Alguien debe recordarle al presidente que la prensa oficialista hará, aún en la Cuarta Transformación, lo que siempre ha hecho: acomodarse en el poder. Y que la prensa libre hará lo que sabe hacer: periodismo crítico, que incomoda al poder
@chamanesco
Del cerco informativo, a la prensa fifí; del linchamiento al opositor, a la incomprensión hacia el presidente; del complot, a la reacción; de la prensa vendida, al arrebato conservador. Quien piense que la mala relación de Andrés Manuel López Obrador con la prensa es nueva no conoce a López Obrador.
A finales de 1988, cuando recién dejó el PRI para ser candidato del Frente Democrático Nacional a la gubernatura de Tabasco, López Obrador supo lo que era la prensa oficialista y manipulada, que encumbraba a los priistas y boicoteaba a los opositores. Lo sufrió en carne propia en su segunda campaña a gobernador, en 1994, cuando Roberto Madrazo gastó millones de pesos para avasallar a su movimiento, con la prensa adicta al dinero y al poder como principal aliado. AMLO padeció y enfrentó a esa prensa a finales de los 90, cuando dirigió al PRD en los estertores del régimen priista. Después del año 2000, ya como jefe de gobierno del Distrito Federal, enfrentó y denunció el complot ordenado por Vicente Fox en su contra. Descubrió que los videoescándalos habían sido una trama armada desde el poder para exhibir a sus colaboradores y manchar su nombre. Reveló que el desafuero había sido orquestado desde Los Pinos, con la complicidad de los titulares de la PGR y la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de los líderes del PAN y del PRI en la Cámara de Diputados.
La mala prensa hacia su persona era generalizada y notoria, pero aún con el «cerco informativo» que pretendía aislarlo y sacarlo del juego político, había algunos medios en los que se narraba la verdadera historia; periodistas que contaron lo que pasó y que le dieron voz. Esos a los que él mismo bautizó como “las honrosas excepciones”.
Las elecciones de 2006 marcaron un punto de quiebre: la colusión de las televisoras con el gobierno, el PAN y Felipe Calderón se hizo evidente con la campaña de “AMLO es un peligro para México”, que buscó aniquilarlo. La reforma política de 2007-2008, que fundó un nuevo modelo de comunicación política en México, fue producto de esa descarada manipulación emprendida por empresarios, políticos y dueños de medios para impedir que López Obrador llegara a la Presidencia.
Pero esa reforma no pudo evitar que, durante el sexenio de Felipe Calderón, las televisoras pusieran al gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, en la cumbre de las encuestas y en la antesala de la Presidencia. En esa lógica del poder, Andrés Manuel fue nuevamente el blanco de la crítica, la víctima de una operación de priistas, panistas y medios de comunicación para cerrarle el paso.
Sí, López Obrador fue, probablemente, el político más atacado por la prensa mexicana durante las últimas tres décadas. Su historia personal y política no se entiende sin esa confrontación permanente con los medios del régimen. Su resistencia, su obstinada lucha contra el status quo, siempre tuvo como referente al duopolio Televisa-TV Azteca y los dueños de los «grandes medios».
En 2010, AMLO publicó el libro La mafia que se adueñó de México y el 2012, y en él escribió: “El verdadero pilar que sostiene al poder oligárquico en México es el control que ejerce el grupo de potentados sobre casi la totalidad de los medios de comunicación y, en particular, de la televisión. A través de este monopolio, manipulan el pensamiento de millones de mexicanos y administran la ignorancia en el país”.
No se equivocaba López Obrador. Ese poder oligárquico secuestró la alternancia del 2000 para que la caída del PRI no les hiciera perder uno solo de sus privilegios; fue ese grupo el que legitimó la elección de Felipe Calderón en 2006, el que llevó a Peña Nieto a Los Pinos en 2012 y el que intentó evitar –sin éxito– que él ganara en 2018.
Por eso, hoy es difícil entender que López Obrador actúe como si ese poder oligárquico se hubiese reducido a un solo periódico, contra el que ha decidido cargar todas sus baterías.
Todas las semanas, López Obrador habla del periódico Reforma, lo llama fifí, conservador e hipócrita. Con ello, desconoce 25 años de periodismo profesional, del que él mismo se ha servido para denunciar los abusos del régimen neoliberal, e insulta el trabajo de decenas de periodistas y colaboradores, algunos de los cuales, incluso, hoy trabajan en su gobierno.
Es paradójico; mientras AMLO denuesta al Reforma, los dueños del duopolio televisivo ocupan dos sillas en el consejo económico asesor de la Presidencia de la República.
Mientras AMLO recuerda que la “prensa fifí” es heredera de una corriente de pensamiento conservador que llegó al extremo de incendiar la casa de Francisco I. Madero, los medios oficialistas buscan acomodo en la Cuarta Transformación.
López Obrador monta su conferencia de prensa matutina y dedica la mitad del tiempo a darle cuerda a su narrativa de buenos y malos, liberales y conservadores, progresistas y fifís; pero no ha hecho nada para desmontar la perversa maquinaria de la publicidad oficial.
Su retórica mañanera afirma que nunca ejercerá la censura ni el control de los medios, pero su administración dispone de más de 3 mil millones de pesos para pagar propaganda en 2019. Él dice que ya nada será igual, pero los mensajes gubernamentales siguen llenando espacios de televisión y radio, igual que antes.
Se asegura que habrá tolerancia a la crítica y un “diálogo circular” en las conferencias mañaneras, pero se tolera y hasta se alienta que a ellas acudan “periodistas” de repentina aparición a hacer preguntas halagadoras o absurdas, youtubers y jilgueros que cuestionan, no al presidente, sino a las reporteras y reporteros que se atreven a incomodar al gobierno con preguntas.
Es loable que el presidente informe en tiempo real lo que pasa, día a día, en el país y en su gobierno. Es inédito que haya hecho ya casi 100 conferencias de prensa, y haya respondido más de 2 mil preguntas. Es saludable que comparezca a diario; incluso, que se queje de los encabezados, los ángulos noticiosos y las coberturas que no le gustan.
Pero ojalá que alguien le recuerde que la prensa crítica está ahí para cuestionar al poder, no para ovacionarlo. Ojalá alguien le recuerde que la prensa oficialista, el duopolio televisivo, los dueños de grandes negocios que tienen un periódico o una estación de radio sólo para defender sus verdaderos intereses –esos que hoy buscan quedar bien con él– son los mismos que le cerraron el paso en 2006 y 2012.
Esa prensa que hoy le gusta, porque transmite en vivo las mañaneras y se dedica a reproducir sus dichos, es la misma que antes él mismo encasilló en las filas de la «mafia en el poder».
Esa prensa hoy elogiosa de su gobierno seguirá haciendo lo que siempre ha hecho: acomodarse con el poderoso en turno para seguir haciendo negocios. Mientras tanto, la prensa libre hará lo que sabe hacer: periodismo crítico, para cuestionar e incomodar al poder, para incomodarlo a él.
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Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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