Su periodismo cultural la convirtió en una arqueóloga literaria, desenterrando vidas pasadas, pero también en una especie de libélula que le permitía ver el mundo desde arriba, y acercarse a ellos, a esos otros mundos, llenos para ella de cuestionamientos.
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“Escucho, siempre escucho… En la mesa, en la escuela, en misa, en el mitin, en la calle, en la noche cuando no puedo dormir, escucho”
Elena Poniatowska
El amante polaco es, sin duda, el libro más personal de Elena Poniatowska, a quien tuve oportunidad de entrevistar el año pasado.
Publicada en dos tomos por Seix Barral —el primero de ellos en 2019, el segundo en 2021—, esta extensa novela es, a la par que sus memorias, una novela histórica que retrata minuciosamente el desenvolvimiento de la familia Poniatowski, los lazos Reales de varias generaciones atrás, centrándose en Stanisław Poniatowski, aquel polaco de sensibilidad extraordinaria, quien llegaría a convertirse en el último rey de Polonia, y de donde proviene el apellido polaco de nuestra Princesa Roja, Elena Poniatowska. “Las joyas juegan un papel esencial en la vida de la corte; un aderezo de zafiros dice más que mil palabras, los diamantes se desgranan como cuentas de rosario”.
El amante polaco es, básicamente, un árbol genealógico escrito a manera de novela, y se intercalan al final de cada capítulo, fragmentos de la vida de Elena, desde su infancia, pasando por su adolescencia, adultez y vejez, sin necesariamente seguir un orden cronológico.
El primer tomo está dedicado a su hijo Mane (Emmanuel) y a su entrañable amiga, Marta Lamas; el segundo, a Diego (hijo de Lamas) y nuevamente a Marta Lamas, quien, por cierto, participó en el homenaje que se le rindió a Poniatowska en conmemoración a sus 90 años. No es fortuito que el discurso más conmovedor haya sido precisamente el de Marta Lamas. En el transcurso del primer tomo, Elena resalta el gran apoyo moral de Lamas para la publicación de este libro, quien le sugirió “partirlo en dos”; fue ella quien estuvo presente a todo momento mientras el libro estaba siendo escrito. Finalmente, se decidió a entregarlo a la editorial Planeta, para salir a la luz en Seix Barral.
Dice Elena en un apartado sobre su infancia: “Ojalá y en el Convento del Sagrado Corazón, Eden Hall, me hubieran hecho leer a Goethe, Thomas Mann, Montesquieu o Rousseau. Obviamente, Voltaire estaba condenado. Claro, pude leerlos sola, pero a las jóvenes alumnas hay que abrirles los ojos, no sólo hincarlas a rezar y pedir perdón… También yo tengo la culpa por creer que los mayores tienen razón en todo”.
No voy a centrarme, pero sí voy a mencionar, la sección en la que Elena Poniatowska habla acerca del abuso sexual por parte de Juan José Arreola, a quien llamó en su novela “Maestro” a todo momento. Me parece importante mencionarlo porque es de una valentía inusitada, incomparable, el decir a sus —entonces casi— 90 años que fue víctima de esta violación, sumándose a la larga lista del me too. Como bien apunta Gonzalo Valdés Medellín, la obra de Juan José Arreola es punto y aparte, indiscutiblemente; no obstante el poner las cartas sobre la mesa de las implicaciones de un abuso, eso es lo verdaderamente valiente, porque Elena no se queda callada, lo habla, lo escribe, sin importar cuánto tiempo haya pasado. Es algo que Elena dice con la palabra reclamo entre renglones, además, de una forma literaria muy personal.
Los segmentos compuestos por las memorias de la autora son verdaderas lecciones para el periodista cultural. Elena cuenta las relaciones que ha tenido con los diferentes personajes de la cultura a lo largo de su vida: pintores, editores, escritores, periodistas. Cómo eran las redacciones en aquellas épocas, Novedades, Siempre!; cómo ingresó en el periodismo y a pesar de su bajo sueldo, continuó en él haciendo uso de todos los recursos a la mano para lograr conseguir sus entrevistas diarias.
Reconoce también que ha sido una persona muy privilegiada, que su estirpe ha fungido un rol importante en su desempeño como periodista, y yo digo: privilegios que ha sabido utilizar a la perfección, pues bien hubiera podido ser, como ella apunta, una buena ama de casa, destino que decidió interrumpir, para, en cambio, dar a conocer las vidas de personas invaluables de la cultura mexicana. También aclara que, a costa del tiempo invertido en su trabajo periodístico, su obra narrativa quedó reducida, cuentos, novelas que le hubiera gustado escribir y no pudo hacerlo. No obstante, nos deja entrevistas, crónicas, semblanzas biográficas, y también cuentos y biografías noveladas, que la hacen ser, como bien dice Braulio Peralta, la mejor escritora de México (con vida, dice también Javier Aranda), a quien le debemos el rescate de figuras culturales catapultadas en el olvido, y otras no tanto pero de quienes poco se conocía al respecto, novelas, biografías o semblanzas literarias únicas: Tina Modotti, María Izquierdo, Nahui Olin, Guadalupe Amor, Nellie Campobello, Rosario Castellanos, Elena Garro, Mariana Yampolsky, Frida Kahlo, Leonora Carrington, Gaby Brimmer, Josefina Vicens; luchadores sociales, zapatistas, ferrocarrileros. Alaíde Foppa, Rosario Ibarra de Piedra, Jesusa Palancares, Marta Lamas, Demetrio Vallejo, Álvaro Mutis. Sobre Ayotzinapa, dice: “Después de Tlatelolco, creía que el gobierno de México nunca más atacaría a los jóvenes. Imposible imaginar que cuarenta y seis años más tarde en Ayotzinapa volvería a matarlos”.
Si bien, la mayor parte de su obra periodística desempolvó la vida de mujeres valiosas para la cultura, también están presentes hombres notables: Juan Soriano, Carlos Monsiváis, Miguel Covarrubias, Octavio Paz, Luis Barragán, Teodoro González de León, Andrés Casillas, Diego Villaseñor, Francisco Martín del Campo, entre otros.
Su periodismo cultural la convirtió en una arqueóloga literaria, desenterrando vidas pasadas, pero también en una especie de libélula que le permitía ver el mundo desde arriba, y acercarse a ellos, a esos otros mundos, llenos para ella de cuestionamientos, de preguntas obligadas que, aunque incómodas, tenían que hacerse, así fuera con una máscara de niña-colibrí, detrás de la cual había una inteligencia audaz para enfrentar e indagar en las particularidades de sus entrevistados, así fuera necesario inventar que Monsiváis tenía tal o cual idea, cuando realmente la autora intelectual de la pregunta —que es también una lanza—, era ella. Además de artistas plásticos, escénicos, visuales y escriturales, el pequeño y curioso colibrí también ha entrevistado a estudiantes, comerciantes, damnificados, costureras, ferrocarrileros, políticos, “Escribo lo que oigo, lo que veo”, acompañada frecuentemente por el fotógrafo Héctor García.
Elena rescata en El amante polaco el valor de su familia, le hubiera gustado pasar más tiempo con su madre, cuenta a sus varios nietos y su relación con ellos, recuerda las travesuras de sus hijos, uno de los cuales la acompañaba a hacer sus entrevistas, Mane, quien tenía un gusto particular por los halcones; recuerdos del ’68; del festival de música en Avándaro; de los escritores de la Onda, «¿Por qué te dedicas a entrevistar babosos?», le preguntó un día Elena Garro.
El amante polaco es un gran ejercicio de remembranza e investigación histórica, un ejercicio mnémico literario y una manera de hacer palpable su pasado, incluso aquel que no presenció, pero hace tomar forma a su árbol genealógico. Y también, creo, es un homenaje a la vejez, al recuerdo de una vida transcurrida con aciertos y errores, los estragos que dejan ciertas enfermedades como rastro del tiempo, la paga que se le debe hacer a la vida; el recuerdo, finalmente. “Escribo obsesa, me arden los ojos, ya perdí el ojo izquierdo de tanto exigirle”.
Con esta novela, Elena Poniatowska se descubre, se desnuda, se vuelve transparente, voltea hacia sus adentros y su pasado, se descubre a sí misma a través de la escritura. El amante polaco es una larga reflexión en torno a su vida.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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