31 agosto, 2024
Desde la vuelta a la democracia, en Argentina se conmemora cada septiembre “la noche de los lápices”, uno de los momentos insignes de la represión y lucha de los movimientos estudiantiles. Este año urge, no solo un acto de memoria, sino la reivindicación de la defensa de la educación pública
Por José Ignacio De Alba / @ignaciodealba
Cuando uno asiste a la Universidad de Buenos Aires, la más importante del país, se encuentra con cartulinas en cada aula: “docentes debajo de la línea de pobreza”. Es un recordatorio, para cada alumno, de que el encargado de la cátedra tiene dificultades para pagar el alquiler, para mantener a su familia, que llega aquí sin tener todas sus necesidades básicas cubiertas.
Es una consigna de protesta, pero también es una realidad probada. Para los docentes, la situación cambió en cuestión de meses. Apenas el año pasado, nueve de cada 10 maestros del país vivían medianamente bien. Hoy, sin aumentos salariales, el 80 por ciento del profesorado podría ser etiquetado como pobre.
El estudio fue realizado por el Centro de Economía Política Argentina (CEPA). La metodología fue sencilla, simplemente se comparó el sueldo de los profesores con los precios de la Canasta Básica Alimentaria. El cambio drástico en los precios provocó que el salario de los maestros y de todos los trabajadores de la educación dejara de ser suficiente.
Se estima que la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores de la educación es de 45 por ciento, pero la inflación no para. Así que se espera que, este mes, más de 90 por ciento de los profesores vivirá bajo la línea de la pobreza.
Hay clases un día sí, dos días no. Pero la lucha del magisterio entra en duda. Suspender o dar clases es la muestra del combate. Es el Estado quien pretende acabar con la educación pública, dicho por el propio presidente.
Ricardo Pahlen, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, expuso sus preocupaciones en un artículo:
“En la actualidad, los salarios de los docentes universitarios están ubicados por debajo de la línea de pobreza. Ante esta disyuntiva, muchos de ellos optan por irse a instituciones privadas o del exterior donde cobran mucho más”.
En las facultades, la gente se reúne para organizarse, como si se tratara de un asunto clandestino. Este ambiente, en esta fecha del año, recuerda inevitablemente a “la noche de los lápices”, cuando el gobierno argentino comenzó una persecución encarnizada en contra de estudiantes que reclamaban un aumento en los subsidios escolares.
En la década de los 70, y aún hoy, los centros de estudio estaban atravesados por un fuerte activismo político. Lo que provocó que el gobierno argentino considerara a las instituciones como centros de “adoctrinamiento”. Algo que, paradójicamente, Milei suele repetir.
Fue la noche del 16 de septiembre de 1976 y los días sucesivos, cuando un grupo de 10 estudiantes fue secuestrado en La Plata, a unos 50 kilómetros de Buenos Aires, por miembros de la policía. Eran los primeros meses de la dictadura que amordazó al país casi una década.
Ahora se sabe que los adolescentes -varios de ellos menores de edad- fueron distribuidos en centros clandestinos, donde fueron torturados y asesinados; solo cuatro de ellos fueron liberados después de las vejaciones.
La llamada “noche de los lápices” se hizo conocida después de que Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, dio su testimonio en los juicios contra la junta militar. Díaz también colaboró en el guión de una película sobre el caso.
La cinta (1986) está dirigida por Héctor Olivera y se le considera un importante retrato sobre las protestas y represión a la que fue sometida la comunidad estudiantil durante la dictadura.
Desde la vuelta a la democracia se conmemora en septiembre “la noche de los lápices”. Este año urge, no solo un acto de memoria, sino la reivindicación de la defensa de la educación pública.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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