Desde el puerto de Acapulco se hizo el primer puente entre América y Asia, de ahí partieron muchas de las exploraciones hacia el oriente, estos fueron los albores de lo que ahora llamamos globalización.
José Ignacio De Alba
El mundo multiplicó su tamaño en menos de 30 años, primero la expedición de Cristóbal Colón en 1492 que dio por accidente con América. Luego, otra expedición, encabezada por Vasco Núñez de Balboa, descubrió el mar Pacífico, visto desde Panamá en 1513. Pero fue Fernando de Magallanes quien comprobó que el mundo no era plano y ayudó a abrir la ruta entre América y Asia.
Magallanes salió de Sanlúcar de Barrameda, España, en 1519, con la idea de ser el primero en circunnavegar el mundo. Pero no lo logró. Descubrió las Filipinas, y luego murió tratando de conquistar la isla. Morir en el viaje era más probable que llegar al destino. De su expedición solo sobrevivieron 18 de los 250 tripulantes, después de 3 años de viaje. Uno de ellos, Juan Sebastián Elcano, fue quien completó el plan de Magallanes de dar la vuelta a la tierra.
Encontrar la ruta de Asia no fue sencillo, las corrientes del mar perdían las embarcaciones, también los monzones o las bestias del mar tragaban galeones. Con los años sólo se conocía la ruta para ir a Asia, pero no para volver a América. Fue hasta 1565 que Andrés de Urdaneta encontró en una expedición la corriente Kuroshio que lo llevó hasta California y de ahí navegó por el litoral hasta Acapulco. Casi 40 años después se logró establecer la ruta de regreso desde Filipinas.
Se decretó que, en el trayecto desde Filipinas a Acapulco, se hiciera una escala en las Islas Marianas, para aligerar el viaje de seis meses entre continentes. Los archipiélagos, en aquel momento, eran llamados las Islas de los Ladrones, porque cuando Magallanes pasó por ahí los indios nativos le robaron un bote que estaba atado a una de sus naves.
Fue hasta 1565 que la ruta entre Filipinas y la Nueva España fue fluida. Los galeones de China se encargaron de cerrar el vínculo entre América y Asia. Por medio de estas embarcaciones, de hasta 50 metros de eslora (distancia entre popa y proa), se intercambiaron productos entre los dos continentes. La plata de las minas mexicanas compraba los tesoros de la India, Persia, China o Japón.
Las mercancías transportadas por los galeones desde Asia eran interceptadas por los piratas cuando estaban por llegar a tierra firme. Entre los corsarios estuvieron el “príncipe de los bucaneros”, Sir Frnacis Drake y Thomas Cavendish.
En el siglo XVII el rey Felipe II encargó la construcción de un sistema de fortalezas en algunos puertos de la Nueva España para proteger las rutas comerciales. El Fuerte de San Diego –hoy convertido en museo- en Acapulco tiene características medievales, desde el cielo la construcción es una estrella de 5 picos, resguardada con robustos muros. Su arquitecto, Adrián Boot, también se encargó de hacer la otra puerta de entrada a la Nueva España, San Juan de Ulúa, en el puerto de Veracruz.
En el frontispicio de San Diego se puso la leyenda:
“Reynando en las Españas, Yndias Orientales y Occidentales la Magd. del Imbictíssimo y Católico Rey Don Felipe nuestro Señor, Tercero de ese nombre, siendo su Virrey Lugar Theniente y Capitán General en los Reynos de la nueba España Don Diego Fernandez de Córdoba, Marqués de Guadalcazar, se hizo esta fortificación”.
En ese momento se decía que en los dominios de Felipe II nunca se ponía el sol.
San Diego era una ventana a Asia, muchos de los objetos que llegaban por aquí eran trasladados a Veracruz para salir a España, en un puente transcontinental que podía tardar más de un año. La mayoría de los productos se quedaron en la Nueva España; con la llegada de los pesados galeones, armaban ferias donde ofrecían los exóticos productos traídos del otro lado del mundo: seda, marfiles, frutos, maderas, canela, biombos, pimienta, kimonos, porcelana y jarrones de la dinastía Ming.
Después de las ferias, los galeones, también llamados Nao de China, eran cargados con víveres y se revisaban los pertrechos de guerra por si en su viaje requerían enfrentar piratas. Las naves contrataban a centenares de cargadores para acarrear las mercancías. Buena parte de los marineros morían en el viaje, las enfermedades como el escorbuto mermaban a la población. Había ocasiones en que los barcos llegaban a tierra, pero sin posibilidad de descargar por alta mortandad en la tripulación.
En 1814 el puerto de Acapulco cayó en manos de los Insurgentes; el generalísimo José María Morelos tomó la ciudad. Las familias adineradas de la ciudad y los funcionarios virreinales se escondieron, junto con sus familias, en el fuerte de San Diego. Los rebeldes no lograron tomar el lugar, el edificio ofrecía una defensa insuperable. Guerrero se convirtió en uno de los epicentros de la revolución. El comercio con el Oriente tuvo que cambiar de puerto.
Durante la guerra de Independencia San Blas, Nayarit, fue la nueva puerta para Asia. El monopolio que la corona le dio a Acapulco para concentrar el comercio hacia el Oriente se terminó con la emancipación de América. De a poco, otros puertos y nuevos barcos se hicieron a la mar. En la actualidad varios buscadores de tesoros se han dedicado a buscar en las playas del Pacífico los barcos y tesoros que naufragaron en la antigua ruta de comercio.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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