Susana, su hija de 10 años y su hijo de 7 fueron asesinadas dentro de su vivienda presuntamente por un hombre con quien la señora terminó una relación. Abelina Alfonso, madre y abuela de las víctimas, enfatiza el origen de esa tragedia: la violencia feminicida
Texto: Miguel Ángel León Carmona / e-Consulta Veracruz
Fotos: Beatriz Montes
XALAPA, VERACRUZ .– Un presagio inquietaba a Abelina Alfonso mientras preparaba comida rápida en un restaurante de Lake Placid, Florida. “Mi hija estaba en peligro, yo lo sabía, y mis nietos me necesitaban”, dice la mujer de 52 años que juntaba sus últimos dólares antes de volver a su natal Tlapacoyan, Veracruz, donde la muerte ya acechaba a su familia.
A inicios de 2022, se enteró que su hija, Susana Carreto Alfonso, era acosada por un hombre, Juan Augusto “N”, apodado “El Telúrico”, a quien sus nietos de 7 y 10 años detestaban, le contaban por teléfono.
Susana y Juan Augusto se conocieron en el centro de rehabilitación Ave Fénix, ubicado en el municipio de Coatepec. Ella ya había sido dada de alta, pero regresaba esporádicamente a escuchar pláticas de más personas que luchaban contra diferentes adicciones.
La vida de Susana puede ser una estampa de otras mujeres en Veracruz. A los 22 años de edad, dio a luz a su hija Danna Yamilet y cuatro años más tarde a José Luis. Y desde entonces cuidó sola de ellos, en un municipio como Tlapacoyan donde los índices de migración son tan altos como los niveles de desempleo.
“Ese bato, Juan Augusto, me llamó para pedirme permiso de salir con mi hija. Yo le dije que no, que ella todavía no estaba bien por su problema de alcoholismo”, comparte Abelina aún consternada.
Pese a la negativa, Juan Augusto siguió buscando a Susana. A sus hijos les compraba yogures y huevos kínder, aunque el menor, José Luis, se refería a él como “un gordo asqueroso que no quería en su casa”. Con Susana el método fue distinto: “Se la ganó invitándole caguamas”, recrimina Abelina.
Fue hasta el mes de marzo cuando Abelina se convenció de que era momento de terminar con su “sueño americano”. Aquella ocasión su hija fue privada de su libertad y permaneció encadenada a una cama durante una semana.
“Le pido a todas las mujeres que nunca confíen en un hombre”, dice Abelina frente a tres tumbas a las que hoy reza. Hace apenas cuatro días que regresó de Florida. La casa que remodeló con años de trabajo como cocinera hoy es una zona acordonada. En ese lugar, su hija y sus nietos fueron estrangulados con cables de teléfonos.
Arussi Unda Garza, fundadora de la colectiva Brujas del Mar, señala los distintos tipos de violencia de las cuales fue objeto Susana Carreto Alfonso.
Dice que el hecho que Juan Augusto “N” ‘cortejara’ a Susana a través del vicio era coaccionar su consentimiento a sabiendas de su adicción a la bebida; usar la vulnerabilidad para coartar sus acciones.
“Desde ahí ya se podía ver el comportamiento violento de ese hombre. Susana siendo una mujer sola y con dos hijos estaba en una situación de vulnerabilidad”, dice en entrevista.
Unda Garza advierte que, además de la violencia contra Susana, se suma la violencia vicaria, que es hacer daño a los hijos de una mujer como una extensión del daño que se quiere hacer a la mujer en sí. “Esto último es un delito que va en incremento en los últimos años”, apuntala.
La noche del pasado 13 de abril, Susana citó a Juan Augusto “N” en la casa de su hermana mayor, Rosario Carreto, para terminar su relación. No era la primera vez que lo intentaba; sin embargo, él presuntamente se negaba y la amenazaba con hacerle daño a sus hijos.
“Juanillo, mi hermana va a ser testigo de que yo no quiero estar ya contigo”, le dijo Susana. El hombre se agarró sus manos fuertemente y las hizo para atrás, recuerda Rosario, quien le pidió que se retirara de su casa. Eran aproximadamente las once de la noche.
Juan se habría marchado entre lágrimas, pero llamó a Susana minutos después para preguntarle si dormiría en casa de su hermana. Ella contestó que lo haría en la suya.
De acuerdo con cámaras de seguridad obtenidas por autoridades, el hombre ingresó a la casa de Susana, ubicada en la colonia Ampliación 22 de noviembre alrededor de las 00:30 horas.
Fue hasta el mediodía de ese jueves cuando el hijo de Rosario Carreto acudió a casa de su tía para conectarse a su red de internet. El joven notó que la puerta estaba abierta y esperó 10 minutos sobre la cama donde dormían sus primos.
Poco después entró al baño donde se careó con el horror. Susana, Danna y José Luis estaban sumergidos en una pequeña pileta de dos metros cuadrados. Él cargó a su tía e intentó reanimarla, pero notó que ya no respiraba.
“Yo estaba en la cocina, echándome un café, cuando vi llegar corriendo a mi hijo con las manos en su cabeza. ‘Mi tía y los niños están muertos’, me dijo y yo me enloquecí”, recuerda Rosario con impotencia.
“Justicia para mis hijos. Ese señor que hizo esto no tiene perdón de Dios. Perdónenme por no estar al lado de mis hijos cuando les hicieron esto. Mis hijos pedían auxilio y nadie los ayudó”, dice entre llantos Abelina Alfonso en el panteón de Tlapacoyan.
Para ella y para su familia no hay duda sobre la responsabilidad de Juan Augusto “N” en el multihomicidio. Abelina detalla la señal que provocó que ella cerrara su ciclo como migrante. Cuando Susana fue privada de la libertad.
“Susana no aparece”, le dijo Rosario Carreta a Abelina, hace un mes aproximadamente. Cumplía dos días desaparecida. “Búsquenla por todos lados. Ahorita te mando dinero para que le pidas a un hombre del pueblo que las acompañe”, respondió la mujer.
La familia de Susana sospechó de Juan Augusto “N”, y fueron a buscarlo a su domicilio, en Tlapacoyan. Él durante una semana se negó a dar información de la mujer de 33 años. Fue hasta la advertencia de una denuncia cuando confesó que la tenía oculta a unos 25 kilómetros de distancia, en la comunidad Plan de Arroyos.
Susana fue encontrada al interior de una bodega, semidesnuda y postrada en una cama donde presuntamente fue mantenida encadenada. Estaba desorientada, “llena de marcas de chupetones en el cuello”, y decía a sus familiares que no quería que la anexaran de nuevo.
Rosario lamenta no haber denunciado en ese momento a Juan Augusto “N” como Adelina pidió que lo hicieran. “Basta de tener miedo porque se están muriendo hasta los niños”, dice desconsolada.
“Desgraciadamente mi hermana cayó en manos de un psicópata. Yo qué iba a saber la estrategia maniaca que tenía. Me convenció de que no lo denunciara. Se vistió de un ángel sabiendo que era un diablo”, agrega.
Ante esa situación, Abelina avisó a su familia que se regresaría pronto de los Estados Unidos. Ella internaría a Susana debido a su recaída y cuidaría mientras tanto a sus nietos.
“Yo hablé por teléfono con ellos y les expliqué que su mamá necesitaba ir a un anexo, le dije ‘si no la cuidábamos diosito se la puede llevar’”. Sus nietos aceptaron, pero le pidieron dejar a Susana con ellos unos días más.
“La niña me dijo que esperara a que pasara su primera comunión, que sería a finales de abril. Que ella entendía, pero quería que estuviera en su fiesta”. Abelina aceptó y, aunque estaba por regresar a Tlapacoyan, Juan Augusto “N”, “El Telúrico”, se adelantó
Peritos de la Fiscalía General del Estado (FGE) le informaron que el triple asesinato se habría cometido entre las 5 y 6 de la mañana. Los vecinos confirman esa versión y aseguran que escucharon gritos de los menores, aunque nadie hizo por ayudarlos.
Juan Augusto “N” fue detenido el 15 de abril en una vivienda donde presuntamente se escondía, en la colonia Chihuahua de Tlapacoyan.
La hermana de Susana da una prueba más de sus sospechas. Todos presentaban golpes y fueron estrangulados. Pero el más lastimado era José Luis, de 7 años.
“Él siempre le decía de groserías a Juan porque no lo quería, le decía que era un gordo asqueroso”, sostiene.
La familia fue sepultada el domingo 17 de abril. Abelina llegó de los Estados Unidos casi de inmediato porque su regreso ya estaba planeado.
“Yo ya presentía algo malo, pero no me dio tiempo”.
Ese mismo día, unas 300 personas en Tlapacoyan salieron a las principales calles para exigir justicia. En 2020 se registró la primera marcha feminista en esa demarcación, convocada por el colectivo TlapFem. “El primer año fuimos 8 mujeres, el segundo un poco menos, pero este tercero fuimos cientos”, dice la activista Socorro Fernández, que hoy da acompañamiento a los familiares de las víctimas.
Periodista en Veracruz
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