Actualmente mujeres y hombres buscan hacer de México un país de lectores y lectoras, que no solo leen por placer sino por subversión y son además libres, críticas y capaces de construir nuevas utopías
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Dislates como “este gobierno quiere a la gente ignorante, que no lea” cobraron un nuevo impulso con lo sucedido en torno a la agregaduría cultural de México en Madrid, específicamente con el despido del entonces agregado, el escritor Jorge F. Hernández, señalado por alusiones misóginas a la embajadora María Carmen Oñate Muñoz. Tal parece que, en lugar de reconocer dichos señalamientos, decidió construir una coartada distorsionando algo que dijo el director de materiales educativos de la SEP, Marx Arriaga, sobre la lectura por placer (como reconocería en una entrevista posterior, el escritor “le traía ganas” al funcionario). Pero más allá de constatar una vez más el daño que hacen a la sociedad la mentira, la deshonestidad y la mala leche, los sucesos me motivaron a ponerme al tanto del esfuerzo de este gobierno por lograr justamente lo contrario: hacer de México un país de lectores y lectoras.
Busqué entonces a Paco Ignacio Taibo II (Paco), director del Fondo de Cultura Económica (FCE), a quien conocí cuando en el proyecto Albora documentamos la experiencia de la Brigada para Leer en Libertad, misma que forma parte de lo que denominamos la geografía de la esperanza en México. Me contó más sobre la colección 21 para el 21 que hoy distribuye el FCE, en un despliegue inmenso de inventiva, por todo el país. Se trata de 2.1 millones de libros (100 mil ejemplares de cada una de las 21 obras seleccionadas que abarcan el período desde la independencia de México hasta mediados del siglo XX) que llegarán de manera gratuita a manos de jóvenes y adultos menos favorecidos en comunidades urbanas y rurales, quienes podrán así leer a autores como Rosario Castellanos, Elena Garro, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Luis Villoro, Guillermo Prieto y Martín Luis Guzmán. La colección se produjo con recursos del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado y gracias a la generosidad de escritores (y de sus herederos) así como al tesón y compromiso de funcionarios que junto con un entramado de redes de voluntarios realizan, en palabras de Paco, “la operación más grande de regalo de libros en la historia de América Latina” (se habla incluso de replicar este esfuerzo en el año 2022 a nivel latinoamericano).
Pero esta locura -en el mejor sentido del término- no es una ocurrencia, tampoco un esfuerzo aislado. El Fondo está obstinado con romper la barrera económica que durante demasiado tiempo ha separado a millones de ciudadanos de la lectura. Sobresale, por ejemplo, la serie Vientos del Pueblo, conformada por cerca de sesenta títulos con precios de entre nueve y veinte pesos, misma que ha vendido más de un millón de ejemplares (además de unas 200 mil lecturas en línea). Estas acciones se suman a otras que buscan que la industria editorial en conjunto baje sus precios, sustituyendo importaciones y realizando coediciones. Todo ello forma parte de la estrategia nacional de lectura que fue lanzada en Mocorito, Sinaloa, a principios de la administración federal, en enero de 2019, y que se apoya en una creciente red de bibliotecas y librerías fijas y móviles (como el librobús) y estructuras de producción y distribución de libros y de fomento a la lectura. La estrategia puede no ser muy visible en ciertos ámbitos pues privilegia a sectores de la población generalmente olvidados en las políticas culturales, como maestras jubiladas, jóvenes becarios, normalistas, estudiantes de universidades rurales, policías y militares.
En la conversación con Paco me enteré de un mundo que desconocía y que me maravilló, el de los mediadores de lectura. Conocí entonces a Sofía Trejo, quien me introdujo al Programa Nacional Salas de Lectura (que ella coordina) un programa federal con cerca de 25 años de historia. Y es que, como lo pone Sofía, “en este país se teje y se desteje en cada trienio y sexenio, y no hace sentido partir de cero”. Así, en otra misión casi imposible, la triada del Fondo de Cultura Económica, Educal y la Dirección de Publicaciones, se abocó en el primer año de la administración (2019) a conocer a las mujeres y hombres que mantienen estas Salas de Lectura en todo el país y a escuchar sus experiencias; a entender qué les duele a sus comunidades y qué procesos lectores pueden ayudar a mitigar o a cobijarles más. La designación de “sala”, por cierto, no se refiere necesariamente a un espacio físico concreto, sino a aquellos físicos, itinerantes y ahora virtuales que han creado las y los mediadores a lo largo de los años, y que usualmente evolucionan conforme se practican nuevas estrategias y conforme cambian las comunidades a las que sirven.
Fue así como, en una espiral bondadosa de asombro, caí en una reunión (virtual) de promotores de lectura del estado de Hidalgo. Al menos como observador (o como “oreja”, como lo puso Paco), no era una reunión de zoom más. Primero porque era sábado, y había tanto funcionarios públicos como voluntarios, decenas de ellos, primordialmente mujeres, enalteciendo el término: personas que ponen su voluntad (ninguna percibe un salario) para atender a sus comunidades, fortaleciendo lazos emocionales con los libros y creando nuevos. Segundo, por la energía y la disposición de todas y todos por compartir experiencias y ayudar a resolver los problemas que el otro enfrenta. Ahí estaba Paco. “Queremos escuchar problemas”, insistió. Y llovieron, desde necesidades específicas para acompañar a personas que no ven o escuchan (la lectura en voz alta es un pilar importante en la promoción de la lectura) hasta discusiones sobre cómo mejor enfrentar el reto de atender poblaciones de lenguas originarias. Tercero, por la horizontalidad. “En el Fondo no existen apellidos, ni títulos ni formalismos”, me explicó Paco. En estas reuniones las autoridades facilitan, si acaso, pero más que otra cosa toman nota de necesidades y en total transparencia se discute quién tiene que hacer qué para que las cosas sucedan, así se trate de enviar un acervo de libros específico a una Sala de Lectura, de asegurar el envío del librobús a tal comunidad o la participación de autores en la próxima feria del libro organizada por otro mediador. Yo no podía dar crédito de lo que presencié así que días después volví a hablar con Sofía. Me comentó que los mediadores de lectura son personas sumamente especiales. Generalizando un poco, se trata de una clase media comprometida con sus comunidades y con su país. Cuentan en promedio con licenciatura y entre ocho y dieciséis por ciento (depende de la región) tiene estudios de posgrado. Sesenta por ciento son mujeres.
En dicha reunión estaba Ludmilla Sánchez, quien desde 2018 se ocupa del Programa de Fomento a la Lectura en Hidalgo. Ella me habló de la historia del Programa Nacional Salas de Lectura en la entidad y de los voluntarios que le dan sustento, así como los recursos y apoyos que brinda tanto la federación como el gobierno estatal. Hidalgo tiene más de 73 salas activas y pronto, dice, se sumarán 33 nuevos voluntarios que se encuentran en proceso de formación. Dichas salas son incluyentes, especializadas, de “poli-lectores”, es decir que atienden a muy diversos usuarios. Algunas atienden a personas con sordera, de baja visión o ciegas, otras se enfocan a la primera infancia o a adolescentes y jóvenes, y algunas más a personas privadas de su libertad. Como Conny, a quien conocí en aquella reunión sabatina y que luego me compartió su experiencia trabajando con internos del Centro de Readaptación Social de Tulancingo. Siendo periodista, años atrás y durante entrevistas con internos supo de la ausencia de bibliotecas en el reclusorio y decidió dedicar parte de su tiempo no solo a formar una biblioteca, sino lectores y posteriormente a ayudar a las y los internos a escribir mediante su gaceta literaria Catarsis. “A mí me revisaban todo”, mencionó refiriéndose a las barreras para introducir libros al reclusorio. “Incluso me tenía que desvestir frente a las custodias”. “Miss, sentimos feo, usted no tiene por qué pasar por esa vergüenza”, le decían sus alumnas y alumnos. “Y todo por ayudarnos a ser mejores”. Conny no tiene duda de que la literatura es un medio para la reinserción social, y pese a la poca amistosa burocracia y a los excesos enfrentados anhela que amaine un poco la pandemia para volver al reclusorio.
De acuerdo con la Dirección General de Publicaciones existen 4 mil 385 Salas de Lectura activas, y la gran mayoría de entidades están atendidas con encuentros estatales de mediadores para conocer sus necesidades, intereses y expectativas sobre el fomento a la lectura, y con el acercamiento de escritores invitados, así como con apoyos y entregas de acervo bibliográfico. Las salas atienden a más de medio millón de personas al mes, de los cuales el 43% son niños. No son cifras menores, como tampoco lo son las vivencias. Más de una mediadora en aquella reunión de mediadores de Hidalgo se refirió a su labor como un proyecto de vida. Como Lupita, quien comentó que “leyendo y compartiendo el gusto por los libros hará que su tiempo en esta vida no pase desapercibido”.
Volviendo al tema de las mentiras y la desinformación, estoy convencido de que en el fondo éstas no ayudan a nadie. También considero que la crítica a este gobierno es sumamente necesaria, pero habrá de ser honesta, sustentada en algo más que la animadversión de algunos actores. Por mi parte agradezco a las personas cuya mala leche o cinismo suscitaron mis ganas de indagar más sobre un esfuerzo que es verdaderamente milagroso, y que como comenté a Paco, “alguien tiene que contar”. No pretendo ser yo ni mucho menos en este momento, pues es demasiada la riqueza y tantos los frentes en los que hoy por hoy mujeres y hombres buscan hacer de México un país de lectores y lectoras, que no solo leen por placer sino por subversión y son además libres, críticas y capaces de construir nuevas utopías.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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