Tres años puede ser mucho o poco para construir una candidatura. Lo cierto es que los tiempos se adelantaron y, en lo que resta del sexenio, todo será leído bajo la lupa del juego sucesorio anticipado por López Obrador
Twitter: @chamanesco
Exactamente dentro de tres años, México estará “estrenando” un nuevo presidente o presidenta de la República.
Una reforma hecha en 2014 al artículo 83 constitucional, avalada por todas las fuerzas políticas, movió la fecha de toma de protesta de quien resulte electo en la elección presidencial de 2024 al 1º de octubre, por lo que el cambio de poderes ya no será el 1º de diciembre como ha venido ocurriendo desde hace décadas.
Esto acortará dos meses el largo interregno entre la elección y la toma del poder, y también acortará dos meses la administración de Andrés Manuel López Obrador respecto a sus antecesores.
En ese contexto, y mientras se empeña en promover una absurda consulta de Revocación de Mandato –para que “el pueblo” le ratifique su respaldo en marzo de 2022–, López Obrador alienta un adelantadísimo juego sucesorio.
Un día sí, y otro también, el presidente asegura que en 2024 podrá irse tranquilo a La Chingada, el rancho que posee en Palenque, Chiapas, pues en su movimiento hay buenos prospectos para un relevo generacional.
La semana pasada dijo, además, que cuando termine su mandato va a retirarse de la vida pública, lo que implica cerrar sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram, dejarse crecer la barba y declinar invitaciones a dictar conferencias.
Horas más tarde, le levantó la mano a la jefa de Gobierno durante una gira de supervisión de obras por la Ciudad de México y, tal como fueron captados en las fotografías de prensa, parecía estar señalándola como su indudable favorita.
Con gestos de este tipo, el presidente pone a Claudia Sheinbaum a correr un largo maratón de tres años en una pista que más bien parece un campo minado: la administración de una ciudad ingobernable.
Si López Obrador quiere ayudar a Sheinbaum y emitir a su manera un “no se hagan bolas”, lo cierto es que los ya varios “destapes” de su favorita podrían terminar por convertirse en una pesada losa sobre las espaldas de la jefa de gobierno: la presión de mantenerse tres años en primer lugar en las encuestas, donde ya aparece como puntera.
No solo eso: el juego sucesorio de López Obrador agita las aguas dentro y fuera de Morena, dentro y fuera de su gobierno.
Para nadie es un secreto que el canciller Marcel Ebrard tiene la misma aspiración presidencial, cree contar con los méritos para ser el elegido y, además, cree que López Obrador se la debe, pues en 2012 –cuando Ebrard estaba mejor posicionado, siendo jefe de gobierno–, se hizo a un lado para que AMLO emprendiera su segunda campaña como candidato presidencial del PRD.
¿El canciller estará dispuesto a ser eternamente el Plan B del movimiento, la carta útil que AMLO activaría sólo en caso de que a Sheinbaum la descarrilen?
Y también está Ricardo Monreal, el senador que, sin tapujos, ha dicho que en 2024 estará, sí o sí, en la boleta de las elecciones presidenciales. Con Morena o no, según declaró Monreal en un par de entrevistas que otorgó el mismo día que López Obrador le levantó la mano a la jefa de gobierno.
En caso de que Monreal no logre escalar en los afectos presidenciales, ni superar a Sheinbaum y Ebrard en los próximos tres años, ¿va a conformarse nuevamente, como lo hizo cuando en 2018 Sheinbaum le ganó la candidatura de Morena en la capital del país?
¿Sí o sí quiere decir que Monreal sería candidato presidencial de MC o del PT, partidos con los que ya en el pasado ha tenido acuerdos y candidaturas?
Pero eso no es todo: el juego sucesorio de López Obrador podría comenzar a incrementar la presión sobre su propia administración.
Nada hay más sintomático en el ocaso de un sexenio, que el inicio de la sucesión; el momento en el que la figura del presidente en funciones comienza a apagarse, y comienzan a emerger las y los presidenciables como protagonistas de la vida política.
¿Por qué adelantar dos años lo que suele ocurrir en el último año de la administración?
Suena ilógico: la 4T no ha terminado de cuajar, y el propio presidente provoca que se hable de lo que sigue.
La irrupción de un grupo en un evento que el presidente encabezaba en Puebla, y la imagen de López Obrador preguntando si lo iban a dejar hablar, si lo iban a respetar, puede ser el comienzo del declive.
Una muestra gráfica de que son múltiples los problemas irresueltos y muchas las promesas hechas en 2018 que siguen incumplidas. Pero el presidente quiere que sus seguidores pongan nuevamente sus esperanzas en el porvenir.
De paso, el juego sucesorio de López Obrador ha alertado a sus opositores.
A la provocación mañanera del presidente, cuando dijo que en la oposición no hay cartas fuertes para disputar el 2024, el reelecto dirigente del PAN, Marko Cortés, respondió con un ramillete de nombres en la sesión del Consejo Nacional del pasado sábado.
El panista puso en la lista a la nueva gobernadora de Chihuahua, Maru Campos; al gobernador saliente de Querétaro, Pancho Domínguez (que de inmediato se descartó); a los gobernadores de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca; de Guanajuato, Diego Sinhue, y de Yucatán, Mauricio Vila; y hasta sacó del armario los nombres de Santiago Creel (quien dos veces ha intentado sin éxito ser el candidato presidencial panista), y el diputado Juan Carlos Romero Hicks.
Sin descartar, desde luego, al aún más anticipado Ricardo Anaya, quien parece decidido a utilizar el caso judicial que ha armado la FGR en su contra para emerger nuevamente como presidenciable en 2024.
“Acción Nacional tendrá con qué”, dijo Marko Cortés en su primer discurso como dirigente reelecto, en el que anticipó que el PAN podría ir coaligado a las presidenciales, en un juego sucesorio en el que también el PRI parece levantar la mano.
O por lo menos uno de los pocos cuadros que le quedan al tricolor: Alfredo del Mazo, gobernador del Estado de México.
Con una muy bien financiada campaña publicitaria, Del Mazo parece estar construyendo un proyecto emulando al que llevó a Enrique Peña Nieto a Los Pinos en 2012.
El mexiquense acaba de colocar su nombre y su imagen en una muy vistosa campaña publicitaria, permitida de forma excepcional en el marco de su Cuarto Informe de Gobierno, y acaso empañada por el deslave que sepultó personas y casas en el Cerro del Chiquihuite, del lado de Ecatepec.
Para Del Mazo, la ruta parece simple: aprovechar la enorme potencia política y mediática del estado más grande, más poblado y más rico del país, y construirse una candidatura basada en la esperanza de seguir multiplicando las “tarjetas rosas” con las que ha invadido su entidad.
Del Mazo, y lo que queda del Grupo Atlacomulco, quieren regresar en 2023 –justo cuando él acaba su gestión–, para presentar una carta fuerte, ya sea para competir por la candidatura de la alianza Va x México (PAN-PRI-PRD), o ir en solitario con un abanderado tricolor competitivo.
Tres años pueden ser muy largos para alguien como Sheinbaum, quien intentará mantenerse en la palestra, punteando en las encuestas, sin accidentes que descarrilen su candidatura. Y pueden parecer muy cortos para una oposición que, hoy, carece de figuras bien posicionadas y valoradas por la mayor parte del electorado.
Lo cierto es que los tiempos ya se han adelantado, y en lo que resta del sexenio, todo será leído bajo la lupa del juego sucesorio abierto anticipadamente por López Obrador.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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