8 enero, 2022
“Yo voté por el mal menor”, señala el profesor Gabriel Salazar en entrevista para Pie de Página. “Me interesaba votar por quien le hiciera el menor daño posible al proceso constituyente».
Texto: Iván Cadin @ivankdin
Foto: Presidencia de Chile
PARIS.- El historiador chileno Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia 2006, es tajante: las recientes elecciones presidenciales en Chile que dieron como ganador a Gabriel Boric, de la coalición de izquierda Apruebo Dignidad, “no tienen gran importancia. El destino de Chile lo va a resolver la Convención Constitucional, no Boric. Históricamente hablando, esta elección es superflua.”
Profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Salazar asegura haber votado por Boric; pero dada su condición profesional es su deber académico analizar la situación chilena bajo una perspectiva histórica.
“Hay un proceso constituyente por decisión ciudadana por primera vez en la historia de Chile. La clase política, dada la movilización ciudadana, tuvo que abrirle camino, pero pautado, legalizado, constitucionalizado, convirtiendo al proceso en un juguete de ellos mismos. Sin embargo, no pudieron controlarlo al cien por ciento y quedó fifty-fifty. Tiene un 55, 54 por ciento de convencionales electos por el pueblo y el resto es clase política. Es una convención semi-soberana pero es lo que hay, como decimos en Chile. (…) Tiene en sus manos el control del proceso profundo histórico. En cambio, la clase política que se rige por la constitución de 1980, que es justo la que queremos derribar, no tiene de dónde agarrarse que no sea de esa constitución. Y la mejor manera de agarrarse es darle a las elecciones una importancia que no tiene. No tiene.”
Salazar, también cursó las carreras de filosofía y sociología y representa una voz obligada en Chile para hablar sobre poder popular y soberanía. Él considera que el proceso que vive la nación sudamericana va más allá de las pugnas electorales e, incluso, del espectro ideológico que entendemos por izquierdas o derechas. Para él la fuerza de cambio se ubica en un fenómeno que, a su parecer, está creciendo por todo el mundo: “la ciudadanización de la política”. En este la gente participa de la cosa pública sin esperar que partidos políticos y el parlamentarismo medien por ellos.
El historiador estima que Chile lleva unos pasos adelante en esta práctica; no tanto por ser una especie de vanguardia en el tema, sino por su propia condición histórica: haber vivido una dictadura que una década antes de que sucediera en otras partes del mundo, impuso el modelo neoliberal.
Para Gabriel Salazar un ejemplo de esta ciudadanización de la política en Chile fue la llamada Revolución pingüina, el movimiento estudiantil que brotó a inicios del nuevo milenio. De esa lucha por una educación pública, gratuita y de calidad surgió el hoy presidente electo de Chile, Gabriel Boric.
“Él (Boric) y su equipo son de la generación pingüina. Si obedecen a su corazón y al alma de esa generación, deben recordar su consigna de cuando salieron a la calle y lograron apoyo: ‘la asamblea manda’. Lo gritaron por todas partes de 2001 a 2011. Y de ahí surgen asambleas. Fue por eso que (la presidenta en aquel entonces, la socialista Michelle) Bachelet tuvo que abrir una pseudo asamblea constituyente, que fue un chiste. Y como fue un chiste, el estallido social obligó (ahora) a tomarlo en serio. La generación pingüina está comprometida con la deliberación. Y lo que debiera hacer Boric es obedecer a eso y favorecer el desarrollo libre de esa asamblea (constituyente). Eso es lo mejor que puede hacer con criterios de estadista.”
El golpe de Estado de 1973 que derrocó al gobierno legítimamente constituido de Salvador Allende para implantar una junta militar encabezada por Augusto Pinochet, no sólo tuvo la intención de parar las reformas que el presidente chileno estaba realizando. No.
Puso en práctica una nueva faceta económica y política del capitalismo que debutaría años después en el mundo, teniendo a Chile como laboratorio: el neoliberalismo. De la mano de los llamados Chicago Boys, la privatización férrea de los servicios y bienes públicos comenzó en Chile. (Como dato: uno de esos Chicago Boys, estudiantes chilenos formados en Chicago, Estados Unidos, bajo la tutela del economista Milton Friedman, fue precisamente Miguel Kast, hermano mayor de José Antonio Kast, el candidato de la ultraderecha apenas derrotado por Boric en las recientes elecciones.)
Para darle un marco legal a la serie de privatizaciones contempladas hubo que confeccionar una carta magna a la medida: la constitución de 1980. Sin embargo, dado que esta nueva reglamentación fue ideada, confeccionada, instrumentalizada y promulgada bajo una dictadura que llegó bajo golpe de Estado, que registra miles de asesinados, desaparecidos, exiliados y donde la censura y la represión minaban cualquier expresión crítica, esta constitución es considerada ilegítima por amplios sectores en Chile.
En 1990, al ser obligado a dejar el poder tras un plebiscito, Pinochet pasó las riendas del país a un civil, Patricio Aylwin. En términos formales la dictadura terminaba pero el pinochetismo seguía ahí, en una constitución con esencia ultraliberal y donde el Estado se sujetaba a las leyes del mercado. Cambiar esa ley fue una demanda constante desde los primeros momentos del retorno a la democracia. No obstante, aunque gobernaran demócratacristianos o socialistas (el bipartidismo que estuvo a la cabeza de Chile de 1990 a 2010), no fue modificada en sus artículos más elementales.
“Chile, la alegría ya viene” fue uno de los jingle y frases que la coalición del retorno a la democracia usó en 1988 para promover el “No” en el plebiscito que finalmente, tras 17 años de dictadura, sacó a Pinochet del poder.
30 años después la gente en Chile ironizaba con ese slogan: dimos un paso a la democracia pero “la alegría nunca llegó”. Si bien la economía del país creció en números macroeconómicos, a ras de suelo esa bonanza jamás se vio reflejada y Chile se fue conformando como una sociedad con servicios básicos privados, eternamente endeudada y muy desigual… hasta que la olla explotó.
El 6 de octubre de 2019 entró en vigor un aumento de 30 pesos chilenos (3.8 centavos de dólar, aprox.) al transporte público. Un alza quizá insignificante para muchos; pero si se aprecia el contexto previo y la suma de precariedades para la población, ese hecho terminó siendo la gota que derramó el vaso: estalló una revuelta popular tan fuerte y legítima que obligó, en cuestión de semanas, a anunciar lo que en 30 años la mayoría de la clase política no quiso escuchar: llamar a crear una nueva constitución. Pocos meses después, tras un plebiscito nacional, 78% del padrón electoral ratificaría comenzar un proceso constituyente.
“Chile despertó” fue la frase que comenzó a extenderse por todo el territorio. El 25 de octubre la manifestación más grande en la historia de Chile se volcó en las calles de Santiago, la capital. “Un millón 400 mil (personas), según estimaciones. No había banderas de partidos políticos, ni siquiera del Partido Comunista”, rememora Gabriel Salazar, quien en época de dictadura fue detenido, torturado y exiliado en Reino Unido, país en el que residió de 1976 hasta su regreso a Chile en 1985.
“Yo voté por el mal menor”, señala el profesor Salazar en entrevista vía Internet para Pie de Página al responder sobre la intención de su voto en las pasadas elecciones presidenciales. “Me interesaba votar por quien le hiciera el menor daño posible al proceso constituyente. Porque por supuesto Kast (el candidato de la ultraderecha por el Partido Republicano) iba a entrar en guerra, que iba a perder de todas maneras, pero era entrar en guerra. Boric no. Por eso voté por él pero si Boric ahora no apoya el proceso constituyente, uy, lo lamentamos por Boric porque va a llegar una presión tremenda contra él.”
El plebiscito constituyente nació del llamado “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, un polémico tratado firmado la madrugada del 15 de noviembre entre gobierno y diversos partidos políticos, una negociación fuertemente criticada por sectores de las izquierdas al considerarlo un madruguete cupular en contra del propio proceso social. Gabriel Boric estuvo presente en dichas negociaciones y firmó el acuerdo, aunque señalando que lo hizo a título personal y no de su partido, Convergencia Social (CS).
La firma de Boric le significó fuertes reclamos a su persona por parte de diversos sectores de izquierda, de la antisistémica hasta la de su propio partido. Pocas semanas después de ese acuerdo, Boric fue funado [increpado] por manifestantes que lo reconocieron mientras él charlaba con una mujer en un parque. El hecho quedó registrado en video: él permanece quieto, sin responder, mientras un grupo de gente lo baña con refresco, lo insulta y le grita “vendido” y “traidor”.
A su vez, la coalición del Frente Amplio (coalición de la que era diputado) y el Partido Comunista criticaron su proceder. Su partido, CS, lo puso a disposición de su Tribunal Supremo, quien le suspendió temporalmente su militancia. Varios compañeros de partido renunciaron al mismo, entre ellos el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, amigo de años de Boric y compañero de generación en la lucha estudiantil.
Por el contrario, otras voces señalaron que la firma de ese acuerdo fue fruto de la política real del momento y que sin el apoyo explícito de su espectro político, Boric había sacrificado fuerte capital personal para abrir cauce al plebiscito que conformaría después la Convención Constitucional.
El acuerdo buscaba también calmar los ánimos en la calle, que para entonces ya llevaban un mes de revueltas que no cesaban. Veinte personas habían muerto y se registraban dos mil 209 heridos, entre ellos decenas de personas con traumas oculares (muchos de ellos quedando completamente ciegos) debido a las balas de goma que dispararon los carabineros durante la represión de las manifestaciones.
Desde entonces en Chile se habla de que hay dos formas de abordar el proceso constituyente: los octubristas y los noviembristas, quienes le dan la voz cantante al pulso social de la calle y quienes le dan más relevancia a la política institucional, respectivamente. El primer término hace referencia al 18 de octubre, día en que la revuelta adquirió gran fuerza en las calles chilenas, mientras que el segundo le da mayor énfasis a la firma del acuerdo del 15 de noviembre.
Los trabajos constitucionales comenzaron el 4 de julio de 2021 y tienen, oficialmente, hasta el 4 de abril (o 4 de julio, si se solicita prórroga) de 2022 para presentar la nueva Constitución chilena, que deberá aprobarse en un plebiscito de salida (sin fecha establecida todavía). La conformación del constituyente está considerablemente marcada hacia la izquierda y centroizquierda. La derecha no cuenta con el tercio de los escaños necesarios para tener poder de veto en las votaciones.
–Hay sectores académicos en Chile que señalan que la actual convención constitucional no es una convención soberana en términos de que pueda adjudicarse la representación total del pueblo, que las instituciones ya creadas también deben aportar y que no se está inventando un país de la nada, que ya hay cosas existentes.
–Ese es un discurso de los políticos: la soberanía radica en la ley, en la clase política. Todos los políticos dicen lo mismo. Relativizan el rol de la convención constitucional y le dan más importancia a la ley pura, a la tradición legal, hablando de la constitución de 1980 y a los partidos políticos que no quieren morir como partido. Pero este discurso no tiene peso histórico.
Agrega Salazar: “Si escuchaste el discurso de Boric después que ganó, no está planteando ninguna dicotomía de fondo. Está llamando a todo el mundo para la paz. Son términos propios de una generación juvenil que se rigió por los valores no politizados, porque rechazaban lo político.”
Para Gabriel Salazar, quien en 2020 sacó el libro Acción Constituyente. Un texto ciudadano y dos ensayos históricos, si Boric no deja libre el actuar del proceso constituyente y la convención no aprueba una nueva carta que resuelva las demandas de décadas de la sociedad chilena, de nuevo habrá otro estallido social: “tú viste que la ciudadanía, llegado el momento crítico (la revuelta de 2019), claramente se cargó para el lado más radical.”
Salazar es una voz ampliamente respetada en Chile, que suele no quedarse en el follaje en sus análisis sino ver las ramas, tronco y raíz de los problemas de su país. Desde hace años participa activamente en mesas, debates, foros, pláticas sobre soberanía y participación política directa, temas constantes en su estudio histórico.
En 2016, cuando ciertos rostros del movimiento estudiantil chileno como Gabriel Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson, entre otros, comenzaron a flirtear con aspiraciones políticas tradicionales, Salazar fue muy crítico con ellos. Dijo, sin referirse a nadie en particular, que el líder estudiantil en Chile se convertía en una especie de “mandamás y todos los periodistas lo entrevistan, el campeón se cree la muerte y sigue después el camino de la clase política y se convierte en diputadito”.
Dado el peso de las palabras de Salazar en la izquierda chilena, Boric respondió a esa crítica vía Twitter: “Respeto [la] opinión de Gabriel Salazar. Su advertencia debemos analizarla reflexivamente, justamente para no convertirnos en lo que pronostica.”
Como en muchas partes del mundo, en Chile hay un fuerte rechazo y desconfianza hacia la clase política pero este rechazo no es absoluto ni inflexible, dados los mismos números de la reciente elección presidencial chilena: Gabriel Boric es el presidente más votado en la historia de Chile, con una participación de casi el 56% del padrón electoral, incluso mayor que la obtenida por el plebiscito constitucional.
–Si existe esa desconfianza hacia la clase política, ¿por qué se dio esta votación, que es prácticamente la más alta en su historia, teniendo en cuenta anteriores votaciones presidenciales con mucho menor participación?
–Esto es interesante. Y permite entender la naturaleza profunda que estamos viviendo acá. (…) Quien votó fue la juventud de los barrios marginales, quienes no habían votado antes. Y esta vez la votación de la juventud aumentó y la votación de los sectores populares aumentó. Y el millón de diferencia (entre la cantidad de votos ganados por Boric entre primera y segunda vuelta) se explica por eso en buena medida.”
Sin embargo, Salazar, doctor en Historia Económica y Social por la University of Hull, de Inglaterra, y uno de los fundadores de la llamada Nueva Historia Social chilena, insiste que si el constituyente no delibera en verdad “de nuevo va a aparecer una oposición con todo el peso de aquellos que tienen definida su opción política profunda pero que no votan, que es el grueso de la juventud popular. Y ellos son de acción. Y vamos a tener una movilización callejera que no me la quisiera para Boric ni para nadie pero va a ser el 18 de octubre multiplicado.”
–¿Cree que se pueda correr por las dos vías de una forma un tanto pragmática, la de la calle y las instituciones? Usted votó por Boric, por ejemplo. Es decir, reivindicar el poder popular de la Convención es lo ideal, pero no se pueden dejar libres e inoperantes las fuerzas de cambio que llegaron con el triunfo de Gabriel Boric.
–No hay duda. Si este proceso sigue adelante, inevitablemente los partidos de centro y de izquierda van a colgarse detrás, por oportunismo o porque realmente van a entender que la cosa va por ahí. Y los que van a quedar aislados son los de centro derecha y su aislamiento irá en forma creciente. Lo que está en duda es qué capacidad tienen los convencionales populares para interpretar al pueblo que está afuera de la Convención para llegar a una constitución que responda por lo menos al 60 por ciento de las expectativas populares.
“Si alguien tuviera estatura de estadista… que yo creo Boric no tiene, por eso no quise suscribir la carta de apoyo (a Boric) donde firmaron todos los premios nacionales. Yo no firmé esa carta. No creo que Boric sea el gran estadista que necesitamos ni tiene capacidad él solo de liderazgo. Él no va a ser un Fidel Castro, ni un (Juan Domingo) Perón, ni un Mao (Tse-Tung), ni una (Angela) Merkel, (Franklin D.) Roosevelt o (Charles) De Gaulle.
«Quien tiene estatura de estadista es quien reconoce por dónde va la historia y le abre camino a la historia. Quien sólo defiende los intereses de la clase política o de una ideología o clase social, no tiene estatura de estadista. (…) En Chile quien lea bien la historia tendría que actuar para favorecer el desarrollo constituyente, más allá de lo que pueda alcanzar la comisión constituyente. Y no creo, sinceramente, que Boric capta eso y va a actuar por eso.”
–¿Y si juega bajo reglas pragmáticas para luego marcar otras?
–¿Fuera tan astuto como eso? Podría ser. Sería un Maquiavelo–, suelta Salazar con cierta ironía. –No tiene cara de Maquiavelo. Tiene cara de niño bueno.
–¿Le concede el beneficio de la duda a Boric?
–Tengo una duda metódica al respecto.
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