El separatismo ha sido y es parte de la historia del feminismo. Se presenta desde los albergues para mujeres violentadas hasta programas de Estudios de Mujeres. Son espacios que a las mujeres les significan seguridad en el sentido más elemental. Es instintiva y es una forma de auto-preservarnos “de la misoginia que nos rodea”
Vengo aquí a vaciar mis pensamientos sobre la más reciente protesta contra la violencia feminicida en la Ciudad de México, una que considero puede llevarnos a reflexionar mucho más sobre la organización política de mujeres y feministas en este país de que lo que hasta ahora hemos hecho. Vengo a tratar de articular aprendizajes que he adquirido de otras, muchas mujeres, y el 16 de agosto vinieron a mi mente como cascada. Vengo a recalcular el discurso.
Quiero hacerlo para aquellas que ese día vieron la rabia desbordada y por primera vez pudieron reconocerse en otras y decir, además del “Todas tenemos miedo”, “Todas tenemos miedo y estamos hartas”. Todas. El vaciado de ideas será a manera de lecciones y la primera [esta mera] será sobre la defensa forzosa de los espacios separatistas. No es una lección menor, sino una que no podemos perder de vista ahora, cuando en el fondo de todo este asunto lo que buscamos es nuestra seguridad y nuestra justicia.
Cuando una convocatoria o espacio de mujeres se nombra separatista significa que los hombres no son bienvenidos y esto no es un capricho como a muchos y muchas les gusta señalar. Existen, por ejemplo, razones suficientes para pedir que una protesta contra la violencia feminicida sea separatista: hechos, como vatos mecos agrediendo a otros vatos impertinentes, lo comprueban. Quien no alcance a hacer este primer análisis —bastante básico, desde mi punto de vista— demuestra [como mínimo] una tremenda incomprensión sobre cómo opera la violencia feminicida en este país y nada tiene que hacer en una manifestación en contra de ésta.
El separatismo ha sido y es parte de la historia del feminismo. No es una teoría o una doctrina, escribió Marilyn Frye en Algunas reflexiones sobre separatismo y el poder (1988), sino un elemento que se presenta desde los albergues para mujeres violentadas, pasa por los círculos de brujas, y va hasta programas de Estudios de Mujeres.
Resulta fundamental entender la diferencia entre los espacios exclusivos-discriminatorios y los espacios separatistas feministas. Para ello, quizá tenga que repetir lo obvio: hasta el momento, la creación de estos espacios no ha sido gratuita, sino que surge de la necesidad de defendernos como mujeres; primero, de la negación histórica del acceso a espacios de esparcimiento, educativos, laborales, culturales, de toma de decisiones, por el solo hecho de ser mujeres (el separatismo masculinista, como lo define Frye); luego, de la violencia patriarcal.
Así es, Juancho, aunque tu respuesta inmediata sea “¿i pir qui lis fiminizis hicin li mismi i lis himbris?”. Mira, hay un detallito: esa negación del acceso a espacios y las agresiones contra las mujeres no sucede en una sociedad marciana, se dan en un contexto: un mundo patriarcal, ese en donde el dominio pertenece a los hombres, blancos, ricos, heterosexuales solo por el hecho de ser hombres, blancos, ricos heterosexuales.
Ahora, no confundamos discriminación a grupos minoritarios, segregados por periodos históricos, con la negación sistemática a la que se han enfrentado por siglos lo que ahora viene siendo la mitad de la población. Así quizá dejamos de pensar que los hombres que no ostentan todos los privilegios porque ni son blancos, ni ricos, ni heterosexuales, pueden ser recibidos en los espacios separatistas de mujeres.
No, chavas, no. Quizá ellos nunca lleguen a aceptar los espacios separatistas porque sus privilegios no les permiten ver que lo que hay en el fondo es una cuestión de justicia histórica. Nosotras no solo podemos aceptarlo, podemos comprenderlo porque hemos vivido su exclusión y la violencia. Y si nos parece que no nos ha tocado ni nos tocará jamás porque nuestros jefes, novios, hermanos, hijos o papás sí “respetan a las mujeres”, estamos obligadas a hacer un ejercicio de introspección real y de empatía con otras mujeres que han sido excluidas, violentadas y tienen todo el derecho a exigir espacios separatistas porque para ellas esos espacios significan, en el sentido más elemental: seguridad. Y no solo la sensación de seguridad, ¡carajo! Nosotras lo sabemos, podemos verlo, comprenderlo y defenderlo.
Lo que tú, Juancho [sí ¡tú!], no quieres ver es que cuando no respetas un espacio separatista también estás siendo un agresor [ajá, como los que manosean, golpean o violan]. Cuando una mujer te pide: “Hazte a un lado porque quiero sentirme segura”, te importa más tu sensación de exclusión que su sensación de seguridad, y volver a caer en ese desequilibrio —y encima de ello venderte la idea de que eres un aliado feministo— te convierte en un idiota.
La separación feminista les parece tan repulsiva a los patriarcas porque puede llegar a ser realmente efectiva en su contra. Es instintiva y es una forma de auto-preservarnos “de la misoginia que nos rodea”. Por ello, llevada a cabo como una práctica consciente y sistemática puede llegar a parecer tan peligrosa para quienes ya no se verán más beneficiados de la dominación, explica Frye. Y si a través del separatismo las mujeres adquirimos poder, quizá por eso causa tanta molestia.
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