Resulta incontrovertible que debemos alejarnos de los combustibles fósiles si queremos intentar evitar lo peor del colapso climático, pero el asunto es mucho más complejo. No hay energías limpias si consideramos los impactos reales de las energías renovables cuyas tecnologías se producen a partir de más extractivismo
Twitter: @etiennista
“A final de cuentas detrás de todo lo que aquí discutimos está nuestro consumo de energía, ¿no es así?”
–activista japonés en el Tercer Encuentro Internacional de Afectados por las Presas y sus Aliados
(Temacapulín, Jalisco, octubre de 2010).
Hace unos quince años cuando empezaba en la docencia sucedió algo que me ha vuelto a sopetones a la memoria. Impartía política del medio ambiente, la asignatura final era un ensayo y una alumna había elegido escribir sobre lo que aquejaba a la industria petrolera nacional. En una larga charla intenté persuadirla de cambiar el enfoque de su ensayo, puesto que el petróleo era “parte del problema” y en todo caso lo importante era alejarnos de la dependencia creada con este combustible fósil no renovable. Yo, que años atrás había llegado de un posgrado en el extranjero (en medio ambiente y desarrollo) me impuse, al menos con mi orientación. Ella, hija de un trabajador de PEMEX, sabía perfectamente la importancia del tema que eligió. Tiempo después entendí que el ignorante en ese diálogo que sostuvimos era yo.
A estas alturas resulta incontrovertible que debemos alejarnos de los combustibles fósiles si queremos intentar evitar lo peor del colapso climático. Pero el asunto es mucho más complejo y más para un país con una historia y un presente como los nuestros. La transición energética tomará tiempo y más si aspiramos a hacerla de manera socialmente justa y cautelosa ambientalmente. Porque no hay tal cosa como energías limpias si consideramos los impactos reales, locales y planetarios de las energías renovables cuyas tecnologías se producen industrialmente a partir de más extractivismo y cuya implementación demanda cambios significativos en grandes extensiones de territorio. Esto, al menos para satisfacer el consumo energético y material que la suma que quienes son más pudientes en México, demanda (el impacto de las personas pobres es mucho menor dados sus bajos niveles de consumo). De ahí que el principal problema a atender, como el sabio japonés nos recordó, es nuestro modelo de desarrollo, dada, entre otras cosas, la inmensa y siempre creciente energía que requiere.
Volviendo al suceso con mi alumna me queda claro que las visiones encontradas emanaban de nuestros distintos orígenes y entornos. Como sucedió con generaciones sucesivas, me formé inicialmente en el periodo neoliberal. En cuatro años de carrera jamás escuché que se cuestionara el neoliberalismo. Poco antes de graduarme el levantamiento zapatista irrumpió el escenario nacional, y eso abrió, en mi entorno como en el de tantos en el país, al menos una conversación. Pero, sobre todo, no tuve en mi entorno familiar o cercano a empleados de PEMEX ni de la CFE – industrias energéticas nacionales que para bien y para mal tanto han significado para México. De manera que, para lo que mi alumna era experiencia vivida a través de circunstancias familiares y seguramente enriquecedoras conversaciones, yo lo tendría que aprender.
El tema de la energía es fascinante, complejo y con innumerables aristas. Algo de lo que estoy convencido es que los simplismos poco ayudan, aún cuando se tiene una visión sistémica del problema. Esta fue mi percepción al ver el episodio Energía de la muy valiosa serie documental El Tema. Centrado en los efectos de la industria petrolera en Tabasco (y particularmente de la controversial refinería de Dos Bocas) tanto en los ecosistemas locales como su contribución a la crisis climática, la narrativa del episodio se centra a nivel sistémico en el sistema capitalista, lo cual es muy acertado, pero en el ámbito del escenario mexicano pone un solo culpable. El episodio cierra así: “PEMEX es incapaz de regresar el ‘milagro’ mexicano, pero sí puede seguir acelerando la crisis climática”. Me surgieron un montón de preguntas, y agradezco a los colegas (algunos entrañables amigos) de El Tema por abrir una conversación que definitivamente debemos tener y mantener en el tiempo.
El tema de la energía comprende en realidad muchos temas. Uno de estos tiene que ver con la soberanía y la seguridad energéticas, principios que claramente guían la política energética del gobierno de López Obrador, más que un inexplicablemente absurdo retorno al pasado. Lo que también es cierto es que parecemos estar en una especie de impasse, en el que el rumbo no está del todo claro y se tienen agendas pendientes, como la reorientación del impulso a las energías renovables, particularmente la solar y la eólica.
Para entender mejor más algunas cuestiones recurrí a conversar con dos personas con amplísimo conocimiento en cuestiones energéticas: por un lado el periodista Manuel Hernández Borbolla, quien entre otros temas se especializó en el energético (famoso también por la pedagogía de sus hilos en Twitter), y por otro, Fluvio Ruíz Alarcón, analista del sector petrolero y exconsejero profesional de PEMEX hasta 2015. No haría justicia en intentar plasmar aquí todo lo aprendido y la cantidad de información y anécdotas compartidas, pero verteré algunas cuestiones que me parecen centrales para seguir esta conversación en torno a la energía y nosotros –sí, tú que lees, yo, todos.
Lo que hoy ocurre en el ámbito político-legislativo tiene que ver con cómo resolver, de cara al futuro, un montón de problemas heredados. Por ejemplo, el debilitamiento cada vez mayor de las empresas productivas del Estado (PEMEX y CFE) en aras de la “libre competencia” y la inversión de capitales, y un arreglo institucional armado en la Reforma Energética de 2014 que resultó en un modelo innecesariamente agresivo hacia las empresas productivas del Estado. Como lo pone Ruíz Alarcón, dicha reforma prometió mucho y logró poco, y nos dejó, en el ámbito de gasolina y gas natural, con una dependencia enorme de nuestro vecino del norte. La política energética neoliberal, que en realidad inició desde la década de 1990, condujo al escenario actual, en el que entre 60 y 65% de las gasolinas y petroquímicos que consume el país son importados. Para Ruíz Alarcón, esta dependencia pasó a ser de franca vulnerabilidad para el país.
En este sentido, y estrictamente desde el punto de vista de reducción de emisiones de efecto invernadero, hace sentido refinar, al menos durante las próximas décadas, nuestras gasolinas y otros combustibles de alta refinación, en lugar de transportarlos miles de kilómetros. Y es que la demanda no hace sino crecer. Un claro ejemplo son las gasolinas para vehículos automotores. Según el INEGI el país tenía en 2019 más de 50 millones de vehículos, y la curva de crecimiento, particularmente en años recientes, es verdaderamente escalofriante. Habría que repensar y verdaderamente presionar(nos) para cambiar radicalmente nuestras ciudades y las formas de movernos, invirtiendo como nunca en transporte público masivo (trenes incluidos). Soluciones para mitigar este problema existen: como lo plantea Ruíz Alarcón, con un impuesto de 50 centavos por litro de gasolina vendida en la Zona Metropolitana del Valle de México, por ejemplo, se lograría una recaudación de $4 mil millones de pesos al año, suficientes para transformar radicalmente la movilidad de la ciudad (algo parecido hizo la ciudad de Bogotá para construir su sistema Transmilenio). Personalmente, me parece más productivo encaminar nuestra energía social a este tipo de políticas y propuestas, por ejemplo, en lugar de seguir señalando a la empresa estatal –porque si no viene de PEMEX ese combustible simplemente lo proveerá Shell, BP, o cualquier otra transnacional. Además, como bien apunta Ruíz Alarcón, un error fundamental es considerar al petróleo como una mercancía más (ignorando la dimensión geopolítica), en el mismo sentido que es erróneo equiparar una empresa del Estado a una corporación. En el caso de PEMEX podríamos decir que en cierta medida todo lo bueno y lo malo del Estado, desde la educación y los sistemas de salud pública hasta los aparatos represores, fueron, por décadas, financiados con la riqueza petrolera. Una transnacional, en cambio, responde legal y exclusivamente al interés económico de sus accionistas.
La forma en que se concibió la transición a energías renovables durante las administraciones de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto ha sido ampliamente discutida y habremos de seguir haciéndolo, no menos porque la cosa está irresuelta. Además de la conflictividad derivada de los megaproyectos eólicos y solares en el Istmo de Tehuantepec (muy recomendable el documental Gente de Mar y Viento (2016) de la directora Ingrid Eunice Fabián González) y ahora en la Península de Yucatán, el costo a la CFE y al Estado mexicano en su conjunto ha sido inmenso, como fue recientemente denunciado por el presente gobierno que como respuesta busca, frente a todas las barreras, dejar de beneficiar a generadores privados beneficiados con subsidios y precios simulados a expensas de la CFE.
¿Podría hacerse de otra manera? Sí, modelos comunitarios existen, a través de cooperativas y otras formas asociativas, todas ellas por cierto impedidas por la misma Reforma Energética de 2014, concebida por -como lo pone Fluvio Ruíz Alarcón- verdaderos talibanes neoliberales. En cualquier caso, y esta es una posición personal, lo público, cuando es resguardado por el Estado, y lo comunitario, conformado por personas organizadas, son parientes y se pueden entender bien, como lo muestran experiencias en otros países (caso uruguayo, por ejemplo).
Sin embargo, queda claro que el actual gobierno y las cámaras legislativas deben mucho en materia energética de cara a las múltiples crisis ecológicas que enfrentamos, pero tampoco tenemos que quedarnos de brazos cruzados. Hay personas, colectivos y redes que están en estos mismos momentos buscando cómo incidir en la realidad, explorando las grietas de un sistema aún sumamente restrictivo para cambiar la realidad energética de pueblos y comunidades. Pero de eso hablaré en una próxima entrega.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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