En México se libra una importante batalla contra una industria experta en crear entornos propicios para iniciar, permanecer y recaer ante el tabaco
Twitter: @lolacometa
Cada 31 de mayo se celebra el Día Mundial Sin Tabaco desde que fue constituido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1988 para alertar sobre los riesgos a la salud que propicia su consumo. A pesar de los esfuerzos globales, el mensaje no ha sido suficientemente eficaz. Según datos del 2021 de la misma OMS, en el mundo hay 1.3 millones de personas que fuman y cada año mueren 8 millones a consecuencia del tabaco. De seguir así, se espera que entre 2010 y 2050 sucedan 400 millones de muertes asociadas al consumo del tabaco.
La evidencia sobre los daños a la salud que propicia el tabaco ya es abrumadora e incuestionable. Una buena cantidad de estudios muestran que fumar aumenta de dos a cuatro veces el riesgo de padecer enfermedades coronarias así como de sufrir un derrame cerebral; también incrementa el riesgo de que hombres y mujeres desarrollen cáncer de pulmón 25 y 25.7 veces, respectivamente, y, en general, de que disminuya la salud de las personas, al afectar prácticamente todos sus órganos.
Pero si es tan categórica la evidencia de su impacto ¿por qué entonces el número de fumadores sigue siendo tan alto? Como en muchos otros temas, en el caso del tabaquismo la evidencia sobre los riesgos potenciales no es suficiente. De hecho, tampoco lo es la información. Un estudio del 2002 en el que encuestaron a más de 19 mil estudiantes universitarios de 23 países concluyó que los fumadores suelen estar mucho más enterados de las consecuencias a la salud del tabaco que los no fumadores. Los autores explican que el conocer los riesgos de fumar y aun así decidir hacerlo está más relacionado con otros factores cognitivos como creer que pueden dejarlo en cualquier momento, que no les hace tanto daño o que no tendrán consecuencias para su salud en el futuro.
Algunos grupos de investigación que analizan cómo toman decisiones los fumadores muestran que se relaciona con algunos rasgos de la personalidad. Un estudio de 2013, por ejemplo, muestra que las personas fumadoras suelen presentar rasgos como la impulsividad; el comportamiento psicótico, muchas veces caracterizado por agresividad y hostilidad; así como la búsqueda de sensaciones.
De hecho, hay algunas pruebas de que las personas fumadoras “tienden a estar más implicadas en accidentes de tráfico, son menos propensas a usar el cinturón de seguridad y tienden más a tener conductas sexuales de riesgo. Además, las mujeres fumadoras declaran tener entre 12 y 15 por ciento menos de controles mamográficos que las no fumadoras”. En suma, las personas que fuman tienen menos autocontrol frente a la toma de riesgos, lo que las lleva a tomar decisiones gratificantes pero arriesgadas. Algo más grave funciona con las decisiones durante la adolescencia, un periodo de la vida en la que suele iniciar la adicción debido, precisamente, a la falta de autocontrol, y que vuelve a los adolescentes más vulnerables que los adultos al consumo de cigarrillos.
Pero más allá de la falta de autocontrol, o precisamente debido a ella, adquiere importancia otro elemento clave de la ecuación: el entorno. Desde hace décadas se sabe que los entornos, los ambientes en los que se desenvuelven las personas, son clave para que ellas continúen, recaigan o adquieran una adicción. Incluso hay experimentos en los que, por ejemplo, se exponen a ratas a sustancias adictivas como heroína, cocaína, alcohol o nicotina y a ciertos entornos relacionados con ellas y, luego, al ser re expuestas a ese mismo entorno, los roedores “recaen” e intensifican su búsqueda por la droga.
Aunque no hay explicaciones a nivel neuronal, en los seres humanos sucede lo mismo. Si ven, huelen, escuchan o son expuestos a cualquier entorno en los que fumar es una normalidad, un modelo a seguir, o una característica de prestigio social, su vulnerabilidad al consumo de cigarrillos aumenta. Por eso, las intervenciones en el entorno son una ruta efectiva para reducir el riesgo de que una persona caiga en una adicción, porque lo que nos dicen es: no solo importan las características individuales de las personas fumadoras, sino sus entornos de vida y de trabajo.
Así lo expusieron un grupo de investigadores en un artículo de 2013: “no es razonable esperar que la gente cambie su comportamiento fácilmente cuando tantas fuerzas del entorno social, cultural y físico conspiran contra dicho cambio. Por lo tanto, proporcionar a los fumadores la motivación y las habilidades para dejar de fumar no puede ser eficaz si el entorno dificulta o hace casi imposible el cambio de su comportamiento”.
Esas fuerzas que conspiran en contra de que las personas cambien y eviten el tabaco están en el centro de los intereses de una industria tabacalera que nos expone, tal y como los investigadores a las ratas, a entornos plagados de señales y seductoras recompensas: desde los nuevos y personalizados dispositivos de tabaco calentado que venden con el falso mensaje de que ayudarán a las personas a dejar de fumar hasta todo tipo de regalos, viajes, prestigio, productos y dinero, con los que ha seducido a legisladores, periodistas, empresarios, medios de comunicación y hasta científicos, para promover sus productos y mantener un marco regulatorio con las mínimas restricciones a la producción, importación, venta, distribución y consumo del tabaco. Son las mismas fuerzas de la industria tabacalera las que intentan detener las regulaciones para el control del tabaco argumentando que, en realidad, buscan vulnerar las libertades ciudadanas
No es menor la batalla que se libra en México. Después de 13 años de esterilidad, hoy México -con un amplio conjunto de actores: legisladores, ciudadanos, organizaciones civiles, gobierno- busca dar pasos gigantes, a pesar de todas las intromisiones y conflictos de interés que genera la industria, hacia la protección de ambientes libres de humo y emisiones, además de la prohibición total de publicidad, promoción y patrocinio de productos de tabaco, a través de Ley General para el Control del Tabaco. La batalla es por una política pública que se enfoque en los entornos, que se centre no en las decisiones individuales sino en todos los factores que propician que las personas decidan -o no- iniciar, recaer o continuar en el consumo del tabaco, y ante los cuales muchas personas, sobre todo las más jóvenes, pueden ser especialmente vulnerables.
La batalla, por supuesto, requiere el brazo legitimador de la ciudadanía. Así que antes de juzgar las aparentes decisiones que “violan nuestros derechos” al prohibir fumar en estadios, conciertos, transporte o lugares como el Zócalo de la Ciudad de México, podríamos revisar la evidencia de que es precisamente eso lo que funciona, lo que puede ayudarnos, aún sin ser conscientes de esa decisión, a protegernos y proteger la salud de los demás.
Periodista de ciencia. Es comunicadora de la ciencia en el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, cofundadora y expresidenta de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Escribe para SciDev.Net, Salud con Lupa , Fundación Gabo, entre otros. Estudió Periodismo en la UNAM y tiene estudios de posgrado en periodismo por la universidad española Rey Juan Carlos y el Instituto Indio de Comunicación de Masas, en Nueva Delhi.
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