Son injustas las apreciaciones del presidente cuando afirma que la UNAM no criticó ni confrontó al neoliberalismo. La evidencia del fracaso de ese régimen fue aportada, en gran medida, por la comunidad universitaria
Twitter: @chamanesco
En 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador llegó al poder, habían pasado 24 años sin tener un presidente egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El último había sido Carlos Salinas de Gortari, graduado en 1969 en la Escuela Nacional de Economía -dirigida entonces por la maestra Ifigenia Martínez.
En 1987, un año antes de que Salinas llegara al poder, López Obrador presentó (tardíamente) su tesis para obtener el grado de licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, carrera que cursó entre 1973 y 1976.
Con el paso de los años, ambos universitarios se convirtieron en archirrivales y en las figuras emblemáticas de dos corrientes de pensamiento político y económico.
Que el “neoliberal” Salinas sea la némesis del “populista” López Obrador -y que ambos se consideren uno a otro como “el cabecilla de la mafia en el poder” o “un peligro para México”- no demerita a la Universidad Nacional.
Todo lo contrario, la coexistencia de personajes diametralmente distintos es un reflejo claro de la pluralidad y la libertad de pensamiento que deben caracterizar a todo centro de educación superior.
La libertad de cátedra es uno de los pilares de la autonomía por la que lucharon los universitarios muchas décadas antes de que Salinas y López Obrador pasaran por las aulas de la máxima casa de estudios.
Desde 1929, cuando Emilio Portes Gil concedió la autonomía, ésta se tradujo en tres grandes valores: 1. capacidad plena para gobernarse a sí misma, 2. posibilidad de administrar sus recursos y 3. libertad para que sus académicos desarrollen sus tareas, elijan enfoques y metodologías sin directriz institucional, ni presiones del poder.
A lo largo de 90 años, la UNAM ha convivido con 17 presidentes; a veces colaborando, otras veces resistiendo, pero siempre, desde el pensamiento crítico y la libertad de cátedra, la universidad ha contribuido con el país, no sólo en la formación de miles de profesionistas, sino en el desarrollo de la ciencia y la cultura.
Que López Obrador manifieste su punto de vista sobre lo que ha sido la UNAM en los últimos años forma parte del diálogo, de la libertad de pensamiento y la libertad de expresión que deben defenderse desde la propia universidad.
Muchos de quienes formamos parte de la comunidad universitaria, ya sea como alumnos, egresados o profesores, pensamos que el presidente se equivoca cuando afirma que “la UNAM se volvió individualista, defensora de proyectos neoliberales”, o cuando acusa que se corrió a la derecha y “perdió su esencia de formación de cuadros profesionales para servir a pueblo”.
Peores cosas ha dicho AMLO de otras instituciones autónomas, como el INE, el INEGI, el Banco de México o el Inai, y de otros reconocidos centros de estudio, como el CIDE.
Es su opinión, y quedará para la historia junto con el registro de las miles de horas de dichos en sus conferencias mañaneras.
El problema sería que el presidente aspirase a que todas y todos los universitarios pensaran igual que él, a que todas y todos creyeran en su “cuarta transformación” y estuvieran decididos a respaldarla incondicionalmente.
Es difícil saber qué porcentaje de la comunidad universitaria votó por López Obrador en 2018, y más aún, pretender averiguar cuántos de esos votantes de la UNAM mantienen su respaldo a la administración.
Lo que es indudable es que la llamada “cuarta transformación” no habría sido posible sin el impulso de esa comunidad, que no sólo aportó cuadros y militantes al movimiento lopezobradorista, sino investigaciones, estudios, análisis y revelaciones sobre el estado que guarda la nación desde hace décadas.
Mucha de la evidencia científica que utilizó López Obrador para demostrar que México había sido saqueado por “los gobiernos neoliberales de los últimos 36 años” fue aportada desde la UNAM.
No se equivocó Mario Luis Fuentes cuando hizo el recuento de algunos de los centros de estudios, seminarios, programas, cursos, cátedras y obras de muy diversa índole que en los últimos años han promovido incansablemente el pensamiento crítico respecto de la realidad nacional.
Efectivamente, son injustas las apreciaciones del presidente de la República, cuando afirma que la UNAM no estuvo a la altura de las circunstancias para criticar y confrontar al neoliberalismo.
Hoy, pese a los recortes presupuestales, los conflictos con un combativo e insaciable sindicato; pese a la pandemia y las precarias condiciones sociales de muchos de sus alumnos, profesores y trabajadores, la UNAM sigue siendo la “máxima casa de estudios”.
Tiene una matrícula de 367 mil estudiantes y 41 mil 542 académicos; 15 facultades y 35 institutos; 131 carreras de licenciatura y 42 programas de postgrado; casi 8 mil titulados de licenciatura y 7 mil 400 postgraduados en 2020.
No en vano es una de las instituciones más apreciadas por la sociedad mexicana, y una de las 100 universidades más prestigiadas del mundo.
Con un presupuesto de 46 mil 645 millones de pesos en este 2020, representa una inversión pública cuantiosa, pero necesaria en un país que, supuestamente, vive una de las transformaciones más importantes de su historia.
Bienvenido el debate público sobre la necesaria actualización de sus planes y sus programas de estudio, su funcionamiento interno y el uso más eficiente de sus recursos.
A casi dos años del nombramiento del rector Enrique Graue para un segundo periodo al frente de la Universidad, la polémica desatada por las declaraciones del presidente podría ser la oportunidad para un debate público sobre las opciones para mejorarla.
La mala noticia es que lo más seguro es que todo esto termine siendo una anécdota más de las conferencias mañaneras.
La buena noticia es que, cuando acabe el sexenio de AMLO -tal como ha ocurrido con decenas de presidentes- la UNAM seguirá ahí, como uno de los principales faros de luz que iluminan el destino del país.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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