27 mayo, 2021
Detrás de la detención del feminicida serial en Tlalpan está el trabajo de cinco meses de una pequeña unidad de investigación que recopiló los casos y los situó en un mapa. Una joven policía notó que dos crímenes eran idénticos.
Texto: Lydiette Carrión
Foto: Armando Monroy / Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO.- Durante los fines de semana, la Picacho Ajusco es destino de ciclistas, familias, jugadores de gotcha, asiduos de quesadillas y caldos de hongos. Pero por las noches es un extenso territorio solitario salpicado de colonias irregulares, rodeado de bosques y atravesado por una carretera. Este lugar ha sido un espacio para que criminales se deshagan de algún cuerpo y lo arrojen desde el auto.
Ahí, el pasado 1 de noviembre de 2020, en el camino a Xicalco, paraje Volcán Ololica, fue hallado el cuerpo de una mujer. A los pocos días fue identificada: tenía 39 años, era comerciante. La relativamente nueva Fiscalía Especializada en Feminicidios (tiene poco más de un año y tres meses) atrajo el caso. La investigación fue la mínima y con eso identificaron a un sospechoso. Se trató de cosas sencillas que por lo general, en los ministerios públicos del país no realizan: hablar con la familia, establecer datos generales del día de los hechos, verificar sábana de llamadas, radiolocalización. Enseguida salió un sospechoso: Alfonso, un hombre de 44 años, taxista, con quien la víctima sostenía una relación de confianza.
Para el 11 de diciembre, la fiscalía identificó al sujeto.
Pocas semanas después en la fiscalía se dieron cuenta de que podría tratarse de un feminicida serial.
Pero, ¿cómo lo hicieron? ¿Cómo se hace una investigación para identificar y detener a un feminicida serial?
La fiscalía especializada en Feminicidios de la Ciudad de México tiene poco más de un año de existencia. La fiscal general la creó, en gran parte, por los reclamos y las marchas feministas. La fiscal además tuvo un acierto, le propuso el cargo a Sayuri Herrera, abogada y psicóloga por la UNAM, quien tenía ya trayectoria. Por ejemplo, ella coadyuvó a la familia de Lesvy Rivera Osorio para que el feminicidio de su hija Lesvy Berlín no quedara impune, y fue de las impulsoras de la alerta de género en la ciudad.
En diciembre, y después de identificar al responsable, una pequeña unidad de investigación indagó un poco más. Hizo lo que los expertos llaman “análisis y contexto”: recopilar casos y situarlos en un mapa.
Suena sencillo, pero no lo es. Ciudad de México es un conglomerado de ministerios públicos, de fiscalías e información desagregada en diferentes oficinas. Tan solo hallar o investigar una cifra sobre feminicidios en la alcaldía de Tlalpan fue difícil. Pero enviaron los oficios correspondientes y así llegaron a estos datos preliminares sobre feminicidios en la alcaldía (se trata de casos que caben en la tipología de feminicidios y no de todas las muertes violentas de mujeres), conseguidos apenas unos días antes de este texto, tras pedir datos e informes a agencias del ministerio público desconcentradas, oficinas:
–En 2020 se dispararon los feminicidios–, exclama la reportera.
–No realmente; más bien comenzamos a mejor– contestan en la fiscalía. –Ese año se creó la fiscalía especializada; antes no existía nada parecido.
Aún así, saben que no tienen todos los expedientes posibles. Pero volviendo a la historia:
Hubo al menos tres expedientes que llamaron su atención.
28 de abril de 2019, el cuerpo de otra mujer, esta vez localizado en el kilómetro 15 de la carretera Picacho Ajusco, muy cerca de un paraje denominado “El charco de camino a Xitle”, muy cerca de las entradas a los parques visitados cada fin de semana por los capitalinos: a un par de kilómetros de los gotcha, de las quesadillas y los lugares para ir a andar en bicicleta.
Un poco más hacia atrás en el tiempo, el 6 de enero de 2018, otra mujer de mediana edad es localizada al fondo de una barranca en la colonia Magdalena Petlacalco, un asentamiento popular cerca del parque El Arenal.
Finalmente, encuentran un expediente olvidado, arrumbado en el lugar donde se dejan los casos fríos, el archivo. El 16 de mayo de 2016, kilómetro 33 de la Picacho Ajusco: una zona habitada, con calles y casas… sin embargo es posible que por la noche, junto a la carretera, pocos se detengan. Ahí también fue localizado el cuerpo de una mujer.
Una vez que recopilaron expedientes, vino el análisis: una joven policía de investigación, que se forjó en los dragados del gran canal en Ecatepec, se puso a verificar datos y mirar mecánica de lesiones.
–El ojo clínico de la jefa–, describe Herrera.–De solo ver los expedientes, me dijo: ‘mira, estos dos casos son idénticos’–, explica la fiscal, refiriéndose a las heridas en dos de los casos.
Cotejar modus operandi y mecánica de lesiones, desempolvar archivos, tramitar y vigilar que se hagan diligencias pendientes, que nunca se efectuaron, como análisis genéticos… Luego investigar y buscar más información sobre el sospechoso. Para eso hubo escuchas, acercamientos y recopilación de pruebas, es decir, trabajo de investigación policial.
Todo ese proceso duró 5 meses, hasta que la fiscal general de la ciudad, Ernestina Godoy, declaró a la prensa que se había detectado y detenido a un feminicida serial. Un hombre que se ganaba la confianza de sus víctimas, desarrollaba una relación amistosa o íntima, era el taxista al que ellas llamaban para sentirse seguras, y finalmente las atacaba.
En los últimos años se han dado a conocer varios casos de feminicidas seriales: el monstruo de Ecatepec, el feminicida serial en Atizapán, el apodado el matanovias en Ciudad de México. La prensa suele mostrarlos como asesinos solitarios, con traumas profundos. Algo que las activistas feministas no se han cansado de señalar es que en la enorme mayoría de los casos no se trata de gente profundamente enferma o traumada. Más bien, la mayoría son resultado de un sistema machista y de la enorme impunidad que existe en México para este y otros crímenes. No son enfermos, son sanos hijos de este sistema, recalcan.
Es la inacción de las autoridades, la facilidad de matar y salir impune, lo que más propicia estos casos, acusa Herrera.
Finalmente, tanto en el caso específico del feminicida de Tlalpan como en otros (cabe recordar el caso de El Coqueto, en Naucalpan y otros violadores seriales), Herrera enfatiza la necesidad de regularizar el sistema de transporte público, tener padrones claros, accesibles, tanto de sitios de taxis como de autobuses. El transporte en Ciudad de México y el área metropolitana es un foco rojo de inseguridad.
*La fiscalía especial para investigar el delito de feminicidios solicita a aquellas personas que conozcan casos similares a acercarse a la institución para seguir investigando.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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