#LaEstigma produce barreras de comunicación y en el contexto del consumo de drogas se deben crear espacios que propicien el diálogo y la escucha activa. El 26 de junio la sociedad civil mexicana y el mundo se movilizará para romper con estos prejuicios contra las personas consumidoras
Por Monserrat Angulo* / ReverdeSer
A un siglo de la instauración del régimen prohibicionista y a 50 años de la declaración de la guerra contra las drogas, los estados integrantes de la ONU continúan persiguiendo el mismo objetivo: “crear una sociedad libre de drogas”. En respuesta a ello, la sociedad civil organizada de México y el mundo nos movilizaremos este 26 de junio en el marco de la campaña global “Apoye. No Castigue”.
El año pasado, al menos 239 ciudades de 90 países participaron en el llamado a la acción. Esta iniciativa de base comunitaria es promovida por el Consorcio Internacional de Política de Drogas (IDPC), una red internacional de organizaciones y activistas que promovemos la reducción de daños y las políticas de drogas basadas en los derechos humanos.
Los efectos de las políticas prohibicionistas en nuestras sociedades han sido devastadores. Las violaciones sistemáticas de derechos humanos son una constante que experimentan miles de personas que se relacionan directa o indirectamente con el sistema ilegal de producción de drogas. Esto sucede también en el plano simbólico, donde el estigma es un componente clave para entender desde dónde conceptualizamos, nombramos y nos vinculamos con ellas.
El uso de drogas como práctica social y cultural ha sido estigmatizado por los gobiernos que sostienen el régimen prohibicionista. El estigma es resultado de un proceso de categorización que equipara cualidades negativas a un objeto o sujetx a partir de creencias basadas en estereotipos y prejuicios. Dicho esquema cognitivo determina en cierta medida nuestro actuar, sentir y pensar en el mundo social.
Cuando hablamos del estigma alrededor de las drogas es importante analizar el discurso público: ¿qué se dice? ¿cómo se dice? ¿quién lo dice? y ¿cuáles son sus efectos? Entender la importancia del lenguaje resulta crucial porque es el primer vehículo a partir del cual aprehendemos nuestras realidades.
El discurso prohibicionista sostiene que las drogas son una amenaza pública que requiere ser combatida con mano dura. Crea un enemigo público difuso y también perfiles estereotipados. En términos generales se trata de una narrativa de corte racista basada en moralismos que reproducen miedo, desinformación y generalizaciones.
Lo anterior lo observamos en los medios de comunicación, las declaraciones de representantes públicos e incluso en conversaciones familiares, donde es común el uso de los términos “adicto” y “delincuente” para referirse despectivamente a las personas usuarias. De acuerdo con Angelica Ospina, anteponer estos atributos produce un efecto deshumanizador que niega derechos y alienta conductas de odio.
El pasado 8 de mayo, durante la XXI Marcha del Día Mundial por la Liberación de la Mariguana, salimos a preguntar a las personas usuarias cómo viven el estigma. Los testimonios reflejan que las drogas percibidas como “malas” te vuelven una “loquilla”, “loco” o “delincuente”, “no tienes futuro”, «te quitan el profesionalismo»; “te ven con asco”, “discriminan” y “señalan”. A continuación compartimos algunos de ellos:
“La gente me ve mal en el metro, cuando huelo, y también en general en las marchas cuando pasamos, vemos que también nos ven con cara de asco. También cuando pides ayuda a los policías y tienes aliento a marihuana, buscan primero buscarte algo para extorsionarte en vez de ayudarte”
(Anónima, 23 años, Ecatepec).
“Si, si me he sentido juzgada. Sobre todo cuando empecé a consumirla ya pues como lo hago por gusto y no la parte medicinal, siento que me vi muy juzgada por mi familia, no la más cercana, pero si por las tías, los primos y todo esto, y pues también por el entorno…”
(Anónima, 29 años, Benito Juárez).
Si bien categorizamos para aprehender nuestra realidad, el estigma es una marca que promueve violencia y justifica desigualdades al establecer una distinción entre “ellxs” y “nosotrxs”. Esto además se cruza con otras variables de vulnerabilidad como el género, la edad, el origen étnico, entre otras, causando mayor exclusión y marginalización.
Pensar la dimensión política del lenguaje implica reflexionar cómo nombramos nuestras experiencias. Es entender que los significados de las palabras se encuentran en continua disputa y pueden ser reivindicados pese a su carga histórica, abriendo un margen donde es posible negociar el estigma.
¿A qué nos referimos? Principalmente a reconocer que el estigma produce barreras de comunicación. Ello amerita la creación de herramientas que propicien el diálogo y la escucha activa. Esto daría pie a contar otras historias, promover la empatía y la conexión social. Como bien expresa un testimonio: “tener una comunicación familiar siempre muy amplia, creo que es muy importante”.
Dejar atrás la guerra, también implica transformar lo simbólico. Necesitamos construir sociedades más comprensivas, incluyentes y menos punitivas. Este 26 de junio alcemos la voz en el Día de Acción Global Apoye. No castigue para #RomperLaEstigma. Envíanos tus testimonios: festivalapoyenocastigue@gmail.com
*Coordinadora en ReverdeSer Colectivo.
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