En octubre de 2019, Rosario Ibarra de Piedra dejó la medalla Belisario Domínguez bajo custodia del presidente López Obrador, pidiéndole que se la entregara después, junto con la verdad y la justicia para los desaparecidos
Twitter: @chamanesco
Doña Rosario Ibarra de Piedra falleció esperando una verdad que nunca conoció.
Pasaron 48 años desde la desaparición de su hijo Jesús; nueve presidentes, siete campañas presidenciales (dos de ella, dos del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y tres de Andrés Manuel López Obrador); varias candidaturas al Nobel de la Paz, decenas de reconocimientos nacionales e internacionales, la Medalla Belisario Domínguez y la llegada de una de sus hijas a la Comisión Nacional de Derechos Humanos… y la verdad nunca llegó.
Doña Rosario murió esperando la respuesta que le pidió a su amigo, el hoy presidente, quien en 2018 escribió su nombre en la boleta de las elecciones presidenciales en las que él era candidato.
En su última “aparición” pública, doña Rosario Ibarra de Piedra se manifestó a través de su hija -Claudia Piedra Ibarra-, en la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez.
Era 23 de octubre de 2019, el presidente López Obrador aún no cumplía su primer año de gobierno, y la mayoría morenista en el Senado decidió homenajear a la incansable luchadora, fundadora del Comité Eureka, como preámbulo del nombramiento de otra de sus hijas -Rosario Piedra Ibarra- al frente de la CNDH.
Todo transcurría en familia, con el presidente al centro de la escena, los legisladores de izquierda convertidos en mayoría, los amigos en primera fila y el aplauso unánime a una de las mujeres más importantes de la transición.
Pero en el mensaje que envió al Senado y a su amigo el presidente, doña Rosario incluyó el mismo reclamo que había hecho al gobierno en ocho sexenios anteriores: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Contaba doña Rosario, en el discurso leído por su hija Claudia, el pesar que le causaba hablar con uno de sus nietos, atribulado tras 40 años de lucha familiar y colectiva.
Un nieto que, al arribo de la “cuarta transformación”, cuestionaba a su abuela.
–Sé, abuela, que lo único que quieres es saber de tu hijo al igual que todas las demás familias quieren saber de los suyos, pero quiero que sepas que he vivido muy enojado y hoy estoy lleno de rabia e indignación porque sé que llevan más de 40 años luchando y esperando para que las cosas cambiaran y para que un gobierno justo llegara y buscara junto con ustedes a sus hijos, padres y hermanos, y que por fin terminara con esa angustia que tanto las agobia y que he visto cómo poco a poco ha aniquilado su existencia. ¿Y qué ha pasado? Más de un año de ese gobierno que creyeron firmemente que sería el añorado y con el cual no habría ningún obstáculo que salvar o acuerdo que negociar, como en antaño… Y no ha sido así.
Una abuela que, al explicar al presidente la ira de su nieto, le reprochaba que las madres del comité Eureka y otras organizaciones buscadoras de personas siguieran recibiendo el mismo trato, el escarnio y burla de funcionarios insensibles a su reclamo histórico de libertad para sus hijos, justicia, dignidad, paz y verdad.
La presea que lleva el nombre de Belisario Domínguez -senador chiapaneco desaparecido por el Estado en 1913 por denunciar la tiranía de Victoriano Huerta- era vista por doña Rosario como “un gran fardo moral ineludible para la conciencia”, que la alentaba a continuar luchando, pese a la llegada al poder de sus antiguos compañeros de lucha.
Doña Rosario prefirió que la medalla Belisario Domínguez se la quedara el presidente López Obrador, en lugar de que sus hijas la llevaran a su casa.
Casi al final del emotivo discurso leído por su hija, la incansable luchadora le dejó al presidente un mensaje contundente:
“Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo: No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector. Mientras la vida me lo permita, seguiré mi empeño hasta encontrarlo”.
Doña Rosario murió el sábado 16 de abril por la mañana, sin la esperada verdad, sin la justicia anhelada.
Y, lo que es peor, en medio de una nueva crisis de personas desaparecidas en México.
La muerte de doña Rosario obliga a la reflexión sobre lo alcanzado en este país tras casi cinco décadas de activismo ciudadano en contra de la desaparición forzada.
Su legado moral y político llaman a la revisión histórica de la transición y las deudas de la democracia.
¿Por qué la pluralidad, las alternancias, la caída del PRI y el arribo de autoridades de izquierda en todos los órdenes de gobierno no se han traducido aún en justicia, igualdad y paz social?
¿Por qué las espesas tinieblas de la impunidad y la ignominia siguen nublando la vida nacional?
La partida de doña Rosario pone el dedo en la llaga y obliga a preguntarnos por qué la Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas, que ella misma promovió siendo senadora, un sistema nacional de búsqueda y una comisión nacional especializada no han permitido cambiar una realidad lacerante.
Según el Comité de la ONU contra las Desapariciones Forzadas, que en noviembre del año pasado realizó una visita a México, la crisis se ha agravado entre 2006 y 2021, y actualmente en el país podría haber más de 95 mil personas desaparecidas, de las cuales 13 mil serían menores de edad. Y, por otro lado, más de 52 mil cuerpos permanecen sin identificar en morgues de todo el país.
Según Amnistía Internacional, tan sólo en 2021 habrían desaparecido 7 mil 698 personas.
La ONU y organizaciones no gubernamentales mexicanas han advertido que, en medio de esa crisis, en los últimos años se ha registrado un incremento preocupante en la desaparición de menores de edad, principalmente mujeres.
Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, en lo que va de 2022 habrían desaparecido 748 mujeres.
La ONU ha advertido que la continuación de la estrategia de militarización puede ser una de las causas de que la crisis de desapariciones se siga agravando en México.
Los datos así lo constatan. Prácticamente todos los informes de organizaciones de derechos humanos, y los propios reportes de la Subsecretaría de Derechos Humanos (Alejandro Encinas), de la Comisión Nacional de Búsqueda (Karla Quintana) e incluso de la CNDH (Rosario Piedra) retratan una realidad que, mientras más se niegue, más se irá descomponiendo.
El presidente no declaró la guerra que ha causado esta tragedia, pero hoy es el responsable de una política de seguridad que no ha resuelto las cosas.
Por eso es normal que se pregunte al presidente por ello.
Por eso es preocupante que el presidente decida descalificar a la ONU, diciendo que su comité está desinformado.
Por eso es lamentable que, ante los cuestionamientos, el presidente busque victimizarse escudándose en el desgastado discurso de la “campaña en su contra”; que, ante el reclamo de las víctimas, él arremeta contra periodistas y medios.
Al presidente se le piden respuestas, no excusas. Al presidente, doña Rosario Ibarra le pidió pasos efectivos hacia la verdad y la justicia. No le demandó homenajes, sino atender la crisis de las personas desaparecidas.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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