La manzana se volvió igual a la comida chatarra, un alimento ultraprocesado. ¿Cómo llegó a eso? La respuesta está en el agronegocio: un modelo que se jacta de terminar con el hambre mientras nos aleja de los alimentos sanos y nos enferma. Un modelo donde además la gran industria paga menos impuestos que quien compra la manzana en la verdulería
Texto: Anabel Pomar/ Bocado
Foto de portada: Adobe Stock
Está soleado. Cada rayito de ese sol de verano me acaricia la cara. Tumbada sobre el césped, leo. En una mano tengo un libro y en la otra una manzana. Jugosa, deliciosa, dulce.
Comer una manzana al sol es uno de los recuerdos más felices de mi infancia. En casa se comía mucha fruta y verdura. Las huertas eran algo común. Se consumían leche, pollo, huevos y cítricos de campo, que se cosechaban cerquita. También ciruelas, duraznos y manzanas chiquitas. Las manzanas grandotas y más jugosas, en cambio, venían de lejos. Viajaban desde el sur de Argentina pero después no llegaron más porque las exportaban.
No había de esas manzanas todo el año sino en “su estación” y las comprábamos en la verdulería de la esquina porque no existían grandes supermercados de cadenas cómo ahora, donde se compra todo en el mismo lugar. Tampoco había tanto plástico ni tanta comida en latas, paquetes, envasada, chatarra. No se había naturalizado que cualquier cosa que se pueda comer es considerado alimento (ni que las manzanas debían ser todas igualitas como salidas de una planta industrial más que de un árbol).
No tengo mil años. Eso que cuento pasaba hace cuatro décadas cuando la agricultura industrial y el agronegocio desembarcaron al grito de “terminar con el hambre y la pobreza” en nuestros países latinoamericanos. La realidad dice otra cosa: la pobreza no ha disminuido y el derecho humano a la alimentación es ampliamente vulnerado en la región. Según la Cepal, el 30,5% de América Latina es pobre y el 13,1% se encuentra en situación de pobreza extrema. Sólo en América del Sur el hambre afecta a 33,7 millones de personas.
Cuando nos referimos al agronegocio y la agricultura industrial hablamos de un modo de producción a gran escala, mayormente de transgénicos, con gran necesidad de insumos energéticos y químicos, de exportación de commodities y baja generación de empleo junto con la precarización de la mano de obra. En las áreas donde se extiende este tipo de producción hay consecuencias directas: deforestación, pérdida de biodiversidad y expulsión de pequeños productores. También mucho uso de todo tipo de biocidas, es decir venenos de síntesis química molecular. En su origen etimológico la palabra biocida resume su función: “que mata la vida”. Son denominados también como Agroquímicos, Agrotóxicos, Fitosanitarios, Plaguicidas y/o Pesticidas.
En Argentina el 80% de la superficie cultivada se encuentra hoy destinada a tres cultivos:soja, maíz, algodón. Todos transgénicos tolerantes a peligrosos herbicidas (126 prohibidos en otros lados del mundo). Se calcula que en nuestro país se pulverizan actualmente más de 500 millones de kilogramos-litros de agrotóxicos.
La tierra destinada a producir verduras y frutas, en cambio, sigue siendo marginal. En la producción de las manzanas, que se convirtió en un producto fresco exportable incorporando el modo industrial de “agricultura” pueden observarse casi todas las características del agronegocio que atentan contra la soberanía alimentaria. Un manual que incluye cuatro puntos idénticos en todos los países.
Uno: Pérdida de biodiversidad de variedades, porque se empezó a producir lo que el mercado externo demandaba y no en relación al ambiente y la zona, alejadas de las variedades originales.
Dos: Aumento en el uso de sustancias de síntesis químicas para producir “sin plagas”. Mayormente fungicidas e insecticidas pero también herbicidas- y en los empaques de las frutas para los viajes a otros destinos.
Tres: Explotación y precarización laboral. En el caso de la manzana, como en otras producciones, se hace visible en la situación de los llamados trabajadores golondrinas. Un caso emblemático es el de Daniel Solano, trabajador rural asesinado y desaparecido el 5 de noviembre de 2011 en Choele Choel. Había intentado organizar un reclamo contra la empresa. Sus abogados y la familia relacionan lo ocurrido con su intento de protesta.
Cuatro: Pérdida de pequeñas producciones y expulsión de familias trabajadoras de la tierra. Los sectores que más ayuda recibieron para su desarrollo fueron los que pudieron adaptar sus esquemas al sistema exportador o “integrarse” al liderado por unas pocas empresas, mientras los chacareros no pudieron competir con volúmenes de las compañías ultra-mecanizadas o fueron expulsados por otras actividades extractivas cómo el petróleo .
Lo sabe bien Josefina Gorriti. Vive en el Valle inferior de Río Negro, en una chacra en la que producen frutas y hortalizas. Es campesina e integrante del Colectivo Agroecológico de Río Negro. “En distintos momentos históricos, con vaivenes, puede haber algún tipo de apoyo para quienes buscamos producir alimentos. Pero lo que notamos es que no es suficiente, ni integral, no es una política de estado sostenida. La vida de las personas en las chacras sigue siendo complicada, difícil”.
“Nosotros acá somos siete personas que intentamos producir sin un tractor. Y es complicadísimo -dice Josefina-. Acceder a una máquina se vuelve imposible. No existen créditos ni subsidios estatales. Hay dentro de la economía social algunas líneas de apoyo pero en líneas generales todo tiende hacia otro lado. O que sea familiar de subsistencia o gran empresa, hacía la hiper-mecanización, la comoditización, que se sostiene con cada vez menos gente y más químicos”.
Matías Delgado también es productor de manzanas, cuarta generación en su familia en el valle entre General Roca y Cervantes, docente e integrante de la incipiente delegación Alto Valle de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). Dice que la principal amenaza es la brutal concentración del mercado: “Hay tres grandes empresas que son oligopolios. No están en todos lados de la cadena, son la cadena. Kleppe, Global Fresh y el Grupo Prima (Patagonian Fruits, Moño Azul, Expofrut). Son los dueños del mercado.”
“Nosotros producimos con una lógica que no es la de la gran empresa. Los pobres plantamos un árbol y tenemos que esperar de entre 5 a 7 años para que empiece a dar frutos”, grafica Delgado. “La gran empresa a menos de un año ya empieza a tener producción. ¿Cómo hacen? Tienen un sistema de riego automático en toda la plantación. Y también sistemas automatizados, con un timer, que tiran por aspersión todos los químicos sobre las plantas, así es cómo lo logran”. Marca lo que falta: “Que se fortalezca a quienes hacen alimento, faltan acceso a la tierra y herramientas, comercialización justa”. Marca también lo que sobra: “intermediarios abusivos. Necesitamos un estado que defienda lo poco que queda de producción. Sino esto es como en el océano, el pez grande siempre se come al más chico”.
Producir y exportar manzanas es una de las principales actividades económicas de Neuquén y Río Negro, dos provincias de la Patagonia argentina. Si el país produce unas 900.000 toneladas de manzanas al año, según la Cámara Argentina de Fruticultores Integrados, la mitad de esas manzanas es exportada y el resto se divide entre consumo local e industria (elaboración de sidra, jugo concentrado, vinagre, mermeladas).
Según datos estadísticos del Mercado Central de Buenos Aires, esta fruta se encuentra en el top cinco de las más vendidas. Y no para de crecer. Durante el 2020 los envíos de manzanas a otros países de Latinoamérica registraron un aumento del 24%, lo que representó un total de 56.325 toneladas contra las 45.390 que se comercializaron en el año 2019, dice un informe estadístico del Centro Regional Patagonia Norte del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria. Los principales envíos de la fruta se realizaron hacia Paraguay y a Bolivia. Además, Brasil recibió en el mismo periodo un 16% más de manzanas de las que importó en 2019.
Jorge Aragón tiene cuarenta años de experiencia como ingeniero agrónomo. Es productor y forma parte del Consejo Honorífico de la Dirección de Agroecología de Argentina. Nació y creció en una familia de productores de manzanas. Desde hace 15 años también produce en Contralmirante Cordero, Río Negro, con un modelo alternativo al agronegocio. Junto a Cecilia Ambort lidera Janus Proyecto Rural Integrador, una granja de agricultura biodinámica es decir que hace hincapié en la interrelación e integración de los cultivos y la ganadería, el reciclaje de nutrientes, el mantenimiento del suelo, y la salud y el bienestar de todos los seres vivos. “Este valle es el valle de las manzanas. Desde 1910 mi abuelo tenía chacra acá. Nosotros estamos a 5 kilómetros de la naciente del sistema de riego del alto Valle de Río Negro y Neuquén, que originalmente tenía más de 100 mil hectáreas y que hoy tiene no más de 30 mil o 40 mil hectáreas productivas”.
La mejor época que recuerdan los productores fue entre los 70 y los 90, dice José Aragón con elocuencia pero asegura también que entonces tenían un sistema con alto uso de biocidas y formas de comercialización hoy cuestionadas. “Para el productor en ese momento fue más fácil adoptar esos químicos que porque les permitían rápidamente producir más y exportar ganando más dinero. Ese esquema apuntaba al rédito y no a la producción de alimentos”.
El modelo actual, en cambio, “puede ser eficiente para generar divisas pero no para producir alimentos”. Considera que la manzana, por extraño que suene, es hoy un alimento ultra-procesado más. “Este tipo de agricultura industrial se extendió rápidamente porque les permitió hacer el retorno más rápido. Pero allí empieza ese giro infame. No es que la alimentación sana sea cara, es que este tipo de producción industrial de alimentos que es extremadamente barata es mala. Pero esa baja de precios de producción es a costa de la salud, ¿y cuánto le cuesta al Estado la pérdida de salud de sus ciudadanos? Ese monto nunca es tenido en cuenta”.
También están el daño ambiental y la huella ecológica: “El esquema actual es un despropósito ambiental. Pero hoy un exportador gana 10 veces más si la manda a Hong Kong que si te la vende al lado de la chacra. Y la política del Estado es apoyar a quien exporta”.
Además del costo, la huella ecológica y el daño a la salud, Jorge Aragón ve algo más profundo. Desde toda una vida entre campos y manzanas, dice: “Se perdió el equilibrio. Y eso es lo que estamos sufriendo, lo que estamos viendo, lo que hoy sucede, nos enfermamos con lo que comemos. Yo me imagino la manzana de Adán y el pecado y cómo nos está cobrando todo lo que hicimos mal este último tiempo”. Falta armonía.
En Argentina se consumen entre 6 y 8 kilos de manzana per cápita, poco comparado por ejemplo a la Unión Europea donde cada persona come unos 15 kilos al año.
Comer manzana puede significar muchos beneficios para la salud como reducción del colesterol en sangre y regulación intestinal. Pero, ¿actualmente es sano comer una manzana? A la pregunta la responde Damián Verzeñassi, médico reconocido por sus trabajos de relevamiento de salud en las zonas impactadas por el agronegocio de Argentina. “Es sano si la manzana es el resultado de una producción agroecológica o no tiene venenos pero la fruta que hoy nos llega a nosotros en verdulerías y supermercados lo hace luego de haber recibido litros de químicos (venenos, ceras, entre otros) durante todo su proceso de crecimiento (desde antes de la flor hasta después de la cosecha) tal como ha quedado evidenciado en los análisis que se han realizado, no sólo por investigadores respetados como el Dr. Marino de la UNLP, sino por el propio el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria”.
La organización no gubernamental Naturaleza de Derechos, en su informe “El plato fumigado”, sistematizó estos hallazgos de residuos de agrotóxicos en las frutas, hortalizas, verduras, cereales y oleaginosas entre los años 2013 y 2016.
En la manzana fueron detectados un total de 30 principios activos, 50% de ellos clasificados cómo cancerígenos, 33% cómo disruptores endocrinos y un 30% cómo neurotóxicos. Con el agravante además de que fueron hallados cinco agrotóxicos no autorizados para ese cultivo: Aldicarb, Clorotalonil, Malation, Pyrimethanil y 2,4-D.
Otro informe no gubernamental, este de BIOS Argentina, apunta en el mismo sentido desde 2019. Describe que es perfectamente legal que una manzana que llega a tu boca pueda tener partes de una lista de más de cien biocidas (herbicidas, insecticidas, fungicidas) que representan una amenaza a la salud.
Eso, autorizado por el organismo estatal que según sus propios principios busca planificar, organizar y ejecutar programas para que se produzcan “alimentos inocuos para el consumo humano y animal”. Y regulado por los cuestionados LMR, límites máximos considerados aceptables de residuos de plaguicidas que puede contener un alimento (normativa que no contempla el daño producido por la ingesta de más de un pesticida a la vez ni el daño crónico que puede resultar en deficiencia inmunológica).
Son reglas dictadas por la JMPR, según su sigla en inglés. Un grupo de expertos de la OMS y las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) encargado de la seguridad alimentaria, con responsabilidad de revisar los datos toxicológicos de plaguicidas y desde allí fijar las dosis diarias “aceptables”. Esos límites son considerados base de seguridad en el mundo entero, aunque el grupo que los dicta no está exento de cuestionamientos por el gran lobby de la industria alimentaria y química a su alrededor.
Un ejemplo: En mayo de 2016 los expertos de la JMPR descartaron al glifosato como problema o amenaza a la salud en exposición a través de la dieta, es decir a través de los alimentos que ingerimos que tienen residuos de ese principio activo. Entre los expertos que tomaron la decisión, tres eran a su vez miembros del conocido grupo de lobby de las empresas tóxicas, el International Life Science Institute (ILSI), una Fundación creada en 1978 y financiada por corporaciones como Monsanto, Bayer, DuPont, Syngenta, Coca Cola y McDonald ‘s, entre otras. El toxicólogo Alan Boobis era copresidente de JMPR mientras también era presidente del consejo de administración del ILSI;. Angelo Moretto, fue relator en la JMPR y mientras actuaba como consultor desde el ILSI;. Vicky Dellarco, integraba varios grupos de trabajo del ILSI.
Javier Souza Casadinho, ingeniero agrónomo e integrante de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América Latina RAP-AL, trabaja hace más de cuatro décadas para la erradicación de los biocidas. En un recorrido rápido recuerda que hace pocas décadas, en los años noventa, el gobierno de Río Negro ofrecía rebaja impositiva para aquellos productores que compraran plaguicidas. “Abrí el diario y estaba la nota periodística anunciando este beneficio. El titular decía: Una buena medida”. Menciona también otro hecho ambientalmente criminal con impacto en la zona productora de frutas: cuando se enterraron residuos altamente peligrosos, entre ellos de agrotóxicos como el DDT y el gamexane de la empresa INDUPA, en la localidad frutihortícola de Cinco Saltos.
Como ocurre con otros productos, en la producción de manzana, existe una doble vara, dice Souza Cazadinho. Porque las manzanas que se consumen en nuestra región puede tener más tóxicos que las que llegan a otros países del mundo. “Hoy la fruta que llega al exterior tiene menos carga de plaguicidas que la que se exige aquí o en la región. La Unión Europea tiene parámetros más estrictos para proteger a los consumidores. Por ejemplo con el uso del clorpirifos, sustancia en la que puede verse también el doble estándar ya que fue prohibida antes en la fruta de exportación mientras acá se sigue usando. Lo mismo que pasó anteriormente con el endosulfán”. Juegan al límite para poder entrar en los distintos mercados.
Las consecuencias de estas cargas de biocidas naturalizados se ven en el deterioro de la salud, dice el médico Damián Verzeñassi, pero además hay trampas. La industria agrícola genera problemas y luego la supuesta solución, que no es más que un nuevo negocio esperando facturar: “El producir frutas y verduras en base al uso de biocidas y otros químicos con capacidad de generar daño en la vida de las personas, indefectiblemente impacta en el desarrollo de enfermedades, para cuyos tratamientos muchas veces se ofrecen terapéuticas, también basadas en químicos fabricados y vendidos, generalmente, por las mismas corporaciones”.
“En una trágica y perversa adaptación moderna del cuento de los hermanos Grimm, a partir de los procesos de industrialización de la producción, acopio, distribución y comercialización de frutas y verduras, cuando la industria nos ofrece una manzana nos convierte en las Blancanieves de nuestros días. Y luego esa misma industria que nos dio la manzana envenenada se viste de príncipe para remediar el problema ofreciéndonos más química (y ganando siempre a costa nuestra)”, concluye.
La manzana se volvió envenenada, como en el cuento.
Si hablamos de agronegocio y alimentación industrial, las penas son de nosotros y las ganancias son ajenas. Pero además los que menos tienen -y peor se alimentan- son quienes más dinero aportan al sistema.
Contrario al extendido mantra publicitario de que “el campo sostiene la economía del país”, la mayor parte de la recaudación del presupuesto nacional se da a través del IVA. Ese impuesto, profundamente regresivo y que golpea brutalmente las canastas básicas de alimentos de los sectores más vulnerados, es el principal ingreso, junto con el impuesto a las ganancias, que tiene a su vez mayores beneficios de retorno para los sectores empresarios o más acomodados.
Los impuestos indirectos al consumo como el Impuesto al Valor Agregado (IVA), y sobre todo en alimentos, impactan más en los más pobres porque destinan más porcentaje de sus ingresos a pagar dichos impuestos. Solo entre diciembre de 2019 y febrero de 2022, según datos del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci), la canasta básica de alimentos aumentó se incrementó el 154 por ciento.
Según datos del Presupuesto 2021, por el tributo al consumo, neto de reintegros, se espera el estado argentino embolse $ 2.69 billones, un 46% más que lo proyectado para 2020; mientras Ganancias recaudaría $ 1.87 billones, un 38% más sobre lo previsto. Mientras que de derecho a las exportaciones, siempre analizando el mismo presupuesto, el ingreso proyectado por las exportaciones es de 597 millones en 2020 era de 378 millones de pesos.
La historia es la misma en toda la región y queda registrada en el “Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur”. La producción agro-industrial moviliza mucho dinero pero suele terminar en pocas manos: las de empresas de insumos (semillas, agrotóxicos y fertilizantes), cerealeras-exportadoras, transportadoras, un reducido número de productores e industrias y, en algunos casos, gobiernos.
En Argentina, las cadenas agroalimentarias (desde los insumos, transformación hasta comercialización final) representan el 10.4% del Producto Bruto Interno (PBI). En Bolivia, la producción agropecuaria osciló entre el 10% y el 12% del PIB en los últimos diez años. El agronegocio en Brasil participa con el 21.4% del PBI. En Paraguay el sector agrícola aportó en 2018 el 18,3% del PBI.
En el caso de los exportadores hay que destacar que terminan teniendo compensaciones que reducen esa contribución tributaria. Cosa que no pueden hacer los más pobres que tributan como hemos visto con el IVA el grueso de la recaudación del PBI.
No se sabe bien cuánto ganan quienes sí ganan. Tomás Palmisano, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, ha investigado y dice: “En 2007 el 10% de lo que se recaudaba del complejo agroexportador por retenciones volvía en forma de compensaciones a los eslabones concentrados de la cadena. Principalmente molinos, feedlots y avícolas. Lo que representaba el 0.63% aproximadamente de la recaudación de ese año”. Según datos oficiales, las compensaciones al sector -o devoluciones de dinero de modo directo e indirecto- ascendieron a $1.400 millones y más del 55% se concentraron en apenas 10 empresas (La Serenísima, Molinos Cañuelas, Molinos Río de la Plata, Aceitera General Deheza, Cargill). Así, cada una de estas empresas se apropió en promedio de $80 millones mientras que el 45% restante se distribuyó entre 32.000 productores.»
Unos ganan millones mientras los índices de pobreza no paran de crecer. Según datos oficiales, en Argentina: 4 de cada 10 personas son pobres. Las infancias se llevan la peor parte ya que más de la mitad de los menores son pobres.
El Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, a través de un relevamiento para la detección precoz de la malnutrición en niños, niñas y adolescentes de 0 a 19 años, realizada en comedores, merenderos, espacios comunitarios círculos infantiles, postas sanitarias y otros espacios de la comunidad barrial en diversas localidades de 20 provincias de Argentina, aporta datos escalofriantes.
Un estudio realizado de diciembre de 2020 a febrero de 2021 a más de 50 mil menores que se alimentan en 1066 comedores y espacios comunitarios, concluye: Un 42,1% de les niñes y adolescentes presentan malnutrición, un 39,2% por exceso (18,6% por sobrepeso y 20,6 % por obesidad) y 2,9% por déficit (bajo peso). Y en estudios realizados a familias, el Indicador Barrial de Situación Nutricional del Indicador Familiar de Acceso a la Alimentación encuentra que “en el caso de las frutas y verduras se redujo la ingesta diaria de dichos alimentos y al mismo tiempo la cantidad de familias que realiza las 4 comidas solo representa al 55% de los datos, mientras que un 19% sólo accede a 2 comidas diarias o menos”.
En el mercado de las manzanas, los frutos se seleccionan de acuerdo al porcentaje de defectos que tienen. Superior, elegida, comercial y económica. La industria además clasifica como efectos críticos a las heridas abiertas (por granizo), pudriciones, ablandamientos, defectos internos; y cómo defectos leves a manchas, daños de piel, deformaciones. No se tienen en cuenta las condiciones laborales de producción ni cuantos nutrientes tiene ni la huella ambiental que deja.
La manzana quedó atrapada en el esquema del agronegocio exportador. En la trampa del orgánico que si bien se asocia a lo saludable puede no serlo ya que permite la aplicación de agrotóxicos. En un modelo que prioriza el rédito y no la salud, ni de trabajadores del sector ni de consumidores. Que busca generar divisas y no alimentos. Pero también hay cada vez más productores de manzanas reales, como las de mi infancia.
Nicolás Camiletti, ingeniero agrónomo e hijo y nieto de productores de “Chacra La Laguna”, asegura que es posible producir manzanas saludables. “Toda nuestra producción, desde el 2017, se hace sin aplicaciones de agroquímicos. No utilizamos ningún producto de síntesis química”.
Apenas terminó su carrera universitaria, en el 2012, fue a trabajar a la multinacional Expofrut donde aprendió a producir mucho para exportación y casi nada para el mercado interno. Aprendió de biocidas, periodos de carencia y límites máximos de residuos. “Me parece tremendo trabajar jugando al límite, cuando se trata de alimentos”, dice y así explica por qué decidió virar hacia la agroecología posible.
¿Cómo? “Para no usar agroquímicos hay que incursionar en otras formas, a las que quizás no estamos acostumbrados, y que pueden parecer locas o raras”. ¿Cuáles? “Tenemos un manejo de plagas con biopreparados y fertilizamos con abono. No usamos ni insecticidas ni fungicidas ni plaguicidas y tampoco fertilizantes químicos. Nuestra planificación se hace de un modo en el que se calcula la pérdida de fruta por insectos y hongos. En nuestro diseño buscamos además la comercialización directa con el consumidor. Y sobre todo priorizar la salud de quien produce, en primer término; del que la manipula en el medio; y por último del que consume nuestros productos”.
La chacra La Laguna tiene unas 10 hectáreas. Con frutas, dos. El resto es ganadería, pastura y forrajes. Camiletti está orgulloso de su lugar, su tierra y sus frutas. También de su apuesta. No quiere regresar a un pasado tóxico. “Yo escuchaba los relatos de mi abuela. Cuando pasó eso, cuando empezaron a aplicar (agrotóxicos), hasta se fueron de la chacra a vivir al pueblo. Se alejaron de su propia tierra y también dejaron de consumir frutas”. Recuerda un pasado al que no desea regresar, apuesta a su presente de producir alimentos saludables.
Asegura además que es rentable producir sin químicos: “Si la rentabilidad la pudiéramos medir con otros parámetros (distintos al modelo económico hegemónico), te podría decir que sí, que es rentable. Porque mi papá no aplica más clorpirifos ni imidacloprid ni ningún insecticida piretroide. Se está cuidando él, está cuidando la fauna y la salud de los que consumen. Si pones en la balanza todo eso siempre es más rentable”
La manzana tiene raíces. A contramano de un modelo que piensa sólo en dinero, hacia la alimentación sana que es posible. Nos lo han dicho desde la infancia: con la comida no se juega. No es cuento: se nos va la vida. Hay que dar vuelta a este sistema alimentario y a este modo de producción porque ya no hay divisas ni impuestos que compensen el precio que costará sostenerlo. Derechos perdidos, desequilibrio, todo naufraga.
Tal vez hay que dar una vuelta a la manzana.
*Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat
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