En la posibilidad de plasmar quién soy, qué hago, cómo pienso está la oportunidad de recuperar el pasado y escribir sobre la historia de nuestras ancestras: «para construir con ella una primera genealogía de mujeres con las cuales identificarse”
Twitter: @celiaguerrero
A veces damos las cosas por sentado. Por ejemplo, a veces pienso que no quiero escribir esta columna porque no tengo nada que aportar, que —entre mi síndrome de impostora y la presunción de que quienes me leen son mujeres brillantes— no hay nada que yo pueda añadir que no hayan reflexionado ya, que eso de teclear desde la primera persona, con la opinión por delante, es un proceso muy cansado y pretencioso. Entonces pienso en que apenas dos generaciones atrás en mi familia a las mujeres no se les permitió aprender a escribir más allá de su nombre, pienso en las niñas y mujeres en cualquier lugar del planeta que no tuvieron ni tendrán la oportunidad de plasmar y comunicar sus ideas, y me avergüenzo de dar por sentado que yo siempre voy a tener la posibilidad de hacerlo a través de la escritura, y se me pasa.
En la introducción de Cómo acabar con la escritura de las mujeres Joanna Russ apunta: “En una sociedad que se define como igualitaria, la situación ideal (socialmente hablando) es aquella en la que los miembros de los grupos «inadecuados» tengan la libertad de dedicarse a la literatura (o actividades igualmente significativas) y aún así no lo hagan, probando por tanto que son incapaces de ello.” Luego, a lo largo del libro Russ desarrolla que esa libertad es tan solo nominal, un truco, y para realmente acabar con la escritura de las mujeres se aplican y repiten otras múltiples técnicas, como la negación de la autoría, la falsa categorización, la argumentación de la anomalía, entre otras. Esa libertad, no hay que perderla de vista.
Durante el último fin de semana, algunas feministas en México, Latinoamérica y España se enredaron en una discusión de redes sociales —que no voy a abordar acá— sobre abuelas, brujas y racismo. De lo que se dijo, rescato la reflexión de la periodista feminista Montserrat Pérez: “Yo creo que cada una sabe lo que fueron o son sus ancestras y no lo tiene que justificar. También puede que no sepamos porque el patriarcado nos cortó los lazos con las mujeres del pasado. En fin, siempre es buen momento para recuperarlas”.
Divagué durante días alrededor de la invitación a recuperar a nuestras ancestras: ¿es que las feministas actuales no estamos lo suficientemente comprometidas con esa labor? Y si es así, ¿por qué? ¿Qué mecanismos han actuado para eliminar la posibilidad de conectarnos de forma intergeneracional como mujeres? ¿Cómo le hacemos para recuperar LA Historia de esas mujeres del pasado si ésta se les/nos fue negada? Creo que cada una de estas preguntas podemos hacérnoslas como colectivo, pero también de manera personal.
Por mi parte, puedo reconocer que hace apenas unos años comencé a interesarme por la historia y el pensamiento de mis ancestras. Me da pena admitirlo pero es verdad: antes del feminismo no hubo nada que despertara en mí el interés por conocer alguna —la que fuera— genealogía femenina, ni siquiera la propia. Los detalles de mi ascendencia en general son casi inexistentes, los pocos datos que sí llegaron hasta mi generación a través de la oralidad hablan solo del recorrido de vida del conjunto familiar y cuando intenté indagar quiénes fueron, qué hicieron, cómo pensaban mis ancestras, descubrí poquísima información o nada.
Porque sé de amigas feministas que han intentado el mismo procedimiento con resultados similares, aun cuando los orígenes de nuestras familias son diversos, puedo decir que esa invisibilidad o ese borrado de la genealogía femenina no es casual.
Por eso este texto comienza hablando de la vergüenza que me provoca a veces dar por sentado eso que a mí me fue “dado” (entre comillas): la posibilidad de plasmar quién soy, qué hago, cómo pienso. Ahora creo que en esa oportunidad presente y futura está también la de recuperar el pasado: escribir sobre nuestras ancestras.
Francesca Gargallo, feminista autónoma, dedica un capítulo de Ideas feministas latinoamericanas a la historicidad y genealogías femeninas en la región. Allí desarrolla cómo desde el siglo XVII es posible rastrear reflexiones de escritoras latinoamericanas al rededor de la alteridad, “una visión desde otra realidad que la dominante”. Pero, la historicidad de esas ideas no se da hasta que el movimiento feminista organizado las reivindica.
“Lo que hicieron las feministas de la segunda mitad del siglo XX fue recuperar su historia para construir con ella una primera genealogía de mujeres con las cuales identificarse”, apunta Gargallo. Ese ejercicio de recuperación es una necesidad continua que el feminismo de hoy aún debe sostener.
Periodista
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