El repunte de la violencia ensombrece el segundo informe trimestral de AMLO y la “celebración” del tercer año de las elecciones del 1 de julio de 2018, que dieron origen a la llamada “cuarta transformación”
Twitter: @chamanesco
El próximo jueves, cuando rinda su segundo informe trimestral de 2021 y celebre los tres años de las elecciones de 2018, el presidente Andrés Manuel López Obrador tendrá un problema: cómo rendir cuentas sobre una política de seguridad y combate al crimen que evidentemente ha fracasado.
Las cifras de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana son claras: en el año 2021, el tercero de la “cuarta transformación”, se ha registrado un nuevo repunte de la violencia, como también ocurrió en 2019 y 2020.
Según las cifras oficiales, el año inició con 2 mil 835 homicidios dolosos, en enero; continuó con 2 mil 628 en febrero; 2 mil 944 en marzo; 2 mil 857 en abril y 2 mil 963 en mayo.
Suman 14 mil 227 homicidios en los primeros cinco meses del año, y junio no pinta mejor.
Tan sólo en los últimos 10 días, se han registrado hechos sangrientos como la masacre de Reynosa, Tamaulipas, con 15 civiles asesinados a mansalva por un comando, el pasado sábado 19.
El multihomicidio de cinco personas en Macuspana, Tabasco, el mismo sábado. El asesinato de siete personas en un taller de bicicletas en Salvatierra, Guanajuato, (lunes 21). La riña en el penal de Villahermosa, Tabasco, que causó la muerte de seis internos (martes 22). El ataque a una vivienda en Fresnillo, Zacatecas, donde murieron siete personas, y la aparición de dos policías potosinos que fueron colgados en un puente en la misma entidad (miércoles 23). El enfrentamiento en el que cayeron 18 personas, también en Zacatecas (viernes 25).
Más los que no llegaron a las páginas de los periódicos.
El país no está en calma, como dijo el presidente este domingo en una gira por Baja California.
En este país, diariamente hay grupos criminales disputando el control de territorios, rutas de trasiego de droga y todo tipo de negocios clandestinos, con cada vez mayor capacidad de fuego.
A la detestable violencia se suma la vergonzosa impunidad con la que estos asesinatos ocurren.
Sean policías, expolicías, presidentes municipales, candidatos o precandidatos, diputados en funciones o electos, periodistas, defensores de derechos humanos, líderes yaquis, activistas sociales, campesinos, soldados o civiles, o ciudadanos caídos en medio de un fuego cruzado, el signo característico de la gran mayoría de los homicidios es la impunidad.
La “explicación” dada en un primer momento por las autoridades de Reynosa, luego de la masacre del sábado 19, podría escribirse como explicación en la averiguación previa de todos esos crímenes: “fueron balas perdidas”.
Balas que nadie pudo o nadie quiso detectar e incautar antes de que cruzaran por alguna aduana de la frontera entre Estados Unidos y México; balas que ninguna autoridad –sea municipal, estatal, federal o militar– pudo detener antes de ser disparadas.
Balas que nadie ha podido rastrear, para llegar al arma de la que salieron y a la mano ejecutora que jaló el gatillo. Balas que siguen ensangrentando a México en el sexenio de López Obrador.
Balas que evidencian que en México no hay monopolio estatal del uso de la fuerza, y que la ciudadanía está a expensas de la acción de grupos criminales.
Balas que rebasan a las autoridades y delatan el fracaso de la supuestamente nueva estrategia de la administración lopezobradorista, que ya tiene un lamentable récord de casi 88 mil homicidios dolosos ocurridos entre diciembre de 2018 y mayo de 2021.
Malas cifras para una administración que prometió detener la guerra contra el narco o entre narcos, acabar con la violencia y apostar a la pacificación del país con un seguimiento diario y programas de combate a la pobreza.
De poco o nada han servido las reuniones mañaneras del gabinete de seguridad, encabezadas por el propio presidente en Palacio Nacional. De poco o nada, la creciente militarización o la creación de la Guardia Nacional. De poco o nada, la política de abrazos-no balazos y los guiños a los criminales para que “se porten bien”.
Las cifras oficiales evidencian que nada de eso ha sido suficiente, y que la realidad requiere algo más que discursos, largas conferencias mañaneras o informes trimestrales para ser modificada.
Hace tres años, más de 30 millones votaron por un cambio político profundo, que modificara, sí, las formas de los anteriores regímenes; que acabara con la corrupción, los abusos, los despilfarros y la opulencia de la clase política.
También se votó por pacificar al país, serenarlo y acabar con la sangría iniciada durante los gobiernos del PRI y del PAN.
Nada de eso ha ocurrido. Ya son tres años de aquella histórica elección, y el tiempo se sigue consumiendo.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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