7 noviembre, 2021
En los alrededores del Parque Nacional Pico de Orizaba, la tala ilegal ha ido en aumento en los últimos años. Pero una comunidad decidió remar contracorriente y apostar por la conservación de su bosque. En el cuarto municipio con mayores índices de pobreza de Veracruz, el ejido Nueva Vaquería cuenta con un programa de aprovechamiento forestal y pone el ejemplo de cómo se puede vivir del bosque sin terminar con sus árboles
Texto: Flavia Morales / Mongabay Lat*
Fotos: Óscar Martínez
ORIZABA, VERACRUZ.- Jorge Zavaleta señala los pinos de más de 10 metros que están a lo largo del sendero por el que camina. A cada momento detiene sus pasos para contemplar los árboles que lo rodean y contar su historia: “Antes todo esto eran cultivos de papa. Ahora es bosque”.
Alrededor de Zavaleta hay cientos de pinos y oyameles sembrados, la mayoría, hace 15 años. Si bien en estas tierras del municipio de Calcahualco, en Veracruz, ya había un bosque templado, muchos de sus árboles se talaron para sembrar papa. Pero, hace tres lustros, los habitantes del Ejido Nueva Vaquería decidieron dar un giro a su historia al recuperar, conservar y, al mismo tiempo, vivir de su bosque.
“Antes -cuenta Zavaleta- cuando nosotros nos dedicamos a pura papa, como que se acentuaba la seca, se hacían polveríos en las calles. Después vimos que es mejor el monte (el bosque), los aguajes de agua se conservaron más”.
El bosque que ahora tienen los habitantes del Ejido Nueva Vaquería es vecino del Parque Nacional Pico de Orizaba, área natural protegida —declarada en 1937— que alberga al Pico de Orizaba o Citlaltépetl, un volcán que se ubica justo donde se unen Veracruz y Puebla y que, con sus 5,636 metros sobre el nivel del mar, se corona como el más alto de México.
En los últimos años, las zonas boscosas que se localizan dentro de las 19 750 hectáreas que tiene el Parque Nacional Pico de Orizaba, así como aquellas que están a su alrededor, han padecido del aumento de la tala ilegal y de la instalación de aserraderos clandestinos.
En medio de ese panorama destaca el ejido de Nueva Vaquería, donde sus 87 ejidatarios y menos de 800 habitantes han logrado lo que parecía imposible: recuperar su bosque y hacer un manejo sustentable de sus terrenos forestales.
Es un martes del mes de octubre y los ejidatarios de Nueva Vaquería se han reunido en el salón social del pueblo para tomar acuerdos, dividirse las faenas, concretar una venta de madera y explicar a Mongabay Latam cómo manejan su bosque.
Los ejidatarios cuentan que el bosque se respeta desde que vivían sus abuelos y sus padres. También reconocen que no siempre ha sido fácil conservarlo. Hace años, por ejemplo, la comunidad se dedicó a la siembra masiva de papa. Eso llevó a que se talaran algunas áreas. Pero ese cultivo empezó a dejar pérdidas por las heladas constantes.
“Había mucha papa, me acuerdo que mi papá sacaba hasta 30 toneladas al año, pero luego ya no se dio: se agusanaba, no se daba bien. Entonces todo eso se reforestó”, recuerda Federico Vázquez.
Los ejidatarios de Nueva Vaquería comenzaron a recuperar su bosque. Para hacer un aprovechamiento adecuado de sus árboles, contrataron a un técnico forestal, quien diseñó su programa de manejo forestal: la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) lo aprobó en 2015.
“Antes, para talar, nosotros escogíamos el árbol más frondoso, el más bonito. El técnico fue enseñándonos; primero, tirar los que tienen plaga, los feos, y luego ver aquellos que ya cumplieron su ciclo y deben cortarse para dejar crecer a los nuevos”, explica Jorge Zavaleta.
El comisario ejidal Antonio Camarillo menciona que el permiso de aprovechamiento forestal que tiene Nueva Vaquería les permite sacar entre 1200 y 1500 metros cúbicos de madera al año. Para elegir qué árboles se pueden cortar, contratan a un técnico forestal.
Los ejidatarios se han organizado para hacer cuatro cortes al año en fechas claves para la comunidad: en abril, para prepararse rumbo a la Semana Santa; en junio, cuando el pueblo organiza su fiesta patronal; en octubre, para la fiesta de Todos Santos, y en diciembre.
La madera se vende en trozos y tablas a municipios cercanos de Veracruz y en Puebla; lo que sobra se utiliza para fabricar guacales, cajas de madera para transportar fruta y verdura. Algunos ejidatarios tienen pequeños talleres para procesar los cortes.
Como parte de su programa de manejo forestal, la comunidad tiene un área de conservación y servicios ambientales de cerca de 100 hectáreas. Además, una de las reglas máximas es reforestar aquellas zonas en donde se talaron árboles. El objetivo es no permitir que el bosque se acabe.
Entre los logros que los ejidatarios presumen está su vivero comunitario, donde usan semilla criolla para producir 60 mil plántulas de pino al año y reforestar su bosque; lo crearon hace 18 años y para mantenerlo en pie se organizan en faenas.
“La semilla —explica Camarillo— viene de los árboles padres de más de 50 años. La planta que crece la llamamos árboles criollos (porque) son nativos de acá y tienen más posibilidades de sobrevivir a más de 3 mil metros de altitud”.
Los ejidatarios estiman que gracias a ese vivero han logrado reforestar casi 500 hectáreas de bosque en los últimos años: “Tiramos dos palos (árboles) y sembramos diez. Vamos cuidando porque tenemos más familia, ellos van a crecer, y si nosotros acabamos con todo, ¿ellos qué van a comer? Sabiendo que aquí no se da el frijol, el maíz, nada, tenemos que dejar algo a nuestros hijos”, dice el ejidatario Anastacio Blas Vázquez.
“El bosque no nos deja mentir, lo hemos conservado”, dice Miguel Hernández, otro de los ejidatarios. Sus palabras tienen sustento: cuando se sube por los caminos de Nueva Vaquería se pueden ver los oyameles custodiando el paso y el olor a pino satura la nariz cuando uno se adentra en el bosque. La belleza del lugar contrasta con otras partes del volcán, donde la deforestación es evidente.
Los ejidatarios remarcan que la conservación de su bosque ha sido gracias a la unión de la comunidad. Rara vez, dicen, la puerta del gobierno se ha abierto para darles apoyo: “Hace poco metimos papeles (para acceder a recursos de la Comisión Nacional Forestal) para unas tinas ciegas —zanjas para conservar la humedad de los árboles— y reforestación, pero nos dijeron que, de plano, este año ya no se podía”, explica el comisario ejidal.
En Nueva Vaquería, a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, las heladas terminan con la mayoría de los cultivos, eso y la conservación del bosque los dejó fuera de Sembrando Vida —el programa social insignia— del actual gobierno, el cual otorga 5 mil pesos mensuales a los campesinos que cumplan con tener un terreno de 2.5 hectáreas de tierra libre para desarrollar sistemas agroforestales.
Anastacio Blas explica que la comunidad no pudo entrar como beneficiaria del programa gubernamental por la falta de espacio para sembrar, pues a diferencia de otras comunidades, la gente no aceptó talar : “Ojalá esos recursos fueran para cuidar más el bosque”.
En esta comunidad, los ejidatarios se repartieron en parcelas las 847 hectáreas de uso común. Esta acción no la permite la Ley Agraria, pero a ellos les ha funcionado para tener un mayor cuidado del territorio y respetar la colindancia del parque nacional. “Es un acuerdo interno de asamblea, no hay papeles de eso, pero cada quien respeta el espacio”, explica el comisario ejidal.
La mitad de las familias de Nueva Vaquería viven de la producción de cajas para empaque que venden en la central de abastos de Puebla. Una parte de la madera que usan es del aprovechamiento del bosque, otra parte la consiguen comprando madera de baja calidad en municipios vecinos. “Aquí si alguien va y corta (un árbol) sin permiso, se recoge el palo, el trozo; (se impone) una multa y a la cárcel del pueblo”, sentencia el comisario ejidal.
Los ejidatarios también tienen un centro de acopio de madera. Los recursos económicos obtenidos por el cobro de uso del almacén se han utilizado para hacer caminos, arreglar la torres de la iglesia y comprar un camión de carga para transportar la madera.
El trabajo para conservar el bosque no para en todo el año: se hacen faenas en el vivero, tinas ciegas, podas, brechas corta fuego y se componen los caminos. No hay suficientes manos, pero tampoco dinero para dar trabajo a toda la gente del pueblo. En Nueva Vaquería, la migración es evidente.
“Nosotros tratamos de no derribar el monte. Mantenemos el agua de aquí para las comunidades de abajo, pero yo siento que el gobierno eso no lo ve, no nos apoya para que cuidemos más el bosque, para dar empleo a nuestra gente”, reclama Anastacio.
Desde Nueva Vaquería se puede llegar a los límites del Parque Nacional Pico de Orizaba si se hace una caminata de 40 minutos. Un alambre de púas —que los ejidatarios colocaron como protección— y unas piedras marcadas son las señales que indican que ahí empieza el área natural protegida.
El bosque de poco más de 800 hectáreas que mantiene el ejido Nueva Vaquería marca una diferencia en esta zona donde la expansión de la tala clandestina, la ganadería y los cultivos han transformado el paisaje: donde antes había árboles ahora hay largas extensiones de siembra y las motosierras se pueden escuchar entre la montaña.
Tan solo en el municipio de Calcahualco, en Veracruz —uno de los cinco en donde se ubica el Parque Nacional y donde también se encuentra el ejido Nueva Vaquería—, se han perdido 474 hectáreas de cobertura arbórea desde 2001 al 2020, de acuerdo con datos de la plataforma Global Forest Watch (GFW). Uno de los años más críticos fue el 2018, cuando perdió 104 hectáreas.
Para los ejidatarios de Nueva Vaquería proteger su bosque ha sido una tarea difícil. El ejido padece la presión de otros poblados que viven de la tala clandestina y cuyos habitantes han intentado entrar a su territorio para llevarse sus árboles. Por ello, la comunidad se ha organizado y tiene sus rondas comunitarias para vigilar el territorio.
La comunidad organiza la vigilancia del bosque, ante la falta de guardaparques permanentes en el área natural protegida. Además, durante 2019 y 2020 —en medio de la pandemia del COVID-19— en el parque nacional no se contó con la presencia de inspectores ni se realizaron operativos.
En junio del 2020, los ejidatarios de Nueva Vaquería se unieron con el ejido de Nuevo Jacal —a unos 15 minutos de camino— para impedir que hombres armados de otra comunidad talaran sus árboles.
Federico relata cómo fue la defensa: “Tuvimos que hacer un alto, y eso es algo que le debería tocar al gobierno, porque es parque nacional… Tuvimos que cercar una parte del parque, con alambre de púas, para que no haya tanta facilidad (de entrar)”.
Entre 2017 y 2021, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) realizó 25 decomisos de madera en terrenos de la poligonal del parque nacional. Además, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) ha presentado nueve denuncias, pero ninguna ha llegado hasta el Ministerio Público para que se investiguen los delitos ambientales, de acuerdo con las respuestas a solicitudes de información.
Para este reportaje se solicitó una entrevista con personal de Profepa y se envió un cuestionario, pero no se obtuvo una respuesta.
Carmen Gómez, una de las cuatro mujeres ejidatarias de Nueva Vaquería, cuenta que hace 30 años heredó las tierras que correspondían a su esposo. Desde entonces ha tratado de conservar casi intacto el bosque que está en sus tres hectáreas y aunque el técnico forestal le marca los árboles que puede aprovechar, solo los derriba en casos especiales, como cuando hace poco inició la construcción del segundo piso de su casa.
“Me ha gustado mucho cuidar, soy contraria de que tiren el bosque, mis árboles están bien grandotes”, cuenta orgullosa.
Carmen, junto con otras diez mujeres y hombres, forma parte del colectivo “El pino de oro de vaquería”, creado hace cinco años y dedicado a crear artesanías con las hojas de los pinos. “Hacemos varias cosas: paneras, tortilleros, jarrones que vamos a vender en exposiciones”.
El colectivo surgió como parte de la iniciativa “Articulación social para la conservación de la cuenca alta del río Jamapa”, del proyecto Conservación de Cuencas Costeras en el Contexto del Cambio Climático (C6) financiado por el Banco Mundial del 2014 al 2018.
El proyecto incluyó a nueve localidades de Calcahualco. La bióloga María de los Ángeles León Chávez, quien lideró los trabajos en Nueva Vaquería, explica que la finalidad era mejorar la relación de la comunidad con el bosque, el agua y su territorio.
Así durante el primer año se trabajó con ejidatarios y habitantes de la comunidad para familiarizarlos con términos como cuencas hidrológicas, la función de los árboles, cambio climático y servicios ambientales: “Estas terminologías parecen ajenas a su vida, pero no, son parte de su vida cotidiana, era necesario reconfigurar la imagen de su territorio y buscar nuevas formas de gestión”.
León dice que se encontró con un territorio que tenía una historia de amor con el bosque: “Desde los bisabuelos se cuidaba y en los años noventa se establecieron acuerdos para el uso del bosque como propiedad colectiva y que les permitiera usarlo sin destruirlo”.
La bióloga, quien es parte de la Red para la Gestión Territorial de Desarrollo Rural Sustentable y que desde los noventa trabaja en Nueva Vaquería, explica que en cuatro años se logró configurar en el ejido una nueva mirada del bosque, pero los retos todavía son muchos: “Es necesario que autoridades estatales y federales se involucren en el aprovechamiento forestal y trabajar en integrar un equipo multidisciplinario social y ambiental, porque solos les cuesta trabajo. Es necesario ayudarlos a mirar que colectivamente pueden hacer más que en lo individual”.
El ejemplo de Nueva Vaquería se ha intentado replicar en otras partes de Calcahualco, pero poco se ha logrado. Nuevo Jacal, por ejemplo, tenía un permiso forestal, pero lo perdió por no tener un buen manejo.
Desde el vivero de Nueva Vaquería se puede mirar a lo lejos un claro, es el ejido de Nuevo Jacal: “Eso de allá son los vecinos, donde no hay árboles, ellos ya no pueden tener permiso, acabaron con su monte”.
José Abelardo Hoyos Ramírez, de la empresa Consultora para el Desarrollo Rural y Ordenamiento Ambiental (Cedro), afirma que el manejo forestal sustentable “es una solución a la tala (clandestina)” y por ello han intentado impulsar proyectos en la zona, pero ha sido muy difícil concretarlos.
En 2016, recuerda, impulsaron programas de manejo ambiental para comunidades de Calcahualco, pero no fueron aprobados por la Semarnat ni hubo autoridades para dar seguimiento a los proyectos.
Hoyos Ramírez comenta que temas como la inseguridad, la falta de caminos para comercializar la madera, tierra en pequeñas fracciones y falta de aserraderos certificados son algunas de las razones que impiden la organización en el municipio de Calcahualco.
Y aunque el ejido Nueva Vaquería ha logrado sortear varios de los obstáculos, la bióloga María de los Ángeles advierte que el futuro será un reto ante el crecimiento de la producción de cajas de empaque. “Es una amenaza a la colectividad, porque es una actividad que lleva al individualismo. Otro reto es lograr que los jóvenes, las nuevas generaciones, se involucren en esta mirada del bosque”.
Jorge Zavaleta, quien es ejidatario desde los 18 años, mira el futuro diferente, dice que el bosque “concede” y ha respondido a los cuidados durante todos estos años:
“Hay que ser sinceros, esta es nuestra fuente de trabajo, es nuestra vida. Desde que yo me acuerdo esto ha sido lo que nos ha sacado adelante, hemos sobrevivido del bosque, por eso hay que conservarlo y vamos a seguir aunque sea solos”, dice mientras camina por el bosque y una densa neblina lo cubre todo.
*Este trabajo fue realizado por MONGABAY, lo replicamos con su autorización. Aquí puedes leer el original.
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