Se cumplen 20 años de la huelga estudiantil que frenó el aumento de cuotas en la universidad pública más grande de México. Desde entonces, más de 1 millón y medio de personas se han graduado de la UNAM. El movimiento quedó como un precedente mundial contra la privatización de la educación universitaria. Pero sus líderes, «hijos de nadie», quedaron en el olvido
Texto: José Ignacio De Alba
Fotografías: Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO.- A Alberto Pacheco lo apodaban El Diablo en los partidos del futbol. Pero el apodo tomó nuevos horizontes en 1999, cuando TV Azteca lo utilizó para agravar el tono con el que se refería a los estudiantes que encabezaban la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Los medios presentaban al Diablo como un provocador. El embate, dice ahora, no sólo era del gobierno, sino de intelectuales, de la izquierda partidista y muchos padres de familia que apoyaron el golpe policiaco en contra de los estudiantes que durante 9 meses tuvieron cerrada la UNAM.
Pacheco, un cuarentón de melena larga, cuenta en entrevista que la mayoría de los estudiantes que se manifestaron en el Consejo General de Huelga (CGH) no eran hijos de políticos o de intelectuales, ni siquiera de gente que tuviese acceso a libros o a trabajos “formales”.
En una charla que se prolonga varias horas, El Diablo resume su historia familiar: “por parte de mi madre eran campesinos llegados a la Ciudad de México […] por parte de mi padre se la pasaban entre la pulquería y la cárcel”.
Su familia, cuenta, vivía gracias a las ganancias de un taxi de su propiedad. “Yo aprendí el comunismo en las calles”, resume.
Oriundo del barrio San Felipe de Jesús, en la alcaldía de Gustavo A. Madero, Pacheco dice que en el movimiento estudiantil aprendió que la verdadera fuerza del cambio era el pueblo, sin importar que fueran “torpes” o “ignorantes”.
Sin embargo, ese carácter del movimiento fue despreciado por la izquierda partidista o los intelectuales.
“El Partido de la Revolución Democrática (PRD) despreció al movimiento de masas, abandonó la movilización estudiantil y sustrajo a los activistas para llevárselos a las Brigadas del Sol”, dice Pacheco.
Por eso mismo, insiste, el propio movimiento desconfió del régimen y de todos los que se unían a él.
Desde 1987 el gobierno mexicano intentó subir las cuotas de cobro en la UNAM, la universidad pública más grande y emblemática del país. Desde entonces, el tema sería repetitivo y varias huelgas estudiantiles — 1990, 1992, 1995, 1997 — se habían opuesto al establecimiento de cuotas.
La tendencia privatizadora del gobierno mexicano había pasado por casi todos los sectores productivos del país. El país vivía una ebullición política, con la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el levantamiento en armas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional como los dos polos opuestos del modelo de país en dísputa.
Cuauhtémoc Cárdenas, fundador del PRD, se postulaba como candidato a la Presidencia frente al empresario convertido en político Vicente Fox.
Era el sexenio de Ernesto Zedillo, que inició con el “error de diciembre” que devaluó el peso mexicano y pauperizó la calidad de vida de millones de personas.
El 20 de abril de 1999, los estudiantes tomaron la universidad para manifestarse contra el cobro de cuotas y otras medidas impulsadas por el rector Francisco Barnés. El postulado del Consejo General de Huelga (CGH) era claro: la UNAM estaría cerrada hasta que las autoridades hicieran valer el artículo tercero de la Constitución que reza que la educación debe ser gratuita, laica y obligatoria.
Nadie imaginaba que la huelga duraría 9 meses y que ese movimiento estudiantil lograría poner un freno al modelo neoliberal que se extendía en los sistemas educativos de todo el continente. Alberto Pacheco era entonces uno de los líderes de la Facultad de Economía.
El Diablo es uno de los invitados al conversatorio «La huelga estudiantil de 1999», organizado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, y que, a 20 años de distancia, busca resignificar la importancia de ese movimiento.
En el conversatorio participa otro de los líderes estudiantiles de 1999: Mario Benítez, el Gato, ahora integrante de la disidencia del Sindicato Mexicano de Electricistas.
El hombre asegura que más de un millón y medio de estudiantes han salido de la UNAM desde el año 2000, sin el aumento en las cuotas.
“Se asocia la incursión policiaca con derrota del movimiento, pero miren ustedes 20 años después nuestro logro permanece”, dice Benítez, para quien esa fue “la primera huelga que se opuso al neoliberalismo en México”
Ernesto Armada, otro de los invitados al conversatorio, asegura: “la victoria también es cultural, cada vez que en cualquier parte del mundo se intenta cobrar por la educación sale el fantasma del CGH. Salió en Chile, en Colombia seguimos siendo un referente de lucha en contra de la privatización de la educación”.
Ese peso, sin embargo, fue borrado por el relato oficial. En la mesa sobre le movimiento y los medios de comunicación se dan algunas pistas. «A diferencia de la huelga de 1987, que era de la de los criollos, de los güeritos, hijos de exiliados republicanos y de intelectuales y académicos, esta era la huelga de los hijos de nadie, un movimiento abandonado por todos», dice el periodista Hermann Bellinghausen.
Luis Hernándes Navarro, director de opinión de La Jornada, recuerda que incluso los escritores Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska firmaron el desplegado que legitimó el golpe policiaco contra de los estudiantes.
En febrero de 2000, el presidente Ernesto Zedillo optó por reprimir a los estudiantes que tenían tomada la universidad. Con la entrada a CU, el gobierno estrenó la Policía Federal Preventiva y detuvo a 998 estudiantes. Entre ellos iba Alberto Pacheco.
Al diablo lo acusaron de motín, terrorismo, corrupción de menores, lesiones, robo. “Tenía y más cargos que Caro Quintero”, dice ahora.
Cuenta que aún dentro del reclusorio, el movimiento siguió: los estudiantes organizaron marchas dentro del penal; desde ahí respaldaron el pliego petitorio y agregaron un punto más: el de la liberación de los presos políticos. Además, nombraron a representantes por cada una de las celdas y formaron el «Consejo General de Celdas». También se dedicaron a la alfabetización de presos comunes.
Al final las autoridades de la penitenciaría los recluyeron aún más.
Meses después, la presión social logró que los estudiantes fueran liberados. Sin embargo, el estigma que se había construido sobre ese movimiento permaneció sobre sus dirigentes.
El tema de las cuotas quedó relegado y, desde entonces, ningún rector de la universidad lo ha vuelto a plantear.
— ¿Qué le faltó al movimiento?, le preguntamos ahora al diablo
— Madurez, éramos demasiado chicos y cometimos muchos errores, nos faltó más formación política. Pero tampoco le puedes pedir a un movimiento así que sea más ordenado. Ningún movimiento es ascendente puro y limpio, claro que hubo conflictos y muchos errores.
— ¿Qué aprendizajes quedan de la huelga?
— Pues a combatir las injusticias. Muchos de los que integraron la huelga siguieron nutriendo otros movimientos: sindicales, obreros y de todo tipo.
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