El erotismo fue un pilar en la obra de Riestra, los genitales están siempre o casi siempre presentes. Sus dibujos me recuerdan a los dibujos homoeróticos de Sergei Eisenstein. En Adolfo Riestra vemos senos que cuelgan, pezones que son círculos huecos, penes embravecidos, hombres vigorosamente musculosos, mujeres de caderas prominentes
Por Évolet Aceves / @EvoletAceves
A tres cuadras del Jardín Pushkin y a dos de la Plaza Río de Janeiro en la colonia Roma, esta semana se inauguró en la Galería OMR la exhibición “Cuerpo de obra”, del nayarita Adolfo Riestra (1944-1989), artista plástico que enfocó su obra en la pintura, el dibujo, la escultura y el collage, sobre todo en la década de los setentas y ochentas.
Catalogado dentro de la corriente del mexicanismo, Riestra bien puede fácilmente desprenderse de esa etiqueta, su obra pasa por una atemporalidad que se nota sobre todo en su escultura, la cual está hecha mayormente en barro. Comenzó su relación con la cerámica en Metepec, municipio de Toluca en el Estado de México, cuya población se distingue por su larga relación con la arcilla y las decoraciones cerámicas pintadas por los artesanos locales.
El erotismo fue un pilar en la obra de Riestra, los genitales están siempre o casi siempre presentes. Sus dibujos me recuerdan a los dibujos homoeróticos de Sergei Eisenstein. En Adolfo Riestra vemos senos que cuelgan, pezones que son círculos huecos, penes embravecidos, hombres vigorosamente musculosos, mujeres de caderas prominentes, igualmente figuras de hombres y mujeres con ropa casual, pero con colores vívidos, caricaturescos, con cierto humor de por medio, así como también muchos perritos inocentes que probablemente hagan alusión a su perro Rampín.
El primer piso de la exposición consta de su obra pictórica, en donde se da muestra de una paleta de colores primarios. A Riestra no le interesaba el volumen de los personajes que aparecen en sus retratos, le interesaban más las expresiones surgidas a partir de las contorsiones del cuerpo humano, expresiones de un movimiento pausado a través de su pincel.
Si hay algo que define la obra de Adolfo Riestra es el grosor: el grosor de los trazos de sus dibujos, del relleno de sus pinturas, del volumen de sus esculturas y hasta el grueso de su desvergüenza erótica.
De hecho, en la mayoría de su obra el fondo es simplemente un escenario en blanco o con algún color primario, que aparentemente pasa a segundo plano para dramatizar al personaje retratado. El fondo muere o se congela para que el personaje viva.
En el segundo piso de la galería están sus esculturas en bronce, en pequeño y mediano formato. En su escultura se nota una evidente influencia tanto de rasgos africanos (anillos en forma de aros rodeando las piernas, cabezas sin cabello o con cabello en forma de picos, labios gruesos) como precolombinos (las posiciones de los cuerpos y la similitud con utensilios parecidos a vasijas o cántaros). Perros, figuras humanas con la boca abierta, a menudo andróginas, de sexo indistinguible, dotadas de textura a base de rayas delgadas.
Sin duda la escultura es lo más notable de la exposición. Por otro lado, la curaduría fue deficiente: fue una lástima no ver ni una sola pieza en barro exhibida, material en el que realizó la mayor parte de su obra escultórica; el centro del primer piso bien pudo haberse utilizado para tener aunque sea una breve muestra de su escultura en barro; en el segundo piso las paredes estuvieron vacías a excepción del texto; en toda la exposición no hubo ni una sola ficha técnica.
Pese a que la obra de Riestra ha sido poco reconocida, existe en este artista un valor agregado: fue un artista que en un inicio se dedicó a la abogacía, y poco a poco la pintura fue ocupando más su tiempo hasta que se entregó de lleno a las artes, a lo largo de su vida viajó y vivió en Guanajuato, Guadalajara, San Francisco, Nueva York, Toulouse, Michoacán y Ciudad de México, donde murió por complicaciones derivadas del VIH/Sida.
Su hija, Melissa Riestra, actualmente hace y gestiona una ardua labor de archivamiento de la obra de su padre.
La obra final de Adolfo Riestra, como la de Abigael Bohórquez en la poesía, son retratos, manifestaciones artísticas, que dan fe de la vivencia del VIH en una época en la que el virus era aún más desatendido y desentendido, por no decir vilipendiado, de lo que es hoy en día. Es, también, hasta cierto punto, un registro plástico de su muerte.
Instagram: @evolet.aceves
everaceves5@gmail.com
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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