Adán, el señor de las máscaras de los mixtecos negros

30 septiembre, 2023

Don Adán lleva 57 años haciendo máscaras de madera en un carnaval de origen afromestizo que está por cumplir 200 años de celebrarse en Silacayoápam, uno de los municipios más alejados del centro de Oaxaca, sus creaciones realizadas desde su imaginación ahora se exportan a Estados Unidos, a las fiestas religiosas y carnavales de la mixteca

Texto y fotos: Antonio Mundaca

Ilustración: Brunof

SILACAYOÁPAM, OAXACA. – Adán López Cariño habla con la madera de sabino antes de escindirla. La vuelve blanca primero y luego le da forma de rostros de hombres barbados y diablos que cayeron del cielo. Es un hombre de 72 años creyente del Padre Jesús Cristo, el señor de Silacayoápam que sangra. También es un animista, cree que la tierra, los árboles, las cosas muertas tienen un movimiento y su propia consciencia, y él puede hacer hablar a la madera con los rostros que imagina.

Empezó a hacer máscaras cuando era casi un niño. Tenía 13 años y en su tierra, un pueblo oaxaqueño de mixtecos y afrodescendientes, no pasaban los caminos. La comunidad escondida en la montaña donde nació, sólo tenía luz eléctrica cuando llegaban los carnavales; era una luz que no hacia distingos, en cambio las velas que él usaba para moldear figuras de barro y alumbrar el monte, eran llamas únicas que iluminaban su imaginación de niño. La oscuridad le permitía meter los dedos en la masa de tierra y agua, y crear animales de colores en el barro que le enseñaba a su padre campesino; mezclaba colores de tierra con piedra blanca para irradiar figuras de bestias serranas, iluminaba lo que podía, porque la mayor parte del tiempo, Silacayoápam era un lugar seco y oscuro.

“Estaba muy chamaco, un día fui al Carnaval y ya se elaboraban mascaritas, entonces nacieron los rostros en mi mente y empecé a hacer mis instrumentos para crear en la madera, las mascaritas nunca las pintaban, estaban tristes, hasta que yo empecé a hacerlo echando a perder mucho material, pero la madera es suave y se deja moldear si lo haces con afecto”, cuenta Don Adán. Su voz es tenue, es un anciano delgado y amable hablando tímidamente de lo que ama en el fondo de un cuarto con trebejos y paredes de la que cuelgan decenas de máscaras.

Vive en una colonia de la cabecera municipal de Silacayoápam cerca del centro, un municipio de 6 mil habitantes ubicado a 270 kilómetros de la capital de Oaxaca, un pueblo olvidado históricamente por los gobiernos del centro y cuyas tradiciones y comercio están más ligados al estado de Guerrero.

Máscaras que trajeron los negros de la Costa

Para llegar a su casa hay que ascender por un precipicio, calles empinadas, desde donde se ven los paisajes interminables de la sierra Ñuu Dzahui, el antiguo “pueblo de la lluvia” en mixteco antiguo. Don Adán vive en una vivienda sencilla, pero amplia; donde las “chilenas mixtecas” parecen canciones permanentes metiéndose en el silencio de un municipio muy pobre, que sólo parece tener la música, las fiestas patronales, una plaza limpia y grande para no ser únicamente un lugar con servicios públicos desiertos, y calles largas y anegadas.

Cuenta Don Adán que los señores viejos le decían de niño que “el carnaval lo trajeron los negros de la Costa”; comerciantes, alfareros, arrieros que iban a Silacayoápam cada año antes del miércoles de ceniza a adorar la imagen de Cristo. Negros que bailaban al ritmo del violín y hacían música de quijadas de burro: se ponían máscaras con rostros cimarrones para representar espíritus de antepasados, genios y héroes mitológicos como santos que libraron a los negros de morir en el mar. Eso contaban los mayores, pero Don Adán cree que ahora las máscaras barbadas representan a los judíos que condenaron a Jesús a la crucifixión.

Mascarero y taxidermista

La casa de Don Adán es un solar inmenso. Dentro de ella corren sus nietos, sus hijas pintan de blanco las vetas de la madera pulida, su esposa cuida las ollas en la lumbre y los perros descansan sobre la tierra al lado de los becerros. El taller de Don Adán es un cuarto amplio, por todos lados hay pintura de aceite. Su espacio más íntimo es una silla de plástico rojo y un tronco grueso de ahuehuete, ahí Don Adán cincela, lija, tornea.

Al lado de la ventana está la cabeza de un venado que Don Adán disecó cuando lo invadió la curiosidad de la mecánica del cuerpo y se acordó de los animales de barro que creaba de niño. Sobre la mesa principal hay un torno metálico con piezas soldadas muchas veces que usa para dividir las máscaras, le gusta ver los animales disecados desechos al lado de las plantas, es un mascarero y un taxidermista movido por la curiosidad de las formas.

“Me tardo tres días en encontrar la figura en la madera cortada, alrededor de ocho días para terminar una pieza completa y acabar todo el proceso. En el árbol hay partes que tienen vetas macizas, y hay partes blandas y suaves que hay que saber encontrar. A diferencia de cuando yo estaba chamaquito, que se usaban unas máscaras de jícara”, para sus creaciones no hay bocetos o dibujos, los rostros cobran vida por sí mismos desde su imaginación.

57 años de hacer máscaras

Don Adán habló con nosotros en un recinto pequeño de tabiques sin repellar con láminas viejas que guarecen una habitación de media agua, un espacio cálido en el que él se sumerge con rigor todos los días desde hace 57 años a hacer las máscaras de un carnaval que en 2024, cumplirá 199 años de existir.

Él le ha dado sentido de pertenencia a un carnaval que los pobladores consideran mestizo porque es litúrgicamente católico, pero ritualmente nació con “La Danza de los Negros”, esa representación de la domesticación de lo salvaje que según Natalia Gabayet es la narración de un mito que no es exacto: los vaqueros, los diablos, los nahuales pertenecen a la tradición de los pueblos negros de Oaxaca y Guerrero en resistencia contra la aniquilación, una región sin frontera o límite cultural preciso, donde cada año los pobladores bailan.

Una tradición que Don Adán enriqueció durante las últimas décadas y que además de ser un modo de vida para él, sus diez hijos y sus 37 nietos, lo convirtió en el mítico señor de las máscaras de la región mixteca, caretas que hoy son exportadas a Estados Unidos y se han popularizado entre los mixtecos que migran, también son usadas por festividades de la Costa Chica de ambos estado vecinos, como el carnaval afromestizo de Almolonga en Guerrero o El Carnaval de los Diablos de Santiago Juxtlahuaca.

“Mis cuatro hijos varones tienen su propio taller en el pueblo, es la única herencia que voy a dejarles, les enseñé a hacer las máscaras desde chiquitos. Mis seis hijas también son artesanas, ellas me ayudan bastante, toda la familia pinta las orejitas, blanquea los maderos, pule, con este trabajo nos mantenemos toda la familia”, relata.

Las mascarás que se venden para las fiestas de la región cuestan hasta  2 mil 500 pesos la pieza y antes, cuenta Don Adán, eran artículos baratos de 3 pesos sin pintar, se han ido encareciendo por la tradición, pero sobre todo el aumento del precio en los materiales.

Un artesano para dos mundos

Don Adán es el hacedor de un artefacto donde no hay una selección aleatoria de los personajes, para él las máscaras son objetos complejos, una posibilidad de ser otro antes de la llegada de tiempos sagrados o la cuaresma, previo a la crucifixión de Cristo; la posibilidad de una fiesta infinita y pagana donde “sueltan a los demonios enmascarados de humanos barbados” anteriores a las procesiones de la Semana Santa y el sufrimiento del dios del que él es ferviente.

“Todas las máscaras son piezas únicas, antes sólo abrían por la mitad la madera, acomodaban narices de plastilina, las pintaban de negros, por eso le llamaban el carnaval de negros que venían de la Costa Chica hasta la montaña, y se quedaron aquí hace muchos años, eso me decían los viejos, pero ahora ya hay de colores, con cuernos, de Kalimán”. Atardece en la sierra mixteca.

Por todo el taller hay “niños dioses” quebrados, santos católicos hechos añicos. La gente del pueblo se los lleva para que los repare, los pinte, los transforme en nuevas figuras. Él insiste en que es un hombre creyente, por eso repara las imágenes, le gusta trabajar para los dos mundos: las máscaras de diablos negros y las imágenes sagradas a las que con sus manos puede devolverles la luz.

-¿Cómo puede la gente que no lo conoce buscarlo para que comprarle una de sus máscaras?

-Me acabo de comprar el celular, ya tengo face, pero mejor si pueden venir a mi casa a buscarme y le hacemos su mascarita. Se levanta de la silla, abre un zaguán contiguo y muestra un Cristo de un metro cincuenta de estatura que parece descender de la cruz.

Vi la imagen de Jesús en un árbol muy seco, de una rama parecía salir uno de sus brazos y decidí tallarlo y ponerlo bonito. Don Adán abraza la silueta religiosa como queriendo que la figura en la arcilla de madera cobre vida, como el Gólem.