La autora de este ensayo gráfico considera que la causa por los derechos de los animales es el movimiento social más importante de este siglo incipiente. Se juega, dice algo más que la sobrevivencia, de ellos y nosotros…
Texto y fotos: Elideth Fernández*
En algún momento de la historia, fue casi imposible imaginar movimientos como la abolición de la esclavitud, la lucha por los derechos de las mujeres o los derechos de la comunidad LGBTTTQI+. Pues lo mismo ocurre hoy con el movimiento por la liberación animal; es probable que muchos no alcancen a comprender del todo el sentido de nuestra lucha. Pero hemos aprendido a no claudicar y a seguir soñando.
En un intento de reconciliación conmigo misma, comencé este ensayo socio-documental, cuyo objetivo es motivar a las nuevas generaciones de artistas visuales, reporteros y periodistas, a contemplar en su trabajo los derechos de los animales**, no sólo desde la perspectiva de la creación, de la crítica y de la documentación, sino principalmente desde la del compromiso personal. Tenemos una deuda por saldar.
Crear un género fotográfico documental y artístico hacia la defensa de los derechos de los animales, debe, sin lugar a dudas, coadyuvar a la reflexión. Mirar a los animales como los individuos que son, y no como simples componentes de un ecosistema que se defiende desde utilitarias y desdeñosas posiciones antropocéntricas, es decir, exclusivamente para satisfacer una necesidad humana.
Expandir nuestra esfera moral y nuestro círculo de compasión, incuestionablemente, es emprender el camino de la evolución y acercarnos a la verdad, lo cual en lo inmediato se traduce en protección y justicia para los animales, y a mediano plazo en supervivencia para todos.
Surgirá el cuestionamiento inevitable: Que si los espectáculos e industrias que utilizan y explotan a los animales son parte de nuestras tradiciones y nuestra cultura… Ya lo dijo la filósofa e historiadora del Arte, Tatiana Espinasa: “la cultura implica necesariamente un momento de ruptura con su pasado en nombre de una posibilidad creadora diferente…”.
Ahora bien, ¿por qué considero que la causa por los derechos de los animales es el movimiento social más importante de este siglo incipiente?
Más allá de la inequidad e inexcusable injusticia que supone para ellos considerarlos meros instrumentos a nuestro servicio, usándolos, explotándolos y destruyéndolos, esta perspectiva menoscaba las poblaciones y grupos sociales; pone en riesgo la supervivencia de comunidades, la de sus especies, la del planeta mismo, y, fatalmente, la de todos sus habitantes (suficientes estudios lo documentan). Es por lo tanto imprescindible y apremiante generar una revolución basada en la empatía y la conciencia; un movimiento social a gran escala.
Está demostrado que el trato no equitativo que se le da a una persona por motivos étnicos, de identidad sexual, religión, etcétera, es altamente perjudicial, y hoy sabemos que también lo es la discriminación por especie.
Y no se trata aquí de humanizar a los animales, pues no somos iguales a ellos, ellos a nosotros, ni lo son ellos entre sí. No obstante, todos tenemos algo en común: cada uno, en diferentes grados y niveles en función de nuestra naturaleza y especificidades individuales, somos seres dotados de sensibilidad, de sentimientos, de pensamientos y de conciencia. Más importante aún, todos estamos aferrados con fervor a la existencia, todos deseamos ardientemente la vida. Por lo tanto, todos tenemos derechos esenciales: el derecho a vivir, el derecho a no ser privados de nuestra libertad, a no ser arrancados de nuestro entorno, a no ser utilizados, explotados o esclavizados, a no ser violentados, torturados ni asesinados. En ese sentido, en 1948 la ONU promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y lo que sigue ahora, en nuestro tiempo es adoptar un compromiso en lo que toca a los deberes de la humanidad.
Finalmente, y como dijera John Maxwell Coetzee, premio Nobel de Literatura en el año 2003, en una conferencia en el Museo Reina Sofía de Madrid, parafraseando al filósofo alemán Arthur Schopenhauer: los animales no necesitan de nuestro amor, sino de justicia.
¿Que nos preocupemos de las personas? ¿Cuántas veces no oímos esta conminación obtusa y necia, con toda la carga insidiosa de ignorancia, hipocresía y solapada provocación que conlleva, machacada una y otra vez a lo largo de los días?
Como dice en su texto el gran activista de las letras Julio Ortega, precisamente “eso hacemos cada vez que luchamos por desterrar la violencia del comportamiento humano”. La violencia, pero también la indiferencia y el egoísmo, que son el corazón mismo y luciferino de la barbarie.
Elegí la fotografía en blanco y negro porque el color me estorba para formular el mensaje que quiero transmitir. Mi idea no es retratar la sangre, ésta sólo distrae la atención del espectador. Quiero dejar la sangre fuera de la foto y potenciar otros elementos como la expresión de la zozobra, de la angustia, del tormento. Para enfatizar la atmósfera y la mirada, el blanco y negro es fundamental. La falta de color nos permite introducirnos mucho más en la imagen, adentrarnos en el espacio y en la escena que se desenvuelve ante nosotros; pero sobre todo nos permite profundizar y sumergirnos en lo que realmente está sucediendo, empaparnos en su realidad, penetrar en la psiquis profunda, en el alma del individuo sufriente en todos los estados de su suplicio y en la tiniebla muda y profunda de su abandono y de su soledad.
Así, lo que se desarrolla frente a la lente no es tan sólo el espectáculo macabro de una cabra o de una res a la que están degollando para su posterior consumo. Lo que está perpetrándose allí es el asesinato premeditado, sistemático, metódico y a sangre fría de un individuo inocente y totalmente inerme que tenía el deseo inagotable de vivir. Un anhelo infinito e imposible, incluso bajo las oleadas mismas de su sangre vertida a raudales en las losas y cunetas infectas de un matadero.
* Elideth Fernández es miembro de la Red de artistas e intelectuales por la abolición de la tauromaquia, una gran iniciativa de Movimiento Consciencia–Fundación Internacional por el Reconocimiento de la Consciencia y los Derechos de los Animales- junto con la promotora cultural Gloria Maldonado Ansó. La Red se está integrando, entre otros, por personajes icónicos de la cultura en México y el mundo, conscientes de la importancia del tema y de la necesidad de condenar las corridas de toros como cualquier otra forma de exaltación y normalización de la violencia.
** NOTA DE LA REDACCIÓN.- En el Derecho Internacional no hay un consenso aún sobre la viabilidad de aceptar el concepto de «derecho animal». La principal crítica a esta propuesta, desde la teoría jurídica, es que los derechos animales solo pueden ser elaborados a partir de una subjetividad humana. Es decir, un sistema jurídico parte de un contrato social que establece derechos y obligaciones (el derecho a la vida va acompañado del deber de no matar, por ejemplo), lo que, en el caso de los animales, es imposible de cumplir. Este cuestionamiento no defiende el sufrimiento innecesario de los animales, sólo rechaza la pretensión de atribuir derechos a entes no humanos que no podrán ejercerlos de forma autónoma y necesariamente tendrían que ser «representados» por personas que se autoasignan esa representación. Algunas preguntas que los críticos han planteado son: 1. Los derechos para los animales, ¿son una extensión de los Derechos Humanos o se trata de nuevos derechos? ¿Cómo deberían dirimirse conflictos normativos entre derechos humanos y animales (por ejemplo, en el caso de las investigaciones científicas)? ¿En qué consistirá la legitimidad de las personas humanas que implementarán derechos de los animales en su nombre?
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