxaca.
—¿Su patrona no se enoja de que salga a pasear al centro por la pandemia?
—No, mi patrona está en su otra casa. Desde que empezó se fue y no ha vuelto, solo estamos mi niño y yo. Así que los domingos nos salimos a pasear.
La gente que viene al Zócalo en estos días de pandemia —la Ciudad de México sigue en semáforo naranja, que significa «alto riesgo»— llega, en su mayoría, en Metro.
Los patriotas vienen bien preparados: banderas, trajes de charros o escaramuzas. Hay quien se pinta la cara y quien obstina en tomar tequila o mezcal. Hay quien se la sigue en alguno de los bares del centro, que con excepcional quebranto a la ley sanitaria abren y promocionan karaoke, donde los borrachos cantan desentonados.
En la plaza de la Constitución el sonido patrio es el pitido de las trompetas de juguete. Si los niños están contentos pitan y si están enojados pitan más fuerte para no escuchar a nadie. Otros se persiguen para tronarse huevos con confeti.
El Zócalo que es tan plano casi no permite desigualdades, aquí se llega y se va a pie. Aquí a cualquiera le dan un huevazo en la cabeza o le sacan la cartera de la bolsa. Pero donde empieza la calle, comienza la desigualdad. Alrededor de la plaza, los coches transitan con ventanas cerradas pero con tripulación alerta para apreciar el espectáculo de luces. Con celular en mano fotografían al Palacio del Ayuntamiento, La Catedral, Palacio Nacional o los coloniales edificios de comercios.
Si el conductor es audaz, prende las intermitentes para tomarse la licencia de violar las leyes de tránsito a su antojo: se sube a la banqueta, se echa en reversa, abre todas la puertas, saca niños de la cajuela, detiene el tráfico y pone en riesgo a peatones o a los agentes de tránsito. Cuando la autoridad lo increpa, el automovilista responde furioso: “Carajo, ¿qué no ve las intermitentes?”.
Hasta este sábado 12, la gente participa en una inusual fiesta popular, donde se grita “Viva México” hasta el cansancio. Para el domingo 13, las autoridades capitalinas deciden cerrar el paso a los paseantes y así se quedará hasta que pasen los ánimos patrios del 16 de septiembre.
La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, informó que los negocios que se ubican en las inmediaciones del Zócalo deberán permanecer cerrados desde este lunes, hasta el miércoles 16.
Será un grito a distancia. Sólo se trasmitirá por televisión e internet. ¿Qué piensa la gente de celebrar el grito por televisión?. En los últimos minutos del festejo anticipado, mientras el policía invita a «tomar su foto y retirarse», un paseante resume resignado: “Ahora todo lo quieren hacer por televisión. Así está mejor porque nos cuidan. Pero de que va a ser sin chiste, de eso no hay duda”.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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