La fiesta brava desaparecerá en los próximos años, es indudable; pero no en todos lados. Desde hace tiempo dejó de haber un soporte cultural para las corridas de toros. Pero, ¿por eso somos menos violentos? ¿los animales viven mejor?
@ignaciodealba
El capitalismo es avasallante, todos los regionalismos y culturas locales corren riesgo. La vida en la ciudad y sus creencias imponen su moral en todas partes (casi de forma inquisitorial). El desarraigo al campo hace imposible recordar que la relación que los seres humanos hemos tenido con la naturaleza ha sido violenta. Es aquí que la lidia quedó extraviada.
En estos días de discusiones sobre la tauromaquia me he encontrado con fervientes antitaurinos que en su vida han visto un toro. Imposible llevar a cabo una discusión genuina.
Se olvida que la vida como lo conocemos fue posible gracias al sometimiento de la naturaleza. Eso es innegable.
Hace apenas 100 años, el promedio de vida de las personas era de 30 años. La gente moría por enfermedades y alimañas. Los humanos dimos pasos agigantados, la ciencia y la tecnología prolongaron la vida (y la calidad de esta), pero también se ha prolongado la muerte del planeta.
La industrialización ha convertido a los humanos en verdugos anónimos. ¿Cuánta leche hemos bebido sin necesidad de ver una vaca? ¿Cuántos huevos comimos sin tocar a una gallina?. El capitalismo nos quitó la molestia de hacer cosas comunes, como matar a un animal.
La gente que nace en las ciudades está desvinculada de la naturaleza. Pero esta relación la hemos sustituido, nos hemos inventado al otro para poder tener una relación. Hemos creado un mundo imaginado y colectivizado sobre el mundo natural. . Se desconoce la vida animal, pero nos hemos hecho presentes en ellos. Como en las películas de Disney. Bambi forma parte de nuestro conocer colectivo sobre los venados (aunque en realidad es un ciervo) o el Rey León configura lo que pasa en las manadas de leones, como si así fuera. Los animales hablan, piensan y tienen dramas humanos. Estas ficciones solo ayudaron a profundizar nuestro desconocimiento sobre la naturaleza. Una pedagogía dañina.
Los animales que hemos traído a las ciudades, que hemos domesticado, los hemos reducido físicamente y hemos templado su temperamento; hay razas de perros que llegan a excesos monstruosos. Hay mascotas que viven, contra toda su naturaleza, en pequeños departamentos. A pesar de eso, se les provee de lo que en las ciudades se piensa indispensable: un suéter o hasta zapatillas.
La naturaleza sigue existiendo y nos seguimos sirviendo de ella, aunque la ignoremos por completo. Solamente que hemos delegado a otros esa relación; a la industria de alimentos. Donde el ganado no es más que un producto monetario. La vida de estos animales y sus muertes las ignoramos, con gigante hipocresía.
La fiesta brava morirá porque tenemos perdida esa conexión natural. En una ciudad es muy difícil que la gente tenga un entendimiento sobre el toro bravo, ni siquiera que la muerte en el ruedo pueda ser una muerte digna.
Para acabar con la fiesta brava, la agente la ha acotado de un evento cultural a un “espectáculo”. Se le desmantela para poder atacarla. Se le reduce a una presentación de una tarde de borrachera, donde todo gira en torno al disfrute de la violencia. Donde un montón de “sádicos” (medios rancheros) se entretienen mientras ven sufrir a un “indefenso” animal. El reduccionismo es su arma más eficaz.
Perdimos nuestra conexión con la naturaleza, pero también perdimos de a poco los rituales que nos conectaban con ella. La lidia, la cacería o hasta la pesca mantienen viva esa relación. Por eso es vital mantener estas actividades vivas (y reguladas), aunque los tiempos no sean propicios.
La lidia de toros morirá definitivamente en las ciudades, pero se mantendrá en ámbitos rurales; donde el contacto con la naturaleza es más responsable e íntimo.
Toda esta discusión por un diputadillo de poca monta. Apenas hace unos días el presidente del Partido Verde Ecologista de México en la capital del país, Jesús Sesma Juárez, logró el mejor golpe publicitario del año. El presidente de la Comisión de Bienestar Animal del Congreso de la Ciudad de México, consiguió un dictamen en comisiones para prohibir las corridas de toro.
Sesma, se dio a conocer el año pasado gracias a una averiguación de la Secretaría de Hacienda. La Unidad de Inteligencia Financiera lo acusó de formar parte de una red de lavado de dinero. Según la investigación el dirigente del PVEM y su esposa Paulina Díaz Ordaz, nieta del expresidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, forman parte de una “elaborada mecánica” para lavar dinero ilícito.
Pero este diciembre el diputado sacó una artificiosa propuesta de ley que mostraría su lado bonachón. Su propuesta pretendía prohibir la tauromaquia, aunque en realidad él mismo y su partido se encargaron de “retrasar” la propuesta. Sesma se justificó después «somos sensibles de la situación económica de las familias del gremio taurino”. Pero la pirueta legislativa le sirvió para que la discusión pública se volcara sobre el tema (y sobre él) -y yo aquí narrándolo-.
A la propuesta se adhirieron los partidos de oposición en la Ciudad de México, un intento por ganar adeptos en la urbe gobernada por la izquierda.
Nadie pregunte qué ha legislado (o a hecho) el Partido Verde sobre las condiciones de los rastros y la vida de los animales en granjas industriales, los rampantes negocios inmobiliarios, la movilidad, el acaparamiento de agua, la protección sobre áreas naturales. La antitauromaquia es taquillera, sobre todo cuando se cambia todo para que quede igual.
Muchos medios cayeron en el juego, como si la iniciativa fuera de verdad, como si el diputado fuera de verdad ¿Argumentos? (¿quién los necesita?). Las opiniones revivieron una vieja discusión llena de prejuicios.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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