¿Podemos reflejarnos en las historias de quienes viven una realidad diferente? Este testimonio es parte de una conversación inacabada, de violencias cruzadas y un encuentro de ida y vuelta con el arte como método para sanar…
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: María Fernanda Ruíz
VERACRUZ / PUEBLA.- La idea de hacer un libro que contara el insólito encuentro entre artistas y buscadores de personas desaparecidas surgió en un “laboratorio de narrativas” en Puebla, al que nos invitaron en septiembre de 2020. Ahí nos encontramos seis periodistas —una canadiense y cinco de la red de periodistas de a pie— un par de investigadoras y un académico poblano-español, nueve artistas —entre ellos, la anfitriona— dos mujeres que encabezan un colectivo de familiares Coatzacoalcos, al sur de Veracruz, y dos alemanas de la DW Akademie, la organización que nos había enlazado a las Técnicas Rudas y a las Periodistas de a Pie.
Nadie sabía bien a qué iba, ni qué pasaría en esos tres días. Lo último que imaginamos, mientras nos mirábamos tratando de identificar quien nos caía mejor (como en un primer día de escuela), era que terminaríamos componiendo canciones, jugando a lanzarnos una pelota, actuando adentro de una gran máquina del tiempo y contando nuestras historias más íntimas a una bola de desconocidos.
El primer día alternamos las exposiciones generales de lo que es la educación popular, el hackeo cultural, la idea de juntarnos para narrar de otro modo las historias que tocan el dolor. También comenzamos a hacer presentaciones de lo que nos unía: las ausencias. Dos reporteras hablaron de sus propios ausentes. Yo leí un pedazo del libro de Ya no somos las mismas para contarles como ha sido la relación con mi hija. La sesión era una mezcla de muestra de trabajos con catarsis colectiva, en la que todos parecíamos decir: “Me llamo D y soy víctima de esta guerra”.
Supimos entonces que el laboratorio implicaba que los artistas convocados desarrollaran un proyecto con el tema de desaparecidos. Hablamos de la memoria. ¿Para qué nos sirve? ¿Por qué la necesitamos?
Fue como surgió la idea de que las periodistas contáramos la historia detrás de las historias. Un cambio de ruta no previsto que un mes más tarde nos llevó a la siguiente parada de este extraño encuentro: Coatzacoalcos, Veracruz, un estado en el que el crimen se incrustó en el gobierno hace varios años. Ahí, nos dijeron, los artistas conocerían a todos los integrantes del colectivo de familiares y participarían en una búsqueda en campo.
Las periodistas sabíamos lo que eso significaba: acercarse peligrosamente el dolor.
De ese encuentro, lo único que me molestaba era que en todas las actividades grupales me había tocado hacer equipo con uno de los artistas que me parecía especialmente pesado: David Aguirre, un director de teatro que se mantenía distante y ajeno al ánimo colectivo. Y el único de los ocho artistas convocados para ese proyecto que vive en Coatzacoalcos.
El encuentro en Coatzacoalcos fue mucho más grande y mucho más sorprendente. Primero, porque ver a madres, padres, hermanas, hijas y esposas de desaparecidos reír, bailar y tocarse la nariz buscando un tesoro ha sido una de las experiencias más sanadoras de estos duros años de guerra. Pero también, porque ver a músicos, actrices, dramaturgas y artistas plásticas agarrar una pala o una varilla y caminar con esas familias buscando a un niño desaparecido fue una experiencia tan inédita, que me impulsó a dejar la libreta y poner mis manos y mi cuerpo en la cadena humana dedicada a quitar ramas y piedras del terreno marcado.
El único artista que no llegó ese día a la búsqueda de Carlitos fue David.
Elegí contar su historia para enfrentarme a mis propios prejuicios y a mi capacidad de escucha. David nos recibió a María Fernanda y a mí una noche de diciembre en su casa, que está en la misma colonia que la de un conocido líder de un grupo criminal. En la cochera estaban las huellas de un salón de teatro para adolescentes del barrio, que por la pandemia estaba sin usar. En el pequeño departamento que también sirve de bodega, conversamos largo rato con café y pan. Sue, su esposa, cosía títeres y Zacik, su hijo, jugaba videojuegos.
Esa noche entendimos que su historia sería muy distinta a las otras. Porque David vive en la cueva del lobo y su experiencia parte del miedo (en un estado como Veracruz sería anormal no tener miedo) y de la marginación. Pero también, porque su mirada masculina, en una sociedad que a los hombres sólo les permite sentir ira, rompe con la experiencia del resto de las artistas convocadas.
Este es su testimonio. Una conversación inacabada, de violencias cruzadas y un encuentro de ida y vuelta con el arte como método para sanar…
Yo nací en Coatzacoalcos. Sue en Cuernavaca (Morelos). Nos conocimos en Cancún, en un hotel que se llama Paradisus Riviera. Ahí yo trabajaba de mayordomo y ella de niñera. Eso fue hace 16 años. Yo tenía 24 años y ahorita tengo 39… 40 ya en septiembre. Ella tenía 19. Un amigo me había prometido un espacio en su casa, pero cuando llegué a Cancún me dijo que ya se había ido de ahí. Una familia me recibió en su casa, pero me daba pena porque roncaba mucho, así que estuve durmiendo en el patio tres meses hasta que en el hotel me dieron un cuarto. Yo lo pedí, la verdad, porque a los mayordomos no les dan. Me dieron un departamento de lujo, así que pasé de vivir en el patio a tener un departamento de lujo. Luego mandaron a Sue a vivir ahí. Estuvimos viviendo juntos un rato. Empezamos a coincidir en los descansos y ahí pegó el chicle. Un día en el hotel nos agarraron sentados en un columpio, no estábamos haciendo nada, pero me corrieron. Me fui a otro hotel de súper lujo que se llamaba Le Blanc. Me pagaban bien. Pero las jornadas de trabajo eran larguísimas. Un día que yo llevaba como tres semanas sin llegar a mi casa, porque era temporada alta, en un elevador se subió un minibar (se refiere a un camarero) que nunca había visto. Le comenté que extrañaba a Sue y él me dio una palmada en el hombro y me dijo: «no te preocupes, seguro alguien te la está entreteniendo». Cuando llegué a la casa, como a las 11 y media de la noche, ya había imaginado que me engañaba hasta con la escoba. Llegué a hacérsela de pedo y me encontré a Sue súper guapa, maquillada, me había hecho una cena con velas. Me dijo: «¿qué te pasa?» Le dije: «Espérame, dame un momento». Me encerré un rato y cuando salí le dije todo. Entonces nos planteamos la idea de renunciar a los trabajos, comprar una carcacha que todavía traigo (un Chevy 2000) y nos fuimos a dar la vuelta por la República mexicana. Así de locos.
Yo ya había estado mostrándole a Sue que tenia cierta habilidad, preferencia y gusto por esto del teatro. Le presenté a algunos amigos y amigas que hacían teatro. Fuimos a dar con el maestro Abraham Oceransky y estuvimos trabajando con él cuando levantó una carpa, en Xalapa, Veracruz. Aprendí mucho con él. Un día tuvimos unas diferencias…. bueno, yo cometí un error, él nos abrió y estuvimos insistiendo en que nos perdonara, pero el maestro es así, muy contundente.
Luego nos enteramos de que nuestro hijo iba a nacer. Adriana Moro, que tiene una compañía que se llama Monstruo producciones, nos llamó a trabajar con ella en una cosa de títeres y Sue ahí desarrolló su conocimiento profundo en la creación de personajes de peluche. Cuando estaba a punto de nacer mi hijo nos venimos a Coatzacoalcos porque mi mamá vive enfrente del hospital civil, y le dije: «no, pues tu nada mas te cruzas la calle y pares al chamaco. Y fácil, ¿no?». Pero a la mera hora andábamos cotorreando lejos.
Zacek nació el 11 de mayo de 2011. ¿Qué significa? Estrella luminosa. Nos cuestionamos si íbamos a seguir en este rollo de la artisteada o poníamos un changarro. Y yo le dije a Sue: «¿Qué te parece si nos aventamos 10 años de nuestra vida sin Yolanda Maricarmen, ¿no? Así sin llorar, le echamos ganas y le apostamos a ser artistas, y si no jala, en el décimo año pues ya nos rajamos a la chingada».
Fue cuando armamos la compañía Teatro Urbano. Sue andaba con su panzota de 8 meses y recuerdo que la primera función fue de cooperación voluntaria y nos ganamos como 11 o 12 mil pesos. Para mi era un dineral. Increíble, estaba súper feliz, y los dos pensábamos: «si se puede». Era una obra que se llama La espada de los dos cielos, una historia que nació de un libro (El libro de los cinco anillos, de Miyamoto Musashi) que habla de las técnicas de combate con la espada y una filosofía acerca de ver la vida.
Estuvimos trabajando en Coatza con altas y bajas y vueltas y decepciones durante nueve años. En 2020 fue nuestro mejor año porque logré un trato con la persona que tiene el teatro de la ciudad, poca madre, habíamos logrado contratos de CFE, bien todo, pues. Y pum, se vino el virus de covid y se vino todo abajo. Fue un año, así como con muy clara su dualidad.
Vengo de una familia disfuncional. Mi papá se fue cuando yo tenía 4 años. No desapareció porque vive acá abajo, pero sí estuvo ausente en mi niñez y sí me afectó en mi personalidad, pienso yo. Cuando nació Zacek sí tenía la idea de luchar por no faltarle a mi chamaco. Entonces, prácticamente yo agarré el rol de ser el proveedor de la casa y Sue siempre me estuvo secundando. Pero en 2020 ya habíamos tenido una serie de discusiones y disyuntivas. Me repetía constantemente que yo no valoraba su trabajo, que la hacía menos, que no la tomaba en cuenta. Y bueno, entramos como en una crisis emocional. Primero yo, que terminé yendo a una clínica de adicciones, porque sí me sentía así, la verdad, muy deprimido.
Yo era muy fumador. Fumaba, fumé 21 años y siento que… haz de cuenta que tenía un problema emocional y no decía nada y me venía a la casa y fumaba, y decía: «ah, pues chinguen a su madre». Entonces empecé a tener ataques de ansiedad muy fuertes, taquicardias, hasta que llegó el momento en el que no pude dormir un mes. Me dormía… haz de cuenta como 10 minutos y me despertaba y el corazón me latía como si estuviera corriendo un maratón. Terminé yendo a un cardiólogo, me puso un micrófono y el pinche corazón estaba así: tuam tuam tuam tuam. Y luego se ponía él el micrófono y me decía: «mira, así suena uno normal». Y era un viejito, ¿no? Pero sonaba así, chuc chuc, chu chuc, bien tranquilo. Y me lo ponía a mí y sonaba chaas chaas tuam tuam
Me declaró hipertenso, me dio medicina antidepresiva, y n’hombre, ¡un rollo! Me dijo que yo ya no iba a poder vivir sin la medicina. Empecé a tomar la medicina, pero me sentaba mal, me desmayé una vez en la calle. Feo, feo. Y le estuve hablando constantemente hasta que un día le llamé, y me dijo: «¿sabes qué? Háblale a esa psiquiatra, que te atienda ella y, por favor, a mí no me estés chingando». Y dije: «¿qué pedo? ¿Yo qué voy a ir a hacer con una psiquiatra?» Ya había dejado de fumar, ya había dejado todo, pero no me daba cuenta de que tenía esa madre que le da a los adictos de que te da el patatús y yo no sabía qué era eso. Según yo siempre podía controlar el pedo y un día traía ya ideas suicidas. Hablé con mi hermano, que es periodista también. Y me llevó a una clínica de adicciones y la neta sí me ayudaron. Me querían encerrar, güey, que porque estaba ya al borde de la esquizofrenia. Esto fue finales de 2019.
Es que era mucho trabajo, Daniela. Un día nos sentamos Sue y yo a platicar y nos dimos cuenta de que desde que nació nuestro hijo nos dedicamos ora sí que a machacarle a la chamba y a salir adelante y si nos habíamos olvidado nosotros de eso que teníamos, de ser aventureros, una pareja, como que nos dejamos un poco o un mucho y nos empezamos a alejar. La intimidad era lo que nos tenía bien cerca. A mí me ayudaron en la clínica y me sentí mucho mejor. La doctora no me quería dejar salir, pero le dije: «no, doctora, tiene que dejarme salir, yo voy a regresar, voy a hacer un esfuerzo y de verdad quiero estar bien». Me querían dar medicamento, pero no lo acepté, lo tomé una semana para poder dormir, y ya de ahí traté de autocontrolarme. Me metí al karate, corría, hacía yoga, bailaba, necesitaba yo sacar ahí como la maldad. Y ya que andaba yo más o menos, Sue se empezó a sentir mal y a enfrentar también esas crisis de ansiedad.
De la clínica regresó cambiada. Se empoderó bien perro. Sacó su propia página de títeres. Y a mí esa madre me ayudó como a quitarme la ansiedad de ser el proveedor. Porque yo tenía antes esa ansiedad de… uta madre, hoy no metí nada a la casa. Pasaba otro día y a la madre, hoy tampoco.
Pues ya la neta no sufro, nunca traigo la ansiedad esa de que a lo mejor mañana no tiene que comer mi hijo o mi esposa. Sé que dios provee y más si nosotros estamos convencidos de nuestro trabajo y nuestro talento. Ahora siento la confianza de decir que somos buenos en nuestra chamba. Soy creativo con la onda del teatro. Desde que era niño recortaba mis historietas y les daba voz, ya jugaba yo al teatro desde que tenía 4 años. Entonces, tengo facilidad, me gusta contar historias y veo a Sue con una facilidad así bien chingona para hacer producción. Tú viste ya los títeres.
Conocí a Alma Cardoso porque ella vio El Evangelio de Quetzalcóatl y luego De hombres y de ratones. Ella vio nuestro trabajo y nos estuvo siguiendo. Nos hacía criticas artísticas. Decía que era increíble cómo hacíamos historias pocamadres con tres pesos. Y sí, lo cierto es que la mayoría de nuestras obras no usan grandes recursos de escenografía, ni utilería, ni nada. Casi todo es trabajo corporal, trabajo de iluminación, vestuario, una escenografía ligera y es impactante, a la gente le gusta mucho, a mí me gusta mucho lo que hacemos.
Luego Alma se fue a vivir a Puebla y supongo que ahí conoció a Itzel (de Técnicas Rudas). En 2020, Itzel me llamó para ir al taller de Puebla. Todavía andábamos ahí con varios roces Sue y yo. Yo quería que fuéramos los dos, porque a mí la neta me gusta andar siempre con Sue a todos lados. Pero me dijo Itzel que solo podía pagar nomás a uno. Y que yo era el recomendado.
Así llegué yo y ahí me di cuenta de que la mayoría de las participantes eran mujeres. Sí me sentí un poco avasallado. En primera, porque llevaba un buen rato encerrado, no había salido a ningún lado. Andaba yo un poco freak out.
No sé, siento que estamos como en un momento histórico, donde hay una transformación no sólo en México, con respecto a la ideología femenina. Como que estos son los años en los que las mujeres están haciendo una revolución y que la verdad yo me he sentido que soy parte del problema, ¿me entiendes? No tanto por decisión propia sino por la propia cultura, pues. Que yo ya traigo ese pedo del machismo pues ya metido como forma cultural. Y crecí entre puras mujeres, me criaron mi mamá, mis tías, y aun así me metieron la idea machista, porque yo era hombre.
Yo sí estoy de acuerdo con esta revolución femenina que se está dando y entiendo esas cosas, como de, pues yo no puedo ser feminista, ¿no?
Cuando llego al taller de Puebla, la neta es que, a la madre, pues, mujeres poderosas, ¿no? Bien poderosas. Me sentí chiquito, güey. Me sentí apantallado, reservado, ¿no? Reservado a no decir una pendejada. Y a lo mejor la dije…
El último día del taller en Puebla mi camión salía tarde y no sabía que hacer. Itzel nos invitó a su casa, y llegamos ahí Raquel, Arturo el músico y yo. Entonces escuché más de cerca la historia de Raquel y hasta nos puso unos audios de Gema, su hija, donde ella le canta a su papá. Apenas se estaba planteando que íbamos a hacer un proyecto. Y entonces dije: «¡ah, ya se! ¡La historia de Raquel!».
La verdad es que me movió mucho escuchar el audio de Gema. En esos días del taller, recuerdo que llegaba en las noches al hotel a desenrollar el casete de todo lo que había escuchado y era muy impactante. Le hablaba a Sue en las noches y le decía: «no mames, aquí está gruesísimo el pedo. La gente que está aquí es gente que esta verdaderamente sufriendo bien cabrón». Y cuando oí la historia de Gema, pensé: «no, pues yo quiero contarles algo bonito. No quiero que mi narrativa se clave tanto en la violencia y en todo eso que ellas ya vivieron».
Sin embargo, tampoco podía dejar de contar la historia.
Mi idea original era hacer un teatro de títeres de sombra y presentarlo al colectivo. Pero cuando lo propuse, Itzel me dijo: «¿y cómo vamos a mostrar ese material? Busca la manera de ver cómo podemos hacer que ese trabajo que estas haciendo pueda ser proyectado al mundo».
Entonces pensé hacer un trabajo audiovisual. Me habían invitado a participar en un festival de cortometraje internacional 48 hora en México. Fui con un gran amigo mío que está en dirección de cámaras y durante cuatro o cinco días estuvimos hablando de Gema. Yo ya llevaba un story board hecho por un dibujante de Coatzacoalcos que se llama Rafael, le dije que quería hacer la animación. Mi amigo me empezó a prestar sus lentes de cámara y empecé a experimentar el trabajo visual. Ya había hablado con Sue para que me hiciera el títere de Gema. Quería contar cómo toda esta tragedia podía traerle algo en el futuro a Gema.
Una visión positiva acerca de la no presencia física de su padre de Gema. Y para no cagarla, por supuesto con su consentimiento de Raquel le dije: grabamos tu voz.
Siento que se hace como una catarsis, porque también al final quieren que informe. Que tenga varios elementos reales, de nuestro mundo físico, pero también de reconstrucción social y emocional tanto para Raquel como para Gema y para el colectivo. Y también pues que se vea el trabajo de títeres. Que Gema se vea reflejada ella misma en un títere animado, que es feliz.
Yo soy muy directo. Si veo algo y quiero expresar mi opinión la digo. Últimamente he estado trabajando en eso y he estado de un año para acá, tratando de manejar las verdades de la forma más amorosa posible. Me he dado cuenta de que una opinión puede ser emitida desde una posición de amor. Mi esposa me ha dicho que no tengo tacto. Otras personas me lo han dicho, que la forma en la que me dirijo a las personas es muy brusca. Y neta pues me tocó aprender así. Sin embargo, ahora entiendo que hay formas amorosas de ser directo. Que puedo decir mi opinión tratando de no llevarme por la emoción
También me volví karateca y la neta me madrean duro. El entrenamiento también ha sido fuerte y he aprendido a controlar mi lado emocional. Aprendí a aguantar golpes. A esquivarlos, acomodarte, saber recibirlos y seguir adelante. Y esta filosofía me ha enseñado muchísimo a saber tratar a la gente. Porque como te digo yo vengo de una familia disfuncional, porque mi papá se fue y mi mama se traumó. Y a mí nadie nunca me enseñó a lavarme los dientes, o a rasurarme o a peinarme, a nada, pues. Mi mamá nos daba de comer y rara vez nos daba un abrazo. Como que la ondeó a ella emocionalmente toda la situación y mi hermano y yo crecimos ahí a la brava.
El día de la búsqueda… en realidad, no quería ir. Sí me paré temprano y fui, pero la neta no quería ir porque mi hermano es periodista y pues yo vivo aquí en Coatzacoalcos. Y pues sí soy una figura pública, o sea, la gente sí me ubica.
A mí, gracias a dios, no me han quitado a nadie de mi familia. Tengo un tío que se lo llevaron y lo soltaron. Pero aquí quien ha levantado la voz pues desaparece. La neta es que vivir en Coatzacoalcos y estar visible en esos movimientos es poner en riesgo a tu familia.
Ese día Sue me decía que no fuera. Mi madre me decía que no fuera. Pero yo decía: «tengo el compromiso». Fui y no los alcancé. Hasta el propio taxista que me trajo de vuelta me dijo: «qué bueno que llegaste tarde».
Al final, supongo que por algo pasan las cosas. La verdad es que no necesitaba ir para hacer el trabajo y no puedo yo… si quieres táchame de cobarde o de lo que quieras, pero la neta es que andar en el movimiento de los desaparecidos es demasiado para mí. Soy demasiado sensible o lo que quieras, y se me hace algo muy duro.
Mi trinchera, mi lucha, está en el arte. Si voy a protestar o a levantar mi voz va ha ser de ese modo y de esa forma porque es lo que yo puedo hacer. Es mi forma de poner mi grano de arena.
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