Es uno de los pocos casos transgénero conocidos durante la Revolución Mexicana. Este guerrillero de cigarro y pistola al cinto se convirtió en un emblema por la lucha por los derechos de las poblaciones de la diversidad sexual
@ignaciodealba
En el torbellino revolucionario, la joven Amelia Robles inició una transformación personal: construirse como hombre. El escritor Carlos Monsiváis describió que en aquel ciclo de violencia hubo una “demolición temporal del pudor” y la Revolución abrió el camino para que una joven de un medio rural pudiera replantear su identidad.
Amelia nació en Xochipala, Guerrero, el 3 de noviembre de 1889. Su familia pertenecía a los pequeños terratenientes de la zona. Ella tuvo acceso a la educación. Formó parte de la Sociedad de las Hijas de María de la Medalla Milagros, ahí aprendió a coser y lavar. Pero en el campo también aprendió a lazar caballos y cazar.
Participó en un club antirreeleccionista cuando tenía 22 años y se unió al Ejército Zapatista al año siguiente, donde sus habilidades para manejar caballos y su destreza con las armas la distinguieron entre la tropa. Fue en la guerra cuando empezó su transformación.
La historiadora Gabriela Cano, quien ha reivindicado el papel de este personaje, explica en un artículo llamado “Amelio Robles, andar de soldado viejo. Masculinidad (trangénero) en la Revolución Mexicana”: “Aunque no es posible, por ahora, precisar la frecuencia del travestismo en la Revolución Mexicana, existen noticias de mujeres como María de la Luz Barrera, zapatista, o Petra/Pedro Jiménez, maderista, quienes adoptaron una identidad masculina durante la guerra para más tarde volver a usar ropa de mujer y desempeñar papeles sociales femeninos, como madres y esposas, lo que nunca sucedió con Amelio Robles”.
Entró al al Ejército Zapatista de 1912 a 1918. Como soldadera, ni siquiera hubiera podido desempeñar los roles establecidos para hombres, pero dentro del ejército zapatista logró subir escalafones hasta el grado de coronel. La historiadora Cano asegura que el cambio radical de Amelio no obedeció solo a un afán de disfrutar las ventajas de los roles establecidos por los hombres, “sino que fue fruto de un deseo vital profundo”.
Dentro del ejército participó en batallas importantes, como la de Chilpancingo (1914), cuando los zapatistas lograron vencer a Huerta. Según las bitácoras de Amelio, participó en más de 70 batallas. De aquellos andares le quedaron varios balazos en el cuerpo, heridas que el coronel presumía con orgullo.
En 1918 Amelio reconoció al gobierno de Venustiano Carranza y se unió al ejército regular. El revolucionario entregó el mando de sus 350 soldados. Un par de años después, se unió al Plan de Agua Prieta, en apoyo a Plutarco Elías Calles.
A Amelio se le conocieron parejas mujeres. Sin cirugías ni hormonas, utilizó los recursos culturales para lograr su transformación: Cigarrillo, pistola al cinto -que no dudó en usar para que le reconocieran como hombre- y camisas con bolsillos para disimular los senos.
Aunque en la Revolución se le consideraba solo una mujer lesbiana, la Secretaría de la Defensa Nacional reconoció la identidad masculina de Amelio, cuando lo distinguió como veterano de la Revolución.
Se sabe que Amelio utilizó un acta de nacimiento falsa que corroboraba que era hombre. Para muchos, Amelio fue la primera persona trans con reconocimiento del Estado.
Pese a ello, la Secretaría de la Mujer de Guerrero, la Dirección de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, abrieron las puertas de un museo llamado Amelia Robles. Además, una escuela primaria de Xochipala lleva en su honor el nombre Coronela Amelia Robles.
El Ejército no reconoció el grado de coronel del combatiente. Tampoco le concedieron la pensión que el gobierno de México debió entregarle por haber luchado en la Revolución.
Amelio Robles murió en 1984, luego de haber roto las reglas sociales de su tiempo, para sentirse “completamente libre”.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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