Ayotzinapa es el más reciente ejemplo de la intensidad de frecuencia que puede alcanzar una causa en redes sociales, cuando congrega a los ciudadanos de la red en esa plaza pública donde caben todos y cada uno con su propia posibilidad de participación: ciudadanos, ciberactivistas y defensores de derechos humanos
Texto: Elia Baltazar.
Foto: Prometeo Lucero
«Es un momento colectivo que nadie controla. Un momento que combina la indignación con la oportunidad de defender temas de derechos humanos, y tienes que estar allí», dice Jesús Robles Maloof, abogado y defensor «todoterreno» de los derechos humanos.
Él, como ciberactivista, ha sido parte de muchos momentos en la línea de tiempo de las acciones colectivas en Internet, que parten del #votonulo de 2009, la crisis de la #influenza de ese mismo año, y llegan hasta #TodosSomosAyotzinapa.
Durante estos años, el ciberactivismo mexicano ha acumulado un catálogo de hashtags (etiquetas) para los más diversas acciones, denuncias y agravios. El compendio incluye casos de asesinato, encarcelamiento, amenazas y persecución de ciberactivistas, blogueros o simplemente ciudadanos que ejercieron su derecho a comunicar.
Héctor Bautista y Gustavo Maldonado en Chiapas; Gilberto Martínez y María de Jesús Bravo en Veracruz; Néstor López, Eduardo Salazar e Iván Guizasola en Puebla son ejemplos de blogueros y twitteros que pararon en la cárcel por hacer uso de las nuevas tecnologías para comunicar, denunciar o protestar.
Bautista fue acusado de pederastia, Maldonado de narcomenudista, y Gilberto y María de Jesús de terrorismo por difundir información sobre la violencia en su estado. A Néstor, Eduardo e Iván los acusaron de pretender boicotear el acto cívico del 5 de Mayo.
Los casos más extremos, sin embargo, han ocurrido en Tamaulipas, donde el pasado 16 de octubre fue secuestrada y asesinada María del Rosario Fuentes, doctora y twittera que colaboraba en la cuenta @ValorporTamaulipas.
Sin embargo, también hay movimientos de éxito que han significado victorias en favor de víctimas de abusos y de violaciones a derechos.
«Para un abogado como yo -dice Robles Maloof–, la posibilidad de sacar de la cárcel a personas inocentes, ayudarlos a recuperar su libertad a través de campañas en Internet, es lo más grandioso: como si te aplaudiera un estadio».
Amnistía Internacional define al ciberactivista como «una persona que utiliza herramientas de información y comunicación como teléfonos móviles, blogs, correo electrónico o redes sociales para actuar en favor de los derechos humanos. También puede organizar, movilizar y servir de inspiración a comunidades online de personas para que emprendan acciones en favor de los derechos humanos.»
Alejandro Pisanty es doctor en física cuántica y presidente de la Sociedad Internet de México. En 2009 encabezó uno de los movimientos más efectivos en redes sociales, en contra del impuesto de 3 % que pretendió aplicar el Congreso a los servicios de Internet. De su pantalla nació el hashtag #internetnecesario.
Pisanty considera que el ciberactivismo es abierto, heterogéneo y transgeneracional. «Lo más importante es su poder para integrar en un movimiento a personas que no pertenecen a ninguna organización política, pertenecen a distintas organizaciones, o que incluso divergen en otros temas.»
Su originalidad, dice, es que abre un espectro más amplio de formas y niveles de participación. «Los movimientos en línea sacan a la gente de lugares que no imaginas. Gente que no iría a un mitin político participa en Internet, aunque su compromiso pueda ser limitado».
En la tipología de los ciudadanos de la red, hay que valorar la importancia de aquellos que participan en las redes porque quieren sentirse parte de un cambio y de una identidad colectiva, dice Robles Maloof.
«Esos son importantísimos. A lo mejor es un cuate que no cree en las marchas, pero que está dispuesto a ayudarte», dice.
Los ciberactivistas mueven esas voluntades anónimas. «Los espontáneos surgen a partir de casos, y no de temas. Emergen de su lugar cuando a una persona le pasó algo que les genera empatía y se contagian», dice Robles Maloof.
Del otro lado están los ciberactivistas que tienen un interés prolongado en distintos temas, dice Pisanty. «Tienes gente que está esperando el siguiente movimiento, que es un ciberactivista constante en temas de derechos humanos. O son activistas de derechos humanos sin ser ciber».
Ellos, dice, van a tener una forma de participación constante, porque a eso se dedican.
Robles Maloof es uno de ellos. Como abogado, ha transitado por organizaciones de derechos humanos, con una breve estancia en la política partidista que abonó en su formación y capacidad de incidencia.
Él defino activismo como una ciudadanía intensa. «La intensidad es lo que lo que marca a estas nuevas tecnologías. La intensidad de la comunicación permite que se visualice la acción y que a la gente le quede claro que hay un problema y que hay que hacer algo».
Por eso, para ser un buen ciberactivista tienes que ser medio intenso, medio nervioso, medio ansioso, y estar», dice.
Alberto Escorcia también es ciberactivista. Desde su actividad en redes sociales ha impulsado hasta ahora tres sitios de internet: Pateando Piedras, #YosoyRed y Lo que sigue.., donde promueve un mapa de desaparecidos en México, que ha elaborado con la ayuda de un grupo de voluntarios.
Su arribo al activismo fue circunstancial, dice. Sucedió mientras estaba desempleado, en 2009, y la crisis de la influenza develaba la incapacidad de comunicación gubernamental. «Abrí mi cuenta en Twitter porque me di cuenta que podía ayudar compartiendo información».
Su cuenta se llamó @PateandoPiedras y en origen nació como una página para difundir un documental que él había realizado. Sin embargo, terminó habilitándola para hablar de la influenza. «Fue un punto de inflexión porque me di cuenta que servía lo que hacía, que ayudaba y quería seguir haciéndolo».
En 2009 también arribaron a Twitter Robles Maloof y Pisanty. Los dos desde la distancia de la incredulidad y por caminos distintos: Robles Maloof desde su actividad como defensor de derechos humanos y Pisanty como investigador involucrado en los temas de Internet.
«Yo nomás observaba y quería ver para qué servía», dice Robles Maloof de su entrada en Twitter, que fue el balcón desde donde observó la primera discusión «virtual» que llamó su atención: el movimiento en favor del voto nulo.
Pisanty miraba el microblogging con cierto desinterés. Hasta que descubrió su utilidad de comunicación rápida durante la crisis de la influenza. «Poníamos en Twitter las conferencias de prensa del gobierno y la información que difundían porque había amigos en el extranjero que se preguntaban sobre la gravedad de la situación».
A los pocos meses, cada uno de ellos se convirtió en un ciberactivista a su manera. Pisanty asumió la causa de #internetnecesario, que puso a Internet en el mapa de decisiones en México, dice.
«Estableció una agenda básica de internet libre y accesible, y dejó sobre la mesa un mensaje: no se metan con la comunidad de Internet, no le pongan restricciones económicas, legales ni regulatorias».
Escorcia y Robles Maloof, por su parte, fueron «convirtiendo las pequeñas indignaciones en grandes indignaciones», desde sus cuentas en Twitter.
En el despegue de Twitter en México se sumaron otras causas como la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo (#matrimonioDF), que pretendieron echar atrás los gobiernos panistas federal y estatales.
A Robles Maloof el tema le tocó la piel política. Él, como parte entonces del extinto Partido Alternativa Socialdemócrata, había redactado las leyes de convivencia y matrimonio que aprobó la Asamblea Legislativa del DF.
«Un día a Daniel (Gershenson) y a mí se nos ocurrió probar Twitter para convocar a la marcha a Los Pinos, que protestó contra el intento de Felipe Calderón de vetar los matrimonios entre personas del mismo sexo».
Lanzaron la convocatoria, hubo quienes respondieron, acordaron el lugar para encontrarse y, para su sorpresa, llegaron como 20 twitteros. Ahí mismo comenzaron a identificarse como grupo y nació ContingenteMX, que todavía está activo.
«Quienes nos juntamos no nos hubiéramos conocido si no hubiera existido Twitter», dice Robles Maloof. «Al menos no se hubiera dado la ocasión de la manera espontánea como sucedió».
En adelante, cada crisis trajo su nuevo lote de ciberactivistas: ciudadanos de distintas partes de la sociedad, que comenzaron a usar este tipo de medios para comunicarse y organizarse, dice Pisanty.
Robles Malaoof recuerda, entre otros, la vigilia #15×15 en memoria de los jóvenes asesinados por un comando en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, y el movimiento de apoyo a los padres de la #GuarderíaABC.
«Probamos que se podían generar momentos de conciencia, tal vez efímeros pero importantes», dice Robles Maloof.
El caso del incendio en la guardería ABC tuvo además una particularidad: «Formamos a los padres como ciberactivistas, los convencimos de tomar el espacio de Internet cuando los medios se habían cerrado para ellos».
A Robles Maloof le gusta los aforismo y albur. Hacía juegos de palabras que intercambiaba con otros tuiteros. «Pero el país se puso triste y mis tuits también». Comenzó a narrar el país desde la mirada «parcial» de un defensor de derechos humanos que toma partido por las víctimas, y ha visto aumentar el riesgo de su actividad y del acto mismo de comunicar a través de las redes sociales.
Por ello se ha involucrado en la defensa de tuiteros y bloggeros detenidos, que a veces no reconocen la violación de su derecho de libertad de expresión, no se asumen como ciberactivistas ni como defensores de derechos.
«Hay que protegerlos a ellos y a su actividad de comunicar», dice. Afortunadamente, dice, en casos como Bautista y los tuiteros de Veracruz, hubo en ellos una conversión al activismo digital. «Entendieron que potenciar su voz era la forma más segura para ellos, y creando una red de solidaridad y respuesta».
Después del momento original de los activismos cibernéticos, dice Pisanty, «lo que vemos es una manifestación más de una verdad muy básica: Internet es un espejo de la sociedad, con todo lo bueno y malo».
«Internet no es distinto de la calle. Así como es posible sabotear una asamblea con acarreados y a gritos, es posible sabotear un movimiento en línea con acarreados automatizados (bots)», dice.
La red se ha convertido en un espacio de lucha política, estrategia y dinero, explica Robles Maloof. «A veces parece que el social media, con sus técnicas y su perversidad, le está ganando terreno al ciberactivismo.
Frente a estrategias como la saturación de los bots, «que hacen más difícil que pequeñas indignaciones se conviertan en grandes indignaciones, hay que recurrir a mejores estrategias de organización.
El ciberactivista debe entender que perdimos espontaneidad, y ahora hay que saber mejor quiénes son los actores y definir mejor una audiencia. «Tienes que elegir y contar mejor tus historias porque la única oportunidad que tenemos los ciberactivistas es interesar a una audiencia cada vez más compleja».
Además, hay que saber cuidarse, coinciden Escorcia y Robles Maloof, los dos amenazados por su ciberactivismo.
«Tenemos que estar más pendientes del momento y de lo que hacemos en Internet. Hay que generar redes de solidaridad, estudiar y leer sobre técnicas de protección, y tener sentido común», dice Robles Maloof.
Se trata, dice, de subir el costo político para las agresiones y amenazas a ciberactivistas, vinculándonos con organizaciones o redes de solidaridad con capacidad de respuesta. De eso dependerá que no logren callar a más ciberactivistas.
«Ciberactivistas, el poder de la indignación» es un reportaje que se realizó con el apoyo de la Red de Periodistas de a Pie, en colaboración con la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos A.C. (CMDPDH), como parte del proyecto de protección de los defensores de derechos humanos financiado por la Unión Europea. El contenido no refleja la posición de la UE.*
Reportaje publicado en El Siglo de Torreón
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