Se dice que Puerto Príncipe, la capital de Haití, se ahoga en la basura. Las montañas de residuos invaden canales, costas y calles. Crecen tanto que ya son parte del paisaje, un paisaje aterrador que amenaza con borrar algunas de las más importantes avenidas. Se acusa a los consumidores irresponsables pero basta con intentar asomarse a los hedores para saber quiénes generan toneladas de deshechos. Spoiler: son productos importados que muchas veces llegan por medio de supermercados
Texto y fotos: Milo Milfort/ Bocado
PUERTO PRÍNCIPE.- Son las 11 de la mañana de un sábado de enero de 2022 en Puerto Príncipe. El sol ya está en su cenit y la población se dedica a los asuntos cotidianos. En Maïs Gâté, la carretera que une las ciudades de Tabarre y Delmas, pasan colectivos, coches y tap-tap que son coloridos camiones convertidos en autobuses, la imagen típica del transporte público en Haití. Desfilan los vehículos por esta calle de doble sentido que, en tres años aproximadamente, se ha transformado también en un vertedero a cielo abierto.
Basura de todo tipo está tirada en la calle, ocupando ya parte de la acera. Tanta que en el futuro podría desaparecer el camino descendente que conduce al aeropuerto. De seguir todo como va, un día la basura se tragará a la calle.
Además hay personas porque este vertedero, como todos en Haití, es espacio de rebusque aquí donde el desempleo es endémico y la pobreza no es nueva sino enraizada, con una historia de al menos 35 años. Un 58.5% de los haitianos viven debajo de la línea de pobreza, según el Banco Mundial y el ingreso promedio es de 1.90 dólares por día. En 2020, Haití tenía un PIB per cápita de 2.925 dólares, el más bajo de América Latina y el Caribe, y ocupaba el puesto 170 de 189, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, Haití.
Son veinteañeros, treintañeros e incluso niños quienes trabajan en basureros pero todos se ven envejecidos por la miseria. Vienen a buscar cosas de día como también de noche en una dinámica inagotable porque a cada momento llegan vecinos a depositar sus residuos y apenas descargan las carretillas o sacos llegan otras personas a hurgar en lo que dejaron. Tan común es este trabajo que en Haití tiene un nombre: Kokorat.
Kiki Pierre es un Kokorat. Tiene 18 años. Se ve muy flaco debido a su mala alimentación y las varias rutas que cada día recorre por su trabajo. Viste harapos: destruidos pantalones de mezclilla, una camisa rota y zapatillas desvencijadas. Su aspecto es el mismo de todos quienes trabajan por aquí. Además, no cuentan con ninguna herramienta de protección, ni guantes ni mascarillas.
-–Mi madre me ayuda pero ella ya no podía seguir manteniéndome. En lugar de mendigar en las calles prefiero dedicarme a esta actividad. Soy alguien que no puede pedir caridad. Vivo con lo que tengo. Busco materiales de hierro, los clasifico. Recojo cables eléctricos, piezas de hierro, etcétera. En un día a veces recolectó 300 ó 400 gourdes (unos 3 ó 4 dólares).
Kiki dice que trabaja como Kokorat desde el año 2010, después del devastador terremoto que azotó la capital matando a más de 200,000 personas y dejando al menos a 1,3 millones sin hogar. Se ve adulto, más grande que su edad real. Si tiene 18 años, significa que empezó a recolectar basura cuando era apenas un niño de 7 años.
Aunque no tiene una familia que mantener, igualmente se ve obligado a trabajar todos los días porque en Haití la situación empeora sin pausa y se hace todavía más difícil para los más pobres. Hay varios miles de Kokorat -o traperos- como él. Clasifican y limpian basura que luego venden a empresas que la procesan o exportan. Son muy humillados en la sociedad: la palabra Kokorat es usada como insulto. Aunque ellos son útiles y necesarios porque ayudan a limpiar, se les nombra para injuriar. Eres un Kokorat, como agravio.
–No tenemos con quién contar, quien nos ayude. Esto es lo que tenemos que hacer para tener dinero.
Orgulloso, Kiki cuenta que después de cada jornada de trabajo se baña y cambia de ropa. Habla muy tranquilo con voz segura y disfruta de contar su historia pero no permite que le tomen una foto, no quiere. En su voz se nota que disfruta de la vida, que vive contento pese a que en este país nada es fácil. Es nativo de Cité-Soleil, uno de los barrios marginales más grandes de la capital, una zona que lleva años en medio del fuego cruzado entre grupos armados que compiten por el territorio. «Arriesgo mi vida pero Dios no dejará que me pase nada malo», dice recordando que también recorre las calles de otras zonas para conseguir cosas para vender.
En su mano lleva una bolsa donde guarda todo lo que encuentra. Adentro hay cables eléctricos, envases de plástico y botellas de cerveza entre otras cosas.
–Cuando la calle está buena, a veces gano entre 10 y 20 mil gourdes (100 y 200 dólares estadounidenses). Pero esto rara vez ocurre. Cuando hay fuego en la basura, esto no me favorece. El humo se meterá en mi cerebro y me causará daños–, dice y coincide en que el vertedero no debería estar donde está.
Aunque el negocio es inestable, Kiki está ahorrando dinero para cumplir un sueño: aprender a conducir. Así piensa dejar de ser un Kokorat.
En esta calle-basurero encontramos muchas cosas. Es difícil inspeccionar debido al fuego, las brasas aún encendidas y las botellas rotas que salpican el espacio. Primero aparece la basura doméstica: sobras de alimentos como arroz, frijoles negros y maíz -productos muy consumidos aquí-, mezclados con aceite usado que la gente viene a tirar. Hay también trozos de cartón, papel, zapatos y zapatillas. Ropa como pantalones, faldas, camisas y blusas descoloridas por el sol.
Hay mucha ropa, tal vez porque Haití es un gran importador de prendas usadas conocidas como Pèpè. Llegan en grandes paquetes -lo que en otros países del continente se llama pacas- que incluyen productos útiles y otros que ya no sirven para nada, que van directo a la basura. Esto impacta no sólo sobre el medio ambiente, también sobre la producción local porque ya poca gente usa prendas de fabricación nacional. Los diseñadores locales ya producen poco porque las ropas Pèpè cuestan poco dinero. Así los objetos de este basurero no sólo nos dibujan las vidas de las personas, permitiéndonos darnos una idea de lo que consumen, sino también nos muestran las importaciones del país a lo largo de los años. En la basura hay huellas de la economía.
En segundo lugar, en las montañas del basural están los plásticos -de todo tipo- y las latas. Se alcanzan a distinguir etiquetas con niños que sonríen, adultos felices, como también hermosos e inquietantes eslóganes. Son cajas de desodorantes marca Dove and Axe -de la transnacional Unilever-; paquetes de espagueti; bolsas de agua y botellas de plástico de bebidas como Coca Cola, 7up y otras azucaradas. Huellas de las empresas multinacionales que, muy consumidas en Haití, suman productos a los basurales del país.
Con desechos de hogares, mercados, empresas públicas y privadas se han ido llenando las principales calles de la región capital de Port-au-Prince. Olores apestosos, alimañas, y heces por todas partes completan este cuadro sombrío.
–En general vemos todo tipo de residuos presentados en forma sólida o líquida y sus componentes varían de una categoría a otra: excretas, aguas residuales, restos orgánicos, cartón, papel, metales, plásticos, aceite de motor, vidrios, telas, por mencionar algunos. De hecho, se trata de objetos y productos que pueden dañar nuestra salud o nuestro medio ambiente en ausencia de una gestión adecuada–, explica Robenson Sanon, gerente de comunicación de Konbit Plastik, una fundación que trabaja en el ámbito de la protección del medio ambiente y la recolección de plásticos en Haití (filial de la internacional Plastic Bank).
Pero no en todo el mundo encontraremos la misma basura. La presencia de un desecho o una categoría de desecho en un lugar depende principalmente de la demanda del consumidor, explica Sanon y agrega que basta con observar, por ejemplo, la calle Champ de Mars en el corazón de Puerto Príncipe, donde se mezclan aguas de drenaje con mucho aceite usado porque allí se realizan reparaciones de vehículos, hay talleres mecánicos. En otra calle, Marché La Coupe, hay muchos residuos vegetales en el suelo.
Los mercados públicos son el lugar donde se venden frutas y verduras (también muchos productos importados). El lugar a donde van a surtirse y a tratar de vender cosas las personas más pobres. Un espacio que muchas veces está rodeado con deshechos de esos mismos productos vegetales.
Y se vislumbran futuros nuevos basureros:
–Por el hecho de que la telefonía móvil y el uso de todo tipo de gadgets están muy de moda en la era de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, la basura electrónica está proliferando por todas partes.
Es importante dimensionar responsabilidades en esta multiplicación de basureros a cielo abierto. Mirar a las multinacionales: es cierto que los consumidores compramos y usamos, pero compramos cosas que ellos fabrican. Tienen responsabilidad en el diseño de sus productos, no lo pueden ignorar. Mirar también a las autoridades municipales y estatales: no recogen a tiempo o no tienen medios para deshacerse de ellas en un país donde la población sigue creciendo tanto como las importaciones.
Jean Robert Philippe es treintañero y trabaja desde hace años al frente de este vertedero. Junto a él hay unos diez galones de combustible: ese es su trabajo, vende pequeñas porciones de gasolina, una práctica prohibida por las autoridades pero muy popular debido a la escasez que el país sufre desde hace varios años. Jean Robert no es alto pero parece mayor por su buen estado físico. Viste camiseta y vaqueros estilo pèpè. De pie frente a una gran alcantarilla llena de basura, habla con confianza.
–Cada vez que hacemos la limpieza en el vertedero volvemos a arrojar basura. Ocurre porque las personas no cuentan con un lugar adecuado para botarla. Esta tierra pertenece al Estado, existe desde hace mucho tiempo pero no se utilizaba para esto. Antes se tiraba un poco más allá pero ya no se puede porque pusieron hojas (bardas metálicas). La basura cambia de domicilio.
Jean Robert, este vendedor de combustible en medio del vertedero, cuestiona que las autoridades no prohíben el tirar basura en la calle cómo enfocan sus energías en perseguir a los jóvenes. Y señala al frente: a pocos pasos está el Ministerio de Salud Pública y Población. Es decir que todos los días funcionarios del gobierno, directores generales y ministros transitan junto a la basura. Ciudadanos y gobernantes caminan sorteando residuos, fogatas y una nube de malos olores. Entre basura que incluye mierda porque hay quienes defecan a medio paso.
No existen aquí muchas industrias que produzcan objetos, alimentos y herramientas a gran escala. Las pocas fábricas con que contaba el país han desaparecido, han ido desapareciendo durante las crisis sociopolíticas y económicas. El descenso a los infiernos comenzó en la década de 1980, según el Centro de Investigación y Formación Económica y Social para el Desarrollo (Cresfed). «Durante la década de los ochenta, la economía haitiana entró en otra fase de profunda depresión derivada de la inversión de la situación económica internacional en 1980/82 con el estallido de una crisis conocida como crisis de la deuda del Tercer Mundo», escribe Cresfed.
En la práctica, eso implicó profundos trastornos económicos como la pérdida de varios mercados de exportación, acompañada de un deterioro de la relación de intercambio de los principales productos de exportación tradicionales y una caída económica general que afectó a todos los sectores de producción de bienes y servicios. Inició un proceso de desinversión industrial importante, de modo que en 1983/84 la tasa de industrialización ya había descendido al 16,6% y en 1987/88 se estimaba en sólo el 15,3%», dice.
Haití importa el 52% de sus alimentos, incluido el 80% del arroz, que representa más del 7% del Índice de Precios al Consumo (IPC), según la Coordinación Nacional de la Seguridad Alimentaria (CNSA). Debido a su fuerte dependencia de las importaciones y cualquier aumento en mercados internacionales impacta fuertemente aquí. Como ha ocurrido con el arroz, alimento básico de los haitianos, que está disponible en todos los mercados de Puerto Príncipe pero parece un lujo que la población ya no puede permitirse.
Porque mientras suben los precios, aumenta la pobreza. Actualmente unos 4,3 millones de personas de las zonas rurales y urbanas sufren altos niveles de inseguridad alimentaria aguda. Es casi la mitad de la población total del país.
Y la cifra se ha duplicado desde 2018 al presente: el número de haitianos con inseguridad alimentaria aguda pasó de 2,3 millones a 4,3 millones. Dentro de este total, más de un millón están en situación de emergencia y necesitan ayuda urgente. La parte central del Departamento del Sur y Nippes, la parte baja del Noroeste, el altiplano y los barrios pobres y muy pobres de Cité-Soleil son las zonas en peor situación según la CNSA.
El futuro se ve peor: se espera que entre marzo y junio de 2022 el número de personas que experimentan altos niveles de inseguridad alimentaria aguda aumente a unos 4,6 millones de personas y el número de quienes requieren ayuda urgente alcance a 1.3 millones.
Si todo llega de fuera, incluso los helados destinados al consumo de la vecina República Dominicana en las zonas fronterizas, entonces en la basura hay de todo. Para encontrar residuos no es necesario ir a un vertedero, basta con caminar. Una panoplia de desechos aparece en canales de riego, en terrenos abandonados, en quebradas y en las costas del mar. Aparecen muchas cosas pero un elemento se repite siempre: los plásticos de un solo uso.
Innumerables botellas de plástico que contenían aceite y lubricantes para vehículos, es decir envases, tapas y recipientes con las etiquetas de Total, Exxon Mobil, entre otras. También hay tubos que un día fueron de pasta de dientes y otros productos de belleza como champú de la empresa Colgate-Palmolive y el jabón Irish Spring que la diáspora que vive en otros países acostumbra enviar.
Más grandes todavía son las huellas de la industria alimenticia. Cajas y envases de comida para llevar y enlatadas, envases de plástico de alimentos y zumos. En cantidad destacan los sobres metalizados de Doritos, de la transnacional Frito-Lay, un snack que se ha hecho preferido entre niños y jóvenes. Los que tampoco nunca faltan son esa especie de plato desechable rectangular, placas de espuma de poliestireno importadas en masa de República Dominicana.
Otra gran parte de los desechos son botellas de plástico: envases de jugo, leche, bebidas de chocolate y todo aquello que va reemplazando a los jugos naturales que los haitianos antes consumían más. Coca-Cola, Pepsi y Nestlé, productos azucarados que han ido ganando terreno a frutas como sandías, limones, guanábanas, disponibles en mercados públicos.
Entre ese mar de botellas, una marca predomina sin dudas: Coca-Cola. Sus anuncios están en las principales vías y en muchos medios de comunicación de la capital. La publicidad funciona, es una de las bebidas más consumidas aquí. Tal vez son menos pero también están presentes los envases de galletas Oreo y golosinas Trident de la multinacional Mondelez International.
Chicles, bebidas azucaradas, snacks y un sinfín de productos que los hatianos apenas están conociendo ya invaden sus calles con basura, suman nuevas toneladas a las montañas añejas. Son productos hechos por transnacionales que los mandan pero no recogen la basura que generan. ¿Cómo llegan estos productos? A través de los supermercados.
Un espacio que ha ido posicionándose con un claro mensaje: los mercados son para los pobres y los supermercados para los ricos o la clase media. En los supermercados los productos son siempre más caros y, por tanto, no están al alcance de todos. Pero cuando caducan pasan a invadir los mercados a precios ridículos. Los supermercados han sido su puerta de entrada.
Si bien algunos de los productos de las multinacionales son importados, otros son hechos aquí mismo por medio de empresas subsidiarias, marcas con trayectoria e incluso queridas por la población. Por ejemplo, el gigante Pepsi Co se vale de la Cervecería Nacional de Haití (BRANA), titular de la licencia para fabricar y distribuir los refrescos Pepsi-Cola y 7Up, mientras el otro gigante, Coca-Cola, fabrica y embotella sus bebidas desde 1927 por medio de Brasserie de la Couronne, S.A. que dice ser una de las empresas más antiguas y uno de los mayores empleadores del sector privado en Haití.
Otras multinacionales ya han construido sus filiales aquí. Nestlé Haití S.A., ubicada en Puerto Príncipe, se dedica a molienda de granos y semillas oleaginosas, elaboración de lácteos, cereales y otros productos del sector alimenticio. Comprende a 2,176 empresas, dice generar ventas por 4.29 millones de dólares y emplear a 100 personas.
A pesar de esta fuerte presencia de las multinacionales, nunca se les ha cuestionado su falta de acción para resolver el tema de los residuos. ¿Por qué? Robenson Sanon, de Konbit Plastik, tiene una explicación posible:
–Es alarmante. Es un país que vive una aguda crisis ambiental agravada día a día por un clima político que se ha deteriorado con el paso del tiempo. En tal contexto no se esperaría que los representantes del Estado desempeñen su papel frente a cualquier empresa local o incluso frente a una empresa transnacional. Es un problema importante. Si los representantes del Estado no están en condiciones de proteger el medio ambiente, las organizaciones de la sociedad civil que operan en el sector también son débiles y no pueden presionar donde es necesario.
La organización de la que Sanon forma parte ha recolectado más de 8 millones de libras -unos de 3.5 millones de kilos- de plásticos en cinco años. Ayuda al reciclaje más que el propio Estado pero con sólo echar un vistazo a la vía pública resulta claro que la tarea pendiente es inmensa. No interesa al Estado ni a las empresas, dice el experto, porque “usar plástico nuevo en la fabricación de bienes es más rentable que usar plástico reciclado”. Una tendencia que se reafirma a nivel mundial, donde se calcula que apenas se recicla un 9% de las 300 millones de toneladas de plástico que se producen a nivel mundial. Aquí, ahora, Sanon ve una única alternativa:
–Reutilización, reducción y reciclaje (las famosas tres R) y especialmente educación ambiental que debe instituirse desde la cuna.
La basura es tan frecuente en las principales arterias de Puerto Príncipe que sirve como punto de referencia para las direcciones: cuando alguien explica cómo ir hacia algún lugar, además de calle y número incluye detalles como ‘después del montón de basura’, ‘más adelante de la basura’, ‘encontrarás un montón de basura en el cruce de tal o cual lugar y allí giras a la izquierda’.
En la región metropolitana se producen diariamente 6 mil metros cúbicos de residuos según los últimos datos que publicó el Ministerio de Obras Públicas que están desactualizados porque ya tienen doce años de antigüedad. “La gestión de residuos sólidos en Haití está mal estructurada. Adolece de varias deficiencias que son políticas, institucionales, geográficas y económicas. Las dificultades de recolección resultan, por un lado, de la complejidad de las responsabilidades organizacionales y financieras y, por otro, de los problemas de coordinación entre estos actores”, ahonda el documento.
Y para ese caudal, nada (o casi nada). Formalmente sólo existe un vertedero oficial ubicado en Cité-Soleil habilitado por el Servicio Metropolitano de Recolección de Residuos Sólidos (SMCRS). Está dentro de un área controlada por grupos armados que luchan continuamente por el territorio. En verdadera tierra de nadie. Por falta de medios y materiales adecuados, la institución ha fracasado en su cometido pero además la ubicación del lugar implica que, si alguien quiere tirar los residuos donde corresponde, tenga que arriesgar la vida para llevarlos.
Se estima que sólo el 50% de esos residuos se recoge y el resto termina en las calles, barrancos, mar, ríos y solares baldíos. Montañas de basura que provienen del consumo pero también del convulso sobrevivir de un país en crisis desde hace al menos 35 años. De un presente continuo de desorganización y disfunción de las instituciones.
Terremotos. Cólera. Huracanes. Epidemias. Todos más de una vez, remitiéndose al infinito como condena incomprensible. Además, una espiral de crisis sociopolítica que se ha profundizado desde 2018 y se hizo evidente en julio de 2021 cuando el presidente Jovenel Moise fue asesinado dentro de su residencia. Haití es hoy un país sin presidente, con instituciones débiles y una población cada vez más atrás. Con violencia que se multiplica y más de 150 grupos armados ya identificados dentro del territorio. Con secuestros al alza, más de mil en 2021 según la organización CARDH. Un infierno donde la gestión de residuos no es prioridad.
Siguen creciendo las montañas de basura, son parte del paisaje.
*Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat
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