Ahora que la SEP cumplió cien años es buen momento para recordar que la educación es hacer valer el derecho al aprendizaje y no un privilegio de unos cuantos. Si lo olvidamos, difícilmente revertiremos problemas tan serios como que, uno de cada tres niños llega hoy a tercero de primaria sin dominar las competencias básicas de lengua y de matemáticas. ¿Qué vamos a hacer como país al respecto?
Por Silvia A. Ojeda Espejel* Tw: @silviaojeda75 / MUxED
Para quienes me enseñaron a tejer mucho más que bufandas…
Recuerdo la primera ocasión en la que me pidieron exponer frente a un grupo de docentes el concepto de “el derecho a la educación.” La Real Academia Española (RAE) define la palabra derecho como “la facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida”. Los derechos humanos son derechos fundamentales por ser inherentes a la dignidad humana y por resultar necesarios para el libre desarrollo de la personalidad. Son normalmente recogidos por las constituciones modernas, asignándoles un valor jurídico superior, tal como lo menciona la Constitución de nuestro país, en su Título Primero.
Por su parte, la Convención de los Derechos del Niño (CDN), aprobada en 1989 y siendo a la fecha el instrumento más ratificado en la historia de la humanidad (196 países –México incluido– se han adherido a la CDN), señala con la mayor claridad, en su Artículo 29, que, los Estados Partes convienen en que la educación del deberá estar encaminada a, en primer lugar, “desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño (y la niña) hasta el máximo de sus posibilidades”.
Así podemos definir un derecho, como una facultad, inherente a los seres humanos, que nos permite realizarnos hasta el máximo de nuestras posibilidades y que nos conduce a nuestra misión, objetivo o fin, en nuestras vidas.
Dicho esto, el derecho a la educación es, sin duda alguna, un derecho habilitante; porque nos permite no solo ejercer plenamente otros derechos, sino que nos faculta para cumplir con nuestra misión en la vida: Con lo que soñamos ser o en quien deseamos convertirnos. Además, ello debería ser posible sin importar nuestro origen, ni habría de estar determinado por nuestro punto de partida en la vida.
Por el contrario, la definición de privilegio (también de la RAE) es “la exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia”. Y lo más peligroso de los privilegios (quizá ahí radica su encanto y, a la vez hasta cierto punto, su perversión) es que son mayormente invisibles para quienes los poseemos y ejercemos.
Hoy que la SEP cumple cien años, diez décadas de tratar de brindar servicios educativos para todas y todos para garantizar el derecho a la educación, me pregunto: ¿En qué momento la educación se convirtió, para muchos, en un privilegio y abandonó su lugar preponderante en el mundo de los derechos? ¿En qué momento dejamos –las personas de a pie, las autoridades, las instituciones, …– de ser co-garantes del derecho humano que significa el aprendizaje de calidad?
Porque sin aprendizaje resulta imposible realizarnos como personas únicas, completas, sanas, capaces, autosuficientes y plenas. ¿Cuándo fue que nos olvidamos o nos desentendimos de nuestra participación en la vida social para asegurar que cada niña y cada niño logre el máximo de su potencial? ¿Cuándo nos volvimos tan soberbios como para pensar que nuestro origen debe ser el que nos imponga construir un destino determinado, por el solo hecho de haber nacido en una cuna y no en otra?
¿Qué pasa en cada uno de nosotros cuando escuchamos que, en México, antes de la pandemia, había casi cuatro millones de niños y niñas, literalmente fuera de la escuela? ¿O cuando leemos que uno de cada tres niños y niñas de ocho años no tiene las competencias básicas de lectura, escritura y matemáticas? ¿Qué pasa en nuestro interior cuando nos hacemos conscientes de que esta situación empeora conforme alumnas y alumnos avanzan en la educación primaria y que, al llegar a sexto grado, uno de cada dos no cuenta con esas competencias básicas?
A veces me parece que las personas –dentro y fuera del ámbito educativo– recibimos estas informaciones y, a lo mejor, nos hacemos internamente algunas preguntas o las comentamos con alguien, pero luego la vida sigue y no cambia nada, o muy poco o muy lentamente, y me parece que esa abulia colectiva nos debía consternar a todas las personas.
Por el contrario, cuando se plantea el asunto desde el punto de vista de los derechos, el camino nos guía hacia nuestro destino. El tejido social se fortalece cuando tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas. Llegamos todos más lejos cuando nos ayudamos y cooperamos entre nosotros. Siempre que nos hacemos conscientes de nuestros privilegios y ponemos nuestros recursos y talentos al servicio de los demás, crecemos y nos acercamos a nuestro máximo potencial como personas. Por eso digo que hay que “tejer con puros derechos”. Si retrocedemos difícilmente llegaremos a nuestro destino como sociedad. Ya no nos podemos –ni debemos– permitir más “reveses”.
Algunos de los “reveses” que nos impiden “tejer con derechos” son, por ejemplo, que por nacer a unos kilómetros donde haya una escuela de organización completa, no puedas asistir a ella. Que tu escuela no cuente con los servicios necesarios, incluyendo baños diferenciados para niñas y para niños, agua y jabón. Que la condición socioeconómica de los estudiantes determine la calidad de la educación que reciben. Que el hecho de ser parte de una familia de jornaleros agrícolas migrantes impida que puedas continuar con tu educación en tiempo y forma. Que porque tu lengua materna sea diferente al español no puedas recibir educación de calidad en tu propia lengua. Que el profesorado y los propios padres y madres de familia tengan bajas expectativas de sus estudiantes y de sus hijos e hijas y ello les impida llegar tan lejos como podrían llegar. Que el nacer con una discapacidad sea determinante para no poder desarrollar las capacidades que sí tienen esos niños o niñas, negándoles a veces hasta la posibilidad de asistir a la escuela.
Creo que muchas de mis colegas de la red MUxED nos cuestionamos esto todo el tiempo y por ello trabajamos todos los días de nuestras vidas. Queremos hacer un México con mayor equidad. Un país en donde todas las niñas y todos los niños alcancen las competencias básicas en lengua y matemáticas. Un país donde todas y todos aprendamos, porque tenemos acceso a servicios educativos de calidad.
Queremos un México en el que se reconozca el derecho de niñas y niños a aprender y a desarrollarse hasta el máximo de sus posibilidades. Porque, contrario a lo que se ha creido largamente, tener un lugar en la escuela no es garantía plena del derecho a la educación.
Hoy, más que nunca, la educación debe privilegiar el derecho al aprendizaje de todas y todos, para dejar de ser, en sí misma, un privilegio. ¡Qué mejor forma de celebrar el primer siglo de la Secretaría de Educación Pública!
*La autora es integrante de MUxED. Comunicóloga Educativa, especialista en Desarrollo Cognoscitivo y Maestra en Educación. Responsable del Instituto Natura México. Apasionada de la educación desde hace más de 20 años y comprometida por hacer un mundo mejor. Casada con Beto hace 17 años. Mamá de Mariana y Ximena. Le encanta correr, hacer pan y estudia cello con la ilusión de un día tocar dignamente la suite No. 1 de Bach.
Linkedin: Silvia Ojeda Espejel
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