15 octubre, 2021
«Cuando entré en el periodismo, en 1954, me dijeron que había algunos temas tabúes que había que respetar: uno era la Virgen de Guadalupe; otro era el presidente de la República; y otro, eran los sombreros que usaban las esposas de los presidentes de la república…». En este entrevista Elena Poniatowska hace un recorrido sobre su obra y da un par de consejos a nuevos periodistas
Texto: Ever Aceves
Fotos: Mario Jasso/Cuartoscuro
A Michael K. Schuessler.
CIUDAD DE MÉXICO.- La primera vez que conocí en persona a Elena Poniatowska fue en 2013. Le pedí a un amigo que me acompañara a la librería El Sótano, a la presentación de El universo o nada (2013), biografía sobre su difunto esposo, Guillermo Haro. Yo ya había leído Gaby Brimmer (1979), Las mil y una… (la herida de Paulina) (2000) y Tinísima (1992), así como Paseo de la Reforma (1996) y un par de tomos de Todo México, entrevistas a diversas personalidades del país. Con entusiasmo y premura, porque ya era tarde, corrimos de Toluca hasta Coyoacán, para llegar a la matriz de la librería en Miguel Ángel de Quevedo. Para mi sorpresa, había escasas diez personas. Alcanzamos a sentarnos en primera fila, frente a ella, ahí, en el rinconcito designado para la presentación. Meses después, tras haber ganado el Premio Cervantes 2014, nuevamente acudí a otra presentación de ella, pero esta vez en el auditorio de Gandhi. A pesar de haber llegado con anticipación, la sala abarrotada me impidió sentarme.
Desde hace unos diez años deseaba entrevistar a Elena, escritora y periodista de una larga e interesante trayectoria. Durante esta entrevista hablamos acerca de su relación con grandes figuras de la cultura mexicana del Siglo XX, como Leonora Carrington, Gabriel Figueroa, Tina Modottí, Juan Soriano, Mariana Yampolsky, Héctor García, Aurora Reyes; la fotografía artística y documental, la Galería de Arte Mexicano, el Taller de Gráfica Popular, cómo fue que logró publicar su obra más conocida: La noche de Tlatelolco (1971), entre otros temas. Opté por centrarme en las mujeres de la cultura mexicana rescatadas por ella, puesto que fue Poniatowska la primera en darles voz mediante sus entrevistas y su narrativa. “A las mujeres las barrían de la historia… no les hacían caso”, menciona en esta entrevista.
— Usted ha tenido la oportunidad de conocer a una infinidad de artistas, escritores, personajes de la cultura. Y no solamente ha estado muy de la mano de los jóvenes, sino también de las minorías sexuales y con mujeres que han salido de los estereotipos hegemónicos para salir adelante en una sociedad patriarcal. ¿Cuál es la importancia de rescatar figuras como, por ejemplo, Leonora Carrington?
— Bueno, yo conocí a muchas mujeres muy valiosas. Entre ellas, yo tuve el privilegio de tratar de cerca, de ir a visitar una vez por semana, a Leonora Carrington, lo cual era para mí una maravilla, un aprendizaje, una lección que duraba mucho más tiempo de lo que creía que iba a durar, porque cuando yo le decía a Leonora “creo que ya me voy”, me decía que me quedara más, que me quedara. Estábamos en la cocina y hablábamos. Ella odiaba las entrevistas y, aunque sabía que yo era periodista, yo creo que nos conocimos desde hace tantos años, que me perdonó ser periodista y tomábamos té juntas, platicábamos. Y cuando yo regresaba a mi casa en la noche, porque platicábamos toda la tarde, escribía lo que yo recordaba que me había dicho. Como me impactaba mucho, así, una gran impresión, pues me acordaba con bastante exactitud de todo lo que me había platicado, y así pude escribir el libro Leonora (2011).
— Así como Leonora, tiene una infinidad de biografías, algunas noveladas, otras no. Pienso en el libro sobre Miguel Covarrubias o este libro —se lo muestro—prácticamente inconseguible: Mariana Yamplosky y la buganvilia (2001), sobre esta gran fotógrafa tan amiga suya que ha sido bastante olvidada. Y por supuesto, otra gran fotógrafa, Tina Modotti en Tinísima.
— Tina Modotti… Me di cuenta muy pronto que a las mujeres como que las barrían un poco fuera de la historia, no les hacían caso. Entonces empecé con Las soldaderas (1999) y con Hasta no verte Jesús mío (1969), que es la vida de una mujer extraordinaria: Jesusa Palancares. En realidad, es la vida de una soldadera. Luego ya me seguí con otras mujeres. Tinísima es el resultado de un guión. Gabriel Figueroa quería filmar una película sobre México y me dijo que quería hacerla en torno a la gran fotógrafa italiana Tina Modotti, entonces empecé a hacer entrevistas con viejos comunistas que la habían conocido, fui también a Italia, a Sestri Levante, a visitar a su último amante: el comandante Carlos Vidali, un hombre muy lindo, muy cariñoso, muy amoroso de México, con buenísimos recuerdos, no sólo de Tina sino de muchísimos mexicanos a quien él trató, como Rafael Carrillo, por ejemplo. Entonces pude hacer la novela. Eso fue de veras un gusto.
— ¿Por qué se truncó este proyecto cinematográfico con Gabriel Figueroa?
— Por una razón horrible: se quemó la Cineteca cuando la dirigía Margarita López Portillo.
— En esa quemazón también se quemó la última entrevista de Nahui Olin, los pocos retratos de Nahui, ya de edad avanzada, se perdieron ahí, tengo entendido.
— No le puedo decir qué se quemó con detalle, pero la razón por la cual ya no hubo dinero para hacer la película fue el incendio en la Cineteca. ¡Una tragedia!
— Usted ha sido amiga de grandes personalidades que pertenecieron a la diversidad sexual. Pienso en Carlos Monsiváis, un gran defensor de la población LGBTQ+, aunque en ese momento no se le llamaba así; también pienso en Juan Soriano, de quien tiene este maravilloso libro: Juan Soriano, niño de mil años (1998).
— Ay, qué bueno que le parezca maravilloso. Sí, yo quise muchísimo a Juan Soriano, ¡desde muy joven! Porque lo conocí incluso cuando a mí no se me había ocurrido dedicarme al periodismo, porque él era muy amigo de una tía mía: Inés Amor, la directora de la Galería de Arte Mexicano. Así que yo lo conocí, lo vi varias veces con Diego de Mesa que era su pareja en ese entonces. Y luego conocí, gracias al periodismo, a muchos personajes que después fueron sumamente cariñosos, afectuosos, generosos conmigo. Esa ha sido una suerte y ha llenado mi vida.
— ¿Qué recuerdos le evoca la Galería de Arte Mexicano, de Inés Amor?
— Bueno, conocer a pintores. Una prima hermana mía trabajó en forma cercana con Inés, y llevo una muy buena relación con Mariana Pérez Amor, nos deberíamos de llamar con mayor frecuencia, ahora la voy a llamar —sonríe—.
— ¿A qué artistas plásticos tuvo la oportunidad de conocer en esta galería?
— A Ricardo Martínez; pero por fuera conocí a Diego Rivera; en la cárcel, a David Alfaro Siqueiros. A la que no conocí fue a Frida Kahlo porque murió en el año en que yo me inicié como periodista, pero sí traté mucho a los miembros del Taller de Gráfica Popular: Leopoldo Méndez, Alberto Beltrán, Mariana Yampolsky, Andrea Gómez, Fanny Rabel, que fue una mujer muy generosa siempre, y claro, con quien más trabajé en todos estos años fue con mi gran amigo: Vicente Rojo, que murió recientemente, lo cual es una tragedia.
— Definitivamente es una tragedia para la historia y la cultura de México, un gran artista plástico. Cambiando un poco de tema, hay una entrevista que usted hizo a Elena Garro a finales de 1963, pero se la publicaron hasta 1994, estamos hablando de 31 años… [interrumpe]
— No, no, yo creo que la publicaron en ese momento, pero como usted no había nacido y yo no recuerdo dónde fue, pero no puede publicarse una entrevista 30 años después; puede republicarse…
— Mi pregunta iba en torno a la censura. Habiendo tantas entrevistas que usted hizo, consideremos los siete tomos de Todo México, de puras entrevistas a personalidades de la cultura, como Dolores del Río, El Santo, María Izquierdo, María Félix, Luis Barragán, Pita Amor, en fin… una innumerable cantidad de personas importantes para la cultura mexicana. Me imagino que en determinado momento usted ha tenido censura por parte de periódicos, editores, redactores. Me gustaría preguntarle, ¿cuál es su opinión con respecto a la censura?
— Bueno, he tenido mucha suerte, porque nunca he tenido una censura. Cuando entré en el periodismo, en 1954, me dijeron que había algunos temas tabús que había que respetar: uno era la Virgen de Guadalupe; otro era el presidente de la república; y otro, eran los sombreros que usaban las esposas de los presidentes de la república. Eso fue culpa de un periodista que se llamaba Luis Spota, muy bueno, quien dijo que la esposa del presidente Ávila Camacho traía sobre la cabeza dos huevos estrellados en vez de sombreros —reímos— y eso causó una gran furia, entonces nos mandaron a todos un mensaje diciendo que estaba prohibido hablar de los sombreros de la esposa del presidente. Pero yo nunca he sentido ninguna censura, yo no recuerdo que me hayan cortado artículos o entrevistas.
— No recuerdo yo haber padecido censura. Y cuando la padecí, en 1968, con el movimiento estudiantil, ahí sí hubo, pero entonces hice un libro. No fue ningún mérito mío, fue el mérito de Neus Espresate. Yo tenía en una mesa de trabajo todos los artículos de trabajo rechazados por el periódico Novedades y ella venía a comer a mi casa, me dijo: “¿qué tienes ahí?, ¿qué es esa pila de escritos?” Además, el papel era horrible, el papel revolución te lo regalaba el periódico, era casi como el papel para el excusado, muy feo. Y yo le respondí: “tengo todas las entrevistas que he hecho en la cárcel y a los estudiantes, pero todo ha sido rechazado”, y me dijo: “yo te lo publico”. Así que el mérito fue de Neus Espresate y de su papá, que todavía vivía: don Tomás Espresate.
— Hace un momento usted mencionó: “a las mujeres las barrían de la historia”. Pienso en estas pintoras que en su tiempo no fueron reconocidas, como Aurora Reyes, la primera mujer muralista, que sigue todavía sin ser reconocida, usted la menciona en Tinísima.
— En un libro sobre mujeres también la menciono varias veces. Ella tuvo un hijo actor guapísimo que nadaba, era muy valiente, se echaba unos clavados… —imita con los brazos un clavado—. Pero le digo, en el tema de la censura, yo no siento que haya sido censurada, al contrario, siento que he sido afortunada, salvo, claro, en temas políticos, ¿no?
— La fotografía es parte fundamental de su trabajo, usted acompaña con frecuencia sus libros con fotografías. Por ejemplo, en Las mil y una… (la herida de Paulina), acompañado de las fotografías de la frontera de Mariana Yampolsky, con quien tiene muchos libros, entre ellos, Mazahua (1993) y varios más. Me gustaría que me hablara sobre este trabajo fotográfico que acompañan sus escritos.
— Bueno, yo quise enormemente a Mariana Yampolsky. Justamente aquí, arriba de mi cabeza, está colgado un cuadro de ella. Toda la vida trabajamos… bueno, la acompañaba, salía yo al campo con ella, y ella era muy original porque íbamos por una carretera en su Volkswagen, yo me desesperaba mucho porque manejaba super despacio y hacía muchísimo calor. Entonces se metía en una carretera así —zigzaguea con las manos— y empezaba a tomar a la gente del campo, a campesinos, a niños, a niñas, y eso para mí fue una gran enseñanza, fue muy gratificante. Yo le debo mucho a Mariana Yampolsky, que era miembro del Taller de Gráfica Popular, al igual que Leopoldo Méndez y Alberto Beltrán.
— Graciela Iturbide también ha colaborado con usted, en Luz y luna, las lunitas (1994). Ahí aparecen en un capítulo las maravillosas mujeres juchitecas que Graciela Iturbide supo retratar de manera magistral. ¿Cómo ha sido esta conjugación entre la fotografía y sus textos?
— Tiene, yo creo, su raíz en el periodismo; porque, cuando yo hacía entrevistas, todavía las hago, siempre me acompañaba un fotógrafo: Héctor García, muy alto. Él tomó, por ejemplo, las fotografías de Los indios de México (1967), de Fernando Benítez; él tomaba las fotografías y yo hacía las preguntas.
— Igualmente las fotografías de Jesusa Palancares fueron capturadas por Héctor García, ¿no?
— Hay muy pocas, porque a ella no le gustaba. Pero sí, hay algunas.
— ¿Qué es algo que le hubiera gustado hacer y que ahora ya no podría hacer?
— Bueno, pues ahora yo no creo que pueda emborracharme, pero tampoco me gustaba, aunque mi apellido es polaco y los polacos tienen fama de que les gusta mucho el vodka. Pero sí me hubiera gustado, por ejemplo, tengo una hermana que es buenísima bailarina, me hubiera gustado bailar, al igual que ella; me hubiera gustado cantar; hacer un baile como Fred Astaire que hacía tap dancing con la punta de sus zapatos —mueve las manos simulando un baile de tap—. Hay muchas cosas que me hubiera gustado hacer, pero bueno, ya no las hice, ya ni modo. Las hago en el pensamiento —sonriendo, señala su sien con el dedo índice de su mano derecha—.
— Me recordó a Nellie Campobello, de quien, por cierto, habla en Las siete cabritas (2000) junto a esas otras seis memorables mujeres —Elena Garro, Guadalupe Amor, Nahui Olin, María Izquierdo, Rosario Castellanos, Frida Kahlo—; en su mayoría escritoras, ¿a qué escritores recomienda leer, aquéllos que han sido fundamentales en su formación?
— Bueno, yo nací en París, mis primeras lecturas fueron en francés; pero en México yo recomiendo, desde luego, a Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Elena Garro, Octavio Paz, al papá de los pollitos: Alfonso Reyes.
— ¿Qué consejo le daría usted a las generaciones jóvenes de periodistas para seguir haciendo su trabajo y superarse a sí mismas?
— Esa pregunta es muy difícil para mí. Es muy difícil aconsejar. Cada quién encuentra en su interior la manera en que quiere vivir, la manera en que quiere hacer su trabajo. Yo creo que lo importante, en primer lugar, es enamorarse, enamorarse es importante. Enamorarse de un hombre, de una mujer, de un país, de un animal; bueno, hasta de un perro, un gato, de lo que sea, y luego, tener los ojos bien abiertos, y no tener los oídos tapados con cerilla, para poder escuchar lo que te dicen. Creo que con esas armas, y bueno, en mi época se usaban las libretas Scribe, ahí apuntabas lo que te decían. Ahora hay toda clase de grabadoras que facilitan mucho el trabajo, pero, en lo personal, lo más importante, de veras, es simplemente abrir los ojos, abrir los oídos y abrir la mente también —dibuja en el aire con sus manos una explosión que emerge de su cabeza— para que ahí entre todo lo que te hace crecer, todo lo que te hace amar a México.
— ¿Hay algo de lo que Elena Poniatowska se arrepienta de haber hecho?
— ¿De los pecados que cometí?… Ya me confesé, ya fui al confesionario —se persigna— a pedir perdón.
— Me gustaría que dijera algunas palabras para finalizar. Lo dejo a micrófono abierto, a manera de conclusión.
— Qué bueno que nos reunimos, que tenga una camisa roja, que detrás de usted hay un círculo, ¿es un globo terráqueo?, que tenga usted lentes, y le deseo muchísima suerte en todas las entrevistas que se ha propuesto hacer y que seguramente va a hacer. Le van a salir muy bien.
Expande las manos, yo siento como si me estuviera abrazando a través de la pantalla. Le hago saber mi deseo de encontrarnos en persona en algún futuro no muy lejano. Elena me responde afirmativamente con una sonrisa: “¡Claro que sí! Adiós, Ever.”
Se despide agitando sus manos, contenta, alegre, traviesa; niña de mil años.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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