Sembrando Vida es un programa demasiado vasto para ser mirado a través de un solo lente, más si ese lente está contaminado por prejuicios e intereses distintos a los que brinda la crítica orientada a la atención de deficiencias o posibles mejoras. Es importante entender de qué se trata este programa, algo que las y los ciudadanos habremos de hacer con, sin y a pesar de los medios de comunicación
Twitter: @etiennista
Siendo Sembrando Vida uno de los programas prioritarios del presente gobierno no debería sorprendernos que sea uno de los principales focos de ataques por parte de la oposición. Como es ya moda, partidos y actores políticos se montan en una agenda ambiental que por lo general desconocen y sobre la que todos quienes han gobernado carecen de una trayectoria que sustente las apasionadas críticas. No son tontos: la crisis ambiental, incluyendo el colapso climático, preocupa a la mayoría de los habitantes conscientes del planeta y particularmente a los más jóvenes.
Dada su importancia, no menos por el enorme presupuesto que se le destina (28 mil 900 millones de pesos tan solo en 2021) periodistas e investigadores tienen mucho que aportar en su monitoreo, evaluación y seguimiento, además de las mismas entidades públicas. Sin embargo, hasta ahora sobresale el papel que juegan las empresas mediáticas como constructoras de las narrativas que la oposición anhela.
En marzo de este año la organización Instituto de Recursos Mundiales (WRI por sus siglas en inglés) publicó un informe preliminar sobre los impactos forestales y potencial de mitigación de Sembrando Vida, en el que destaca que durante 2019 -primer año de operación del programa-, se registró “un exceso en la pérdida de cobertura forestal anual” de 73 mil hectáreas, concentrándose la mayor parte en Chiapas, Tabasco y Veracruz. Si bien el informe revela limitaciones metodológicas detrás de sus estimaciones y establece que no puede adjudicarse la pérdida de cobertura totalmente al programa, el grito ¡deforestación! fue rápidamente propagado en medios y redes sociales. El estudio de WRI, organización que busca brindar elementos para el monitoreo del programa desde la perspectiva ambiental, enmarcó el reportaje de Max de Haldevang en Bloomberg Green, para el cual el reportero realizó trabajo de campo en Yucatán y Campeche, documentando casos de prácticas de quema y retiro de árboles para –el reportaje argumenta- inscribir las 2.5 hectáreas que el campesino requiere para ingresar al programa. Luego de la participación del reportero en una conferencia mañanera –en la que buscó comentarios del presidente sobre los hallazgos de su investigación, realizó varias entrevistas en El Financiero, que (a mi juicio) develan no solo un marcado sesgo en contra de este gobierno sino una profunda ignorancia (¿o mala fe?) sobre la historia del estado del territorio y recursos naturales del país. Dada la cobertura y ramificaciones del reportaje, la narrativa de que el ecocidio en México inició con la llegada de López Obrador cobró un nuevo impulso, que a su vez fue aprovechado por personajes como Gabriel Quadri y el mismo Claudio X. González, este último probablemente el magnate que más debe su fortuna a la deforestación de nuestros bosques y selvas. Un video ampliamente circulado, de lo más inverosímil, acompañaba las imágenes de una porción de selva quemada con la voz fresa de una improbable vecina de campesinos. “Estos son los pinches programas de su querido presidente, su Sembrando Vida, vean nada más el ecocidio que acaba de hacer, para que le den sus (pinches, dijo en otro momento) seis mil pesos sin hacer nada”. Imposible ocultar el clasismo en el propagado discurso.
Dos días después de la publicación del reportaje en Bloomberg Green, José Iván Zúñiga, gerente de bosques del WRI México y uno de los autores del referido estudio, explicó en una entrevista de radio lo que estaba detrás de esa cifra, así como el propósito y alcance del estudio de su organización. Tomando como base los municipios en los que trabajó Sembrando Vida en 2019 a partir del padrón de beneficiarios, usaron imágenes satelitales para detectar cambios en la cobertura vegetal en dichos municipios, lo que en el agregado sumó las 73 mil hectáreas. No solo explicó el especialista que no se podía atribuir toda esa pérdida a la operación del programa, sugirió también que podría tratarse de pérdida de cobertura vegetal – árboles y arbustos – dentro de las parcelas, que no es lo mismo que desmontar bosques y selvas. Aunque advierte que no es algo deseable en un programa que busca precisamente lo contrario, destacó que es probable que al inicio del programa esto haya ocurrido en algunos lugares, y que los cambios favorables en cobertura vegetal y captura de carbono se den en los años posteriores. Como mensaje final en dicha entrevista pidió “no criminalizar a Sembrando Vida”, insistiendo en que el estudio no pretende ser una evaluación del programa, en parte porque solo se enfoca en algunos indicadores ambientales y definitivamente no abarca todas las áreas en las que incide el programa. La entrevista fue escasamente retomada por los demás medios, y así, las explicaciones y los matices se perdieron.
La segunda ola de cobertura y ataques inició en el marco de los preparativos para la COP26 en Glasgow, Escocia, recién culminada. Y es que el elogio a Sembrando Vida por parte de John Kerry, enviado especial para el clima de Estados Unidos, el 18 de octubre pasado en Palenque, Chiapas, no ha de haber causado ninguna gracia a la oposición. Kerry habló de la importancia de las soluciones basadas en la naturaleza frente al cambio climático y mencionó que Sembrando Vida tiene un potencial regional importante que va más allá de la mitigación del cambio climático (y sí, hasta John Kerry entendió que Sembrando Vida no es únicamente un programa ambiental).
Nuevos reportajes emergieron durante octubre y noviembre, siendo solo algunos de largo aliento como el de Gatopardo. Si bien hay un trabajo de campo valioso y evidencias sobre potenciales errores en el programa –al menos en su inicio, y de algunas prácticas cuestionables, la narrativa es la misma. Como si tuviese más evidencia que el WRI (que no es el caso) Gatopardo asegura, entre otras cosas, que Sembrando Vida ha causado la pérdida de esas 73 mil hectáreas de coberturas forestales –lo que meses antes aclaró el mismo WRI que no se podía precisar. El reportaje termina diciendo “Sembrando Vida no ha sido un programa ambiental. No ha frenado la tala: la permitió. Tampoco ofrece un futuro, construido a largo plazo, a miles de campesinos pobres. Y se acaba el tiempo para salvar la selva”. Es un mensaje sin duda fuerte sobre el programa, pero con un frágil sustento.
De ahí en fuera la gran mayoría de los medios han replicado la misma información que medio año antes, como este de El País, cuyos titulares resaltan “deforestación”, “opacidad”, “clientelismo”, sin brindar ninguna supuesta evidencia adicional a la que ya circulaba. El mismo John Kerry hizo referencia precisamente a lo acertado que era, como parte de la estrategia de López Obrador para erradicar la corrupción, el que las y los sembradores recibieran el apoyo de manera directa. El exsecretario de Estado de Estados Unidos dijo algo que seguramente fue lo más difícil de digerir para algunos: “todos nosotros en el mundo necesitamos concentrarnos en lo que López Obrador está tratando de hacer aquí”.
Más allá de la parte discursiva, ya sea a favor o en contra, es importante entender de qué se trata este programa, algo que al parecer las y los ciudadanos habremos de hacer, como en tantos otros temas, con, sin y a pesar de los medios de comunicación. Efectivamente, Sembrando Vida no es un programa ambiental en sí, aunque tenga bondades en este ámbito, tanto en captura futura de carbono como en captación de lluvia y recarga de acuíferos, así como en regeneración de suelos. Es un programa de rescate al campo mexicano enfocado en los más olvidados: sus beneficiarios son familias campesinas que cuentan con propiedades ejidales, bienes comunales o una pequeña propiedad, y no en cantidades menores. En 20 estados del país el programa provee un jornal digno a 451 mil sembradores, siendo casi un tercio mujeres. Involucra también a 38 mil 500 jóvenes becarios que reciben su ingreso por parte del programa Jóvenes Construyendo el Futuro, y que suelen ser de las mismas comunidades, posibilitando el relevo generacional truncado por las políticas de los últimos 30 años.
Tampoco es cualquier programa de rescate al campo. Por primera vez en la historia moderna de México se apuesta de manera decidida por la agroecología, gracias al conocimiento colectivo y la experiencia con sistemas agroforestales desarrollados en México para la producción del cacao y el café. Los sistemas implementados mediante comunidades de aprendizaje campesino son agroforestales. En ellos se trabaja el presente, reincorporando o fortaleciendo el cultivo de la milpa (maíz, frijol, calabaza, entre otras plantas), se labra el futuro cercano con árboles frutales y el más lejano con árboles maderables como el cedro y la caoba –o las especies más indicadas para la región. En otra de las virtudes que poco comenta el ambientalismo opositor –como lo denominé en esta columna, en Sembrando Vida no tienen cabida la siembra transgénica ni el uso de agrotóxicos; el glifosato está prohibido y se usan técnicas agroecológicas tanto para controlar plagas como para fertilizar los suelos. Para ello se han establecido ya 18 mil biofábricas, principalmente en los estados del sureste.
Tampoco es un programa improvisado. Lleva gestándose y puliéndose conceptualmente desde mucho antes de la elección de 2018. Sobre sus orígenes hablé con el ingeniero agrónomo Hugo Chávez Ayala, quien ayudó a dar forma a Sembrando Vida en la etapa de transición al nuevo gobierno y quien formó parte de su Consejo Consultivo, antes de retornar a sus propios proyectos agroecológicos en Tabasco. Me contó cómo en 2016 tuvo la oportunidad de presentarle a López Obrador el sistema agroecológico (policultivo) alrededor del cacao que desarrolló en tierras que antes eran un pastizal degradado. Dicha experiencia ayudaría a robustecer la visión del ahora presidente.
Para Chávez Ayala el Programa Sembrando Vida es estrictamente un programa de reagroforestación, más que uno de reforestación tradicional que busca regresar lo que eran los bosques y selvas (aunque muchos de estos programas ni siquiera lo logran al estar basados en monocultivos). También advierte que es normal que en un programa tan vasto e implementado tan rápidamente ocurran fallos, como los revelados en algunos reportajes, y que fácilmente pueden tratarse de manera sensacionalista.
Pareciera entonces que a muchas personas les preocupa el medio ambiente así en abstracto, digamos, a nivel global y sobre todo en función de la imagen que consideran tiene México en el exterior, pero no les preocupa el entorno en el que viven los campesinos más pobres, ni su salud, ni si comen o no comen o si se nutren o no al hacerlo; tampoco su agua, sus tradiciones o sus formas de vida, mucho menos su prosperidad. Como lo pone la secretaria de Medio Ambiente María Luisa Albores, quien dada su experiencia y conocimiento fue fundamental en la formación y desarrollo inicial del programa, Sembrando Vida ayuda a lograr la pertenencia y la permanencia de la gente en sus territorios para que cuide y guarde su identidad y su cultura, a la vez que se ayuda a la naturaleza. Sembrando Vida es pues un programa demasiado vasto para ser mirado a través de un solo lente, más si este está contaminado por prejuicios e intereses distintos a los que brinda la crítica orientada a la atención de deficiencias o posibles mejoras. Es además tan interesante que quien escribe volverá a él en próximas entregas.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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