Esta COP26 presenta un interés especial pues en el climático Acuerdo de París de 2015 se fijó el 2020 como el primer hito para comprobar el compromiso de cada país para reducir la emisión global de gases invernadero
Por Manuel de Castro Muñoz* / IPS
Del 31 de octubre al 12 de noviembre tendrá lugar en Glasgow la 26 Conferencia de las Partes (COP26) de los más de 190 países firmantes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC). Su principal acuerdo es conseguir estabilizar la concentración en el aire de gases invernadero a un nivel que prevenga una “interferencia peligrosa” de las actividades humanas con el sistema climático global.
Estas conferencias mundiales se vienen celebrando anualmente desde 1995. La COP26 tendría que haberse realizado en 2020, pero la covid-19 obligó a retrasarla un año. En ellas se negocian acuerdos y acciones de cooperación a escala mundial para alcanzar el mencionado objetivo. También se revisa periódicamente el grado de cumplimiento de los compromisos alcanzados en anteriores conferencias.
Los asistentes a las sesiones son delegados políticos y altos funcionarios gubernamentales de todos los países, asistidos por expertos científicos y técnicos.
Desde hace algunos años, coincidiendo con estas conferencias climáticas, también se organizan diversos eventos paralelos a los que se invita a asociaciones de municipios y regiones, organizaciones científicas y sociales, grupos no gubernamentales de activistas ambientales y empresas con intereses en acciones a favor del clima.
Seguramente el propósito sea captar una mayor atención de los medios de comunicación y, en esencia, de ejercer presión hacia los gobiernos para que alcancen acuerdos más ambiciosos y emprendan acciones más decididas que prevengan de un futuro cambio climático indeseable.
Pero para valorar el grado de éxito de cualquiera de estas conferencias hay que atender a lo que ocurre en las sesiones negociadoras, a los compromisos que se alcancen, a la comprobación del cumplimiento de acuerdos anteriores y al alcance de la imprescindible cooperación entre todos los países. Al fin y al cabo, se trata de un problema global libre de fronteras.
Esta COP26 presenta un interés especial pues en el climático Acuerdo de París de 2015, en la COP21, se fijó precisamente el año 2020 como el primer hito para comprobar públicamente el nivel de involucramiento de cada país en el compromiso de reducir la emisión global de gases invernadero.
El objetivo es evitar que el calentamiento global a final de siglo llegue a los 2℃ respecto a la era preindustrial y se quede en torno a 1.5 ℃, como establece el artículo 2 de dicho acuerdo.
En 2015 se solicitó a cada uno de los países que, en función de sus respectivas capacidades, aportaran compromisos “voluntarios” para reducir las emisiones a medio y largo plazo. Estos documentos son conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, en inglés).
En ellos se debían incluir varios indicadores cuantificables. Entre otros, la reducción porcentual de emisiones prevista por cada país en 2030 respecto a un año de referencia. Del análisis de aquellos NDC enviados por todos los países firmantes se concluyó que con tales compromisos de emisiones futuras el calentamiento global a final de siglo se estabilizaría muy por encima del objetivo acordado.
Por eso, el Acuerdo de París estableció que en 2020 los países debían actualizar los NDC con compromisos más ambiciosos para recortar las emisiones nacionales y que en lo sucesivo esto se repetiría cada cinco años.
Hasta el pasado mes de julio, 113 países habían enviado los nuevos NDC con los que la CMNUCC ha confeccionado y publicado un informe de síntesis. En él se constata la escasa reducción de emisiones a escala global que contemplan los nuevos compromisos respecto a los remitidos en 2015. Para el año 2030 apenas se corregía 6 por ciento en el total de emisiones mundiales.
Pero hay mucha desigualdad en la mejora aportada en los nuevos NDC. Mientras la Unión Europea, por ejemplo, ha pasado de una reducción de emisiones de 40 por ciento a una de 55 por ciento en 2030 respecto a 1990, otros países apenas han cambiado de objetivos o utilizado métricas confusas. Incluso hay países que ni siquiera han enviado nuevos compromisos.
En la COP26 también se va a revisar otra importante acción incluida en el Acuerdo de París prevista para 2020: la aportación de los países desarrollados a un fondo de 100 mil millones de dólares anuales para ayudar a los Estados menos desarrollados en su transición a una economía baja en carbono y en la adopción de medidas para adaptarse al futuro cambio climático.
Estos son dos ejemplos que evidencian la crucial importancia de que la COP26 de Glasgow concluya con una señal positiva. Puede ser más o menos ambiciosa, pero que al menos no provoque desaliento en una sociedad cada vez más inquieta con las evidencias del cambio climático y sobre todo en una juventud que tendrá que afrontar la herencia que se les deje.
No es fácil otorgar una calificación al grado de éxito de una conferencia que reúne a delegaciones políticas de todos los países con el propósito de negociar acuerdos para atajar un problema global, donde se confronta el grado de compromiso y responsabilidad de cada uno de ellos con tan diversos intereses económicos en juego.
Quizá una forma razonable y objetiva de valorar el resultado de la COP26 sería examinando el nivel de cumplimiento de los mencionados dos compromisos prioritarios fijados en el Acuerdo de París para el año 2020.
Desde luego los indicios por ahora son poco alentadores.
Como se ha dicho, la mayoría de los compromisos actualizados no presentan el grado de ambición y calidad que se esperaba. Siguen estando muy alejados de la trayectoria de reducción global de emisiones que los científicos del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático) han determinado para conseguir estabilizar el calentamiento global por debajo de 2℃ y cercano a 1.5℃. Y este es un mandato vinculante para todos los países firmantes del Acuerdo de París.
Tampoco hay señales de la disposición de los países desarrollados para aportar solidariamente la ayuda financiera anual de 100 mil dólares a las regiones menos desarrolladas.
Por consiguiente, en estos momentos solo cabe confiar en que de la cumbre de jefes de Estado y de gobierno convocada en Glasgow para los días 1 y 2 de noviembre surjan iniciativas que corrijan con urgencia la escasa ambición de muchos de los actuales planes nacionales de mitigación, que logren una cooperación más decidida y transparente entre todos los países y que consigan generar la ayuda financiera que precisan los más necesitados.
Veremos.
* Miguel de Castro es catedrático de Física de la Tierra en la Universidad de Castilla-La Mancha. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation y fue retomado de la agencia Inter Press Service, con la que la Red de Periodistas de a Pie tiene un acuerdo de republicación
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