Hablar de discapacidad psicosocial pone en el centro el desafío al paradigma de “lo normal” y “la salud” como ideas hegemónicas de esta sociedad capacitista y cuerdista que está sofocando a todas las personas que no correspondemos al “canon”. ¿Quién determina cuáles son los cuerpos sanos, viables, válidos, hermosos?
Twitter: @tuyteresa
Neurodivergentes, personas con discapacidad social, locos… Hasta hace muy poco, hablar de la salud mental había sido un tema tabú. Si algo hemos aprendido durante estos dos años y medio de pandemia es que todas las personas, de una u otra manera, hemos experimentado periodos de crisis, sufrimiento y afectaciones a nuestra salud emocional.
No es casualidad que organismos internacionales como la OMS refieran el efecto devastador del covid19 en la salud mental colectiva.
Confinamiento perenne. Ahora mismo, millones de personas viven en confinamiento permanente, muchas de ellas ni siquiera tienen la posibilidad de elegir su alimento, vestido, cuándo o cómo asearse o a dónde ir.
Me refiero a todas aquellas personas que han vivido entre las cuatro paredes de casas, departamentos o cuartos, bajo la tutela de sus parientes. Millones de personas con alguna discapacidad observable han vivido confinamiento perenne por ser consideradas “no aptas” para “adaptarse” a la esfera pública, al mundo de la gente “normal”.
Somos una sociedad capacitista, como lo han señalado en múltiples ocasiones voces expertas como Andrea Medina, periodista; Maribel Ortega, experta en educación sexual, y Alexa Castillo Nájera: terapeuta sexual y escritora.
Y es que… cuando hablamos del “hombre blanco, heterosexual, joven, en etapa reproductiva, sin ninguna discapacidad”, no hacemos una referencia al vacío. Este punto de partida tiene raíces históricas que nos han llevado a cuestionar las estructuras, el sistema mismo.
¿Quién determina cuáles son los cuerpos sanos, viables, válidos, hermosos?
A lo largo de la historia reciente, estos hombres blancos al frente de la academia, la medicina la psiquiatría y el Estado han instrumentado políticas como las esterilizaciones masivas, leyes segregacionistas y confinamientos perennes dirigidos específicamente a cuerpos no blancos.
Los referentes más comunes son el régimen nazi en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, el apartheid en Sudáfrica o las políticas eugenésicas de principios de siglo veinte en Estados Unidos.
Patrocinados por la fundación Rockefeller y el Instituto Cargenie: Harry Laughlin y Charles Davenport realizaron experimentos en los barrios más pobres de Nueva York. A partir de estas acciones a las que llamaron ciencia, ambos establecieron clasificaciones y jerarquías raciales en función del color de piel y pelo, así como escalas de “imbecilidad”, “deformidad” o “fealdad” entre la población con la que llevaron a cabo diversos experimentos.
Con el apoyo de instituciones psiquiátricas, juristas y académicos, en este periodo se estableció una Oficina de Registros Eugenésicos. En la base de datos de Naciones Unidas se encuentran referencias a este periodo histórico. William H. Tucker, profesor de psicología de la Universidad de Rutgers-Camden y especialista en ciencias sociales, es uno de los estudiosos más destacados de este fenómeno. Su libro más reciente se titula La financiación del racismo científico.
En México poco a poco emergen investigaciones históricas sobre las huellas del racismo. Ampliamente recomendable: “Raza, Nación y Revolución: la matanza de chinos en Torreón, Coahuila, mayo de 1911”, de Marco Pérez Jiménez a propósito del racismo antiasiático en nuestro país.
Por su parte, en el libro Eugenesia y racismo en México de Laura Luz Suárez y López Guazo, la autora nos propone una mirada histórica a la institucionalización del racismo en México a partir de políticas como la esterilización masiva en comunidades indígenas, la criminalización de grupos sociales en función de su color de piel y apariencia física, así como el confinamiento en cárceles y psiquiátricos en nombre del “progreso social”.
Para quienes aún duden del vínculo entre racismo y eugenesia, este libro documenta históricamente la línea de tiempo entre la conformación del Estado Mexicano y sus instituciones.
Aún ahora, hay resistencia para hablar abiertamente de este tema en los medios de comunicación, y cuando se hace, hay sesgos. Prevalecen discursos paternalistas y capacitistas.
Basta hacer un breve repaso de cómo se ha conceptualizado la diversidad corporal y psicosocial para entender de dónde venimos. Palabras como “inválido”, “lisiado”, “balado”, “impedido”, “minusválido”, “mutilado” dan cuenta de las profundas implicaciones que ha tenido esta narrativa dominante en la vida diaria de millones de personas.
En el siglo veintiuno organizaciones, colectivos y voces expertas trabajaron arduamente para posicionar el tema desde un marco de derechos mediante la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Se trata de un documento de alcance global que reconoce a las personas con discapacidad como sujetas de derechos.
Andrea Medina, periodista especializada en la cobertura de temas sobre los derechos de las personas con discapacidad, ha trabajado en redacciones de América Latina para posicionar una agenda consistente con los derechos de las personas con discapacidad. El primer paso es reconocer que el lenguaje es central para cambiar la percepción social sobre el tema.
En México, hay más de 20 millones de personas con alguna discapacidad física o psicosocial. Esto representa cerca del 16 por ciento de la población.
Sin afán de romantizar la locura, estamos en un momento histórico importante donde el tema adquiere un significado distinto. Poco a poco el tema de la discapacidad psicosocial comienza a vislumbrarse como un asunto de interés público, de relevancia cultural e interés social y comunitario.
En abril de este año se aprobaron cambios a la Ley General de Salud en materia de salud mental. A decir de las voces expertas, estas modificaciones abren la posibilidad de repensar la salud mental desde la política pública.
Esto permitirá -entre otros temas- que exista la posibilidad de transitar de un modelo asilar a un modelo comunitario. Esta reforma también propone la generación de una red general de servicios de salud, además de la integración de unidades de salud mental en hospitales generales y regionales.
Mientras esto sucede, colectivas de América Latina se han organizado para posicionar el tema desde las principales plazas públicas del continente. Este sábado 28 de mayo a las 13:00 horas se llevará a cabo la Cuarta Marcha del Orgullo Loco en la Ciudad de México.
Esta actividad está enmarcada en las actividades de la RedEsfera Latinoamericana de la Diversidad Psicosocial, Locura Latina.
La Red del Orgullo Loco es un espacio plural que tiene entre sus objetivos posicionar los derechos humanos, la dignidad y el buen vivir de las personas con alguna discapacidad psicosocial.
Este espacio está dirigido a todas las personas usuarias o exusuarias de servicios de salud mental, a personas sobrevivientes de la psiquiatría, personas locas, neurodivergentes, así como personas con un diagnóstico psiquiátrico o con sufrimiento psíquico, así como personas aliadas, amigas y compañeras.
Hablar de discapacidad psicosocial pone en el centro el disenso y el desafío al paradigma de “lo normal” y “la salud” como ideas hegemónicas de esta sociedad capacitista y cuerdista que está sofocando a toda aquella persona que no correspondemos al “canon”.
¡Nos vemos este sábado!
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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