¿Qué daño hace una lengua? ¿Por qué no dejan que seamos lo que somos? ¿Cuántos años más vamos a aceptar la discriminación por hablar una lengua milenaria? ¿Hablar una lengua extraña es garantía de trabajo en el mundo?: Esto preguntaba Gaudencio Mejía
Kau Sirenio
La primera vez que me encontré con Gaudencio Mejía Morales supe que era tà savi (hombre de la lluvia) por la forma en la que abordaba la filosofía ñuu savi (pueblo de la lluvia [ mixteco]). Sin detenerse en la conversación sobre su origen, se trasladaba al plano internacional para hablar de Guatemala, donde estuvo como observador de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala (Minugua, por su sigla en inglés).
Mientras degustamos un trago de mezcal que llevó de Chilapa y escuchamos música que él grabó con su equipo en Momostenango, Guatemala, compartía su experiencia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su plática está cargada de nostalgias y frustraciones sobre el movimiento indígena en el mundo.
Cuando aterrizaba en Guerrero decía: “Para nadie es desconocido que las lenguas indígenas son discriminadas oficialmente y de forma tácita; pero nada parece importar que la lengua de la lluvia, conocida como ‘mixteco’, la hable el cuarto pueblo originario más numeroso de México, después de los nahuas, los mayas y los zapotecos”.
De ahí empezaba a hilar su crítica no solo a las instituciones, sino a los propios hablantes: “Pero otro problema es que entre los ñuu savi, muy pocos hablamos, entendemos y escribimos la dulce lengua de la lluvia. Es decir, somos analfabetas culturales en nuestra propia lengua que nos sirve, en mucho, para expresar nuestras necesidades y saberes; conocimientos y sentimientos; valores y cosmovisiones”.
Las discusiones duraban horas o hasta que la botella se vaciaba. Nos centramos en el sonido y forma de la lengua, que nos sirve para comunicarnos; incluso, con nuestros muertos y muertas a través de los sueños. Gaudencio decía: “Ñuu ndivi (Pueblo de los muertos)”; yo le reviraba en mi variante ñuu ndìi esto le acarreaba conflictos y se ponía a anotar en su cuaderno.
La palabra en cuestión no era opuesta: decíamos lo mismo, solo el sonido del vocablo despertaba interés en la conversación. En el mundo ñuu savi, la vida va de la mano con la muerte, con el mundo y con el inframundo; con lo que está arriba y lo que está abajo.
Luego nos adentramos en el territorio histórico que los nahuas bautizaron como Lugar de las nubes, que abarca los estados de Puebla, Oaxaca y Guerrero. Ahora es lugar de la migración en virtud de que sus habitantes se están dispersando en decenas de miles en las grandes urbes y ciudades del país y del extranjero.
Sin detenernos en la definición de los nahuas, si somos mixtecos o ñuu savi, solo afirmamos con orgullo que somos doblemente bilingües: ñuu savi-ñuu sa’an (mixteco-español) y ñuu savi-ñuu yanki (mixteco-inglés). Un contrasentido aparente. Pero dejar nuestro pueblo, a todos nos resulta traumático. Es un comenzar de nuevo. Es enterrar raíces en tierra infértil y empezar la dura tarea de ampliar raíces, ramas y frutos. Esto después puede ser alegría, pero antes, triste recuerdo, pensando en la primera tierra de la primera vida.
Por eso Gaudencio Mejía tarareaba la canción mixteca, ahora cantada en la lengua de la lluvia en Estados Unidos, París, Berlín o Zúrich, como un himno a la alegría y al dolor, porque la gota de lluvia que el viento llevó no ha logrado mojar la tierra para sembrar nueva vida.
“Rufino Domínguez, dirigente de el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), me confirmó tal aseveración en 1995, hace trece años, en Tlahuitoltepec, Oaxaca, tierra de Floriberto Díaz, uno de nuestros primeros dirigentes indígenas», recordaba Gaudencio.
Quien iba a pensar que el tà savi de La Montaña de Guerrero, pronto alcanzaría a Rufino, también hijo de la lluvia. «Cargaba un papel arrugado en la bolsa de su chamarra de lana gorda y cantó en “mixteco” las primeras estrofas en la verdadera y única canción en la lengua de la lluvia, que escribió muchas horas en las noches. No sé si logró escribirla toda, pero Rufino vaticinó, con aires de chamán, que un día alguien la cantaría en la lengua original no prestada», soltó Gaudencio y levantó su jícara de mezcal.
Con bastante mezcal encima, solo le di clic a mi grabadora y empezó a grabar la plática de Gaudencio. Al día siguiente transcribí la conversación, pero el cassette donde se guardó la voz del hijo de la lluvia se dañó. “Años después, el conjuro de Rufino Domínguez, echado en las faldas de las montañas de Tlahuitoltepec, se cumplió a cabalidad. La canción que han cantado millones de mexicanos en español, ahora la canta en la lengua de la lluvia Lila Downs, por supuesto en una de las tantas variantes dialectales de nuestra lengua”.
De ahí, Gaudencio citó al maestro Gabriel Caballero: “Nuestra lengua es dolor y alegría al mismo tiempo. Desgraciadamente, muchos en un tiempo dejamos de hablar la lengua de la lluvia, no por gusto, sino porque de alguna manera se nos hizo creer que no representaba progreso, sino atraso, pobreza, castigos y no tener dignidad, ni posibilidades de superación”.
Gaudencio soltó con tristeza los recuerdos de su tío: “En relación a lo anterior, te voy a contar que un tío paterno, de niño, siempre entre sus consejos me recomendó: ‘No aprendas tu’un savi, no sirve, para qué. No encontrarás trabajo en la ciudad; si lo hablas se burlarán tus compañeros de ti en la escuela’. Y remató con una frase lapidaria: ‘Con la lengua indígena-pobre, no se come’”.
Hace unos años, mi mamá me contó que muchos padres, con tizones en mano, amenazaron a sus hijos e hijas con quemarles la boca si hablaban la lengua de la lluvia. Esto es producto de la campaña sucia que se implementó para según incentivar a los padres a educar a sus hijos. En realidad, fue un crimen de Estado que aún no está tipificado.
“Estos relatos son aún una realidad viviente. Muchos hermanos de la lluvia crecimos en este escenario violento y de escarnio contra nuestra propia cultura, porque el mismo Estado lo fomentó con fiereza institucional a través de la educación-castellanización que impuso desde los años sesenta. ¿Qué daño hace una lengua? ¿Por qué no dejan que seamos lo que somos? ¿Cuántos años más vamos a aceptar la discriminación por hablar una lengua milenaria? ¿Hablar una lengua extraña es garantía de trabajo en el mundo?”, preguntaba Mejía Morales.
Con primaria terminada, algunos ni eso, la Secretaría de Educación Pública formó ejércitos de los llamados “promotores bilingües”, para castellanizar a las comunidades y dio entrada al Instituto Lingüístico de Verano (ILV), que vino a imponer nuevas versiones de religiones con el pretexto de alfabetizar; también regalaron ropa usada y medicinas caducas. Muchos se volvieron pastores de una religión de una cultura ajena a la cosmovisión ñuu savi. Un nuevo colonialismo impuesto, como 500 años.
“Pero lo peor es que la exclusión viene de muy lejos. Nuestras lenguas y sus variantes sufren ya un camino histórico de discriminación institucional desde la colonia que va entre la destrucción, la omisión, la exclusión, la integración y el mestizaje; situando a nuestra lengua como ‘pobre’, tu’un na nda’vi y el idioma oficial dominante tu´un na sa´an; y con ellas a las personas que las hablan, generando una frontera cultural que aún persiste a manera de apartheid”, dijo en esa noche de primavera en Chilpancingo, Guerrero.
Esta parte de la memoria ponía a Gaudencio en un plano sentimental, sabía que pronto volaría con el viento, para cuidar ve’e ndìi (Casa de los muertos). Pero dejó estas palabras: “En Guerrero, la gran mayoría de la población es analfabeta cultural, por desidia, por imposición y por omisión, según sea el caso”.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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