A Rosario Castellanos no se le ha dado el lugar que se merece. Me pregunto cuánto preferimos idolatrar a las figuras literarias más por su leyenda que por su literatura. Además, poco o nada se le reconoce como filósofa. Rosario Castellanos fue, también, una gran filósofa
Por Évolet Aceves / X: @EvoletAceves
Rosarios Castellanos nació en la Ciudad de México justamente hace cien años, un 25 de mayo de 1925. Gracias a la labor periodística y literaria durante el siglo XX, fundamentalmente de Beatriz Espejo y Elena Poniatowska —luego Marta Lamas y Sara Uribe, por ejemplo—, es que hoy se le conoce, ¿pero se le lee realmente?
Novelista, cuentista, ensayista, columnista, dramaturga y poetisa. Sí, poetisa le gustaba ser llamada. Aunque a algunas feministas no les guste el término, a Rosario sí.
Castellanos tenía un sentido del humor prodigioso que lo demuestra en todo momento a lo largo de su obra, y no se diga en su teatro, qué bárbara, ¡qué agilidad humorística! Estoy segura de que se daba unas buenas divertidas escribiendo, puedo imaginarla riendo a carcajadas, sonriente como se le ve en la fotografía exhibida al final de la exposición Un cielo sin fronteras: Rosario Castellanos Archivo inédito en El Colegio de San Ildefonso, en la que, como su título lo indica, hay un sinfín de artículos: fotografías, documentos en papel, una máquina de escribir, libros, credenciales, y todo lo que llegó a conservarse en este archivo perteneciente a su hijo.
Con tan buen humor, cuenta una de sus alumnas que un buen día se acercaron a ella y a su otra compañera de clase, Cristina Pacheco, algunas de las otras estudiantes de la profesora Castellanos, solicitándoles una firma para retirar a la profesora Rosario Castellanos de su cátedra de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras, puesto que en dicha clase en la que leían textos de Émile Zola y Honoré de Balzac, la profesora Castellanos se la pasaba risa y risa. Les digo, humor tenía.
No hay que olvidar que la risueña profesora también contribuyó, junto a Marco Antonio Montero, a la creación de un teatro guiñol: el Teatro Petul, un teatro de marionetas que llevaron a Chiapas con fines pedagógicos, sobre todo sanitarios y salubres, pero que ganó adeptos de todas edades, tan así que luego Petul, la marioneta protagónica, hasta era solicitada para ser padrino de bautizo.
Castellanos fue considerada en vida, y hasta la fecha, como una escritora de literatura indigenista, no se le pudo leer más allá de esa etiqueta con la que ella nunca se identificó. Y se lo aclaró a Emmanuel Carballo de forma clara. Pero lo cierto es que su escritura no se limita al indigenismo, va más allá. Su prosa es finísima, sus ensayos son minuciosos y muy trabajados, sus columnas en el entonces periódico Excélsior eran directas. Su poesía, seré honesta, no es mi tipo, pero tiene lo suyo.
Y así como tuvo un posicionamiento firme en cuanto al rol de la mujer en la sociedad mexicana, el cual se evidencia a lo largo de su extensa obra literaria, también se entregó apasionadamente al amor, como lo demuestra en sus Cartas a Ricardo o en Poesía no eres tú, demostrando una sensibilidad que quizás en sus columnas o ensayos no se alcanzaría a vislumbrar, puesto que estos estaban enfocados a otras áreas, naturalmente no exploradas propiamente en sus cartas o en su poesía. Y su entrega al amor no debe ser motivo para demeritar su valentía ni sus logros como artista ni como diplomática. Se puede ser inteligente, reacia y sensible a la vez, como lo fue ella.
En 1950, a los 25 años, Rosario Castellanos publica Sobre cultura femenina, tesis con la que se graduó de maestra en Filosofía y en la que desmonta estatutos machistas en la sociedad mexicana y aboga desde el punto de vista intelectual por la liberación femenina. Un año antes, Simone de Beauvoir a los 41 años publicó El segundo sexo en Francia, el cual sería traducido al español hasta 1954, año en que la mexicana lo leyó. A Castellanos le hubiera gustado leer El segundo sexo de Beauvoir para complementar y reafirmar sus ideas en su libro, llegó a comentarlo a sus amigas.
Quince años había de diferencia entre Castellanos y Beauvoir cuando cada una publicó, con una diferencia de meses, su respectivo libro en sus respectivos países. Sin embargo, el alcance que la mexicana tuvo no fue el mismo que el de la francesa. En México, como bien dijo José Emilio Pacheco, no supimos leer a Rosario Castellanos. Y es algo que hasta la fecha sigue vigente. Creo que a Rosario Castellanos no se le ha dado el lugar que se merece. Me pregunto cuánto preferimos idolatrar a las figuras literarias más por su leyenda que por su literatura. Además, poco o nada se le reconoce como filósofa. Rosario Castellanos fue, también, una gran filósofa.
En retrospectiva, creo finalmente que Rosario Castellanos, un tanto opacada por su trágica y novelesca muerte, vería esos últimos minutos, como una escena de sus farsas, creo yo que vería su muerte, ese electrocutamiento con una lámpara en un ambiente doméstico, bajo la lente de su finísimo humor.
X: @EvoletAceves
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everaceves5@gmail.com
Évolet Aceves es cuentista, novelista, poetisa, cronista y ensayista. Autora de la novela Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Periodista cultural, fotógrafa con dos exposiciones individuales. Escribe su columna en Pie de Página. Ha vivido y estudiado en Toluca (México), Varsovia (Polonia), Albuquerque (Nuevo México, EEUU) y Nueva York, donde actualmente reside con la beca GSAS otorgada por la Universidad de Nueva York, donde también da clases. Colaboradora en revistas y semanarios: Dominga (Milenio), El Cultural (La Razón), Nexos, Replicante, Este País, entre otros. Su obra ha sido presentada en ferias del libro y universidades de México, Estados Unidos, Polonia y Alemania.
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