La contaminación generada por el monocultivo de caña en Quintana Roo ha alcanzado niveles alarmantes. El rescate de la zona debería ser prioritario, pues además de afectar la vida humana, pone en riesgo al segundo macizo forestal mejor consolidado del continente, sólo después de la Amazonía
Texto y fotos: Ricardo Hernández
QUINTANA ROO. – La zona cañera de Quintana Roo es el punto de mayor deforestación del sureste mexicano. Ahí, cada año se rocían toneladas de fertilizantes y plaguicidas, y se realizan quemas agrícolas que contribuyen al cambio climático y llenan de hidrocarburos la sangre de jornaleros mientras aportan contaminantes a los ríos subterráneos, según especialistas.
Esta es la zona agrícola más importante del Caribe mexicano, donde los campos de caña de azúcar se extienden por cerca de 100 kilómetros que corren en paralelo al río Hondo, frontera natural con Belice, al extremo sur de la entidad.
Son al menos 35 mil 500 hectáreas de monocultivo que ocupan el espacio de lo que antes era selva baja y media, según datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural.
La zona cañera de Quintana Roo es el segundo macizo forestal mejor consolidado del continente, sólo después de la Amazonía. Pero, el monocultivo de la caña de azúcar, impulsado desde el sexenio de Gustavo Díaz Ordáz con un programa para fomentar la producción en la zona, paradójicamente está acabando con la biodiversidad.
Para procesar la caña de azúcar se fundó un Ingenio en 1978. En 1988 fue privatizado y ahora muele 1.6 millones de toneladas de vara dulce con las que se producen mieles, azúcar estándar y composta. La producción genera una derrama económica de mil 500 millones de pesos.
A diferencia de otras zonas de Quintana Roo, donde la capa de tierra sobre la roca caliza es muy delgada, esta tiene un grosor de hasta 5 metros, propicio para el cultivo. De ahí la expansión de esta agroindustria, según explicó en entrevista Pedro Macario Mendoza, investigador especialista en dinámicas forestales de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
“Estas áreas son susceptibles de ser usadas durante 50 o 70 años. Son arcillas, fértiles, aunque difíciles de trabajar para la rastra”, dice el especialista.
Hasta ahora suman 40 años de monocultivo, de sembrar siempre caña de azúcar, lo que indica que quedan otros 30 años de fertilidad, en el mejor de los casos. Esta situación preocupa a Macario Mendoza.
“El monocultivo genera un deterioro ambiental, agota la tierra. En la selva natural hay una circulación de elementos nutritivos por la hojarasca que cae y la dinámica que tiene, se aporta Nitrógeno, Fósforo y Potasio, que son macronutrientes, y micronutrientes como magnesio y zinc, pero si no hay cambio de cultivo, pues eso no sucede. Cuando quitemos la caña de azúcar quedará un desierto, porque ahí ya no va a crecer nada ahí”, advierte.
Debido a lo poco profundo de las tierras y a la falta de inversión en tecnología, los más de 3 mil productores de la zona optan por agroquímicos.
“Se producen alrededor de 30 a 40 toneladas de caña por hectárea, por debajo de la media nacional, que son hasta 80 toneladas por hectárea. Y como no se invierte en tecnología, se quiere compensar con agroquímicos”, dice Macario.
De acuerdo con investigaciones del Ecosur, realizadas por la ingeniera ambiental Ana Cecilia Iuit Jiménez, desde 1979 y hasta 2016 se habían vertido en cada hectárea de la zona cañera más de 86 mil kilos de fertilizantes prohibidos o restringidos por la comunidad internacional por sus efectos toxicológicos para el ambiente y la salud humana.
Los agroquímicos están contribuyendo a la contaminación del rio Hondo y del denominado Gran Acuífero Maya, uno de los más importantes del mundo, de 165 kilómetros cuadrados que se extiende hasta Centroamérica, como han demostrado reportes académicos recientes de Teresa Álvarez Legorreta, también investigadora del Ecosur:
“Se concluye que el patrón de distribución de los metales pesados comprueba que la actividad agrícola de la zona cañera es una fuente potencial de mercurio, cadmio, cobre y hierro para las aguas superficiales de la cuenca, en el Río Hondo y bahía de Chetumal”.
“También se indica que la zona cañera es una fuente potencial de metales pesados para las aguas subterráneas, debido a que los suelos de esta área son de escaso espesor y se desarrollan sobre un acuífero kárstico, que se caracterizan por una conductividad hidráulica alta, lo cual podría permitir el transporte inmediato de estos contaminantes”, se lee en su último artículo científico publicado, de 2017.
El aporte de sustancias tóxicas también se debe a las quemas de residuos agrícolas, pues cada año, durante la temporada de siembra, que va de noviembre a junio, se hacen quemas controladas en aquellos campos donde la caña de azúcar está madura, para eliminar hojas y así facilitar el corte y aumentar la productividad.
La mayoría de las 35 mil hectáreas arde en llamas cada año, una práctica condenada por la Sader porque contribuye al cambio climático y al deterioro de los suelos, pues los derivados de la combustión se quedan en el suelo y luego se infiltran a los ríos subterráneos, además de causar daños a la salud de los trabajadores.
Y es que esos elementos, como el hidrocarburo aromático policíclico (HAP), son aspirados por los más de 2 mil jornaleros que participan en la siembra y se trasladan hasta su sangre, lo cual les afecta a sus mecanismos de defensa y les podría ocasionar daños a nivel celular y genético, de acuerdo con los resultados de una investigación publicada en 2020 de Citlali Carrillo García, también de Ecosur.
“Se nos han acercado cañeros para preguntarme qué pueden hacer en lugar de caña. Es importante porque ya no hay en el lugar ninguna especie de árbol o planta diferente de la caña de azúcar. Yo les hablo de la agroforestería, de la importancia de cultivar otra cosa, de mezclar con árboles de las cuatro o cinco especies frutales o forestales que hay en la zona, pero no se ha hecho”, lamenta Macario.
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