Cuando los medios colocan los reflectores en la parte privada de las científicas, se enfocan en sus luchas individuales, como si vencer el techo y los muros de cristal dependiera solo de ellas. Los medios pueden hacer muchas cosas para favorecer a la ciencia y a las mujeres que se dedican a ella. Dejar de romantizarlas este 8 de marzo es una de ellas
Twitter: @lolacometa
María Goeppert-Mayer, pionera de la física nuclear, fue la segunda mujer en ganar el Premio Nobel de Física, después de Marie Curie. Aunque fue una brillante científica, pasó décadas sin tener un empleo fijo, sin remuneración, sin gozar del reconocimiento que sí tenían sus colegas hombres, y sin ser representada en los medios por sus logros académicos.
María vivió lo que en la época (a mediados del siglo pasado) era una normalidad, una práctica no cuestionada: el periodismo machista. «Una pequeña, tímida, conmovedoramente devota esposa y madre… sus hijos eran perfectamente encantadores», fue como la describió un periodista en un artículo publicado en una de las revistas más importantes de Estados Unidos.
Y no fue la única. De Barbara McClintock, premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1983 por descubrir los elementos genéticos móviles, escribieron que era “famosa por cocinar con nueces negras”; mientras que en otro artículo sobre Rosalyn Yalow, quien también ganó el Nobel de Medicina, en 1977, por desarrollar el radioinmunoensayo, fue descrita como una “super mujer, destacada, capaz de hacer cualquier cosa y felizmente casada”.
En las pocas veces que eran entrevistadas para artículos en periódicos o revistas, las mujeres eran representadas en dos extremos: asistentes subordinadas o súper científicas. Así lo describió en 1988 la historiadora Marcel Lafollete, una de las primeras investigadoras que analizaron el la representación de las científicas en los medios.
La investigadora Orly Shachar, quien analizó durante tres décadas (1966-1997) la forma en la que se describía a las mujeres en la columna de ciencia “Scientists at WorK”, del New York Times, concluyó que mientras que a los hombres se les solía preguntar sobre su tema de investigación, a las mujeres se les cuestionaba sobre el dilema de ser mujer en la ciencia.
Claro, era el siglo pasado. Pero sorprendente el panorama no ha cambiado mucho en las últimas décadas.
No es mentira que veamos cada vez más científicas en los medios de comunicación, especialmente en días como el 8 de marzo o el 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Pero el hecho de que haya más científicas en los medios no significa que haya menos machismo en la forma en cómo las representan.
Y hay evidencia. En 2017, un grupo de investigadores de España analizó las representaciones visuales de científicas en 1,134 fotografías (2014-2016) publicadas en las secciones de ciencia de los periódicos con mayor tiraje del país. Y encontró que, en la mayoría, los hombres suelen ser los protagonistas, mientras que las mujeres son un recurso visual complementario, accesorio.
En otro estudio de 2010, tras analizar doce periódicos del Reino Unido, las investigadoras Chimba y Katzinger profundizan en ese tratamiento desigual: mientras que a ellos se les pregunta sobre su área de especialización, sus artículos, sus triunfos académicos, a ellas se les pregunta sobre crianza, edad y estado civil. La mitad de las notas sobre científicas hacían referencia a su ropa, físico o cabello, mientras que solo el 21% de las notas sobre hombres mencionaban esos aspectos; y si lo hacían, era para referirse positivamente a looks tipo Einstein o al chico brillante con apariencia geek.
Tal y como lo vivió Goeppert-Mayer, McClintock y Yalow, las científicas hoy tienden a ser valoradas mediáticamente a partir de aspectos de su vida privada y de lo buenas científicas que son al haber sobrepasado múltiples desafíos y lograr equilibrar su vida profesional con la personal, cuestiones en las que prácticamente nunca se encuadra a los hombres. Ejemplos sobran, basta ver esto, esto, o esto.
Es cierto que hay desafíos importantes para que las mujeres se mantengan y lideren en muchas áreas científicas, especialmente en las llamadas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), en las que solamente hay 28% de representación femenina.
El conocido muro de cristal, las normas no explícitas que hacen que miles de mujeres no puedan acceder a puestos de dirección en las organizaciones, y las paredes de cristal, muros invisibles (académicos, salariales, educativos) que limitan el desarrollo profesional de las mujeres, han propiciado que únicamente el 33% de todas las personas investigadoras en el mundo sean mujeres. También es cierto que muchas de ellas se enfrentan al dilema de si es pertinente dedicarse tiempo completo a la investigación a costa de su propio desarrollo personal y familiar.
Pero el problema de que los medios y los periodistas (hombres y mujeres) se enfoquen mayoritariamente en esos desafíos y dilemas personales de las mujeres no solo deja sus aportaciones científicas en un segundo plano, sino que invisibiliza las estructuras que hacen que esos problemas existan.
Cuando los medios colocan los reflectores en la parte privada de las científicas, se enfocan en sus luchas individuales, como si vencer el techo y los muros de cristal dependiera solo de ellas; como si el éxito femenino en la academia fuera únicamente resultado de su talento y perseverancia; como si no hubiera clasismo, misoginia, xenofobia y relaciones de poder enraizadas en las mismas instituciones.
Enfocarse únicamente en los desafíos que viven las mujeres y en cómo algunas han logrado superarlos excluye de la narrativa a las personas que son responsables de asegurar que las mujeres tengan entornos académicos y educativos sanos, seguros e igualitarios; y, finalmente, les quita a las audiencias la posibilidad de tener un retrato mucho más realista de la ciencia.
Los medios pueden hacer muchas cosas para favorecer a la ciencia y a las mujeres que se dedican a ella. Dejar de romantizarlas este 8 de marzo es una de ellas.
Periodista de ciencia. Es comunicadora de la ciencia en el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, cofundadora y expresidenta de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Escribe para SciDev.Net, Salud con Lupa , Fundación Gabo, entre otros. Estudió Periodismo en la UNAM y tiene estudios de posgrado en periodismo por la universidad española Rey Juan Carlos y el Instituto Indio de Comunicación de Masas, en Nueva Delhi.
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