Es la zona limítrofe entre Tlaxcoapan y Tlahuelilpan, Hidalgo. Aquí mismo, a unos metros, un lago de fuego encendió los cuerpos de decenas de personas en 2019. Llegó el luto, llegó el llanto; sobre éstos relanzaron su imperio criminal ladrones de combustible
Texto y fotografía: Áxel Chávez / Amapola Periodismo
“¿Has olido la gasolina carburar en un vocho viejo?”. Esa mezcla entre el humo del escape y el tufo del crudo que se escabulle del tanque. “Es lo mismo que estar a pie de ducto, pero mucho más fuerte, como si en lugar de vocho fuera un tractor, o varios más. Los poros de la nariz arden, luego queman; es como inhalar lumbre”.
A juzgar por lo sucio y raído, al cubrebocas de Piquetero le anteceden muchos días. Dice que ya no huele porque el combustóleo le quemó las fosas. Ríe porque uno de los síntomas de Covid-19 es la pérdida de olfato, pero él no lo tenía bien desde antes. Lleva tres años, desde los 16, perforando ductos con el teco, una herramienta hechiza con la que abren la válvula para que no haga chispa.
Su risa estridente, dada a la locura. Reír incluso por lo que no tiene sentido, con los ojos vidriosos. Si no trajera el cubrebocas pensaría que, de tan grande carcajada, se puede ver por su garganta, no sólo las muelas y los dientes un poco retorcidos en los que sólo queda un hilo blanco a la mitad. Halcón, que está más lejos, dirá después que es el efecto de la gasolina. No es como jalarle las patas al diablo, dice, en alusión a fumarle a la yesca, a la mota, que los adormece, es más como estar bien jalado por el LSD.
Morrillos expertos que saben tanto de la droga como del crudo, más cuando escurre esa línea verdeazul por la maleza, porque no se abre o cierra bien el metal por donde corre el combustóleo.
¿A qué le temes más: a morir calcinado o intubado por Covid?, le pregunto a Halcón. Las charlas constantes han hecho que no sea la dureza de las primeras veces, cuando desconfiaba.
Su respuesta a cualquiera para en seco: “pues más más a morirme de hambre, ¿o tú no, cabrón?”.
Un tío suyo falleció cuando la explosión de Tlahuelilpan, este poblado donde el 18 de enero de 2019 un ducto estalló y dejó 137 muertos. Una perforación quedó abierta y la gente, con días de sequía de combustibles, empezó a recolectar el líquido, hasta que la parcela de San Primitivo se convirtió en un hades sobre la tierra. Tardaron días en reconocer a su tío, calcinado como había quedado. Con él, Halcón descubrió en los ojos la muerte.
Adentro del hoyo está Piquetero, hay cuatro halcones, seis despachadores, entrarán seis Torton de seis mil litros cada uno entre la oscuridad de la una a las cinco de la mañana del cuarto mes del segundo año de confinamiento. Cubiertos entre la maleza, sicarios dispersos con fierros R15 y, a una distancia invisible, con las luces apagadas, dos patrullas de policía sobre la carretera.
Aquí debería estar el Ejército, pero no se aparecerá hasta las seis de la mañana, cuando los camiones estén ya en baldíos y el ducto haya sido soldado con la corriente de dos baterías de autos.
“Las erres son pa’ la chamba, que si hay una bronquilla, esos vatos –los sicarios– llevan una pistolilla ahí, cuando hay madrazos”, suelta El Dos. ¿Y de dónde las sacan? Ya me lo había contado hace un año, a inicio de contingencia: “Los mismos ministeriales las llevan o los mismos de la PGR –hoy Fiscalía General de la República (FGR)”. “Ahí dicen: ‘aquí traigo una recortito o aquí traigo un cuerno’”.
Es la zona limítrofe entre Tlaxcoapan y Tlahuelilpan, Hidalgo. Aquí mismo, a unos metros, un lago de fuego encendió la carne y los huesos de los cuerpos cuando se consumían. Llegó el luto, llegó el llanto; sobre éstos relanzaron su imperio criminal los huachicoleros.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que ese es el episodio más triste de su mandato, por eso emprendió una lucha contra el huachicol que, aunque él afirme lo contrario, no ha terminado. El combustible que corre por el estómago de la manguera, que está conectado al ducto y que desemboca en el Torton, que se nutre de litros que, en este momento, se venden a doce o a trece pesos, según donde vaya, dice que no, que no ha terminado; el néctar que salpica de esta culebra metálica que anida bajo la tierra refuerza que no ha terminado.
El Dos sabe bien de esto: de picotear ductos y de llevar los ojos llenos de muerte. Operaba en el Valle del Mezquital, pero a 70 kilómetros de aquí, en Tezontepec de Aldama. Era el hombre de confianza de un capo, hasta que a éste lo asesinaron. Antes, perdió a su padre, hace tres años, en una brecha de carretera en San Gabriel, Tezontepec, en un tiroteo entre dos grupos enfrentados por el control de las válvulas de Pemex, Los Parkas y Los Talachas.
Aunque estos dos últimos ya están muertos, dejaron células en las que, ya aprendido el negocio, algún Segundo curtido en fuego –AKA, calibres sin distingo…–, el teco y herramientas para soldar los ductos quiere pelear por un territorio en el estado donde pasan los 101 kilómetros del ducto Tuxpan-Tula, 17 del Tuxpan-Azcapotzalco y 80 del Tula-Salamanca.
El Dos dice que no va a pelear. Lo persigue el riesgo. Se libra de los recuerdos cuando habla. Dice que el cuerpo de su padre tenía un orificio en la frente, varios más entre el abdomen y el pecho. “Cuando entierras a un padre lo demás vale madre”. Con la rabia en el labio, remarca: “pinche precio”. Luego añade, como resignado: “pero no había de otra”.
Su papá no era un sicario, sino un piquetero al que le tocó la ráfaga sin distingo.
Aquel día murieron siete. Él dice: “pero a la que chingaron era pura gente que no tenía nada que ver: chingaron a unos que fueron a revolver alimento para los toros. Esa gente era de Puebla. Otro que estaba arreglando una camioneta, luego una señora y sus dos chavillos; ellos no sabían nada”. La bala sin tregua agarró parejo.
A raíz de la explosión de Tlahuelilpan empezó a llegar más gente de seguridad, pero pronto se alió al negocio.
“Allá está muy controlado, en tramitos ya hay campamentos de soldados. Dirías que ya no se puede hacer nada, pero el dinero lo puede todo”, dice el Dos.
En Bomintzha, Tula, hacían cuatro tomas y llenaban pipas de cinco mil litros.
“Nos daban chance en lo que botaba la alerta y eso. Igual eran casi 40 minutos en abrir el ducto y otros 40 para ordeñarlos, pero por tomas sacábamos lo que eran siete camionetas”. Son 35 mil litros que vendían en dos días, a 13 pesos cada uno. El ducto salpicaba casi medio millón, 455 mil pesos un día sí y un día no.
El Cártel Jalisco junto con Zetas Vieja Escuela son los principales extractores de combustible en el centro del país, según el informe Mexico: Organized Crime and Drug Trafficking Organizations, elaborado por el Congressional Reserve Service –servicio de investigación del Congreso de Estados Unidos–, y aquí, Hidalgo resalta por su estadística: es el estado más ordeñado de México desde hace cuatro años: dos mil 111 tomas clandestinas en 2018 –en esos doce meses tuvo más que las mil 86 acumuladas en 17 años (2000-2018)–; cuatro mil 29 en 2019 –un incremento de 92 por ciento–, cuatro mil 994 en 2020, el primer año de la pandemia, y cuatro mil 461 en 2021, según la estadística que obra en la Gerencia de Estrategia y Sistemas de Seguridad y Monitoreo de Petróleos Mexicanos (Pemex)[1]… pero los picotazos en las válvulas no cesan; son como cuervos tras la carroña.
Estos grupos no están solos: inteligencia del estado ubica al Cártel de Palmillas –surgido en Palmillas, Querétaro– como uno de los responsables de la cadena de sangre que ha dejado la pugna entre grupos, con asesinatos de otrora líderes de la ordeña y lugartenientes, pero que no han desarticulado a sus estructuras, que perpetúan el delito: El Rabias, El M1, La Marrana, El América, El Rex, El Fénix… y los abatidos El Parka, El Talachas, El Tito, El Puerco, El Hormiga…. son sólo unos nombres que forman los eslabones de esta cadena.
Hidalgo es el estado más vulnerable para perforar un ducto, y no es para menos, el huachicol es una economía ilegal que, de acuerdo con los Sistemas Jurídicos Institucionales de Pemex, ha generado un quebrando económico al país por 25 mil 364 millones 370 mil 51 pesos[2], desde 2006, cuando se comenzó a contabilizar el daño, y sólo por tomas clandestinas.
El monto robado por los huachicoleros equivale a comprar todo un complejo de refinación, literalmente: duplica los 12 mil millones de pesos que el gobierno mexicano pagó por el 50 por ciento de las acciones de la refinería Deer Park en Texas a Shell Oil Company, en mayo de 2021, también es 14 veces más que los mil 794 millones 404 mil 37 pesos gastados por el gobierno de Felipe Calderón en la fallida refinería Bicentenario, en Tula, Hidalgo, sólo en retiro de residuos, acondicionamiento del predio y en una barda perimetral, insignia de una obra errante que dejó 700 hectáreas de tierra estéril en lo que antes eran cultivos de tomate, calabacita, alfalfa, cebada, frijol…
Así, de manera sigilosa, el plomo y la sangre han corrido a causa de este negocio, mientras el crudo se mese en el ducto hasta llegar al agujero.
Los Zetas se dieron cuenta que a la par del narco, incluso más rápido, tenían suficientes ingresos de la extorsión y el secuestro, pero, más que de éstos, del huachicol. Lo necesitaban para financiar la lucha por las plazas que tenían contra el Cártel de Sinaloa, protegido –según testimonios en el juicio del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán– por Genaro García Luna, entonces secretario de Seguridad, líder de la estrategia de combate a las organizaciones criminales y mano derecha del presidente Felipe Calderón.
“De ahí se diversificó el negocio y ya todas las mafias lo hacen: ve a la Unión Tepito, cómo tiene el control del Centro Histórico (de la Ciudad de México, a través de la extorsión y el despojo) y ellos también venden la ‘ordeña’, cuando antes sólo eran narcos, o Sinaloa y el Cártel Jalisco, que ni se diga.
“Con esto ya también se perdió la categoría del narco, de que era mafioso, pero no se metía con la raza. No, ahora no, ya los cárteles sangran por sus fortunas”, cuenta el primo, quien conoce por testimonios directos parte del origen del robo de combustible en Hidalgo. Cuando dice que “sangran por sus fortunas” se refiere al ‘huachicol rojo’: la cadena de muerte y crímenes que ha traído este delito: homicidios dolosos, robos de vehículos, extorsión, trata, secuestro…
A él se lo contó El JC, otrora jefe de la plaza en Tampico, Tamaulipas, que respondía a las órdenes del Zeta Rex, Luis Reyes Enríquez, un alto jefe del narco en Ciudad de México, Tamaulipas, San Luis Potosí e Hidalgo en la época en que este cártel comenzó a apoderarse del huachicol en el estado. Además, capo hidalguense, nacido en el vientre de la sierra, en la comunidad de Pemuxtitla, Molango.
El JC fue recluido en la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande y fue cuando el primo lo conoció, porque también estuvo ahí, tras ser detenido en junio de 2007 acusado de delincuencia organizada y delitos contra la salud en modalidad de fomento. Al no probarse su responsabilidad, fue liberado después de tres meses de arraigo y ocho más en prisión.
En las celdas de Puente Grande, el exjefe de plaza le contó que El Lazca, Heriberto Lazcano Lazcano, entonces jefe máximo de Los Zetas, había ordenado diversificar el negocio para obtener más recursos y afrontar el avance del Ejército, la Policía Federal y el Cártel de Sinaloa. Pero después fue tan redituable que del derecho de piso a los mandos de Pemex que manipulaban los tableros y las válvulas desde la refinería Miguel Hidalgo, en Tula, se apoderaron de todo, como sabían hacerlo: con un reguero de balas y, sobre todo, con sangre.
“Para seguir con la guerra nosotros necesitábamos conseguir cómo financiarnos, porque Sinaloa traía al Ejército y a la Policía Federal. En las plazas los tres peleaban contra nosotros”, le decía El JC.
En junio de 2020, El Dos, un exlugarteniente de un capo del huachicol asesinado, me dijo: “¿Esto del huachicol sabes de dónde vino? De los mismos de adentro. El huachicoleo más más perro que había era ahí adentro, en la refinería, ahí una pipa pasaba y con los mismos papeles salía otra; es decir, no se contabilizaba, o cajas extras salían con bidones. El huachicoleo más perro siempre fue adentro”.
El Rex, otrora jefe del JC, es una pieza clave en esta historia, porque fue uno de los supuestos padres del huachicol en la última década, como fundador de Los Zetas Vieja Escuela.
El primo y el Rex se conocían, y se reencontraron el 15 de mayo de 2015, en la fiesta en honor a San Isidro Labrador, en Pemuxtitla, Molango.
—¿Cómo ves?—, le preguntó el Rex.
La pregunta fue un fuego vivo: la opción de reintegrarse a Los Zetas, ya bajo otro liderazgo tras la supuesta muerte del Lazca en octubre de 2012 –un cadáver prófugo de la justicia–, pero cártel dominante aún en su tierra y en los territorios que él lideró, pese a la escalada del Cártel Jalisco Nueva Generación, que entonces ya había encontrado en las válvulas de Pemex una economía subterránea que comenzaba a dejar un reguero de cuerpos por un tercio del territorio del estado, desde los linderos con Querétaro, en Huichapan, hasta la sierra norte poblana, en Cuautepec.
—Enrolarse en esa madre es la muerte o es la cárcel –le dijo– y tú ya la libraste.
Nadie esperaba al Rex, pero había sido liberado por un tecnicismo legal cuando aún le faltaban 39 años de condena, sin apelación por parte de la PGR.
Inteligencia federal presume que el Rex reagrupó a una facción de Los Zetas, la que estaba en contra de Miguel Treviño Morales, el Z-40, a quien acusaba de haberlo entregado al gobierno federal al proporcionar la ubicación de su boda, en Atotonilco el Grande, el 24 de junio de 2007. La Vieja Escuela, como se hicieron llamar, se financió con la extracción de hidrocarburo en Hidalgo, así como en Minatitlán, Cadereyta, Salamanca –entonces recién emergía el Cártel Santa Rosa de Lima– y Salina Cruz, sede de refinerías en el país y viejos feudos zetas.
El Rex fue detenido por segunda ocasión en agosto de 2016 en San Pedro Garza García, Nuevo León. La división antidrogas de la policía federal lo señaló como uno de los jefes del huachicol en el país. A la par, en Hidalgo aparecían mantas que lo acusaban de perforar las válvulas bajo la protección del poder estatal. Cuando fue asesinado en una cárcel de Tamaulipas en 2018, a manos del Cártel del Noreste de Treviño Morales, el negocio de los ductos de Pemex –según informes de inteligencia federal– ya tenía muchas manos en su estado natal, no sólo de cárteles, entre los que también estaba el de Santa Rosa de Lima en Tula a través de una alianza con grupo La Sombra, formado por exmiembros del Cártel del Golfo, sino de grupos locales que habían aprendido a ordeñar y usaban la mano de obra más vulnerable para sus economías ilegales: niños como halcones, mujeres como despachadoras y jóvenes como piqueteros y sicarios.
Un exalto mando de seguridad en Hidalgo, actualmente en el retiro por situaciones políticas, pero que fue parte de las áreas de inteligencia del estado en la etapa en que los Zetas fueron el cártel más fuerte del país y tenían a la entidad como uno de sus centros de operaciones (2006-2012), contó para este trabajo y a reserva de su identidad que permitieron el acaparamiento de los Zetas del negocio del huachicol porque en aquel momento no era un delito de sangre.
Al concederles las válvulas y la operación de los tableros desde la refinería Miguel Hidalgo, delito que antes controlaban trabajadores de la petrolera, se les entregaba una economía redituable que bajaba delitos de alto impacto como el secuestro y los homicidios.
Este alto mando refiere que cuando detuvieron al primo del Lazca, Humberto Canales Lazcano, en febrero de 2012, que era el jefe de los huachicoleros, el objetivo era obtener información y entregar un “pez gordo” para la entonces guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón, por la presión que existía del gobierno federal que acusaba la protección estatal a Los Zetas, sin que buscaran desarticular el entramado delictivo de la ordeña.
Son dos pueblos sobre ductos donde el imperio del huachicol sentó sus reales: Amealco y San Bartolo Xocalpan, en Chapantongo, al poniente del estado. Este municipio sólo representa el 1.34 por ciento de la superficie total de Hidalgo, pero en el ajedrez del crimen es un caballo negro que, en cada movimiento, salpica millonarios réditos para el hampa, como el ducto cuando se perfora.
Mientras las balas se concentran en los otros territorios del Valle, aquí, la ordeña crece sigilosa.
En toda la franja en Chapantongo, hasta salir a Nopala, se trafica gasolina. Se conecta con el Estado de México y con el corredor de la ordeña en la zona Tula-Tepeji (que incluye a Tezontepec de Aldama y Tepetitlán); además, en la zona limítrofe a Querétaro, con Huichapan, otro pueblo huachicolero.
“Antes la gente se dedicaba al campo o a vender alfalfa, queso; el producto que les dejaban los animales, y ahorita ya no se dedican a eso al ciento por ciento. Luego luego se ve cuando entra el huachicol, porque hay casas, locales, comercios… hay más derrama económica”, cuenta Albina, una mujer de Chapantongo. Como su casa está a la orilla de la carretera, ha contado 27 camionetas pasar en la oscuridad. Si los bidones en las bateas no los delataran, lo haría el olor a crudo que van regando sobre el pavimento.
Para saber cómo el hampa se apoderó de los ductos, hay que ir atrás una década.
Aquí hay una cabeza: el capo, lo conocen por su nombre de pila, Arturo. El negocio lo empezó su hijo a los 15 años, como piquetero, hoy tiene 25 o 26. Sin embargó, no empezó aquí, sino en Tepetitlán, otro pueblo sobre ductos, con otro capo conocido como el Bárcenas o el Pelón, Carlos Bárcenas Jiménez.
Cuando publicó el Mapa del huachicoleo con informes de Pemex y la Policía Federal, el semanario Proceso reveló que este personaje estaba ligado a Rodrigo Castillo Martínez, expresidente municipal de Tepetitlán, diputado local por el distrito 6 de Huichapan, postulado por la coalición Va por México (PRI-PAN-PRD). A Rodrigo, su hermano Elías lo sucedió en la alcaldía de Tepetitlán, un pueblo tomado por la ordeña.
Arturo aprendió el negocio con Bárcenas y tejieron una alianza de facto para cuidarse del resto, porque sólo en esta zona, el Valle del Mezquital, se enfrentan entre sí Los Americanos, en Tezontepec; el grupo del Chita, en Mixquiahuala, Actopan y Tetepango, y el del Geisha, en Tlahuelilpan. Más Los Michoacanos o Pueblos Unidos, que de Tepetitlán se extendieron por los caminos del Valle, del que mantienen control aunque se refugiaron en la montaña de Michoacán después de que José Artemio y Mariano Maldonado Mejía, El Rabias y el M1, fueran liberados de la cárcel de Tula el primero de diciembre de 2021, en una operación que incluyó autos bomba, presunta entrega de dinero a policías y decenas de operarios y sicarios.
Antes, en esta región asesinaron al Parka, líder sanguinario, al Tito y al Talachas… de los primeros “jefes” de la ordeña.
El capo, en Chapantongo, “inició con dos, tres camionetas, a venderla nada más para los tanques (de autos). Ahorita ya él distribuye hasta la zona de Ixmiquilpan y Alfajayucan”, revela un hombre que conoce desde la entraña el negocio por la cercanía con uno de los hijos de este líder del huachicol.
A condición de reserva, da cuenta de todo lo que sabe: en Amealco, el capo ha tejido una economía subterránea en la que involucra a 60 familias, entre piqueteros, halcones y vendedores, desde los niños que “pisan el ducto”, como se dice a los vigías que alertan sobre la presencia de policías, hasta los despachadores o revendedores.
Con esto, añade, ha creado una base social: el pueblo está a un silbido de movilizarse. En su territorio ha creado un escudo en el que al frente va la gente, por si ingresa una policía no cooptada.
Este esquema no es privativo de este líder, en Hidalgo así opera el huachicol: en Tezontepec, la población ha desarmado y amenazado con linchar a soldados, a quienes también acusan de colusión, al supuestamente proteger a unos grupos y perseguir a otros, además de presuntamente atacar a inocentes.
Lo mismo ha sucedido con policías en Cuautepec, en el Valle de Tulancingo –el municipio más ordeñado de Hidalgo, además–, donde el 9 de junio de 2021 habitantes de las comunidades de Guadalupe Victoria y San Juan Hueyepan –puntos álgidos de la ordeña según la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)– quemaron un vehículo de la procuraduría de Hidalgo, que acompañaba a la FGR en un operativo de cateo a supuestos almacenes de gasolina robada. La cizaña creció entre el trigo.
Pero no es todo: el primero de julio de 2018, con apoyo de los pobladores, huachicoleros “levantaron” a un elemento de Seguridad Física de Pemex, al que torturaron, le rociaron gasolina y prendieron fuego. El cadáver quedó sobre la batea de la camioneta institucional que el agente tenía bajo su custodia; sólo así lo identificaron, calcinado como había quedado. Pero son sólo escenas, piezas que arman el rompecabezas de realidad.
En el tramo de Chapantongo a Alfajayucan hay construcciones de block: paredes levantadas a un par de metros, algunos pies de casa, deshabitados, que se ocupan como bodegas o tiendas clandestinas. Lo que se observa en la carretera también lo confirman los pobladores.
El capo, dice la fuente que conoce la operación desde el interior, mete alrededor de 45 o 50 camionetas en las que puede trasladar dos mil litros. Son cien mil litros por noche trabajada. Él, además, “renta” la toma: cada litro que alguien saca de ahí, en el punto que él controla, se lo pagan a seis pesos.
Como si se tratara de la ficha para alcanzar consulta en un hospital, él asigna quiénes pasan y a qué horas.
“Tú dices: ‘yo tengo una camioneta de dos mil litros’. ‘Órale, te voy a formar y te voy a dar un turno, el 25, digamos; entonces, más o menos como a las 3:00 o 3:30 de la mañana te vas a meter, te voy a cargar tus dos mil litros y ya te vas, no me interesa dónde la vendas, con quién la vendas ni a dónde la lleves. Saliendo de ahí ya es tu responsabilidad.
“Imagínate, son 600 mil pesos por noche trabajada, pero de esos no todo queda libre. Pagar cien mil a los trabajadores ya es muy exagerado, porque aquí la gente trabaja por mil pesos, y tiene un aproximado de 60 gentes en San Bartolo, más los sobornos a las policías, municipales, estatales… de los de Pemex y a veces de los soldados sí debes cuidarte, por eso pones halcones”, precisa este hombre.
Él sabe que de estos ductos sale el huachicol que se vende en una decena de municipios del Valle del Mezquital, porque lo ha escuchado de voz del capo: Ixmiquilpan, Chilcuautla, Francisco I Madero, Actopan, Ajacuba, Progreso de Obregón, El Arenal, Santiago de Anaya, San Salvador y Alfajayucan.
Otra fuente en Amealco cuenta: “en Alfajayucan luego la llegan a vender a 15 o 16 pesos, pero ese precio subió a partir de la crisis que hubo de desabasto, cuando entró López Obrador, porque antes estaba a seis o siete pesos (enero de 2019).
“Entonces se viene el tiempo en que no dejan trabajar y no hay nadie, entonces cuando empieza a haber ya la empezaron a cobrar de a 11 o 12 pesos hasta que llegó a 16. Pues la gente de estos lados llega a comprar ahí porque tampoco hay gasolineras cerca.
27 de enero de 2022
“Hay muchos que dicen: ‘yo estoy a lo mejor en contra de esto, pero ¿dónde voy y compro?’. Las gasolineras más cercanas son en Jagüey, Nopala, o Alfajayucan”, a más de 20 kilómetros.
El año anterior pasó algo muy extraño para los pobladores: “de repente dejó de haber huachicol (marzo de 2021, cumplido un año de pandemia) y nada y nada y nada, y el que tenía te quería vender como si fuera gasolinería, a 20 pesos”.
Los habitantes empezaron a preguntar entre los que venden. La respuesta los atemorizó, como había hecho antes con los huachicoleros: supuestos emisarios del Cártel Jalisco Nueva Generación exigían derecho de piso si alguien quería ordeñar las válvulas.
Halcones, revendedores, piqueteros… todos dependían totalmente de este negocio, entonces empezaron a sacar gasolina con tambos que cargaban en carretillas, pero era muy poco para mantener toda una economía que mantiene a un grueso de la población.
“No había nada de huachicol. Sacaban 200 litros por viaje en una carretilla y un tambo, pero tenían que caminar como un kilómetro sobre piedra y barrancos y ahí iban con sus 200 litros y los vendían a 19, 18 pesos. Ya casi al precio”, refuerza esta versión otra pobladora de Chapantongo.
La gente no salía, tenía miedo de encontrar las balas del grupo armado, ya afincado en la periferia, en el corazón del Valle del Mezquital y también en la zona Tula-Tepeji, donde se ubica la refinería.
De un día para otro, así como había desaparecido, volvió. Los habitantes no saben si la amenaza a los huachicoleros locales era o no real, si habrán o no pactado, pero el ducto comenzó a salpicar de nuevo, y con ello la economía ilegal de la que se sostiene.
El panteón no sólo es para los muertos, los huachicoleros han encontrado en las tumbas, junto a los vestigios y cadáveres, un sitio para resguardar la gasolina robada y también para extraerla. Tan sólo en enero de 2021, autoridades de la Ciudad de México descubrieron que el panteón de Santa Lucía era utilizado para extraer crudo del ducto Tuxpan.
La savia negra también se mueve por debajo de la tierra, a través de túneles. La Guardia Nacional ha detectado obras subterráneas en los municipios de Nopala y Atotonilco el Grande, también en Tula, a dos kilómetros de la refinería Miguel Hidalgo, donde los gasotraficantes usaron una estructura paralela a través del gasoducto inconcluso que construiría la empresa Transcanada. Este es uno de los puntos en disputa, debido a que, por medio del poliducto bidireccional 12’’-14’’-12’’, que tiene como destino Salamanca, Pemex transporta 38 mil barriles diarios de producto.
Las redes criminales que comercian las combustibles tienen más variantes: en Hidalgo la ordeña se ha movido en carrozas fúnebres, ambulancias apócrifas, taxis y bolsas de plásticos en cajuelas, según los casos detectados por las policías.
A condición de resguardar quiénes son, personas allegadas al negocio revelaron un nuevo esquema de tráfico que comenzó ante el cierre parcial de válvulas desde los tableros de la refinería Miguel Hidalgo, como una medida para reducir la ordeña.
Por los ductos empezó a correr más turbosina, que, por su octanaje, no es recomendable para automóviles, sino para aviones. Pemex creyó que con ello reduciría el tráfico, si los huachicoleros no podían comerciarla, mas no fue así.
Los traficantes comenzaron a mezclarla con aceite de dirección, para que diera un color rojizo, y así a venderla como gasolina. De esta forma hicieron por el corredor del Valle del Mezquital, el más extenso del estado, con 23 de los 84 municipios.
La turbosina es color paja, pero no sólo es la tonalidad, sino la picazón que ocasiona en las fosas de la nariz por el nivel de octanaje. “La reconocemos por el color y por el olor, porque huele muy feo, pica también hasta los ojos”, precisa un operador de la ordeña, encargado del resguardo de combustibles en una casa de seguridad.
“Te queda como babosa, como el aceite, pues. La gasolina tiene que secar en tu mano y ésta queda espesa. Entonces ahí quiere decir que le mezclaron ese aceite de dirección para hacerla rojita, como la premium, porque la turbosina es como blanca”, añade.
Cada litro cuesta 12 pesos y, por su octanaje, revienta las bombas de gasolina. Esta economía ilegal ha potenciado la venta de refacciones. Titulares de estos negocios por la carretera México-Laredo confirmaron esta versión.
Los ojos de Halcón guardan mucho, suficiente para saber que la ordeña no opera sin la corrupción.
Cuenta que hay un pacto para ingresar por días terciados de doce de la noche a seis de la mañana y drenar los ductos. El pacto tiene precio: 45 mil a la cabeza, que distribuye entre todos. La cabeza está a cargo de los militares que llegaron tras la explosión de Tlahuelilpan. Dice que pagan 50 mil más a la estatal y cinco mil a cada municipal.
Quien opera la toma se comunica por radio para saber cuándo cerrar, por las alertas que reciben en el tablero los operadores de Pemex, o por los reportes que arrojan las frecuencias radiales de seguridad estatal y municipal, ahí también.
Ellos dejan mangueras y bidones cargados que se reportan como decomisos. Es un combate de facto.
En dos minutos llenan un bidón. La manguera es de dos pulgadas y la presión la detecta tras cinco minutos. Después, cierran la válvula y esperan indicación desde Pemex para volver a abrir. Sacan entre cinco y seis Torton, cada uno con capacidad de seis mil litros. Son 35 mil, casi medio millón.
El cubrebocas es más para disipar un poco el olor a gasolina que para protegerse del Covid, dejados los rastros de éste u otros virus mientras se manipulan las mangueras o en las herramientas. De los que conocen aquí entre estos ordeñadores, seis han enfermado, de entre unos 40 que por noches van entrando al quite. Sólo uno estuvo muy grave, pero dicen que fue por la hipertensión y el sobrepeso. No era morro como la mayoría, “él ya estaba más ruco”. Éste viene desde el tiempo del poblano, un viejo jefe del huachicol, de hace más de una década, que empezó con Los Zetas.
Tenía que mirar atrás, con el miedo de volverse estatua de sal, una sal flamable que chispó del ducto cuando acarreaban la gasolina y, al estallido, encendió los cuerpos en San Primitivo hasta volverlos ceniza. Tenía que mirar atrás y lo hizo, después de que el estruendo que cimbró la tierra lo desbalanceó y lo dejó en el piso.
En los linderos del predio, Halcón vio cuando la gente se calcinaba. Era un aullido en cada ser mientras su cuerpo se derretía, en una agonía que los hacía tirarse al piso para tratar de apagarse con los pastizales. Quiso meterse entre la columna de lumbre que había cubierto la parcela tras sus rostros aturdidos, con el grito atorado en la quijada.
Él jura que, en la sinfonía de alaridos que se hizo en el terreno, escuchaba a su tío gritar; Piquetero, con él entonces, dice que no, que era Halcón el que lo hacía. Presenciar la muerte de los suyos, con los bidones cargados en una batea, era la mordedura que el destino les tenía preparada.
Apenas habían salido minutos atrás antes de que fuego cubriera San Primitivo… son memorias que duelen al soñarse.
Dice que los soldados les habían dicho que recolectaran, porque iban a cerrar la toma a las ocho, pero explotó a las seis cincuenta y ocho. Acarreaban en garrafas y bidones, tras días de sequía en la región, porque en las gasolineras hubo desabasto.
No saben si el olfato se perdió aquella noche, en Tlahuelilpan, entre los cuerpos quemados, pero sus ojos tienen algo que no borró la memoria: las espaldas encendidas que corrían entre la hierba húmeda, recién regada por el combustible. Tatuadas en sus recuerdos lleva las muecas de agonía: una quijada que se tensa mientras la piel, alrededor de los ojos, abiertos, con llamas en el iris, se derrite.
Entre las tuberías, los morrillos se pierden entre el hampa vieja. Cuando alguno caiga entre balas, lo relevarán. Morro también es la parte baja de la cara, la boca y los mofletes de algunos animales: el hocico. Son eso, las fauces que clavan los dientes en el ducto, a riesgo de estallido.
[1] Solicitud de información 1857200111721
[2] Solicitud de información 1857200111621. La cifra sólo se cuantifica cuando hay denuncias.
*Este reportaje fue elaborado como resultado del curso-taller “Prensa y Crimen en la pandemia” con el apoyo de El Colegio de México y el Instituto Nacional para la Seguridad y la Democracia. Fue publicado en AMAPOLA PERIODISMO TRANSGRESOR,integrante de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer el original.
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