Hablar de autocuidado, descanso y placer parece una frivolidad pero no es así. Ponerlos en el centro del debate debe ser una construcción colectiva. ¿Qué implica descansar en nuestra sociedad precarizada? ¿Cómo vamos a ser más felices y sanas si no podemos pausar nuestros cuerpos y nuestras mentes? ¿Es acaso un lujo y no un derecho?
Twitter: @tuyteresa
Cuidarse, cuidar y ser cuidada/o es uno de los pilares de la vida. Sin embargo, el modelo económico y la precarización laboral han limitado seriamente las condiciones para el descanso, el divertimento y el cuidado de sí, al punto, que hoy parece más un privilegio que un derecho.
En la última semana, he tenido conversaciones con mujeres de distintos ámbitos, ocupaciones y profesiones. Escucho una y otra vez la tremenda carga de trabajo, la doble y triple jornada que se intensificó durante el último año con la pandemia.
La respuesta ha sido la misma: estamos agotadas: cocinando, limpiando, lavando, cuidando de hijos e hijas, de personas de la tercera edad o con alguna discapacidad. Trabajando extensas jornadas con un ingreso insuficiente y también, realizando labores de cuidado en sus hogares.
El sistema económico se beneficia del trabajo sin pago que millones de mujeres realizamos cada día. Quienes tienen más recursos pueden contratar a otras personas -mujeres en su mayoría- para tener un poco de tiempo libre.
Las mujeres que cuidan o realizan trabajo de limpieza también están en condiciones de precarización. Ellas también dejan a otras mujeres al cuidado de sus hijos e hijas, abuelos, o personas con discapacidad para ir a trabajar cuidando de otros.
Este fenómeno es conocido como carga mental -diría que también es física- y sucede porque muchas mujeres estamos trabajando dobles o triples jornadas. Esto no es nuevo, sólo que ahora está documentado y comienza a ser un tema de interés público.
Es aquí cuando la dimensión del autocuidado hace su aparición. Recientemente organismos internacionales lo han conceptualizado como un tema de interés público, de medicina preventiva y de políticas públicas.
Desde el feminismo, el autocuidado es una dimensión política y filosófica porque pone en el centro, el bienestar de las mujeres.
También es un tema de clase, porque se convierte en un privilegio disponer de tiempo libre para descansar, para tomar una pausa… para repensar la vida. Y no todas las personas disponen de “tiempo libre” para tomar distancia, descansar vacacionar.
En estas ricas conversaciones, una joven mujer trabajadora me decía que el autocuidado no es tan simple como hacer yoga o leer libros de autoayuda. De acuerdo. Es un tema profundamente político y filosófico. Cuidar de nosotras, proveernos, vivir en entornos libres de violencia, en ocasiones, parece una utopía.
Pero tampoco podemos esperar a que caiga el patriarcado para generar las condiciones del autocuidado radical.
Podemos comenzar paso a paso, en rebeldía como siempre lo hemos hecho: redefiniendo las tareas, cuestionando la distribución de las cargas dentro de casa, dejando de normalizar que siempre nos toca a nosotras por ser mujeres.
Urgen políticas públicas de cuidados: esto incluye licencias de paternidad, redistribución de las tareas en el hogar. También, implica repensar el cuidado colectivamente y traducirlo en términos del presupuesto público.
Uno de los ejes más relevantes de lucha feminista durante el siglo veinte fue el sufragio femenino, así como los derechos civiles y políticos. Más tarde, la agenda se centró en los derechos sexuales y reproductivos. Hoy toca revisar el tema de los cuidados y del autocuidado desde una mirada estructural.
¿Qué implica descansar en nuestra sociedad precarizada? ¿Cómo vamos a ser más felices y sanas si no podemos pausar nuestros cuerpos y nuestras mentes? ¿Es acaso un lujo y no un derecho?
Luego de jornadas de 14 horas diarias cuidando a dos mujeres de la tercera edad en las Lomas de Chapultepec, mi madre regresaba a casa por la noche a preparar comida y medicamentos para mi hermano enfermo, mi padre y mi abuelo de 89 años. Los fines de semana luego de lavar la ropa de casi toda la familia -yo lavaba la mía desde los 9 años-, mi madre solía descansar en la azotea de nuestra casa tomando un jarro de agua fresca e interpretando temas vernáculos con mi abuelo, quien también nos contaba historias de nahuales y fantasmas. Mi madre también solía descansar escuchando mambo mientras tejía colchitas para sus nietos. Ya sé que piensan: ¡eso no era descansar! Para ella sí.
Preguntémonos: ¿Qué significa descansar para nosotras?
Una de las vertientes poco difundidas del feminismo es el derecho al placer. Y no sólo hablamos del placer sexual y el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo en el plano erótico: importante y vital sin duda alguna. Hablamos de experimentar la vida en todas sus dimensiones: descansar, comer, bailar, jugar, ejercitarse, cantar, hacer lo que produzca bienestar y placer desde una dimensión integral.
Hace varios años, trabajé en una organización feminista donde se incluía la perspectiva del placer como un eje de trabajo y de convivencia. Teníamos vacaciones en verano, en diciembre por supuesto, aguinaldo, permiso por enfermedad o maternidad, etcétera. Lo que ahora parece un lujo se veía como el mínimo indispensable para estar bien.
En este espacio de trabajo y convivencia, también se hacían épicas fiestas hasta el amanecer, y entre semana, Doña Chabelita –una alegre e inteligente mujer- hacía comida casera, una de las más exquisitas que he probado. Por las tardes también llegaban hijos e hijas de quienes eran mamás. Hacían la tarea o jugaban mientras sus madres se alistaban para salir.
En este espacio: el bienestar, el gozo y la alegría eran una práctica cotidiana. Aunque no era el lugar idílico, había un genuino intento por ejercitar el derecho al buen vivir. De esto también va el feminismo.
Lamentablemente en un país como México, donde la violencia está normalizada, hablar de autocuidado, descanso y placer parece una frivolidad. No es así.
Poner en el centro del debate público los cuidados, el autocuidado, el bienestar y el derecho al placer debe ser una construcción colectiva.
En estos tiempos, donde se ha monopolizado el término política como algo que solo es competencia de la partidocracia, viene muy bien recordarnos que: cuidar, descansar, luchar por una vida libre de violencias y retomar la perspectiva del placer es algo profundamente político.
O como diría Emma Goldman: “Si no puedo bailar, no es mi revolución”.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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