Una radiografía sobre la burguesía uruguaya, desde los inicios ligados al campo a los negocios no tradicionales, procurando un perfil bajo y con el linaje como regla.
Texto Mathías Da Silva*
Ilustraciones: Mario Trigo
La idiosincrasia uruguaya calza a medida con la idea de la clase media, aspiración común entre los nacidos en estas tierras. Entre una población de 3.3 millones, solo un 4 por ciento se autopercibía dentro de la clase alta ,según una encuesta de Latinobarómetro en 2016, y un informe del gobierno en 2018 —del Frente Amplio, hoy oposición— planteaba que el 75 por ciento de la población era clase media, según un criterio monetario del Banco Mundial. Uruguay es un país en que los hogares de bajos ingresos aspiran al confort de los sectores medios, y los ricos buscan el reconocimiento social que ostenta el pequeño empresario de clase media.
“En Uruguay no hay ricos, hay riquitos”; esta es una frase que inmortalizó hace varios años un pintoresco banquero y hombre de negocios, José Pedro Damiani, que cobró popularidad por haber presidido por 15 años al Club Atlético Peñarol. Su verdad ha sido refutada por diversas fuentes de información, y su figura podría representar varias de las características de las clases altas: la subestimación de la riqueza que poseen, un perfil público —solo en los casos que no tienen otra alternativa— que no busca ostentar, la formación de negocios dentro de los círculos de las élites y el linaje familiar. Su hijo, Juan Pedro Damiani, no solo heredó y expandió los negocios financieros, sino que también presidió Peñarol por 11 años.
Los trabajos más recientes que recopilaron información de registros financieros, del fisco y de encuestas oficiales de ingresos muestran que existe un selecto grupo de personas que forman parte de la élite económica del país. Un 14 por ciento de la riqueza —como mínimo— está en manos de unos 2 mil 500 uruguayos, esto es: el 0.1 por ciento de la población; además unos 120 compatriotas lograron el mote de “ultra ricos” según un reporte financiero internacional, al poseer un patrimonio mayor a los 30 millones de dólares.
Esto echa luz sobre que sí hay ricos en Uruguay, y que esa bonanza está muy concentrada en pequeños segmentos de la población de un país ya de por sí pequeño. Eso podría explicar, sumado a ciertas particularidades comunes en la personalidad de los nacidos en estas tierras, que los nombres de las familias ricas no sean los que más aparecen en las noticias y que gocen en su gran mayoría de un bajo perfil.
Así y todo se pueden esbozar algunas características de la élite local, como que sus ingresos surgen de activos financieros y en menor medida de las utilidades empresariales; ya que son familias que han sido o son propietarias de negocios en sectores claves de la economía, históricamente ubicados dentro de la cadena agroexportadora. También que el poder económico está fuertemente sustentado en las herencias; factor que frena la movilidad social descendente, y que la presencia femenina en las puestos de poder empresarial suele ser testimonial. A su vez, hay una parte que llegó a integrar este grupo debido a los ingresos salariales que reciben, principalmente profesionales médicos.
Más desde el plano antropológico, se puede mencionar que las familias ricas de Uruguay viven en zonas costeras y desde inicios del siglo han comenzado a volcarse a barrios privados; que en el verano suelen trasladarse hacia su segunda residencia en Punta del Este, balneario predilecto también del jet set argentino; que se mueven en pequeños círculos sociales; y replican actividades típicas de las clases ricas, como la práctica de golf o la colección de automóviles clásicos; y que si bien tienen contacto asiduo con el poder político, prefieren en mayor medida mantenerse por fuera y no comprometerse activamente.
El primer paso para definir una élite es establecer un umbral que la delimite. Esta es una tarea en cierto modo arbitraria, según el investigador Mauricio De Rosa, del Instituto de Economía de la Universidad de la República, que se dedica a estudiar sobre la concentración de la riqueza en Uruguay. Sin embargo, explicó que al observar los niveles de ingreso de la población queda en evidencia que hay un grupo selecto:
“Encontramos desigualdad a lo largo de toda la distribución, pero el incremento es bastante paulatino, es decir, al dividir a la población por centiles hay pequeñas diferencias entre el centil 55 y 56, o el 96 y 97. El salto grande se da cuando paso del 99 al 100 [esto es el 1 por ciento más rico] y de ahí surge un problema de percepción, porque se suele creer que las élites son simplemente un conjunto de individuos con un poco más de ingresos que el resto, pero no es así, ocurre un salto muy sustantivo”.
En promedio, estas personas perciben unos 15 mil dólares mensuales, monto que multiplica por 35 el salario mínimo nacional y por ejemplo permitiría comprarse un auto cero kilómetros de marcas tradicionales como Fiat, Chevrolet o Volkswagen; o al término de seis meses un apartamento de un dormitorio en un barrio típico de Montevideo.
En base al análisis de datos anonimizados del fisco sobre el pago del impuesto a la renta, De Rosa remarcó que resulta muy diferente la fuente de ingresos de la élite, que concentra las rentas de capital financiero.
“Incluso dentro del tramo más rico del 99 por ciento [que no pertenece a la élite] los ingresos por rendimiento de capital no llegan al 5 por ciento del total. En el 1 por ciento eso salta al 40 por ciento y en el 0.1por ciento más rico llega al 70 por ciento”, expresó.
Pero además es común que este grupo de personas también tenga ingresos salariales y cobre utilidades empresariales, formando una renta mixta, siendo un caso típico el de un gerente de una empresa con alta remuneración que además recibe dividendos de esa u otra compañía y tiene otras inversiones.
Dentro de las rentas de capital aparecen desde los bonos o títulos públicos hasta los rendimientos por depósitos en el exterior, otra práctica común dentro de la élite. Según información divulgada por el sindicato bancario, los uruguayos tienen depósitos fuera del país que equivalen a 16 puntos del Producto, unos 8.700 millones de dólares. Los lugares predilectos para resguardar el dinero son Estados Unidos y Suiza, de acuerdo a datos del Banco Internacional de Pagos que consignó el diario El País.
Definidos estos aspectos netamente monetarios, cabe preguntarse a qué se dedican estas familias y en qué sectores de la economía se concentran. Para Miguel Serna, docente de la Facultad de Ciencias Sociales que ha estudiado las élites en Uruguay como foco de sus investigaciones, hay “una marca tradicional” que asocia a la burguesía local con los negocios ligados al campo y la exportación de materias primas. Esto surge desde los inicios mismos del Uruguay como nación, muy ligado a la importancia del puerto de Montevideo y a la riqueza de sus tierras para actividades agropecuarias.
Así se fue conformando desde el siglo XIX una clase alta con algunos apellidos que se mantienen hasta hoy, aunque en virtud de distintos procesos históricos la referencia al campo como lugar de generación de la riqueza ha quedado atrás. “Las familias tradicionales del empresariado uruguayo se han ido diversificando y especializando. Primero porque grupos que tenían sus pies originalmente en la tierra se han extendido hacia otras áreas como los servicios, y además han buscado nichos donde hacerse fuertes como forma de competir ante el avance de los inversores extranjeros en Uruguay”, analizó.
Volviendo a la idiosincrasia nacional, está en la cabeza de los nacidos en estas tierras que “el poder económico está ligado a la propiedad rural, y eso hace varias décadas que no es así”, sostuvo Juan Geymonat, docente de la Facultad de Ciencias Sociales especializado en el estudio de grupos económicos. Las agroindustrias, con los frigoríficos como principal exponente, el comercio a gran escala y el sector financiero, surgieron desde mediados del siglo pasado como sectores concentradores de riqueza, indicó. Pero con el avance de los años y la globalización de los flujos financieros, los grandes grupos transnacionales —primero de la región y luego de otras partes del mundo— posaron sus ojos sobre estos redituables negocios y fueron adquirieron gran parte de ellos.
En esa línea opinó también el economista Ignacio Munyo, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo y director ejecutivo de Ceres, el principal think tank de Uruguay de corriente liberal. “Un fenómeno que se ha acelerado en los últimos años es la reducción significativa del empresariado uruguayo, por la adquisición de empresas por parte de multinacionales, lo que muchas veces hace que quien era el dueño o principal accionista pase a ser un empleado de alto nivel”, manifestó.
Otra actividad ligada al campo que creció con fuerza a impulso de grupos extranjeros fue la forestal, nueva punta de lanza de la economía local a partir de una ley que brindó incentivos en la década del 80, y la instalación ya entrado el nuevo siglo de dos plantas de procesamiento de celulosa de capitales nórdicos en el interior del país.
Así fue perdiendo peso material la otrora burguesía nacional, que según Geymonat mantiene un poder simbólico ligado principalmente a las gremiales del agro —la Asociación Rural y la Federación Rural—, a su entender el sector empresarial que mejor ha sabido organizarse para incidir políticamente. Y si bien ya no manejan los negocios más redituables ni tampoco la tierra, que ha pasado a manos de sociedades anónimas y fondos de inversión foráneos, los sectores de la élite rural y agroindustrial mantienen una carta de poder que suelen repetir: si nos va mal el país tiene problemas, y si nos va bien llega la bonanza.
Los distintos fenómenos internos ya repasados y algunos factores externos fueron corriendo el poder económico del campo a la ciudad, generando nuevas formas de riqueza, aunque sin cambiar demasiado los beneficiarios de esa renta. El mismo camino han seguido las inversiones de los ricos, que si bien mantienen la tendencia a comprar campos, en las últimas décadas apostaron más fuertemente por invertir en propiedades inmobiliarias. Según Geymonat, parte del dinero obtenido por las ventas de los negocios a los grupos extranjeros fue colocado “en actividades rentistas y no productivas”.
Dentro de los rubros de actividad no tradicional y muy ligado a los rasgos que diferencian a Uruguay del país vecino Argentina —naciones hermanas por su historia y las similitudes culturales—, desde los 70 cobró fuerza la intermediación financiera, la administración de capitales y la provisión de servicios profesionales. “Es un papel nada menor que ha tenido Uruguay como economía pequeña”, señaló Serna.
El abogado Leonardo Costa, ex jerarca de gobierno y referente en derecho tributario y corporativo, explicó que la “plataforma” para el despliegue de estos negocios desde Uruguay al mundo fue la reforma que impulsó tras la crisis bancaria de 1982 el referente económico de la dictadura militar —que duró de 1973 a 1985—, Alejandro Végh Villegas. Se reguló por ley la intermediación financiera y la vigencia del secreto bancario, lo que significó “un activo para brindar servicios, en especial como contracara de Argentina”, país con habituales vaivenes políticos, tributación más elevada y mayores restricciones financieras.
Con fuerte énfasis desde los años 90, la provisión de servicios profesionales “generó una pequeña burguesía” ligada al sistema financiero y los clientes argentinos de alto perfil económico, evaluó Costa. Luego, al igual que en otros rubros, parte de esos negocios fueron adquiridos por bancos y entidades internacionales. Hoy día, son numerosas las actividades de consultoría y administración patrimonial desde las zonas francas de servicios, territorios libres de todo impuesto desde donde operan distintas compañías locales y del exterior. Para el abogado, estos negocios generaron un cambio de cabeza en parte del sector empresarial más joven y formado, que vio que era posible “salir al mundo” y provocó años después un ascenso de empresas de servicios vinculadas a las nuevas tecnologías.
Desde el 2001, cuando se aprobó un marco legal específico con beneficios para la industria del software, Uruguay se posicionó como exportador de servicios tecnológicos, aunque su mayor hito dentro del rubro es anterior. A mediados de los 80 y cuando aún la inteligencia artificial era una quimera, dos ingenieros uruguayos desarrollaron el primer programa informático de uso universal para la sistematización de una base de datos. Eso fue GeneXus, software adquirido por Windows y que dio inicio a una empresa local —hoy expandida en el mundo— que lidera Nicolás Jodal, principal referente del sector y que declaró hace unos años que bajo el influjo de la tecnología “hay un nuevo Uruguay que está naciendo”.
Este año se alcanzó otro hito a través de la firma dLocal, dedicada al procesamiento de pagos y con presencia en 29 países, que se transformó en el primer unicornio uruguayo y hoy tiene un valor de mercado superior a 13.000 millones de dólares. Para Munyo, los rubros ligados a la tecnología tienen un presente “muy pujante” en el país y existen “ventajas” comparativas para esas empresas. También mencionó a la industria audiovisual como otra con potencial para desarrollarse fuertemente en los próximos años, en especial por su esencia creativa que impide el avance de la automatización.
Más allá de que no hay unanimidad entre los consultados sobre la magnitud de estos fenómenos de industrias no tradicionales en la formación de la riqueza, hay una cuestión de base y es que parecen no mover la aguja en términos de distribución. Sobre este punto habló Sebastián Olivera, especialista en innovación digital y fundador de la Cámara Uruguaya de Fintech (tecnología aplicada al sector financiero): “¿Puede una persona que no tenga un cierto nivel de bienestar económico emprender? No, salvo excepciones. Las características comunes de la mayoría de los founders son: estudios en universidades top, experiencia en banca y nivel socioeconómico medio-medio alto”. Sí defendió el rol en términos de ascenso social de la formación en tecnología para quienes trabajan en la industria.
Retomando el aspecto de Uruguay como país pequeño, Serna marcó que cobra mayor relevancia una “particularidad” de las élites, que es “el fuerte relacionamiento familiar”, con la conformación de grupos económicos entrelazados tanto por parentesco sanguíneo como político. “Al mirar la estructura de los principales grupos empresariales nacionales, en su mayoría son familias con varios negocios, y si mirás estudios de hace 50 años los apellidos coinciden. Hay un linaje que viene de muy larga data en algunos casos, desde finales del siglo XIX, con riquezas que se gestaron en esos tiempos en que llegaban las familias de inmigrantes desde Europa”, señaló Geymonat.
Estas características hacen que cobre fuerza el papel de las herencias en la reproducción de una élite, lo que actúa como contrapeso para la movilidad social. De Rosa comentó que un estudio realizado siguiendo al mismo grupo de personas de altos ingresos durante varios años, mostró que “la probabilidad de bajar en la distribución se reducía conforme uno se movía hacia la parte alta de la fila; había movilidad ascendente y descendente en toda la distribución, pero eso se reducía fuertemente cuando se llegaba al 1% más rico”. En otras palabras, esto indica que los hogares más adinerados tienen escasas chances de perder ese estatus una vez que lo alcanzaron.
De acuerdo a un capítulo del libro Los de arriba, escrito por la economista Evelin Lasarga, un tercio de la riqueza de los uruguayos proviene de herencias. A su vez, la autora expresó que “la riqueza heredada presenta una mayor concentración en los sectores más ricos de la población”, dado que en el decil 10 un 72 por ciento del patrimonio proviene de herencias. En esa línea, concluyó que “la actual distribución de la riqueza depende en gran parte de condiciones presumiblemente arbitrarias, no controladas por las personas, sino que provienen de su orígen familiar”.
Esta realidad común y, quizás, otras similitudes entre sí, hacen que los integrantes de la élite conformen grupos de relacionamiento cada vez más cerrados, aunque aún este fenómeno resulta lejano en comparación con otros países de la región. Al respecto, Serna dijo: “No viven en lugares amurallados como quizás en Brasil o Colombia, pero crecen los barrios privados en Canelones, y desde antes ya había un barrio tradicional de clase alta en Montevideo [Carrasco, ubicado en el límite con el departamento de Canelones]. También está Punta del Este, con las chacras con alto valor patrimonial, un lugar considerado de lujo a nivel internacional y que tiene un volumen de inversión muy alto para lo que es nuestro país. Esto marca un estándar de vida que solo se permite a personas con mucha riqueza”.
El investigador de la Facultad de Ciencias Sociales también apuntó que con el renacer del negocio de la soja en los últimos años, se formó “una nueva ruta de la riqueza” en la zona del litoral de Uruguay, en los departamentos ubicados al oeste, es decir en el extremo contrario a Punta del Este. “No es casualidad que se hayan construído allí canchas de golf, o que el país tenga dos festivales de jazz, uno en Punta del Este y otro en Mercedes [capital del departamento de Soriano], o el auge de los yates, o una mayor cantidad de clubes deportivos, hípicos o de colección de automóviles; son todas cosas que tienen que ver con el tiempo libre de los sectores de mayor riqueza”, complementó.
El sector de los medios de comunicación surge como ejemplo paradigmático de varios de los rasgos de la élite local, con tres familias vinculadas a los principales canales de televisión que supieron acaparar por décadas el poder mediático, así como la pauta publicitaria —oficial y privada— y lograr tener peso político. Los canales 4, 10 y 12, los únicos que podían sintonizarse desde los televisores uruguayos junto a la señal pública, nacieron como grupos económicos a mediados del siglo pasado con el liderazgo de las familias Romay, De Feo-Fontaina y Scheck respectivamente.
El investigador Gustavo Gómez, ex director de Telecomunicaciones y actual director del Observatorio Latinoaméricano de Regulación, Medios y Convergencia (Observacom), analizó que las tres familias han desarrollado un esquema “de alianzas y competencia”, además de ser titulares de la propiedad de radios y medios de prensa escrita, así como de inversiones en otros rubros como el agropecuario. “Su poder lo consolidaron en los 90, cuando por decisión del gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera [1990-1995, padre del actual presidente] accedieron a las licencias de televisión para abonados de Montevideo. Así los mismos dueños de los canales tenían la propiedad de los cables, rubros donde en otros países suele haber mucha competencia. Además, formaron una alianza para tener una red de canales de televisión abierta en el interior del país, y luego de televisión por cable”, detalló.
Para Gómez, a través de esta connivencia económica entre supuestos competidores y con el aval del poder político, las tres familias “no solo concentraron audiencias y recursos, sino también los contenidos que los uruguayos podían ver” a través de los medios de comunicación más masivos. En tiempos más recientes ocurrió un desprendimiento de los propietarios originales de los canales 10 y 12, aunque en este último caso entró a escena “otro grupo muy importante de la élite económica uruguaya como la familia Cardoso”, antiguos propietarios de la cadena de supermercados Disco, una de las más grandes del país.
El supermercadismo local es uno de los rubros donde en las últimas décadas ocurrió un proceso de extranjerización, con la llegada de capitales argentinos con el grupo De Narváez, colombianos con Almacenes Éxito y estadounidenses con Goldman Sachs, que adquirieron las principales cadenas de manos de las familias nacionales que fundaron los negocios.
A mitad de este año, la productora ganadera Mónica Silva se convirtió en la primera mujer que llegó a la presidencia de la Federación Rural, gremial fundada a inicios del siglo pasado. En la Asociación Rural, la actual directiva de 44 miembros no tiene mujeres, ni las ha tenido en los últimos períodos. Estos casos sirven para ilustrar la baja participación femenina en los cargos de poder, rasgo que no resulta característico solo de Uruguay, en donde hay una representación del 4% en las directivas empresariales y del 10% en los puestos gerenciales.
Los datos surgen del estudio La discriminación de género en las carreras empresariales, realizado por Serna y Marcia Barbero, socióloga e investigadora que está realizando su tesis sobre las desigualdades de género en la cúspide del poder corporativo. “Conforme se sube jerárquicamente en las empresas, u otros espacios de poder, las mujeres somos una menor cantidad, eso da cuenta de una desigualdad persistente, que se va reproduciendo pese al paso del tiempo y los avances normativos o en el plano discursivo”, subrayó.
También el guarismo es del 10% al observar el número de mujeres que conforman los directorios de las principales compañías de Uruguay, y en general no ocupan el rol de presidenta de la firma sino cargos menores como vocal o secretaria. Inclusive, se hallaron casos de mujeres que integraban el directorio por ser la esposa o hermana de un director hombre, es decir con un rol “de papel, más bien testimonial”.
Del avance de su trabajo de tesis, donde se propone encontrar las causas de esta baja representativa, Barbero comentó que en entrevistas con hombres y mujeres que ocupan roles de poder en compañías locales surgieron “historias de discriminación, sexismo y machismo”, pero que sin embargo al indagar en la trayectoria personal “dicen “yo barreras no tuve”“. Su evaluación es que en las altas esferas “sigue primando el discurso de la meritocracia, que invisibiliza” los sesgos de género y subestima “los privilegios obtenidos por el punto de partida”.
En relación a esto último, afirmó que puede verse que las mujeres que accedieron a cargos de poder —más allá de algún avance progresivo— pertenecen a un mismo círculo: “Hay puntos en común en sus trayectorias, por los centros educativos a los que asistieron o las universidades donde se formaron, cómo consiguieron su primer empleo o la profesión de sus padres”.
La sociedad uruguaya está altamente politizada y los temas de debate en la opinión pública suelen girar en torno a los asuntos del momento. Las élites no escapan a esto, aunque al igual que hacen gala de un bajo perfil en lo económico, suelen optar por lo mismo en el plano político, al menos en sus apariciones públicas. Una práctica bastante extendida es donar a modo de financiación a todos los partidos políticos y mantener una relación cordial con el poder sin importar la orientación de quien lo ostente.
Esto no esconde que hay pares del otro lado del mostrador. Según un trabajo efectuado por Serna y otros investigadores, un 20% de quienes ocuparon cargos políticos entre 2000 y 2015 tienen un pasado como empresarios, en casi la mitad de los casos ligados al agro. En las conclusiones del estudio, se distinguen dos perfiles: uno más tradicional de “políticos empresarios”, que suelen relativizar su pasado en la actividad privada y plantean su tarea pública como una vocación; y los “empresarios políticos”, que subrayan su pasado en cargos gerenciales o de dirección de empresas como un crédito de cara a la gestión pública.
Siguiendo esas categorías, se puede contrastar dos modelos de integrantes de la élite local que compitieron en las últimas elecciones, y según Serna en función del resultado electoral que obtuvieron puede haber una señal acerca de un cambio de era en el perfil público de los más poderosos en Uruguay.
¿Quién es Juan Sartori? Con esa interrogante como centro de varias piezas publicitarias se presentó a la sociedad uruguaya, previo a la elección de 2019, un joven millonario hasta entonces desconocido. Formado en el exterior, casado con una rusa perteneciente a una poderosa familia de aquel país, y con pasado en diversos negocios, Sartori dio el salto a la política y el resultado fue sorpresivo: quedó segundo en la interna del Partido Nacional y luego obtuvo 96.000 votos que lo llevaron al Senado. Con un patrimonio cercano a los 100 millones de dólares, nunca le escapó el mote de millonario.
En la misma elección, otro adinerado hombre de negocios se postuló a presidente, aunque no corrió con la misma suerte. Se trató de Edgardo Novick, que apostó por fundar de cero un partido propio tras una experiencia positiva como candidato en una elección departamental, pero apenas logró un diputado.
“Ya vimos un cambio de épocas con políticos que se presentan como empresarios, algo que antes no pasaba. Pero Sartori es otra novedad, porque es un empresario del nuevo tipo, un joven millonario vinculado a grupos transnacionales y cosmopolita. Es un agrobusiness aggiornado, no tiene la propiedad de la tierra sino la gestión”, consideró Serna. Su hipótesis es que podemos estar ante un nuevo estilo de la élite nacional, más ligado a la ostentación y exposición pública que al bajo perfil. “La idea histórica que aún persiste de la medianía uruguaya, de que todos somos clase media, empieza a convivir con otro fenómeno: los nuevos ricos que se presentan como tales”, añadió el investigador.
Volviendo a poner el foco en los nuevos sectores pujantes de la economía uruguaya ligados a la tecnología, también puede percibirse según Olivera un choque con los estereotipos: “Son empresas que sirven a clientes del exterior, y por una cuestión de las dinámicas del mercado global el empresario tecnológico tiene que distanciarse de la visión tradicional del empresario uruguayo”.
A modo de chiste pero con un buen grado de realidad, en Uruguay se dice que todo tarda pero llega, y hay indicios de que algunos rasgos históricos de las élites puedan estar sufriendo un lento proceso de cambio, con la misma cadencia que décadas atrás sus negocios se movieron del campo a la ciudad. Más no parece haber variaciones en cuestiones más ligadas a nuestra tradición, como los apellidos.
* Mathías Da Silva. Periodista especializado en economía con 10 años de trayectoria en medios de comunicación. Actual coeditor de la sección política de La Diaria e integrante del suplemento de economía. Experiencia previa en el diario El País, radio Monte Carlo y Unoticias. Participó desde Uruguay como coautor de la investigación regional que ganó en 2020 el premio Ortega y Gasset como mejor historia investigativa.
**Este texto es parte del proyecto Élites sin destino apoyado por el programa de medios y comunicación para América Latina y El Caribe de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES).
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