La ilusión tecnológica frente al colapso ambiental

28 octubre, 2021

El cambio climático es solo el signo más elocuente de una crisis civilizatoria, que tiene que ver con la civilización industrial y el capitalismo. Estemos atentos al desarrollo de la COP26 y no dejemos que terminen de apropiarse de la agenda ambiental los tentáculos del capital

Twitter: @Etiennista

Hace año y medio, el 21 de abril de 2020, Michael Moore y compañía lanzaron el documental Planet of the Humans, mismo que sacudió fuertemente al movimiento medioambiental en Estados Unidos y en Europa. Frente a la imposibilidad de proyectarlo en cines por la pandemia gestionaron con YouTube su distribución (gratuita) y acordaron lanzarlo en la víspera del Día de la Tierra. Un mes después y teniendo más de ocho millones de vistas fue bajado de la plataforma. La saga que implicó su censura fue investigada por el periodista Max Blumenthal, quien documentó cómo se orquestó el ataque para retirarlo de circulación -en una primera instancia- y para posteriormente descalificarlo a toda costa (y aquí aprovecho: todas y todos deberían verlo, sobre todo si les inquieta la crisis ambiental y la emergencia climática).

El documental está dirigido por Jeff Gibbs (Michael Moore es productor ejecutivo), quien narra la historia que en realidad es de alguna forma la suya: siendo él mismo activista ambiental, Gibbs nos lleva por su largo peregrinar para entender el potencial de las llamadas energías limpias (clean o green energy en inglés) para salvarnos del colapso climático. Su camino acaba siendo una perturbadora sucesión de descubrimientos y revelaciones. La respuesta corta es no. Por más que se expandan por todo el planeta estas tecnologías, no nos salvarán los parques eólicos y solares o los biocombustibles, mucho menos los autos eléctricos. Es más, advierten, su misma expansión profundizará la crisis climática y ampliará las fronteras extractivas y de destrucción de la vida en el planeta. Como seguro lo está usted pensando, esto no es de fácil digestión.

Acompañado del coproductor Ozzie Zehner, científico de la Universidad de California, Berkeley, Gibbs recorre las principales tecnologías que buscan sustituir a los combustibles fósiles, indagando sobre lo que conllevan su producción, su uso y su desecho. Estas tecnologías ‘limpias’ tienen en común que dependen de la minería más destructiva y los procesos industriales más tóxicos que hayamos conocido, y en el caso de biocombustibles o plantas generadoras por biomasa, se basan en la vertiginosa destrucción de bosques y selvas y de vida animal. Más aún, podrán estar la energías solar y eólica libres de emisiones al momento de la generación eléctrica, pero todo lo que está detrás genera una nueva explosión de gases de efecto invernadero que se suman a los generados por combustibles fósiles. Y es que hay otro dato perturbador: en ningún país los parques eólicos y solares (o las plantas de biomasa o biocombustibles) reemplazan a la producción de energía con base en carbón y petróleo. Dado el insaciable crecimiento económico en prácticamente todas las economías, la generación de energía, independientemente de la fuente, siempre suma y nunca llega a sustituir. Existe otra realidad demoledora: son tecnologías que pueden durar a lo mucho un par de décadas, lo que supone una condena a reemplazarlas constantemente, repitiendo los ciclos extractivos y de destrucción de ecosistemas. 

La conclusión de Gibbs y su equipo no es nueva en el ambientalismo más radical (ese que busca la raíz de las distintas crisis) y ciertamente no lo es para la ecología política, pero es contundente. Como lo pone Gibbs, las tecnologías verdes “no son medidas desesperadas para salvar al planeta, sino nuestra forma de vida”. Como norteamericano, Gibbs se refiere por ‘nuestra’ a las sociedades de países industrializados, pero aplica lo mismo para las élites (y las aspiraciones) de todas nuestras sociedades, pues no hay impacto mayor en la tierra que el de la opulencia.

Sin embargo, pese a lo fuerte y controversial de sus aseveraciones, traídas a la pantalla a través de una diversidad de testimonios, e imágenes desgarradoras, no fue esto lo que causó tanto enojo. Durante los 10 años que tomó crear el documental, Gibbs y su equipo fueron descubriendo cómo fue que el movimiento ambiental dominante en Estados Unidos abandonó su radicalidad para irse a la cama con multimillonarios, banqueros y corporaciones, en esta nueva gesta por las energías verdes. No es un detalle menor ni tampoco una coincidencia que los individuos más ricos de ese país, como los hermanos Koch, con innumerables industrias fósiles, sean quienes más han invertido en estas energías, gracias a inmensos subsidios gubernamentales (se habla de trillones de dólares desde la primera administración de Barack Obama). Lo mismo sucede con Elon Musk, Al Gore, Richard Branson, Michael Bloomberg, entre muchos hombres (sobre todo hombres) increíblemente poderosos: todos expanden su riqueza y su poder con las energías verdes

El documental da cuenta de cómo, motivados por la urgencia en atender la emergencia climática, o por asegurar su relevancia e influencia, o por lucro, o por una mezcla de todo ello, organizaciones ambientales como Sierra Club y 350.org dejaron de enfrentar al mundo corporativo para colaborar con él. Como concluyen los realizadores del documental, “atestiguamos la toma de poder del movimiento ambiental por el capitalismo”. Fue de esas organizaciones y de algunos activistas señalados, implicados o fuertemente incomodados, que vino la desesperada búsqueda de censura y los incesantes intentos por desacreditar esta importantísima obra de Jeff Gibbs, Michael Moore y Ozzie Zehner (pueden encontrar las principales críticas y las respuestas de los realizadores aquí y de manera más amplia acá). 

Fue la cercanía de la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático, la COP26, que inicia este domingo en Glasgow, Escocia, la que me recordó el documental y la vigencia de su mensaje. Pero también el estado que guarda la discusión pública en torno a la propuesta de reforma eléctrica del presidente de México, misma que busca recuperar la rectoría del Estado en la materia y acercarnos a la soberanía energética -de la que en las últimas décadas nos alejaron la visión mercantilista de la vida y los derechos humanos, los grandes negocios y la corrupción política. (Para no repetir reflexiones sobre la reforma, están vertidas aquí.)

Sobre el movimiento ambiental en México, no considero que exista algo parecido a lo que Gibbs revela del caso norteamericano ni tengo el deseo de sembrar dudas sobre la labor de ciertas organizaciones. Pero me parece que a algunas, al menos en el tema de energía y la crisis climática y frente a este momento que vive el país, les hace falta reflexión y autocrítica, así como cierto radicalismo para ir a la raíz de las múltiples crisis ambientales que hoy convergen. Porque, como lo pone Enrique Leff -uno de nuestros pensadores ambientales más notables-, el cambio climático es solo un signo, si bien el más elocuente, de una crisis civilizatoria, y esta tiene que ver con la civilización industrial y el capitalismo ahora globalizado, incapaz de autorregularse y que requiere de crecimiento continuo y de sociedades volcadas al consumismo. Por nosotros y los que vienen, reconozcamos que es así y dediquémonos a enfrentar esa crisis. Por lo demás, estemos atentos al desarrollo de la COP26 y desde nuestras trincheras no dejemos que terminen de apropiarse de la agenda ambiental los tentáculos del capital, que eso, ahí sí, será el acabose de la lucha por evitar lo peor de la crisis climática y el colapso planetario. Informémonos y discutamos.

Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.