“Dos de octubre no se olvida” es la consigna que se repite cada aniversario de la represión estudiantil de 1968, uno de los crímenes de Estado más emblemáticos de la historia de México. En 2014, en días previos a esta conmemoración, la desaparición forzada de 43 estudiantes campesinos en Guerrero revivió los fantasmas de aquella época. Para repensar los conceptos memoria, justicia y reparación, Pie de Página habló con el antropólogo Alejandro Castillejo
Texto: Celia Guerrero.
Foto: Pepé Jiménez
CIUDAD DE MÉXICO.- Alejandro Castillejo Cuéllar es un antropólogo colombiano que ha hecho su trabajo sobre los efectos de la violencia, “al borde del abismo”. Un intelectual que escribe con y no sobre los otros. En ese abismo es que se ha visto empujado a diseccionar y problematizar conceptos como la memoria, la escucha, la justicia y la paz y a cuestionar la forma en que las ciencias sociales se acercan a la experiencia del otro, de forma extractivista.
La experiencia de este profesor de la Universidad de los Andes, incluye ser consultor e investigador en la Comisión Peruana de la Verdad y la Reconciliación y en el Grupo de Memoria Histórica en Colombia, así como estudios en los procesos de paz en Alemania y Sudáfrica.
— ¿Cuándo una sociedad, que ha enfrentado un periodo de violencia desmesurada, está preparada para hablar de memoria, justicia y reparación?
— Ninguna sociedad está preparada para eso. Haciendo la analogía a nivel individual, ¿cuándo está uno preparado (y qué quiere decir estar preparado) para enfrentar sus propios fantasmas? Siempre habrá ambivalencia, siempre habrá dudas. Cuando son historias de violencia nunca es un momento ideal. Estar listo quiere decir qué tanto estoy dispuesto a oír.
Memoria, verdad y reparación son términos que se gestan en momentos históricos particulares, con lenguajes sociales particulares, con modelos globales diseñados para hablar de esas cosas. En ese sentido hablar de justicia, verdad y reparación, es hablar de parte de un modelo global de cambio político que se instaura desde la magnanimidad del derecho internacional y hacia abajo.
En los últimos años, en Colombia se volvió muy común el discurso de la víctima, el testimonio y la narración de la masacre, pero el discurso estaba recluido dentro del ámbito de Justicia y Paz que era un proceso fundamentalmente judicial. Salvo algunas investigaciones del sitio periodístico Verdad Abierta, el discurso de los efectos de la violencia se concentró en lo grotesco, el periodismo hizo una estética de lo grotesco.
Si se está preparado o no es una pregunta que también depende de los caminos mediante los cuales algo se hace visible en la sociedad.
En Colombia, básicamente los testimonios sobre las consecuencias de la violencia llegaron a través del proceso de Justicia y Paz, de una ley que se llamaba 975, la cual se inventó un concepto que viene del derecho internacional: grupo organizado al margen de la ley (Gamol). Esta ley establece que investiga la formación de esos grupos organizados al margen de la ley. Y esto es trascendental: deja los grupos armados legales fuera de su ámbito de investigación. Entonces, volviendo de nuevo al ‘estar listo para hablar’, cuando la gente comienza a testimoniar, testimonia solamente lo que los grupos armados ilegales hicieron y por lo tanto todos los crímenes de Estado desaparecen del archivo de Memoria Histórica.
La ley constituye el mandato para la formación del Grupo de Memoria y después con otra ley, que era complemento de eso, del Centro de Memoria. Pero ni el grupo ni el centro están facultados para investigar los grupos armados legales, ósea ni al ejército ni a la policía.
— ¿Por qué se construye así? ¿Quién lo hace?
— Álvaro Uribe. Fue una negociación con los paramilitares a los cuales él había sido, en algún sentido, vinculado. Lo que pasa es que al comienzo iban a darle un tratamiento de una impunidad monumental, hasta que por presiones internacionales le tocó hacer un mínimo proceso. Se asegura de dejar limpio el ejército y cualquier tipo de institucionalidad porque concentra los esfuerzos estatales de memoria en lo ilegal y no en lo paramilitar.
Lo que oímos por esos años fueron los relatos de los paramilitares, pero los relatos de las violencias estatales salieron borradas de todo el archivo y no porque no estuviéramos listos, sino porque sencillamente porque la memoria es un campo de poderes muy jodido. No es solamente el hecho de recordar una cosa, con o sin sensibilidad, sino que hay lenguajes sociales, lenguajes culturales, campos de poderes complejos que enmarcan la manera cómo se recuerda, cómo se articula el pasado, cómo lo reconocemos como pasado.
El lenguaje del grupo armado ilegal, explica Castillejo, tuvo una influencia muy fuerte en Colombia. Oficialmente, en el país sudamericano no hay un conflicto armado, sino hay una guerra del Estado defendiéndose del terrorismo internacional. Entonces, el Estado se ha pintado como administrador de paz y como administrador de la verdad.
Castillejo continúa explicando los discursos legitimados y los discursos borrados con este ejemplo sobre un encuentro que tuvo con un general de la República.
Pese a todas las críticas que tiene al proceso de justicia y paz en Colombia, Castillejo reconoce importante que la gente haya sabido de la existencia de los paramilitares Carlos Tijeras, Mancuso, por mencionar algunos ejemplos.
Balances complejos, insatisfactorios, limitados siempre, nunca son completos, no existe una memoria completa”, dice.
«En Berlín hay un sitio que se llama Topografía del Terror. Es un memorial donde quedaba la antigua oficina de la SS en Berlín. Tiene dos pisos: el primero da a la calle, el otro es un sótano. Es un sitio donde se cuenta la historia del nazismo: día uno, día dos. Ahí hay una narrativa clara, hay mucho entretejido con fotos, imágenes, testimonios, lo que pasó, lo que no pasó. Pero en el piso de abajo, en el sótano, está el archivo. Entonces, yo siempre digo que las sociedades están en un balance complejo donde, en el sustento de nuestras discusiones sobre el pasado se encuentra el dato, el archivo, el papel, la materialidad. Y en el piso de arriba, lo que da a la calle —semióticamente hablando es muy significativo— es el guión narrativo de la memoria. Pero no hay memoria sin que tenga un sustrato de algún tipo, por limitado que sea”.
— En los Archivos del Dolor haces una analogía sobre el resonar de las campanas, dices que hay importancia en el oyente, en lo que la gente está dispuesta a oír y a reconocer.
— La relación entre el sonido y el silencio es una relación de mutua constitucionalidad. No existe ruido sin la existencia simultánea del silencio. En una lectura muy derridiana de la cosa, ausencia y presencia son mutuamente constituyentes. Eso es lo que pasa en las campanas, uno puede hacer una reflexión completa entre la erupción de la enunciación de la palabra, de la memoria, de lo que se dice, pero el sustrato necesario es el silencio que hay detrás. Hay momentos históricos en donde es más valorado quedarse callado, socialmente, que hablar. Es un balance bien complejo, nunca se separan.
Pero hay que diferenciar silenciamiento de silencio. El primero está enmarcado en un campo de poderes que hace audible o inaudible las cosas, en momentos históricos donde algunos grupos de interés quieran silenciar eventos. El silencio, por su parte, es una manera de articular el pasado, una manera de hablar de él, una manera de guardar distancia.
Estamos muy acostumbrados a que la relación con la memoria sea oral y textual, entonces no se concibe el hablar a través de la ausencia y el silencio relativo. Y el silencio es una forma de hablar.
Creo que hay que darle el beneficio a la gente, la posibilidad, sobre todo a quienes sufrieron la violencia, de quedarse callados y de obligarnos a nosotros a aprender a oír otra vez. Pero lo que sí me parece muy preocupante es la normalización del silenciamiento por cualquier método, desde los más violentos, que es matar o desaparecer a alguien, hasta los más triviales, que es dejar que el tiempo pase y no decir nada. También creo que, si una sociedad se excede en palabras, la palabra también pierde poder.
Es inevitable escuchar a Castillejo y no pensar en México, en los excesos como una forma de hacer perder sentido. Castillejo explica: lo grotesco de los crímenes hace que éstos pierdan sentido; la repetición trivializa y hace que la experiencia pierda sentido. Así, propone buscar caminos más sofisticados y distintos para enunciar ese tipo de cosas. Y en paralelo estar intelectualmente pendientes, preocupados por el silenciamiento.
Para romper con las lógicas extractivas de las ciencias sociales, uno tiene que reconceptualizarse a sí mismo como académico, como intelectual, como investigador, como ser humano, incluso reconstruir la idea misma de conocimiento, de los modos de circulación, de sus productos, de lo que consideramos o no conocimiento, de la validez de la experiencia dentro de todo eso, de cómo se hacen conceptos. Pero es una lectura muy radical, es una búsqueda de autodescolonización de muchas cosas”.
Es justo esta postura ante el trabajo de las ciencias sociales (en lo que se puede incluso incluir al periodismo, al activismo) que Castillejo hace uno de sus planteamientos radicales: construir conocimiento con otros seres humanos, no sobre otros seres humanos.
“Yo trabajo con las experiencias de las que la gente a veces no puede ni hablar. Entonces, la única manera de poder hablar algo razonable sobre eso es teniendo una apertura epistemológica y reformulando cómo hacemos las cosas (…) Estoy convencido de que el conocimiento es producto del desencuentro, no del encuentro, es algo místico, incluso. El conocimiento sale cuando irrumpe la alteridad, la incomprensibilidad, porque encontrar lo que tenemos es familiaridad, acomodación, y eso produce que el mundo se nos haga literalmente invisible porque no nos damos cuenta que no nos damos cuenta”.
Sobre la memoria: La memoria es uno de los caminos a través de los cuales las personas y las sociedades configuran y se relacionan con aquello que reconocen como pasado. A veces le llamamos memoria porque está en esta división de poder artificial entre la historia (objetiva) y la memoria (subjetiva) del pasado. A veces, un poco más sensiblemente, se le llama memoria histórica. Hay otros que hablan de historia como un campo de poderes y de disciplinas.
Sobre el perdón colectivo y el perdón individual: Para mí es un no-tema. Primero, porque es una manera muy peculiar de vincularse uno como ser humano con un pasado que es violento y que ha producido daño. No todas las sociedades hablan en esa lengua, en algunas no existe la palabra. Las comunidades indígenas no tienen en su lenguaje la palabra paz, es intraducible. Entonces, la manera en la que tú articulas esa relación con el pasado a través del concepto del perdón está metido y enmarcado dentro de una arquitectura conceptual particular y esa arquitectura es entendible para unos, pero no para otros. Igual que la palabra paz, es una cosa subjetiva. Pero se vinculan también con proceso objetivos, con los lenguajes que tenemos para hablar de eso. El pasado no habita en el vacío histórico. El pasado habita, de hecho, en el presente histórico. Es una sociedad la que intenta ponerle palabras a ese pasado.
Sobre el oír: Nosotros escuchamos los ecos de las balas muchas generaciones después y escuchar no es solamente un ejercicio sonoro porque uno puede escuchar con la piel, con el cuerpo en general. Para mí siempre ha sido una de las cosas más fascinantes tratar de entender la sociedad, haciendo la reflexión de que, como en una iglesia, como en lugar sagrado, las ondas brincan de un lado a otro. Pero uno no lee ondas, uno lee sonidos, cómo los sonidos brincan de un lado a otro y cómo perduran en el tiempo, como cuando las estrellas que uno ve en el firmamento están casi todas ya muertas porque nosotros percibimos la luz que viene de muy lejos de objetos estelares que ya desaparecieron. El eco es también eso, el eco es una especie de rastro que queda de ese pasado que boicotea. La gran pregunta a eso es sobre las condiciones de la audibilidad, y por lo tanto las condiciones de esa escucha, de lo que quiere decir escuchar. Uno escucha tarde, el simple aparato que tenemos aquí en la cabeza tiene unas limitaciones gigantescas, entonces uno escucha comenzando por los oídos y uno escucha también utilizando el cuerpo.
Eso me inquieta, las condiciones mediante las cuales algo se hace audible o no, la manera en la que nosotros cargamos ecos, cómo a pesar de que la campana deja de tocar seguimos escuchando su eco mucho tiempo después: el hijo que se lleva el sonido en la última palabra de sus padres, la familia que recuerda con temor la muerte de un ser querido es parte del eco; las muchas maneras en que los eventos del pasado hacen eco en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vitalidad, en nuestra sensorialidad.
Sobre reconocer: Reconocer es una palabra complicada que no solamente habla de lo legal. Cuando uno reconoce al otro es porque le da un estatus legal. El reconocimiento de las comunidades étnicas es un tema semilegal, es el reconocimiento de la ley porque para nosotros la ley es nuestra entidad cognitiva, como dios, sobre la cual se nos unge y se nos da existencia. Por eso la relación entre la teología y el derecho es fascinante. Pero reconocer también quiere decir oír, hacer audible, saber que se está escuchando, que se está oyendo.
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