En el año 2020, el año de la pandemia, casi dos personas fueron desaparecidas cada día en el estado de Guanajuato. Mientras la población se confinaba en sus casas para salvarse de los contagios del virus, mujeres del estado se organizaron para buscar a sus ausentes. Hoy hay 13 colectivos en la entidad, la mayoría de ellos fundados en este año de confinamiento.
Texto: Daniela Rea
Fotos: Zahara Gómez
GUANAJUATO.- Organizarse y buscar. La urgencia lo amerita: 653 personas fueron desaparecidas y 204 cuerpos fueron encontrados en fosas clandestinas, sólo el año pasado. En Guanajuato, decir que las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos han resistido a dos pandemias, no es una exageración.
Por un lado, la pandemia de covid-19, que en esta entidad ha dejado más de 11 mil personas muertas y 135 mil personas contagiadas. Por otro lado, Guanajuato es el estado del país con el mayor número de crímenes, a pesar de que no es el que tiene más población. En el 2020 fue el estado que más homicidios dolosos tuvo durante el 2020, con 3,359 homicidios, la mayoría con arma de fuego; con estos datos la tasa de es de 75 muertes por cada 100,000 habitantes y según la Organización Mundial de la Salud una tasa arriba de 10 muertes violentas se considera una pandemia.
“Ya somos una pandemia, los grupos crecen como van creciendo los desaparecidos. Si nosotras no nos hubiéramos levantado y perdido el miedo y buscar a nuestros desaparecidos en la tierra no se sabría de este problema, de los desaparecidos y de las fosas. Todavía la ignorancia nos sigue rebasando, la emergencia de violencia también; aún hay mucho temor y mucho desconocimiento de qué hacer”, dice Edith Lendechi, que busca a su hija Betzabé, y que con otras compañeras fundó un colectivo en marzo del 2020.
Los colectivos de búsqueda de desaparecidos, acompañados por activistas, académicos y grupos solidarios, revirtieron en este año el discurso del gobierno estatal que negaba la crisis de desapariciones y de fosas clandestinas. Así, de contabilizar poco más de 800 desapariciones, la Fiscalía del estado tuvo que reconocer que hay más de 2 mil denuncias de desaparición acumuladas en la última década. Además de organizarse y fundar colectivos, pelearon en el Congreso la Ley de Declaración Especial de Ausencia y encontraron varias fosas clandestinas: en agosto 10 cuerpos en Juventino Rosas; en septiembre 16 cuerpos en Irapuato; en octubre 43 cuerpos en Cortázar; en octubre 79 cuerpos en Salvatierra, en Acámbaro 73 bolsas con restos humanos, por mencionar algunas.
Y organizaron una Caravana de búsqueda en vida de personas desaparecidas. Durante una semana, las familias acudieron a Semefos y penales y plazas para mirar las fotos de los cuerpos encontrados y no identificados y mostrar las fotografías de sus desaparecidos vivos.
Mirar las fotos de esas personas en vida y mirar las fotos de los cuerpos encontrados, proyectados en las pantallas del Semefo representó un quiebre emocional devastador para muchas de las asistentes, imaginar que alguno de esos rostros desfigurados y descompuestos podría ser el de su desaparecido; o imaginar las mil formas de morir que pudieron pasar sus desaparecidos: descuartizados, quemados, rociados con ácido, a balazos, a golpes…
En Irapuato los habitantes han tenido que aprender a mirar a los desaparecidos. Desde el año 2019 en esta ciudad del centro del estado familiares salen a la calle a marchar para exigir la búsqueda de los ausentes.
No es fácil hacer que la gente mire a los desaparecidos, menos en un estado conservador donde apenas en los últimos años se han gestado organizaciones ciudadanas para exigir sus derechos ambientales, reproductivos y de seguridad.
Por eso, la marcha de mayo que cruzó la principal avenida de la ciudad y terminó en la principal plaza, la de los fundadores, fue importante para los distintos colectivos de esta y otras ciudades del estado.
“Queremos que la gente vea el rostro de nuestros desaparecidos y nos diga si los ha visto, dónde podemos encontrarlos, aunque sea de manera anónima, no queremos culpables, queremos a nuestros hijos”, dijo Patricia Barrón, que busca a su hijo Kevin Damián y su esposo Juan Rodríguez, desaparecidos en junio del 2019 en esta ciudad.
A mediados de abril un grupo de familiares de desaparecidos de distintas partes del estado acompañadas por un convoy de la Comisión Estatal de Búsqueda con Protección Civil y guardia Nacional llegaron a Juventino Rosas, cruzaron el pueblo, famoso por sus brujos, y se internaron a una zona de sembradíos. Ahí, en medio de milpas y tierra a medio trabajar, llegaron a un pozo de agua de unos 20 centímetros de diámetro, del que salía un olor putrefacto. Durante un par de horas personal de la CEB y Protección Civil maniobraron cámaras y pinzas para sacar dos cuerpos que estaban en su interior.
Las mamás habían llegado ahí unas semanas antes buscando una fosa clandestina, hasta que dieron con ese pozo y avisaron a las autoridades. Apenas reponiéndose el estado de la más fuerte ola de contagios de covid-19 y empujados por la insistencia de las familias de distintas partes y colectivos del estado, se hizo el rastreo.
“Habíamos recibido información de que ahí podía haber una fosa y así dimos con el lugar”, dice Conchita Sierra, oriunda de Juventino Rosas y quien busca a su hija Luz María García Sierra, desaparecida en enero del 2018. Ella es parte del colectivo Luz y Justicia que este 13 de julio cumplió un año de fundarse.
“Nos empezamos a organizar porque mirábamos que las autoridades no hacían nada al respecto de la investigación de nuestros desaparecidos, nos dimos cuenta que solas no podíamos ante el mundo, la sociedad, las autoridades; que como dicen la unión hace la fuerza, fue de ahí que decidimos formar el colectivo, éramos 12, 15 personas, familias, ya llegamos a 56”.
Se han organizado por wasap, no sólo por las dificultades propias de la pandemia, sino porque las integran familias de distintas partes del estado como Villagrán, Cortázar, Celaya, Valle de Santiago, Apaseo el alto y Apaseo el grande. Esto se debe a la sospecha de que personas desaparecidas en un municipio pueden ser llevadas a otro, incluso a otro estado, y por eso la búsqueda no debe ceñirse a un solo territorio. Además de que las familias han asumido que en esa búsqueda colectiva, sino encuentran a su hijo encontrarán al hijo de alguien más y así alguna familia más encontrará al suyo.
–¿Cómo se explica la existencia de 13 colectivos en Guanajuato?– se le pregunta a Conchita.
–Por falta de respuesta de las autoridades y por tanta violencia de desaparecidos. También porque hemos tenido que encontrar formas de organizarnos y no es fácil, buscar no es fácil, hay dolor, hay miedo, uno pierde el trabajo y tiene que pagar de su bolsa para el transporte, para checar carpetas, para las copias y eso tensa mucho organizarnos. Pero aquí estamos todas buscando a nuestros desaparecidos.
Cielo busca a su mamá Betzabé, desaparecida en el año de la pandemia, el 4 de noviembre del 2020. Betzabé, de 31 años, es trailera y la última vez que se supo de ella iba a bordo de un Uber, con rumbo a Apaseo El Grande en la colonia Castellana. Su familia no supo de ella y a las 2:37 de la madrugada cuando se apagaron sus teléfonos.
Cielo tiene 17 años y junto con su abuela Edith Lendechi, forman parte del Colectivo Proyecto de Búsqueda, en Celaya. Edith fue a la Fiscalía General de Justicia a presentar la denuncia por la desaparición de Betzabé, pero no le volvieron a llamar sobre avances o pistas para encontrar a su hija.
“Me sumé a la búsqueda para cuidar a mi abuelita Edith”, dice Cielo. “He ido a búsquedas y me ha tocado ver, mi primer día de búsqueda esa vez sacamos a dos. A mi me gusta buscar porque conozco gente, veo a sus familiares sacar cuerpos, veo a la gente trabajando. Mi mamá me diría: hija haz lo que tu deseas, creo que está orgullosa de mi de que estoy haciendo algo por ella, por encontrarla”.
En marzo del 2021 Edith y otras familias de Celaya se unieron para exigir juntas la búsqueda de los desaparecidos y así fundaron el colectivo Proyecto de Búsqueda. Pegaron folletos de sus desaparecidos en Celaya, Apaseo el Grande y Apaseo El Alto. Como las familias de otras zonas del estado, se guían por la información anónima que les llega para buscar, aunque casi siempre buscar personas enterradas.
Las familias que buscan no han salido ilesas. El 29 de mayo Javier Barajas Piña fue asesinado en Salvatierra. Él buscó y encontró a su hermana, la maestra Lupita, que fue desaparecida en el 2020 y su cuerpo encontrado en Salvatierra un año después. Al terminar la búsqueda de su hermana se incorporó a la CEB y en ese contexto fue asesinado. La muerte de Javier cimbró los ánimos, de por sí en el límite de las familias.
En los colectivos de Guanajuato hay varias compañeras amenazadas que han tenido que sujetarse a la protección del Mecanismo Federal de Protección a Defensores y Periodistas.
En todo el estado hay compañeros que recibieron amenazas después de sacar a uno de sus hijos de un centro de rehabilitación porque lo maltrataban, y una más a quien le fueron a balear el portón de su casa.
“Esta muy complicado, más de lo que quisiéramos”, dice otra compañera que pidió anonimato. Un día antes de esta entrevista mataron a 3 personas en la misma cuadra donde vive una buscadora, que justo volvía de una reunión con el Mecanismo que acudió al estado a verificar los distintos casos de compañeras en riesgo. Y apenas en agosto un grupo de compañeras que acudió a Cuerámaro a buscar, fue perseguido por hombres armados quienes les dispararon, mientras ellas corrían entre milpas para esconderse. Tres horas, hasta las 11 de la noche, tardaron las autoridades en rescatarlas, a pesar de que habían activado el botón de pánico del Mecanismo de Protección.
“Entre la violencia y la pandemia es muy difícil buscar a nuestros desaparecidos, pero si nosotras no buscamos ¿quién lo va a hacer?”.
Este trabajo fue apoyado por el Fondo de Emergencia para Periodistas COVID-19 de la National Geographic Society. / This work was supported by the National Geographic Society’s COVID-19 Emergency Fund for Journalists.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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