El Tren Maya está en boca de todos. Pero, como sucede con la oposición y la comentocracia que renunció a entender el tiempo que vive México, se opina con demasiada frecuencia, desde el centro del país, pero también desde otros centros como el mediático, a partir de la ignorancia. Cuando existen recursos y posibilidades para comprender de forma más objetiva y balanceada un proyecto tan vasto y complejo como el Tren Maya -escuchando a la más amplia diversidad de voces- se vuelve una ignorancia elegida. No es entonces un simple ‘no lo sé’ sino una decisión -‘no me interesa saberlo’. Esta actitud se replica en sectores sociales que, con sus fobias y desprecios, o desde lealtades y preocupaciones genuinas, se niega la posibilidad de entender crítica más no cínica o superficialmente la estrategia de desarrollo en el sureste del país, con sus riesgos, sí, pero también a partir de las necesidades de los habitantes y el potencial de este proyecto para revertir las tendencias nocivas en la península
Twitter: @etiennista
Escribo esta columna a partir de un trabajo de investigación académica en curso, cuyos productos (reportes y artículos) están por venir. Y es que junto con colegas investigadores de la Unidad de Planificación para el Desarrollo (DPU) de University College London en Inglaterra, y de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, y decenas de estudiantes de posgrado de diversas partes del mundo, cumplimos dos años estudiando este proyecto. La escribo sí, desde lejos, en Devon, en el sureste de Inglaterra, desde donde revisamos diagnósticos, realizamos más entrevistas y discutimos reflexiones. Algunos recién llegamos de la península; en distintos equipos visitamos sitios clave de los siete tramos que conforman los más de 1,500 kilómetros propuestos para el Tren Maya, con la única intención de entender mejor una diversidad de demandas y preocupaciones, pero también anhelos y esperanzas, haciendo escrutinio de afirmaciones de promoventes del proyecto y de las dependencias involucradas.
Esto, que es tan básico, no parece estarlo haciendo mucha gente desde la academia o el periodismo, que parece considerar válidos sólo ciertos interlocutores. Nuestro trabajo empezó precisamente acercándonos y escuchando a voces que considerábamos no escuchadas por autoridades e ignoradas también por los medios tradicionales. Ahí entran colectivos, asambleas y comunidades que cuestionan el todo o ciertas partes del proyecto, como lo fue el Colectivo Tres Barrios en San Francisco de Campeche, cuya articulación y presión -también a través de amparos- logró el cambio de ruta de forma que se evitara la relocalización de cientos de familias de sus barrios. Pero no nos quedamos ahí. Tocamos las puertas de las autoridades competentes para saber lo que ellas y ellos tenían que decir.
Así han sido estos dos años, en que hemos trabajado con una diversidad de organizaciones, entrevistado a gente de muchos contextos y posiciones en la península, y entrevistado a las dependencias con influencia en el proyecto: FONATUR, Semarnat, SEDATU e INAH, por mencionar las principales. Hemos ido y venido con interrogantes y cuestionamientos, pero siempre con curiosidad, interés y humildad, dispuestos a escuchar sin una idea preconcebida o juicio previo ‘a favor’ o ‘en contra’ del Tren Maya. De hecho, el grupo de investigación es plural, incluyendo las organizaciones aliadas en la península. Es decir, nos inquietan o preocupan, ilusionan o llaman la atención diferentes cosas, y no en todo tenemos una postura común. Estas son algunas de las reflexiones de quien escribe, a partir de lo investigado y de los múltiples diálogos que seguimos teniendo.
Más allá de dichos controversiales y acciones puntuales desafortunadas desde que inició el proyecto, nos damos cuenta del alto nivel de la función pública en este gobierno federal. No solo en lo concerniente a formación y capacidades sino en su transparencia sobre la información (con algunas limitaciones) y su apertura a la crítica y al diálogo. Recientemente recibimos señalamientos de que nos hacen caso por tratarse de una universidad extranjera; nosotros lo atribuimos a que no vamos con la espada desenvainada ni utilizamos lo aprendido para golpear a este gobierno, como tampoco lo hacemos para minimizar demandas o restar legitimidad de quienes tienen preocupaciones genuinas sobre el curso de las cosas en el sureste, con y sin el Tren Maya. Puedo decir que, por primera vez en mi vida, como mexicano me siento orgulloso de la función pública. Pero más allá de esta percepción, compartida entre colegas, me parece que quienes ignoran la importancia de la interlocución con autoridades no solo se pierden de mucho en su comprensión, sino que tampoco le hacen un favor a la gente a quienes sí escuchan o a las causas que dicen defender. ¿Tener interlocución con o desafiar al Estado? Son opciones distintas, pero como investigadores nos parece un error ni siquiera intentarlo. Aquí, quienes desde el centro hablan de imposición y acciones autoritarias (‘despojo’, etcétera) no hacen su mejor esfuerzo por entender. La narrativa de que este gobierno es igual que los anteriores y que nada ha cambiado es atractiva para algunos y se basa en una desconfianza histórica hacia una clase política divorciada de la gente, pero dista mucho de la realidad.
En el pasado se solicitó infructuosamente el Plan Maestro del Tren Maya. Pero este no existe, o si existe no tiene mucho que ver con el proyecto en la actualidad pues este ha tenido, además de decenas de cambios mayores o menores en su ruta, una veintena de cambios importantes en su concepción. Como el mismo gobierno plantea, el Tren Maya es mucho más que un tren. Es un proyecto de desarrollo y reordenamiento territorial para la península de Yucatán, con todo lo que esto conlleva. La pregunta fundamental es si el proyecto logrará cambiar la trayectoria del desarrollo brutalmente desigual e insustentable en la región y ayudar a aliviar la pobreza, o no. En este sentido, la narrativa de que todos los problemas existentes en la península se agravarán con el Tren Maya es igualmente atractiva para los detractores del proyecto, pero, además de tramposa, es ciega ante potenciales y oportunidades que el proyecto abre para la protección de la riqueza cultural y natural y para cambiar la vida de habitantes de ciudades y pueblos de la península.
En los hechos, buscar ‘frenar el Tren Maya’ implica mantener el estado de cosas en la región. El que sea un proyecto vivo significa que no todo está definido o resuelto, y aquí la presión y la organización social de pobladores es fundamental. Como ejemplo, en nuestro recorrido por el Tramo 4 vimos la construcción de pasos para ganado y vehiculares que hoy no existen en una autopista que hace décadas partió el territorio y dejó a comunidades humanas de uno u otro lado. Esto se logró gracias a la presión ejercida por las comunidades necesitadas de esta conectividad. En cuanto a los corredores de vida silvestre son científicos involucrados quienes están dando la pauta en toda la ruta y sabemos que se contemplan al menos 290 pasos para fauna (de distintos tipos) cuando hoy son prácticamente inexistentes en las carreteras y autopistas de la región -tal vez hasta del país. En cuanto a las labores de salvamento arqueológico del INAH, sus estudios han ocasionado 24 cambios en la ruta del tren. Esto sucede cuando los hallazgos son considerados de valor excepcional.
No es casualidad que el Programa Sembrando Vida inició en el sureste. Concebido en la etapa de transición, inició en la región en 2019. Pese a problemas y limitaciones que tuvo sobre todo al inicio, es un programa sin precedentes en la atención a un sector olvidado por demasiado tiempo, el sector campesino. A diferencia de otros programas de apoyo, este busca impulsar la transición agroecológica. Su alcance, magnitud y significado para las y los campesinos que forman parte del programa son ignorados por los medios, pero su relevancia es enorme. Aunque no es su objetivo principal es en los hechos el programa de reforestación más importante del mundo en cuanto a nivel de inversión y extensión. Sembrando Vida abarca en la región 448 mil hectáreas. Entre los más de cuatro mil viveros comunitarios y seis militares se sembrarán más de 800 mil árboles (maderables y frutales) en la región de influencia del Tren Maya. Las especies, por cierto, se deciden localmente en comunidades de aprendizaje campesino con el apoyo de técnicos y facilitadores. En recorridos por comunidades mayas que forman parte del programa en Felipe Carrillo Puerto, fueron ellas quienes nos hablaron con ilusión del Tren Maya y de la conexión con Sembrando Vida, pues hoy tienen que vender su producción a intermediarios al no tener forma de llegar a mercados de consumo. “¿Qué piensa de la frase ‘El Tren Maya no es maya’?”, preguntábamos. “No solo es maya, sino que será de todos los mexicanos”, nos respondieron con una sonrisa. Para sembradores y ejidatarios con quienes hablamos, este gobierno es el primero que les atiende, y no ven una cosa separada de la otra, como se suele hacer desde fuera, desde el centro.
Lo que ha ocurrido con este tramo es todo un tema y se necesita una elaboración mayor que ni el espacio ni el tiempo me lo permite, pues nos preparamos ahora para un diálogo importante este viernes. Pero podemos decir que la narrativa de ‘ecocidio’ de la campaña conocida por todos tiene poco fundamento, y el discurso lleno de hipérboles y a veces abiertas mentiras, está marginando su posición, pese a tener a todos los medios en su favor. Habrían de preguntarse los de Sélvame del Tren cómo es que no acude la población a sus acciones y protestas si, como plantean, el Tren Maya conducirá al ecocidio, a la desaparición de la selva y a la afectación irreversible de cuevas, cenotes y ríos subterráneos. Tenemos elementos que ponen algunas de estas aseveraciones en duda, pero también la percepción de que solos se están marginando; que hay un activismo desvinculado de la realidad y sobre todo de las necesidades y aspiraciones de la población más marginada en entornos urbanos y rurales de la costa del caribe. Los pobladores han visto y saben perfectamente qué ha causado la devastación y que solo unos pocos inversores, nacionales y extranjeros, se llenan los bolsillos generados por el ‘modelo de desarrollo’ que prevalece en la península y de manera particular en la llamada Riviera Maya (que esa sí no tiene nada de maya).
Estaremos abordando el Tren Maya en este y otros espacios en las próximas semanas, nos es importante compartir algunas reflexiones e invitar a la discusión.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona