5 marzo, 2022
La huelga inquilinaria de 1922 es uno de los episodios más olvidados de la lucha por los derechos en México. Desde la orilla de la memoria, ha inspirado a diferentes movimientos urbanos en México durante los últimos 40 años. Carla Escoffié, especialista en vivienda, Rosario Hernández Aldaco, de la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente, Paco Ignacio Taibo II y María Silvia Emanuelli, de Habitat International Coalition, reflexionan sobre la vigencia de sus ideales
Texto: Arturo Contreras Camero/Rosa Luxemburgo México
Foto: Fotos: (Izquierda) Arquine. (Derecha) Archivo Casasola, bajo licencia Creative Commons.
CIUDAD DE MÉXICO.- “No pago renta, estoy en huelga” fue la leyenda que en 1922 se colgó en las puertas de miles de viviendas en México. El poder de los casatenientes, el olvido en el que tenían sus propiedades en renta y el cobro desmedido se sintetizó en un movimiento originado en el puerto de Veracruz, pero que repercutió en diferentes ciudades, entre ellas Orizaba y Xalapa, el entonces Distrito Federal, Guadalajara, San Luis Potosí e incluso Ciudad Juárez.
El movimiento en el puerto, que en aquel entonces albergaba unas 55 mil personas, unió a más del 80% de la población, que vivía repartida en más de cien patios o vecindades. En la Ciudad de México el alcance fue menor en proporción a la población: de sus más de 900 mil habitantes en 1921, unas 50 mil familias se sumaron al Sindicato de Inquilinos, la organización surgida de las movilizaciones.
Pareciera que el movimiento inquilinario, por haber estado vinculado a los partidos comunistas de la época y por poner en entredicho los privilegios de los propietarios, fue sentenciado al olvido. Quedó enterrado en la historia por más de 50 años, hasta que en la década de 1970 diferentes movimientos urbanos lo retomaron.
“La fecha se presta para reflexionar varios puntos y para entender las dinámicas y las complejidades de hoy en torno a los temas de vivienda, arrendamiento y ciudad”, comenta por el centenario de la huelga Carla Escoffié, abogada y directora del Centro de Derechos Humanos de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, especialista en temas urbanos y de vivienda. La lucha −sintetiza− era y sigue siendo por los territorios urbanos.
Históricamente, el territorio y la acumulación de espacios ha sido origen de conflictos. La Revolución mexicana, la Guerra Sucia, el conflicto armado de Chiapas e incluso la Guerra al Narco tienen su componente de territorio −explica Escoffié y continúa−. Si a nivel global se estima que 55% de las personas vivimos en ciudades (aunque para América Latina y el Caribe se calcula en 80%), entender los nuevos conflictos del territorio significa pensar en problemáticas de vivienda y vida urbana, entre ellos el arrendamiento o renta.
Cuando las personas son desalojadas, cuando una mujer sola trata de rentar y le exigen como requisito demostrar que está casada, cuando un casero sube la renta descaradamente o cuando los inquilinos no tienen contrato, lo vemos como un problema individual, como algo que nos pasa y que nada tiene que ver con el Estado y con una postura política. Por eso tenemos que aprender de otros movimientos, como el feminista, el LGBTQ+ o el indígena, a reconstruir el sujeto colectivo en nuestra identidad como base para estas exigencias”, asegura Escoffié.
Por eso –retoma y cierra− no debe extrañarnos que el movimiento inquilinario de hace un siglo en Veracruz estuviera liderado por mujeres, campesinos y afros, sectores históricamente discriminados; y sobre quienes aún hoy pesa fuertemente esta problemática.
“No podemos entender el tema de vivienda sin el tema de la discriminación. Los que rentan son los que tienen problemas para conseguir una vivienda en propiedad”.
“¿Cómo es posible que se haya olvidado esa gran lucha y que en la memoria de los mexicanos ya no se recuerde el movimiento inquilinario?”, lamenta Rosario Hernández Aldaco, integrante de uno de los proyectos políticos de vivienda autónoma más significativos de los últimos años en la Ciudad de México.
En ese entonces no había organizaciones. Ellos se organizaron y conformaron un sindicato, que me parece algo muy relevante”.
Rosario es parte de la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente (OPFVII), que a finales de la década de 1980 presentó un proyecto político autogestivo de construcción y dotación de vivienda. Escuchó por primera vez de la huelga inquilinaria en el libro Bolcheviques: Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México (1919-1925), del historiador Paco Ignacio Taibo II, que abordaba una parte de la historia de la huelga en la Ciudad de México. Ese extracto y otro sobre la huelga en el puerto fueron publicados en esa época por la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular, lo que avivó la memoria en otros movimientos del país, si bien hoy en día no ha logrado conformarse un frente que agrupe a las diversas iniciativas y luchas.
Aunque las demandas inquilinarias siguen vivas, la memoria de ese movimiento casi legendario parece desvanecerse. Taibo II, en entrevista para este artículo, señala que para preservar su memoria no hay más que escribir y hablar del tema para que otros movimientos tengan conciencia de ella; tal como fue el cometido de esos folletos, incluso publicados bajo tres títulos diferentes.
Para este escritor, el éxito de aquel movimiento recayó en dos cuestiones: “su mecánica de agitación, propaganda, que fue brillante, y en los mecanismos de autogestión que se empezaron a generar: no pago renta, pero lo uso para las reparaciones del lugar; no pago renta, pero uso el dinero en algo. Eso pasó no solo en la huelga del Distrito Federal (como solían llamar a la Ciudad de México), sino también en la que llevó Herón Proal en Veracruz”.
La falta de articulación y de un proyecto claro es lo que, según Carla Escoffié, ha minado la organización inquilinaria en México.
Una de las cosas que más nos preocupa a quienes estamos en estos temas es que vemos cómo se está moviendo el tema en lugares como España, Argentina, Alemania e incluso en Estados Unidos. Pareciera que allá hay más articulación. En México no es que no la haya, pero en las últimas tres décadas hubo un proceso de desarticulación muy profundo del sujeto colectivo”.
Este proceso, explica la abogada, incluye la romantización de los grandes desarrollos inmobiliarios y las empresas que priorizan la vivienda como propiedad meritocrática, que responden al esfuerzo y a la suerte azarosa de cada individuo. Ello aleja la cuestión inquilinaria de lo público y la lleva a los asuntos privados. “Evidentemente, la memoria de esta huelga en Veracruz no es algo que se quiera recordar ni destacar, porque entra en conflicto con los estándares de financiación de vivienda en el país. Estos cien años son una oportunidad para reivindicar la memoria; y al recordarlo abre la posibilidad de entender que esto es un asunto de Derechos Humanos”, reflexiona Carla Escoffié.
Actualmente el Congreso de la Unión, en México, está discutiendo el nuevo código nacional de procedimientos civiles donde se definirán los juicios de arrendamiento a nivel nacional, lo que podría dotar de más derechos a los inquilinos del país.
A cien años, lo seguro es que necesitamos reavivar la memoria colectiva del Movimiento Inquilinario de 1922. “Es un movimiento olvidado, puesto en las sombras, que ha sido poco analizado por la academia y por otros sectores”, comenta María Silvia Emanuelli, coordinadora de la Coalición Internacional del Hábitat para América Latina, una organización internacional que promueve los derechos a la ciudad y de vivienda.
“Ahorita el movimiento (urbano) está muy a la defensiva, exigiendo ‘no a los desalojos’, ‘no al alza de rentas’, un problema palpable en la Ciudad de México gracias a la especulación inmobiliaria… pero la dinámica preponderante del apoderamiento de la ciudad no se difunde lo suficiente”, lamenta María Silvia.
“Que estalle la revolución social, que tiemble el mundo, que se desplomen los cielos, que se estremezca la humanidad, que se despeñen las cataratas del Niágara, que se subleven los mares, que se rompa el drenaje, que se apague la luz, que se paren los tranvías, que exploten los automóviles, que se arrase el globo terráqueo, pero que no se queden sin que se les haga justicia”, dijo Herón Proal, líder obrero y fundador del Sindicato de Inquilinos de Veracruz, en una manifestación en el puerto, el 27 de febrero de 1922.
Días después, el 6 de marzo, las hermanas putas, como llamó Proal al grupo de trabajadoras sexuales conocidas como Las Horizontales de Guerrero, quemaron sillas, camas y colchones sobre los que trabajaban, en protesta por las elevadísimas rentas. Esos días las protestas fueron algo usual en el puerto de Veracruz, donde casi la mitad de la población salió a las calles a denunciar abusos de sus casatenientes. Rentaban cuartos de apenas dos por dos metros en vecindades que a veces apretujaban más de 100 o 150 viviendas en un edificio con uno o dos baños, bajo condiciones que poco bastaría con llamar insalubres.
La gente no pagaba el pasaje de los tranvías ni de los camiones, porque así lo había decretado Proal y su gente: el transporte era del pueblo y de nadie más. Al inicio, muchas personas se escondían con el paso de las marchas, pero a medida que ganaron fuerza, muchos se sintieron identificados y se sumaron a la causa, no por mera solidaridad, sino porque eso implicaba tener mejores condiciones de vida, según dan cuenta los folletos de Taibo.
Mientras tanto, el 15 de marzo en la Ciudad de México, cerca de 500 personas se congregaron en la plazuela de Salto del Agua, convocadas por integrantes del Partido Comunista. Estos habían llamado a la unión de inquilinos a fin de desarrollar una intensa labor contra los propietarios de las vecindades asquerosas que les rentaban a precios inconsiderados. En menos de un mes el llamado se esparció como fuego y las marchas y protestas ya no eran de cientos sino de miles, al igual que las afiliaciones al recién creado sindicato de inquilinos.
“Fue un movimiento no solo en Veracruz, sino nacional y muy vigoroso, resultado de una convocatoria de los comunistas de entonces para abrir brecha en el vacío que había en la atención de muchas demandas sociales que no habían sido cubiertas por la reciente Constitución de 1917 ni por los primeros gobiernos que había dejado la revolución”, dice Pedro Moctezuma, quien ha participado en muchos de los movimientos urbanos del país en los últimos 30 años.
Más allá de las demandas, Rosario Hernández reconoce otro paralelismo importante a un siglo: “Una de las cosas que se da en las organizaciones de vivienda, que hay muchas en México, algo que pasa en la mayoría, es que quien asume las tareas de organización y del trabajo son las mujeres”.
Durante la huelga fueron tan importantes que eso les ganó el reconocimiento en la historia, según recoge García Niño en su artículo al respecto:
Las fuerzas del Sindicato Rojo de Inquilinos Revolucionarios se la daban los hombres; pero indudablemente que quienes lo hacían invencible, eran las mujeres, que en gran número llevaron al lado de sus compañeros, invictos, su energía, su inteligencia, su emotividad”.
Ese papel, acota Rosario Hernández, no es porque las mujeres crean que los hombres son flojos o que no quieren participar, sino porque ya en los hechos, en la división del trabajo, implicarse en las tareas de organización y de vivienda significa tener un futuro inmediato más estable.
“Ahí se continúa con esta posibilidad de que la mujer sea vista como igual al hombre, que no somos diferentes, y que tan igual es que participan en un movimiento que por lo general era de hombres: los ferrocarrileros, los panaderos… no había de las cocineras y demás”, asegura Rosario.
Los esfuerzos de la OPFVII empezaron hace más de 30 años en los límites de la Ciudad de México. “Lo que hacíamos en ese entonces era buscar terrenos que normalmente eran federales o del gobierno y nos metíamos a resguardarlos. Decíamos vamos a resguardar y construíamos unas casitas de cartón. Eso tenía que ver con una lucha contra el gobierno, porque no dejaban que nos metiéramos y teníamos que defendernos. Mientras tanto, en ese terreno íbamos construyendo los servicios del agua, de la luz. Eso fue como el inicio, hoy eso ya no es posible, y ahora compramos la tierra a un particular”, cuenta Rosario.
“Hace 34 años la forma de lucha era muy parecida a lo que hacían los activistas, los chavos que tomaron en sus manos el movimiento de hace cien años y lo impulsaron en el puerto de Veracruz, que ese era el activismo, esa posibilidad de estar con la gente”, cuenta.
En un inicio, para Rosario no fue fácil, como ella misma relata. “Los puestos de dirección no eran como para las mujeres. Era como que la mujer, lo voy a decir tal cual lo decía un tipo: ‘a la compañera hay que ponerla en falda corta, medias y tacones, como edecán’, esa era la visión”.
Sin embargo, en el camino encontró a otras como ella, y ya han dedicado más de la mitad de su vida a este proyecto. “Las compañeras, en la práctica cotidiana, al estar en una jornada, se comparten su vida, sus cosas y entonces se va generando una charla en la que decimos: ‘No, si te pega el marido no te dejes, eso no está permitido y tú tienes que poner una solución’. En las comisiones, las compañeras van generando una visión de la vida y a partir de los talleres que se dan, se trata de ir aprendiendo un poco e ir generando conciencia de clase, de que lo que no hagamos nosotras, no lo va a hacer nadie”, explica Rosario sobre el trabajo al interior de la organización.
Mientras hace cien años la gente se organizó en un sindicato, hace tres décadas se conformó la Organización Francisco Villa que promueve la creación de cooperativas de vivienda autogestivas con esencia combativa, una característica que resalta frente a otros movimientos urbanos en México y otros países cuyas demandas no logran establecer un objetivo político más amplio.
Actualmente la organización ha logrado construir siete comunidades autogestivas que funcionan en torno a ocho comisiones: mantenimiento, vigilancia, listas y finanzas, cultura, salud, agricultura, deportes y comunicación. Todas son parte de un proyecto de vida, el proyecto político de la organización que se resume en: crear conciencia y organización es crear poder popular.
Este trabajo fue publicado originalmente en la Fundación Rosa Luxemburgo México. Aquí puedes consultar el original.
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
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