15 septiembre, 2021
En 2013 el huracán Ingrid y la tormenta Manuel los dejó sin casa. Fueron reubicados en el Fraccionamiento Nuevo Mirador, con viviendas frágiles y en malas condiciones, algunas se tuvieron que demoler. Los daños en las casas por el sismo del 7 de septiembre pusieron de nuevo en riesgo a estas familias que piden otra reubicación
Texto: Beatriz García / Amapola Periodismo
Fotos: Oscar Guerrero
CHILPANCINGO.- Desde el sismo del 7 de septiembre pasado, Dalia Neri Ríos y su familia duermen en la entrada de su casa. En la fachada se formaron nuevas fisuras. Se mantienen alertas porque hay réplicas desde entonces y temen que el piso colapse.
Dalia y su familia fueron reubicados desde hace casi siete años en el fraccionamiento Nuevo Mirador, porque su casa en Petaquillas, una comunidad de Chilpancingo, se cayó con las lluvias del huracán Ingrid y la tormenta Manuel, que comenzaron el 13 septiembre del 2013. Este martes se cumplieron ocho años de esas lluvias.
Desde la reubicación de familias afectadas se supo que ese fraccionamiento, ubicado a unos 25 minutos en transporte público del centro de la ciudad, las viviendas que les entregaron eran ensambladas, frágiles y mal hechas, porque no tardó mucho para que se les hicieran fisuras y se les trasminará el agua. Toda la manzana 2B fue derribada porque las casas estaban inservibles.
Es visible la mala condición de las casas y del concreto que cubre los taludes–porque el Nuevo Mirador fue levantado en un cerro que se considera de suelo inestable, de acuerdo a los registros documentados por la prensa después de su inauguración–está esponjado.
El sismo de 7.1 grados de la noche del martes, con epicentro en Acapulco, agravó la situación de las casas de por sí frágiles. Aparecieron nuevas fisuras y algunas que ya tenían se abrieron más.
Desde entonces la incertidumbre y el miedo invadieron a los habitantes de este fraccionamiento que llevan años viviendo en zozobra, aun cuando el motivo de su reubicación fue protegerlos de una catástrofe natural. La mayoría instaló en sus celulares la alerta sísmica, para que en caso de otro sismo tenga tiempo para salir de sus frágiles casas.
El sábado pasado, en un recorrido por el fraccionamiento conocimos algunas historias de las familias a partir del sismo. Algunas de ellas son la de Dalia, quien tiene tres hijos, dos niñas y un adolescente de 15 años, y su esposo; y la de Carmen, una mujer de 71 años que vive con sus dos hijas y que en estos días no se ha movido de la entrada de su casa. Después del sismo la casa se cimbra con cada paso que dan.
El martes 7 de septiembre, Dalia, sus hijas de seis y 12 años, y su esposo, estaban en casa, en el tercer piso del edificio cuatro de la manzana 6A, el último que se alcanza a ver cuando llegas al fraccionamiento. Su hijo estaba en el mercado central, en su trabajo. Primero escucharon un estruendo y de inmediato el movimiento los zarandeó.
La familia no pudo bajar al andador, pensaron que las delgadas escaleras colapsarían si bajaban, entonces Dalia y su esposo abrazaron cada quien a una de sus hijas y se metieron debajo de su mesa de madera.
Después de que pasó, bajaron al andador y ahí permanecieron hasta la una de la mañana. Su hijo llegó con bien, expresó Dalia. Hasta ese entonces volvieron a su departamento, pero dejaron la puerta entreabierta y durmieron en el piso, cerca de la entrada. Dalia y su esposo se turnaron para que mientras uno dormía con las hijas, el otro permaneciera alerta.
“En ese momento la verdad dijimos que hasta aquí íbamos a llegar, porque escuchamos como el techo tronaba, el edificio chocaba con el otro edificio de aun lado por el movimiento. Se me cayeron un poco de cosas, pero es lo que poco nos importaba, lo que nos importaba era la seguridad de uno”, contó Dalia desde la pequeña sala de su casa, a la vez que señala con el dedo el piso donde aparecieron nuevas fisuras.
Recordó que hace casi seis años llegó a vivir al fraccionamiento –a los vecinos los reubicaron en diferentes fechas– pero nunca pensó que al mudarse al Nuevo Mirador volvería a vivir la incertidumbre que pasó durante las lluvias de ese septiembre del 2013. De hecho, la incertidumbre siempre la acompaña.
Cuando llegó a su departamento notó los resanes que la constructora hizo a las paredes; cada temporada de lluvias teme que el agua debilite más las casas.
Con este sismo su miedo se intensificó, porque pudo pasarle lo que a otras familias en otras partes del estado, a quienes se les derrumbaron sus viviendas.
Antes del temblor su departamento no se cimbraba con cada paso que dieran, ahora vibra.
Las fisuras son notorias en cada rincón de su vivienda: en la cocineta, en los dos cuartos, el baño, la sala comedor y en la zotehuela.
Desde el martes la familia duerme cerca de la puerta; las niñas se calzan los zapatos antes de acostarse. Las réplicas del sismo del miércoles son muy perceptibles en los edificios del fraccionamiento, no sólo en la casa de Dalia.
A su casa no han ido ingenieros de alguna dependencia o institución para evaluar los daños.
“La verdad no tenemos a dónde ir, si tuviéramos donde irnos, porque además da tristeza dejar aquí, perdimos otra casa, y otra vez perderla da tristeza”, expresó la mujer.
Siguió: “Yo sí quisiera, al gobierno federal, estatal, municipal, que nos reubicaran, en mi caso, si no nos quisieran hacer una casita aunque me den el puro terreno, yo sé si la hago de madera. Da miedo, sobre todo por los niños”.
En este fraccionamiento sólo se construyeron 598 departamentos de los mil 100 que autoridades federales anunciaron en 2013 que levantarían.
Desde un inicio las irregularidades de la construcción del fraccionamiento fueron notorias.
Tantos son los daños e irregularidades, no sólo en este fraccionamiento sino en otras partes del estado donde también se reubicaron a afectados, que en agosto del 2017 se dio a conocer que el exdelegado de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Héctor Vicario Castrejón, involucrado en la construcción del fraccionamiento, fue inhabilitado de sus funciones por 10 años por la Secretaría de la Función Pública (FP), porque la Auditoría Superior de la Federación (ASF) le comprobó irregularidades en la compra de predios para los afectados y en la reconstrucción de daños. Pero en septiembre del 2017 de ese mismo año, él mismo informó a la prensa que la ASG había revocado esa inhabilitación y continuó con sus aspiraciones a cargos públicos.
Desde que comenzaron a reubicar a los afectados por las lluvias en el Nuevo Mirador, en diciembre del 2014, las protestas y denuncias públicas de los habitantes son constantes por falta de servicios públicos, áreas verdes, la falta de un puente que los conecte con la ciudad, la entrega de escrituras, la fragilidad de las casas. En junio del 2018 se demolieron 32 departamentos de la manzana 2B por el riesgo de colapsarse. El movimiento originó que se debilitaran los departamentos de la manzana de al lado, la 1B.
En el recorrido, algunas vecinas, que pidieron no mencionar su nombre, revelaron que desde hace unos meses tienen reuniones con autoridades de Sedatu para determinar qué procederá con sus viviendas. Tendrán una reunión esta semana. Confían en que pronto les solucionen; su intención es que sean nuevamente reubicados, porque la tierra del fraccionamiento se desliza, según la información que les han proporcionado expertos.
Las vecinas de Carmen están pendientes de ella por si vuelve a temblar. Carmen Peralta tiene 71 años, prácticamente todo el día está sola en casa porque sus dos hijas trabajan. Desde el día del temblor se sienta en la entrada de su casa y ahí permanece pendiente de un nuevo sismo y así poder salir de inmediato.
La mujer habita un departamento de la planta baja de la manzana 1B, la que quedó frágil después de que demolieron la manzana 2B. El día del temblor tejía y oyó cómo retumbó la tierra; por fortuna ya estaban en casa sus dos hijas.
Aun así vivieron un caos, porque una de sus hijas se quedó encerrada en uno de los cuartos, se iba a cambiar, la puerta se atoró y no pudo salir. Gritaron a los vecinos para pedir auxilio. Se fue la luz. Su hija salió sin ropa, no pudo cambiarse del terror que vivió y una vecina le prestó un suéter.
En su departamento las fisuras también son visibles como en el resto, pero Carmen mostró las que sabe que aparecieron el martes con el temblor; también asegura que el edificio se inclinó. Por fuera, a un costado, se ven largas cuarteaduras en la pared, también el desprendimiento de la banqueta y la inclinación del edificio.
Enfrente de su vivienda está una pequeña construcción de madera que los vecinos hicieron hace unos años, fungía como centro de salud, pero a raíz de que se quedaron sin médico y enfermera la inhabilitaron –se atienden en el centro de salud de Petaquillas, una comunidad de Chilpancingo cerca de la ciudad–, ahora es refugio de cinco mujeres adultas mayores que no quieren dormir en su casa por el temblor y las réplicas.
A la casa de Carmen acudieron ingenieros, al parecer del Colegio de Ingenieros del Estado, le dijeron que posteriormente les darán los resultados del dictamen, le recomendaron que durmiera cerca de la puerta.
A algunos vecinos les dijeron, durante estos días que pasaron a supervisar, que las casas no se van a caer, que sí hay daños en paredes y techos pero que los cimientos van a resistir. Ahora los afectados esperan que los próximos días autoridades acudan para saber qué procede con sus viviendas, pero todos siguen alertas, porque temen otra desgracia.
Esta nota fue realizada por AMAPOLA PERIODISMO TRANSGRESOR, integrante de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes ver la original.
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